martes, 29 de enero de 2013

Prospecto de baterista




Algunas tardes, cuando tiene el humor para hacerlo, camina desde la oficina en la que trabaja hasta el lugar en el cual vive con su esposa e hija. Debido a los crueles rayos solares que castigan a la ciudad, él camina adosado a las sombras que procuran los viejos edificios que flanquean la avenida Wilson.

Es verano, y a las seis y media de la tarde todavía queda algo de luz solar –lo cual no significa, en absoluto, que el calor haya menguado; está allí presente, como los ignorados mendigos que suplican por algunas caritativas monedas sentados al pie de institutos y universidades-. Aprovecha la claridad de la tarde para leer algunas líneas de su libro de turno. Lleva los audífonos firmemente colocados sobre sus orejas para eliminar el murmullo de la gente que camina y los despiadados bocinazos de los coches que se apretujan y se chocan entre sí.

Cuando el crepúsculo extiende su manto de negrura sobre Lima, deja de leer y observa distraídamente las fachadas de las vetustas edificaciones a su costado: institutos, fotocopiadoras, universidades, hoteles, restaurantes.

En la cuadra quince de la avenida, un letrero captura su atención: clases de batería. Siempre quiso tocar la batería. Cuando está solo o rodeado de gente, logra abstraerse de la realidad e imaginarse, por unos breves segundos, tocando la percusión de esas canciones atrabiliarias que tanto disfruta.

Más que un letrero, es un pedazo de papel pegado en una de las alas de una puerta antiquísima y muy alta. Decide ingresar al lugar y recabar más información sobre las clases de batería. A cinco pasos de la puerta, un escritorio atravesado impide el paso hacia lo que parece el aula de enseñanza musical, donde unos jóvenes de largas cabelleras negras, flacos, juguetean con unas guitarras colgadas del pecho. A un lado del escritorio, hay una habitación con diez computadoras: cabinas de internet. Detrás del escritorio, una joven de busto inquietante lo mira con curiosidad.

-¿Sí?-preguntó ella.

-Ah, sí, buenas, quiero averiguar sobre las clases de batería-dijo él, mientras se agolpaban en su cabeza pensamientos de diversa índole, a saber; que leyó en alguno de los libros de Frieda Holler que no debe decirse “buenas” sino “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”; que esta joven tiene unas tetas espectaculares; que Marco Aurelio Denegri dijo en alguno de sus nutritivos programas que los escritores creen que resulta más refinado escribir seno que teta cuando, en realidad, seno y teta son dos cosas distintas; que debo levantar la mirada de sus tetas porque ya me está mirando con mala cara.

No lo miraba con mala cara sino con cierta mueca risueña. Probablemente le causaba cierto divertimento que un hombrecito feo, de camisa ridícula, zapatos polvorientos y pinta de profesor de matemáticas casposo y fracasado se acerque a preguntar algo sobre las clases de música, y de batería todavía.

La mujer, que podía ser menor que él en cuatro o cinco años, le invitó a tomar asiento. Mirándola a la cara, él tomó asiento. Ella tenía un cuello largo y, aparentemente, suave. Llevaba el pelo amarrado en una exquisita y provocadora “cola de caballo”. Con una voz delgada y liviana, ella le explicó las bondades del curso de batería. Al final de su alocución, le indicó el monto que debía pagar si estaba interesado.

-El curso dura tres meses. Nosotros ofrecemos los instrumentos.

-¿Podría llevarme el papelito que has anotado?-se permitió tutearla.

Con un gesto servicial, le indicó que podía. Él cogió el papel y lo sostuvo en frente de sí. Vio su letra menuda y clara. “Horarios a escoger”. “Nueve horas de clase a la semana”. ¿Enseñaría ella el curso de batería? ¿Trabajaría ahí como recepcionista? Porque no parecía recepcionista. ¿Sería su instituto? ¿El de un tío o de sus padres? Cuando bajó el papel, ella lo miraba con el mismo gesto de divertida curiosidad en el rostro. ¿Dónde se había visto que un tipo con pinta de profesor de matemáticas fracasado, con unos antiacuados lentes, con un abdomen que crecía con cada arroz chaufa que se empujaba en la esquina de su trabajo, con una incipiente giba que se iba montando sobre su espalda, iba a ponerse a tocar la batería?

Le agradeció la gentileza a la guapa joven y se retiró arrastrando sus desvencijados zapatos negros.

Soñar no cuesta nada. Nietzsche decía que la esperanza es el peor de los males porque prolonga el tormento del hombre. A pesar de que ha leído a Nietsche, se permite abrigar las esperanzas de formar una banda de punk rock, ejercitar sus debiluchos brazos y tatuarse “Morgana” y “Übermensch”, longitudinalmente, en el derecho e izquierdo, respectivamente.

La tentación. Una mujer de ricas tetas, guapa. Por supuesto que ella jamás se fijaría en él. La tentación en medio del camino matrimonial. La tentación y su pasión por tocar la batería. Oscar Wilde, encarnando a Lord Wotton, escribió: “La única forma de vencer una tentación es dejarse arrastrar por ella”.

Mientras esquivaba corpúsculos de gente en el cruce de Paseo Colón con Wilson, pensó: “En abril me matriculo de todas maneras en el curso. ¿Ahorrar para una maestría? No, para qué. Yo seré feliz, y me sentiré más completo, si además de seguir escribiendo, toco la batería como un demente. Puedo ser el líder de una banda (no de secuestradores) sin ser el vocalista. Soy feo, mi lugar está atrás del vocalista, oculto por la mole de la batería. Si formo una banda, ¿mi amigo Nasir estará dispuesto a ser parte de ella, a la distancia aunque sea? En abril también me tatuaré los brazos. ¿Qué dirá mi papá si me ve con los brazos tatuados? ¿Sus arraigadas ideas militares tolerarán que su primogénito se luzca como un delincuente recién fugado de Maranguita?”

jueves, 10 de enero de 2013

Danny Bhoy

I have this friend from university, Nasir, who is living in Australia since he left Peru some months ago. Dutifully, he managed to get a well-paid job there and now he lives with his family: his wife and his little daughter.

From the pictures he regularly sends to friends, one can see that his home is located in one of the most peaceful places in Australia.

Nasir is obsessed with Aussies’ English accent (an Australian man or woman is also known as an Aussie). He finds it amusing and interesting, but mainly amusing. Since he has few neighbors (almost no one) he watches Aussies videos on Youtube. He prefers to watch funny videos rather than dull speeches of people from the government or cultural spheres.

Through his web search he has come across Danny Bhoy (1974), an Indo-Scottish comedian who has performed in many countries throughout the world.

So my friend has sent to me these following videos I would like to share with you:

Video 1:




In this video he makes the audience picture what funny situations may occur if the Scottish soccer team would classify to the 2022 World Cup in Qatar, a dry country in the Middle East. Apparently, Scottish people have a peculiar love for alcohol –it is well known that alcohol is not allowed in Qatar-. So Danny Bhoy makes fun of his paisanos going to that country where they can get lashed if they drink a single drop of, for example, beer. Also, you cannot use offensive language in Qatar. So, how Scottish people will swear when the referee judges wrong in a soccer match?

Then he talks about Australia. That’s when his funny speech turns more hilarious. This man knows his job. He asks the audience how Aussies name “off license” places (liquor stores). The answer he gets is Bottle O’, which is short for “Bottle of Shop”. Here, and this is really funny, he represents an Australian committee that sets up names for things. It seems that people from Australia uses obvious names for things. He says: “Next, we need a name for that Great Big Barrier Riff at the top of the country, anyone? Oh, I’ve just been told there’s already a South Wales in Britain. So we’ll need a new name”. And what’s the name Aussies came up with? NEW South Wales. You got to hear it from Danny’s mouth.

Then he points out that Aussie expression for telling the truth, for being honest: “Balls out”.

Notice how Australian people say “mate”. I mean, they don’t pronounce it “meit”. No, they say “mait”. I utterly understand why my friend Nasir is so keen on Aussies’ English accent.


Video 2:



I just fell from my chair when I saw this: Danny Bhoy imitates so well a confrontation in the Italian Parliament. The Italian parliamentarians kind of start to discuss in a cool way and, suddenly, kicks and coursing words are thrown from everywhere.

And, do you know that in Italy grabbing your nuts (or testicles) is a sign of good luck? Let Danny Bhoy explain that to you.

Video 3:



He is performing in Melbourne and now he will focus on Australian accent. Would it be true that they give you a giant key when you go to the toilet in Australia? My friend Nasir could answer that.

If you happen to visit Australia, watch out, you may find lizards hanging on the door of the hotels (or “small dinosaurs” as Danny Bhoy calls them). The particular name of those lizards is Gecko. The owners of the hotels won’t move a finger if you asked them to remove those lizards.

And from the way Danny describes the bungee-jumping-like-English Australians speak I can have an idea of how my mate (mait) Nasir will talk next time he visits Peru.


Summing up, this Danny Bhoy was a pleasant discovery and I have to thank my friend for that.

sábado, 5 de enero de 2013

Sofisticado y exclusivo

Los azares del destino han colocado al escritor en un modesto hotel ubicado en un diminuto pueblecito de la sierra de Lima llamado Churín.

La habitación que le ha sido asignada por el dependiente tiene dos camas. Le agrada tener dos camas en la habitación, siempre cabe la posibilidad de que algo pueda suceder. Pero ese hecho lo alarma. Él ha pagado por una habitación simple; no por una doble. El hotelero puede haber malentendido su solicitud y, por tanto, puede cobrarle más cuando al día siguiente recoja su factura. A pesar de que no es su dinero, sino el de la empresa para la que trabaja, el escritor procura gastar lo mínimo. Su añeja tacañería lo acompañará por el resto de su vida, piensa mientras baja las escaleras que lo separan del vestíbulo.

El dependiente le confirma que le cobrará como si estuviera hospedándose en una habitación simple. ¿Y por qué me dio una doble? Porque no tengo más habitaciones.

El escritor salva las escaleras, satisfecho.

Una hora después, el escritor está tirado sobre una de las camas, viendo televisión. Sobre la otra cama, desperdigado, está su equipaje.

De pronto, suena su celular. Es un número desconocido. Él, por política, suele contestar los números que tiene grabados en la memoria de su celular, es decir, aquellos que no son más un número, sino un nombre: “papá”, “mamá”, “hermano”, etc.

Fiel cumplidor de su política, deja sonar el teléfono hasta que el sonido cesa.

Pocos minutos después, el mismo número desconocido de hace unos instantes vuelve a la carga. El escritor ignora la llamada. Su política es inquebrantable. Si lo que el desconocido trata de comunicarle es tan importante, le dejará un mensaje. El escritor, entonces, luego de leer el mensaje juzgará si es apremiante devolverle la llamada al desconocido.

Luego de que ha terminado el chillido del teléfono, el escritor comprueba que el número desconocido, o la persona detrás de ese número, no le ha dejado mensaje alguno. Debe ser una llamada sin importancia, piensa el escritorzuelo.

Ha transcurrido una media hora, el escribidor de naderías se ha enganchado con su serie favorita “Two and a half men”. Cuando oye la tonada que sirve de introducción al programa, se acuerda inmediatamente de Morgana, su hija, quien disfruta sobremanera de esa melodía, a pesar de sus ocho meses de vida. Entre su hija y esa cancioncita hay un vínculo que el escritor no puede explicar. Sin embargo, tiene una teoría: Por aquellos días previos a la concepción de Morganita, el escritor había descubierto, haciendo zapping, “Two and a half men”. Desde “Seinfeld”, no se había topado con una serie tan desternillante. Además de los diálogos y los personajes de la serie, la breve canción introductoria del show lo tenía cautivado. Entonces, colige el escritor, aquel gusto pudo haber quedado almacenado en la carga genética de los espermatozoides que habitaban por aquellos días sus testículos. Luego, uno de esos espermatozoides fecundó el óvulo de la madre de Morganita, transmitiéndole ese gusto musical.

Por ello, se explica el escritorzuelo, a Morganita le llama poderosamente la atención aquella breve canción apenas la oye, interrumpiendo cualquier actividad que ella esté realizando: tomando la teta, chupando algún juguete, tratando de conciliar el sueño, esforzándose por arrebatarle los anteojos a su papá, jugueteando con uno de los libros de su papá (ver video), etc.




Una hora después, el número desconocido porfía por entablar una charla con el escritor. Éste, quizá suavizado por el recuerdo de Morgana, decide violar su política y contestar la llamada. Qué más da, se dice, veremos qué pasa.

-Hola, Danielito-dice la voz melosa de una mujer. Sin esperar la respuesta del sorprendido escritor, la voz continúa: -¿Cómo estás? ¿Qué está haciendo uno de los solteros más codiciados y sofisticados de Lima?

¿Sofisticado? ¿Soltero? ¿Codiciado? El escritor está desconcertado. No conoce a ninguna persona que pueda hablarle con tal desparpajo y chabacana confianza. Debe tratarse de una pasada de algún lejano amigo de la universidad. En su mente, con una velocidad que lo desconcierta más, trata de barruntar quién podría ser ese bromista.

-Danielito, yo sé que eres un ingeniero joven y sofisticado (otra vez la palabra “sofisticado” ¿Quién le habrá dicho que soy sofisticado? Yo puedo ser todo menos sofisticado), al que le gusta vivir con absoluta comodidad, por eso quiero ofrecerte algo que no podrás rechazar.

No, un amigo de la universidad no podría estar detrás de esa broma. Para empezar, ninguno de sus amigos tenía amigas. Eran incapaces (el escritor incluido, por supuesto) de entablar amistad con una mujer. Descartados los lejanos y pocos compañeros de la universidad, ¿quién podría estar detrás de esa pasada?

-Como ingeniero exitoso, sé que viajas constantemente y que durante esos viajes prefieres descansar en cómodos hoteles que van de acuerdo con tus gustos sofisticados (¿no conoce otra palabra esta mujer?). Te ofrezco algo que no podrás rechazar: una tarjeta dorada que te permitirá tener acceso a las facilidades A1, en el país y en Latinoamérica. Así es, un ingeniero de tu categoría y, además, soltero y guapo (¿Qué? ¿Guapo yo? Esta pasada está alcanzando límites insoportables) no puede hospedarse en cualquier lugar. Un ingeniero joven como tú merece lo mejor.

Por fin, algo menos alelado que antes, el escritor pronuncia sus primeras palabras: -Disculpe, señorita, ¿con quién hablo?

-Danielito, te habla la mujer que se convertirá en tu mejor amiga. Soy Regina de la Hoz. Te auguro que me llamarás constantemente para que tus noches en los mejores hoteles sean inolvidables. ¿Te gustaría tener una noche inolvidable, Danielito? Un chico sin compromisos como tú de hecho está deseoso de pasar una noche de diversión y placer. Yo te ofrezco eso y más, mucho más. Todo depende de ti. Y no debes preocuparte por nada porque te ofrezco ventajas económicas inigualables. Debes saber, Danielito, que estás muy bien recomendado.

-¿Sí?-balbuceó el escritor.

-Claro, ¿conoces a William Tañedo y a David Guerra?

-Sí, trabajan conmigo.

-Ellos ya disfrutan de los placeres que yo quiero ofrecerte. Son clientes de primer nivel y muy, muy exigentes. Nosotros sabemos que tú eres muy exigente y que siempre buscas noches placenteras que te relajen después de un arduo día laboral durante tus viajes. Por las recomendaciones de William y David, hemos llegado a ti para brindarte todas las noches Premium que un ingeniero exclusivo como tú merece.

El escritor, tibiamente, trató de ponerle coto a esos adjetivos absurdos que la voz le endilgaba gratuitamente: -Señorita, yo estoy casado. Y, discúlpeme, pero no estoy interesado en obtener los beneficios de los que me habla.

La mujer, modificando su discurso y extraviando su primigenio ardor sexual-psicodélico, pero sin perder el objetivo de embaucar al escritor, siguió:

-Oh, Danielito, entonces tu esposa y tú tienen un mundo de posibilidades para disfrutar de sus vacaciones en los mejores hoteles de, por ejemplo, el Caribe. Aunque supongo que un ingeniero de tu status ya conoce muchos lugares de esa zona, ¿no?

El escritor, harto de tanta falsedad, dice y hace algo que antes no hubiera sido capaz de decir y hacer: -Señorita, soy un ingeniero mediocre y pobre. Me gusta la pobreza y abomino de las comodidades. Mi esposa y yo tenemos con las justas para comer. Así nos gusta vivir. Por favor, no insista con sus ofertas. Lamento decirle que no soy el cliente que usted cree. Buenas noches.

Un silencio sepulcral anidaba al otro lado de la línea telefónica. El escritor extinguió el creciente silencio cancelando la llamada.

Había perdido casi quince minutos de su morosa existencia.