miércoles, 17 de noviembre de 2010

Un regalito de Dios

Es muy ridículo que personas como yo piensen que sus vidas son una suma de calamidades y catástrofes, viviendo, por ende, amargada y sombríamente, mostrándole al mundo constantemente la mejor cara de culo que pueden poner.
Yo no le ponía cara de culo a nadie. No es mi política. La mía es más bien trata de ser amable en todo momento, cantando todo el día y congelando una sonrisa en mi rostro. Pero sentía en mi fuero interno que mi vida no era la que yo deseaba que fuera. La iba asumiendo como una colección interminable de fracasos y derrotas.

Esto era hasta hace muy poco.

Hace poco ha entrado en mi vida una mujer espectacular, no sólo físicamente (siempre que caminamos y paseamos por las calles más peligrosas de la ciudad, tirios y troyanos le festejan el culo) sino humanamente. Lo primero que me cautivó de ella al conocerla fue su don de gente, su extraordinaria calidad humana, cosa muy rara de encontrar entre la gente.

Ella no ha llevado una vida descansada, acomodada o de lujo. Todo lo contrario. Su vida sí ha sido realmente dura. Y a pesar de eso, es la mujer más optimista, más solidaria y alegre que he conocido en toda mi vida. Su sonrisa y, sobre todo, su mirada me han contagiado una vitalidad inmensa y han tirado por los suelos los conceptos pesimistas que tenía de la vida, particularmente de la mía.

Como le comenté en alguna ocasión, sólo me he enamorado dos veces en mi vida: la primera vez sucedió con Claudia, y no me equivoqué; nuestra relación se extendió por casi seis años. La segunda vez fue con Elena. Esta última vez, la relación estuvo visiblemente marcada por el deseo más que por los sentimientos.

Y hace poco he sentido ese llamado del destino, he sentido que Dios (sí, porque he vuelto a creer en Él) ha tenido la gentileza de poner en mi camino a una mujer tan linda, espectacular y nobilísima en mi vida para enseñarme a valorar la mía. Conocerla es una aventura que no se compara con otra. Verla sonreír es un acontecimiento que me provoca tal sosiego como ningún otro. Caminar a su lado y apoyarme contra su cuerpo me demuestran que es cierto eso de que uno más uno no es dos, es el infinito.

Esta preciosa mujer me ha devuelto las ganas de vivir, de creer en la vida y de no renegar de ella. Gracias a ella he renunciado a albergar ese concepto flaubertiano de la vida que había desarrollado en estos meses y que me fijaban como metas perentorias el no tener hijos y el vivir poco.

Sólo con esta mujer sería capaz de cometer esa locura de traer seres humanos al mundo. Sólo con ella. Me siento muy afortunado de tener los padres que tengo y de contar en mi vida con las personas que me rodean. Eso lo he descubierto con ella. Y ahora, me siento más afortunado todavía porque Wendy la ha hecho inmensamente rica.

Se acabaron en mi vida los desmanes amorosos y sexuales. Así se lo he prometido y así me nace del forro hacerlo. Mis ojos y todos mis sentidos solamente tienen una sola dirección: Wendy. A todas mis queridas amigas con las que he sostenido esporádicos encuentros sexuales les diría que nuestra amistad se mantendrá incólume por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, es obvio que esas amistades no volverán a desbandarse hacia otro tipo de terreno, el del sexo, o sea, por una simple razón: porque estoy enamorado de Wendy. De verdad.

Esta será, así lo presiento y lo siento, la última vez que me enamore en mi vida. Y le doy gracias a Dios de que sea con Wendy con quien experimente esto tan bonito que estoy sintiendo todos los días.