jueves, 23 de febrero de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Dos

Aquel jueves, el escritor regresó al departamento que ha alquilado en jirón Camaná.

Al entrar, comprobó que, efectivamente y tal cual se lo había prometido en medio de caras agestadas y humores turbios, su esposa se había marchado. Lamentó que su consorte no tuviera la capacidad que sí tiene él de olvidar y perdonar rápidamente cualquier tipo de agravio o denuesto.

El escritor decidió no llamarla al celular. Prefirió dejar correr el tiempo y que este suavizara sus caldeados ánimos. No fue así.

Al poco rato, recibió una llamada a su celular. En la pantalla decía: “Llamando Amor”. Ella misma había colocado ese nombre (Amor) en el celular del escritor. Él contestó. Ahora mismo voy a llamar a tu mamá para decirle sus cuatro verdades. Ya me hartó que se esté entrometiendo en nuestro matrimonio, dice la esposa, furiosa. El escritor atina a explicarle, nuevamente, que él solamente va a sacarle el préstamo a su madre y no va a pagarlo porque lo va a hacer ella misma. Ah, o sea que como mi hija y yo no tenemos plata para devolverte el préstamo, no le vas a sacar lo de las células madre, dice ella. Claro, pues, porque yo no tengo tanta plata para estar pagando tantos préstamos, dice él, o ¿acaso ya te olvidaste que estoy pagando la prima del departamento y los electrodomésticos? Ella cuelga el teléfono, recordándole a su esposo que llamará a su mamá para decirle unas cuantas verdades.

Faltan algunos minutos para que den las ocho de la noche y para que el escritor tenga que abandonar el departamento para dirigirse al gimnasio. Sentado frente al televisor, decide llamar a su madre para advertirle sobre la desagradable llamada que su esposa podría efectuarle en los siguientes minutos. No te preocupes, mamá, tú contéstale, nomás, y no le hagas caso. De todos modos, yo te voy a sacar el préstamo. El escritor no quiere que su madre piense que por ese problema doméstico va a dejar de sacarle el préstamo.

Al dar las ocho, el escritor, que viste un short negro y un bividí, que de viejo se está cayendo a pedazos, parte rumbo al gimnasio ubicado cerca del cruce de las avenidas Tacna y Emancipación. En el camino, el escritor se comprueba todavía gordo y piensa que el gimnasio no le está siendo de mucha ayuda, que bien podría ahorrarse los 75 soles al mes que ese lujo le está costando. Y ahora que se avecina la compra de pañales, con mayor razón, todavía.

Cuando regresa al departamento, lo encuentra tal y como lo había dejado: su esposa aún no vuelve de la calle. Decide llamarla y preguntarle si va a regresar a la casa. Cuando ella contesta el celular, se oyen los ruidos del tráfico vehicular limeño: bocinazos y gritos de cobradores. Estoy yendo a alquilar un cuarto en San Martín (de Porras), dice ella. Ya iré por mis cosas. Ya no te soporto. Ya no quiero vivir contigo. El escritor escucha a su esposa mientras ve televisión.

Antes de irse, ella dejó arroz en la olla arrocera y guiso de atún en una cacerola (una de las comidas favoritas del escritor). En la refri, hay un poco de Zuko de naranja. El escritor, haciendo uso de las escasas facultades culinarias que posee, caliente un poco de arroz y unas cucharadas del guiso que ha dejado su esposa, todo entreverado, en una sartén.

Se siente bien cuando tiene su plato humeante y su vaso de refresco helado servidos en la mesa por él mismo.

De pronto, oye un ruido en la puerta: alguien, usando las llaves del departamento, quiere entrar. Es su mujer, quien luce ofuscada, llorosa y hecha un pichín. La acompaña su mamá y su papá. El escritor se encuentra en aprietos. Ciertamente, han venido a cuadrarlo.

Continuará…

sábado, 18 de febrero de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Uno

Now, night arrives with her purple legion, The Doors

El aspirante a escritor (al que, para ahorrar vocablos y para elevación de su autoestima, solo llamaremos el escritor) acaba de separarse de su esposa. Siendo más exactos, ella lo ha dejado a él, y no porque se haya sucedido alguna infidelidad o porque el uno se haya aburrido de la otra o la otra del otro. No. La esposa del escritor se ha ido de la casa porque odia a la mamá del escritor.
Rastrear los orígenes de esta historia involucraría recordar y remover datos que, por engorrosos y lejanos, conviene no citar, so pena de endilgarle al lector una acuciosa serie de bostezos.
Rastrearemos, sin embargo, el origen de la más reciente discusión, esta que ha dejado al escritor sin esposa y, probablemente, sin la fortuna de conocer a su hija; además, de unos cuantos resentimientos flotando en la atmósfera.
Debe dejarse constancia, antes de relatar el infortunio del escritor, de que la esposa del escritor y la mamá de este nunca se llevaron bien, pero hicieron sus más denodados esfuerzos para disimularlo. La primera siempre le dijo que nunca le caería bien, y la segunda siempre trató de mostrar una sonrisa amable ante la primera, pero cuando su presencia se desvanecía, le dejaba siempre un comentario parcializado a su hijo.
La historia empezó un miércoles 15 de febrero. El escritor llegaba de trabajar. Eran las 7 de la noche. Encontró a su esposa echada en el sofá del departamento –sofá que ella eligió con muy buen gusto, a pesar de que el escritor le decía que ahorrase y no gastara el dinero en muebles que probablemente nunca utilizarían, que había otras prioridades-. Todo bien hasta ahí. De pronto, suena el celular de ella. Es su hermana. Le dice que su mamá se siente mal, con toda seguridad, a causa del disgusto que acaba de provocarle la indeseable familia que vive en el segundo piso de la casa de ella. Le advierte que la está llamando sin el conocimiento de su mamá, quien le ha dicho que no la llamase pues con lo del embarazo ya tiene suficiente. La esposa del escritor cuelga y vocifera procacidades contra aquella indeseable familia que algún día matará a su madre de un disgusto. La esposa se lamenta de no tener dinero para poder darle a su madre un lugar mejor para vivir. Le dice al escritor que va a ir donde su mamá, que irá en taxi. Él le dice que no se apure, que vaya en combi y se ahorre unos centavos. Tú no eres médico, amor, le dice el escritor. Más bien, con los soles que te puedes ahorrar viajando en combi puedes comprarle unas pastillas a tu mamá si es que las llegara a necesitar. Ella le dice que es un insensible y que si se tratara de su madre, él saldría corriendo. Él le dice, con cinismo y con verdad, que no, que él sí tomaría una combi. Ella sale apresurada a ver a su mamá. Él se queda en casa, aguardando a que den las 8 de la noche para enrumbar hacia el gimnasio en el que lleva ejercitando su cuerpo por más de un mes.
Cuando el escritor regresa del gimnasio, se encuentra con su esposa en las afueras del edificio. Son las diez de la noche. El escritor está de mal humor. Habían quedado en que él la acompañaría a la farmacia de avenida La Colmena para que se le administrara la dosis que le subiría el nivel de hierro en la sangre. Desde antes de quedar embarazada, siempre padeció anemia.
La esposa está cariñosa; él, por algún motivo, está con la cara avinagrada. Luego de haber visitado a su madre y comprobar que sí, sufrió un disgusto que la debilitó, pero ahora estaba mejor y totalmente recompuesta, había regresado con un mejor ánimo que con el que se fue. La esposa camina con el escritor sujetada de su brazo. Tiene un mejor semblante. Le recuerda que le consiga un recibo de pago de agua o luz de la casa de la mamá del escritor, quien vive en La Perla, pues la necesita para solucionar el problema del título de propiedad de la casa de la mamá de ella. El escritor le dice que ya, que habló con su hermano y él se la traerá al día siguiente en el trabajo. Mencionaremos que el escritor y su hermano han estudiado lo mismo y trabajan en el mismo lugar, en la misma área de la empresa y bajo la dirección del mismo jefe. En realidad, el escritor no le ha dicho nada a su hermano. No cree que sea necesario conseguirle ese recibo a su esposa. Pero ante la insistencia de ella, piensa pedirle aquel recibo a su hermano en el trabajo.
Aquí es cuando el escritor, molesto por sabe Dios qué motivo, le dice a su esposa: “¿Pero tiene que ser un recibo de La Perla? ¿No puede ser de otro distrito?” La esposa se amosca y le reclama furibunda: “Claro, no te importa lo que le pase a mi madre. No te interesa nada de lo que le pase a mi familia”. Al escritor le importan muy pocas cosas en este mundo, pero prefiere mentirle a su esposa, pues ha visto que ha empezado a sufrir sus comunes y constantes ataques de histeria, y decirle que sí le importa. Ella no le cree y se resiente con él. Él le dice que no debe ponerse en ese plan. Mi familia también tiene problemas, pero yo no me descargo contigo, le dice. ¿Acaso sabes qué problemas tiene mi familia? La esposa se molesta aún más: “O sea que yo sí te cuento lo que le pasa a mi familia y tú a mí no”. Es en momentos como esos en los que el escritor añora su vida de soltero y recuerda lo que alguna vez escribió García Márquez en su novela corta Del Amor y Otros Demonios: “El amor es un era un sentimiento contra natura, que condena a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”. El escritor piensa que no debió involucrarse jamás con nadie. Debió haber disfrutado de las chicas y no amarrarse con una en particular, fuera quien fuera, porque ellas siempre terminan jodiendo.

Él le suelta el problema que últimamente ha surgido en el seno de su familia. Necesitan tres mil soles para tramitar unos papeles burocráticos para conservar el departamento en donde viven en La Perla. Es urgente conseguir el dinero. La mamá del escritor sabe que su hijo tiene acceso a préstamos rápidos en algunos bancos. Su otro hijo, el hermano menor del escritor, todavía tendría que pasar por algunos días de evaluación para que se le conceda un préstamo. Su mamá le ha dicho que saque el préstamo y que ella y su hermano menor lo pagarán al cabo de un año. Comprende que su hijo tiene otras obligaciones más urgentes como la llegada de su nieta y no podrá ayudar a pagar la deuda.

El escritor ya tiene varias deudas. Está pagando la refrigeradora, la lavadora y la cocina que tiene en el departamento del Centro de Lima. Además, está pagando el préstamo que obtuvo del Banco de Crédito para pagar la prima del alquiler del departamento.

La esposa se pone furiosa. ¿O sea que a tu mamá si le vas a sacar el préstamo y para mi hija, para que conserven sus células madre no vas a sacar nada?
Según dicen algunos médicos, la placenta es una materia rica en células madre. Algunas clínicas ofrecen el servicio de conservar esa placenta para que pueda ser utilizado en el futuro, en caso de algún infortunio que pueda sufrir la recién nacida en cualquier etapa de su vida. Esta información llegó a ser de conocimiento de la esposa del escritor y decidió repetirle y repetirle, día tras día, a su esposo, esto de conservar la placenta. Tal servicio, que el escritor considera una estrategia médica para sacarle dinero a la gente, cuesta alrededor de tres mil soles. Sin embargo, el asunto no termina allí sino que se debe abonar una cantidad anual o mensual, el escritor no lo recuerda con precisión, para que la clínica conserve la placenta. Al carajo con eso.

Luego de un tiempo la esposa del escritor dejó de insistir. Pero seguía insistiendo con el tema de mudarse a un departamento más grande cuanto antes. El escritor le dijo: “Te prometo que para el próximo año nos mudamos. Pero primero déjame pagar lo que le debo al banco. Apenas termine con eso, saco otro préstamo para comprar un departamento grande”.

Cómo jode la esposa del escritor.

El escritor trata de hacer entrar en razón a su enconada esposa: “¿No entiendes, carajo? Yo voy a sacar el préstamo, pero mi mamá lo va a pagar. Yo no”.

“Vete a la mierda”, le dice su esposa.

Esa noche no se hablaron más. Al día siguiente, el escritor se levantó contento y así, animoso, se duchó y dijo cosas bonitas e irreproducibles –irreproducibles por cursis- a su esposa, quien todavía dormía profundamente.

Antes del mediodía, el escritor llama a su esposa y le pregunta si puede ir a la casa a almorzar. Ella, con un tono más bien seco y desprovisto de cualquier tipo de cariño, le dice que sí, que puede ir a almorzar.

A pesar de que fue una espléndida comida la que preparó su esposa para el almuerzo, este no tardó en avinagrarse por la todavía animosidad que sentía ella hacia la determinación de su esposo de sacarle el préstamo a su madre. “Entonces yo voy a hacer lo que me dé la gana ¿okay?”, decía ella. “No me digas nada si hoy no vengo a la casa. Ni me llames. Si tú vas a hacer lo que te da la gana prestando ese dinero, entonces yo voy a hacer lo que quiera”. El escritor se enfurece y le dice que haga lo que quiera. Él se va de la casa, rumbo al trabajo, molesto.

Las cosas se pondrían muy feas en las horas siguientes.

sábado, 4 de febrero de 2012

Intolerancia

No he leído nada de IvánThays. Sin embargo, he leído algunas cosas acerca de él.
No he leído nada de IvánThays pues las críticas que he leído sobre su obra, que no son nada invitadoras para que el lector se sumerja en su literatura, han construido una barrera de desánimo que me ha impedido extraer unos cuantos soles de mi bolsillo para adquirir sus libros.
Pesó más sobre mi afán lector la crítica velada, divertida y despiadada que Jaime Bayly hizo sobre IvánThays en su libro “El escritor sale a matar” para que descartara por completo atreverme a hojear siquiera alguna página de algunos de sus libros publicados. Sinceramente, siento que me aburriría mortalmente leyendo algo de él.
Soy un lector ávido de aquella literatura que te atrapa desde la primera hoja, ya sea para divertirte, enredarte en una serie de casos misteriosos, o involucrarte en el desarrollo de una historia épica, urbana o bucólica interesante.
A pesar de todo ello, concuerdo con el escritor IvánThays en la mención que hace sobre el patrioterismo exacerbado y trasnochado que muchos peruanos han demostrado poseer al verter críticas injuriantes en el blog del escritor, simplemente porque éste ha declarado no ser un amante de la comida peruana.
Thays ha escrito recientemente: “Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado “boom” gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso, sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas”.
No estoy de acuerdo con aquello de que la comida peruana sea indigesta. En todo caso, que una persona encuentre cierto tipo de comida agradable y otra la encuentre horrenda es un tema de carácter más bien subjetivo y, como tal, debe expresarse haciendo hincapié en que tales afirmaciones son de índole privada, que pertenecen a nuestra variada gama de preferencias y malquerencias particulares.
En cuanto a lo que refiere Thays con respecto a nuestro patriotismo de parroquia, estoy totalmente de acuerdo. ¿No somos capaces, los peruanos, de aceptar que no a todo el mundo le puede gustar nuestra comida porque si no, a la primera opinión discrepante, saltan al cuello del crítico para aniquilarlo a dentelladas?
En una nación donde existan el nacionalismo y estas muestras de repudio hacia alguien que puede pensar distinto del resto, simplemente está condenada a vivir en la violencia y el atraso.
Hace poco, un compañero de trabajo nos pasó este artículo que, a continuación, transcribo. Creo sinceramente que el Perú debe imitar este modelo japonés.

SISTEMA EDUCATIVO EN JAPON
Paraponerse a pensar; ¿vale la penacontinuar con el nacionalismo a
ultranzay obsoletos modelos educativos... o uno debe ser un ciudadano
del mundo sin sectarismos donde la globalizacion sea inclusiva?
Se estaprobando en Japon, unrevolucionario plan pilotollamadoCambioValiente (Futoji no henka)

Basado en los programaseducativos Erasmus, Grundtvig, Monnet, Ashoka y Comenius.
Esuncambio conceptual querompeparadigmas.
Es tan revolucionarioque forma a los niñoscomoCiudadanosdelmundo no comojaponeses.

•En esasescuelas no se rindeculto a la bandera, no se canta el himno, no se vanagloria
a heroes inventadospor la historia.
•Los alumnosya no creenquesupaises superior aotrospor el solohecho de habernacidoalli¬.
•Ya no iran a la guerrapara defender los intereseseconomicos de los grupos de poder,
disfrazados de patriotismo.
•Entenderan y aceptarandiferentesculturas.
•Y sushorizontesseranglobales, no nacionales.
Imaginesequeesecambio se estadando en uno de los pai¬ses mas tradicionalistas, nacionalistas
ymachistasdelmundo!

El programa de 12 años, estabasado en los conceptos:

•Cero patriotismo.
•Cero materias de relleno.
•Cero tareas.
•Y Solo tiene 5 materias, que son:

1. Aritmetica de Negocios.Las operacionesbasicas y uso de calculadoras de negocio.
2. Lectura con profundacomprension de la misma. Empiezanleyendounahojadiariadel
libroquecadaniñoescoja, y terminanleyendo un libroporsemana.
3. Civismo. Peroentendiendo el civismocomo el respeto total a lasleyes, el valor civil, la etica,
elrespeto a lasnormas de convivencia, la tolerancia, el altruismo, y el respeto a la ecologi¬a.
4. Computacion. Office, internet, redessociales y negocios on-line.
5. 4 Idiomas, Alfabetos, Culturas y Religiones: japonesa, americana, china y arabe, con visitas
deintercambio a familias de cadapaìsdurante el verano.

¿Cual sera la resultante de esteprograma?

Jovenesque a los 18 añoshablan 4 idiomas, conocen 4 culturas, 4 alfabetos y 4 religiones.

•Son expertos en uso de suscomputadoras.
•Leen 52 libroscadaaño.
•Respetan la ley, la ecologi¬a y la convivencia.
•Manejan la aritmetica de negocios al dedillo.

¿Contra ellos van a competirnuestroshijos?,

•Jovenesquemediohablanespañol u otroidioma natal solo a medias (purajergawey)
•Tienenpesimaortografia (i komokeestawenoestowey)
•Peroquesi se saben los nombres de los artistas de farandula o la formula de lasdrogas.
•Apenaspuedenmemorizarseunoscuantosverbos en ingles u otroidiomaquepretendenaprender.
•Son expertos en copiar los examenes de historia, filosofi¬a, matematicas, biologi¬a, fi¬sica
ymuchasotrasasignaturasque solo quedan en TEORIA PURA que RARA VEZ LE SERANUTILES EN
SU VIDA PERSONAL O PROFESIONAL.

Cositas para bebés

Me emociona poco, o nada, ver ropitas para bebés, accesorios para bebés, y toda aquella parafernalia creada para el confort de aquellas diminutas criaturas y para la algarabía y descontrol de las mamás.
No es que me emocioné poco la llegada de Morgana a mi vida. Al contrario, presiento que el cambio que experimentaré al verla ante mí será remecedor para mi pobre mundo chato de expectativas. Ver y tocar algo que, obviamente con la ayuda de mi esposa, pude crear, me causará innumerables alegrías. Siento que no me cansaría de quitarle los ojos de encima a mi hija, que no me agotaré de cargarla una y otra vez hasta arrancarle una sonrisa.
Hace tres días, esta poca emoción o interés hacia lo que vestirá y usará Morganita provocó una pelea en el hogar. Mi esposa me había texteado a eso de las tres de la tarde: “Amor, te espero para ver la ropita de la bebe”. Horas antes, había salido de compras con su mamá, mi suegra. Le mentí enseguida: “Ya, mi amor. Estoy ansioso por ver la ropita contigo.” Mentí porque en realidad no estaba ansioso por ver la ropita. Mentí porque no quería crear conflictos innecesarios con mi esposa. Muchas peleas hemos tenido por este tipo de cosas.
Ese día, llegué del trabajo a la hora acostumbrada: siete de la noche. Allí estaba ella, abriéndome la puerta de nuestro minúsculo departamento del Centro de Lima, con su vestido verde limón, descalza, una sonrisa tranquila iluminando su rostro, dispuesta a enseñarme las “cositas de la bebe”.
-¿Cómo te fue en el trabajo, amor?-me preguntó, no creo que interesada en saber si realmente me fue bien o mal en el trabajo, sino más bien para preparar mi humor para que me dejase guiar a través de las compras que había realizado ese día.
Le dije que bien. Siempre digo “bien”. Así me haya ido mal, mi respuesta siempre será “bien”.
Me tomó de la mano y me llevó a nuestro cuarto en donde, al lado de nuestra cama, ella ha colocado la cuna de la bebe. La cuna es de madera y la fabricaron de tal modo que lleva una especie de cómoda adosada en la parte posterior. Sobre nuestra cama, estaban las bolsas de las compras que había hecho.
-Amor, estas son las cositas para la bebe. Mira-me dijo mi esposa, sentándose sobre la cama, tratando de no arrugar un ápice nuestra raída sábana-. Amor, compré casi todo lo que hace falta para completar mi maleta y la de la bebe, pero no alcanzó y…
Entonces, medio que estallé: -Yo te he dado la cantidad que me has pedido ni bien cobré. Tú misma sacaste la cuenta de lo que tenía que darte. No quiero pensar que has agarrado plata de la comida o de otras cosas para comprar las cosas de la bebe. ¿O sea que nos vamos a quedar sin plata para comprar comida?
-Eres un miserable, Daniel. Estas cosas, todo lo que ves aquí, es para tu hija-dijo, señalando con un gesto vehemente las cosas que había comprado que aún estaban guardadas en sus bolsas. Entonces, sacó un paquete de una de las bolsas. Parecía ser una especie de manta-. Todo esto que he comprado es de calidad. Esto-dijo sosteniendo la manta-es de algodón pima. Tú quieres que le compre a mi hija cosas de menor calidad con tal de ahorrar, ¿no?
-Es que no nos sobra la plata, amor-dije, en tono más conciliador. Pero era demasiado tarde, ya mi esposa se había enojado y no estaba dispuesta a perdonar mi tacañería-. Perdóname, por favor. No te enojes.
Ella había empezado a poner todas las cosas que había desplegado sobre la cama para mostrármelas en una gran bolsa negra.
-Tú siempre me quitas las ganas de hacer las cosas, de ser cariñosa. Solo piensas en ti. De no ser por mí, todo esto-dijo, señalando la cuna y otros accesorios que, meses atrás, le había comprado a Morganita-no lo tendríamos. Si te hubiera hecho caso cuando decías “después vamos a comprar, cuando haya más plata” no tendríamos la cuna, no tendríamos hasta ahora un lugar para la bebe.
Después de que hubo guardado todo, y escuchando mis súplicas de perdón, me dijo:-Ahora vete a tu gimnasio. Hoy no te voy a perdonar nada así me ruegues. Vete.
Como ya estoy curtido en esta clase de problemas maritales, decidí coger mi mochila y salir de la casa. Claro, antes me había puesto encima el short y el bividí que uso para sudar en el gimnasio.
Tengo que decir que mi esposa tiene razón. Yo me busqué esto de tener una bebe con ella. Nadie me obligó. Ahora, debo responder por ella –mi bebe- adecuadamente y proveerle de lo mejor. No es que en realidad sea mezquino, sino que procuro que mi magro sueldo rinda un mes completo. Sin embargo, puesto que pienso que mi salario es una “ayuda” que la empresa en la que trabajo me da por “aprender” y que no debo quejarme sino, más bien, agradecerle a ella por la valiosa oportunidad que me brinda de adquirir conocimientos sobre esto que me gusta hacer; debo buscar la manera de diversificarme laboralmente, ofreciendo productos y/o servicios que también disfrute hacer. El inconveniente es el poco tiempo que me deja mi actual empleo. Pero esto último no es más que una excusa. Cuando hay voluntad, todo se puede lograr.
Una canción dice: Lifeitwhathappenswhileyou are busymakingyour excuses.
Así es que no más excusas. Trataré de buscar la manera de hacerles la vida más grata a mi esposa y a mi bebe.
Cuando faltaba un cuarto de hora para finalizar mi sesión de dos horas en el gimnasio, mi esposa me escribe un mensaje de texto: “Por favor, tráeme una botella de agua San Luis grande”.
Supuse que ya se le había pasado en algo la amargura. Entonces le escribí, sudoroso: “Ya, mimimi.”
Media hora después, las cosas se habían solucionado, ella se había calmado y había aceptado mis sinceras disculpas.

Discutiendo los fines de semana

No existe fin de semana que no discuta con mi esposa. El problema empieza por algo insignificante, desde mi punto de vista mas no desde el de ella, y alcanza magnitudes insospechadas a las que ya me he ido acostumbrando.Cada fin de semana, las consecuencias de los problemas son mayores. El último fin de semana, ella había tomado la determinación de regresar a la casa de sus padres, recibir el nacimiento de nuestra hija rodeado de ellos y alejarse de mí para siempre. Y todo esto sucede, cuando apenas llevamos tres meses de casados. Nos casamos en octubre y, para ser totalmente honesto, mientras escribo estas parrafadas, no recuerdo el día exacto en que ella y yo contestamos afirmativamente la pregunta que un chamuscado (por su piel profundamente trigueña) alcalde de La Perla nos formuló. Éramos casi cincuenta parejas aquel día que todavía sigo sin recordar, de las cuales supongo que un gran porcentaje ya se ha divorciado o lo está pensando seriamente. Éramos casi cincuenta parejas de las cuales un noventa por ciento de las novias llevaba consigo voluminosos vientres que la blancura de sus vestidos exageraba. Tengo que anotar que el útero embarazado de mi esposa aún no alcanzaba las proporciones que hoy tiene, motivo por el cual nuestra bebé pasó desapercibida durante el evento. No recuerdo el día en que me casé y, desde ya, puedo atisbar que ese detalle será el detonante de alguna futura pelea entre mi esposa y yo.
Ella tiene siete meses y medio de gestación. Como ya mencioné, esperamos una nena. Ruego al cielo que herede todo de su madre, porque su padre es un insecto más de los millones que pululan este mundo.
Este sábado será el último día del curso de psicoprofilaxis al que nos inscribimos en la clínica donde mi esposa alumbrará a Morgana –tal será el nombre que mi señora ha escogido para la criatura-.
Este sábado, una de las amigas de mi esposa le organizará, en su casa, el tan manido babyshower. Yo tenía planeado hacer otras cosas –cosas que todavía no sé cuáles son-, pero tendré que asistir a la reunión. De lo contrario, mi esposa se irritaría violentamente, mandándome al carajo una vez más, como lo ha hecho en los últimos seis o siete fines de semana.