sábado, 29 de junio de 2013

Nos escriben y contestamos: El Estilo

Paola, una entrañable amiga mía, a quien no veo hace mucho tiempo porque decidió voluntaria y sabiamente alejarse de mí –las mujeres que he conocido siempre han terminado alejándose de mí- me escribe luego de enterarse de que me he tatuado los brazos. A continuación, transcribo su mensaje, sin efectuar modificación o corrección algunas:

“Quizas cuando leas este mensaje diras y ¿quien le a dado a Paola el derecho de opinar? pero al decirte esto no lo hago de mala fé todo lo contrario es porque me preocupa la TONTA decision de tatuarte los brazos ay Conejito dicen "Que la ociosidad es la madre de todos los vicios" y caray tienen razón. Tu no eres un loco sin cerebro y aspiraciones, eres un profesional inteligente y buena persona; como se te ocurrio andar marcado como si fueras una res si tanto querias los tatuajes ¿acaso no hay otro lugar donde hacertelos? espalda, abdomen, nalgas,un lugar donde no llegue el sol. Pero ya lo hiciste Cone y me apena esa locura tuya, recuerda que eres Padre y quieras o no un modelo a seguir para tus hijos; una vez me dijiste que Dios perdona el pecado pero no el escandalo y parece que te olvidaste este detalle. Espero que no tomes a mal estas palabras pero si las digo es porque te estimo y eso tu lo sabes; pero si ya no quieres mis consejos dimelo y sabre respetar tu decisión. Besos Conejito ay como has cambiado ¿por que?”

Lamentablemente, Paola, no creo que exista una respuesta precisa para la pregunta que cierra tu mensaje. Por cierto, te agradezco las palabras, el tiempo que te has tomado en pensarlas y escribirlas, y el tono amigable con el que las cubriste.

No tengo una respuesta para explicar el cambio pernicioso que mi mente ha sufrido -y que te ha escandalizado tanto-, pero citaré las palabras de un par de locos que vivieron antes que yo en esta ciudad. Estoy seguro de que sabes quiénes son. Sus palabras son muy reveladoras y lúcidas. Por cierto, las citas que copiaré fueron los epígrafes de un artículo de Marco Aurelio Denegri titulado “Semántica de la identidad”.

El primer loco, Manuel González Prada, escribió:

“¿Identidad del individuo? Quimera: no poseemos un alma única, sino una serie de almas; no somos un hombre idéntico, sino muchos hombres sucesivos. En lo profundo de nuestro ser, todos hemos visto nacer y morir muchas personalidades, todos representamos una larga cadena de individuos diversos y aun contradictorios. Una personalidad nace hoy donde otras murieron ayer: cada uno de nosotros quedaría figurado exactamente por una cuna circundada de sepulcros.”


El otro, Rafael de la Fuente Benavides, mejor conocido como Martín Adán, en “La Casa de Cartón”, dijo:

“Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada instante y no viven nada.”



Pues bien, Pao, creo que no somos los mismos siempre; cambiamos constantemente. Sin embargo, esa serie de Danieles que nacen y mueren con cada libro que leen tienen algo en común, algo que los une y los emparienta: la locura y la temeridad, la rebeldía, el no querer encajar en algún lugar. ¿No recuerdas acaso por qué me decías “loquito”? Recuerdo que siempre me decías: “Eres un loquito del carajo”. El tatuarme los escritores en la piel fue simplemente una manifestación más de mi locura, de mis ganas por romper el molde que la sociedad nos pretende imponer. Ser diferente es mi ESTILO.

Cerraré esta suerte de alegato citando el poema de uno de mis escritores favoritos, cuyo rostro, por cierto, me tatuaré este sábado 29, el gran Charles Bukowski:



“Style

Style is the answer to everything.
(El estilo es la respuesta a todo)

A fresh way to approach a dull or dangerous thing.
(Es una manera de acercarse a una cosa sosa o peligrosa)

To do a dull thing with style is preferable to doing a dangerous thing without it.
(Hacer una cosa sosa con estilo es preferible a hacer una cosa peligrosa sin él)

To do a dangerous thing with style is what I call art.
(Hacer una cosa peligrosa con estilo es lo que llamo arte)

Bullfighting can be an art.
(Las corridas de toros puede ser un arte)

Boxing can be an art.
(El boxeo puede ser un arte)

Loving can be an art.
(El amar puede ser un arte)

Opening a can of sardines can be an art.
(El abrir una lata de sardinas puede ser un arte)

Not many have style.
(No muchas personas tienen estilo)

Not many can keep style.
(No muchas personas pueden conservar el estilo)

I have seen dogs with more style than men, although not many dogs have style.
(He visto perros que tienen más estilo que los hombres, aunque no muchos perros tienen estilo)

Cats have it with abundance.
(Los gatos tienen estilo en abundancia)

When Hemingway put his brains to the wall with a shotgun, that was style.
(Cuando Hemingway se voló los sesos con una escopeta, eso fue estilo)

Or sometimes people give you style.
(O algunas veces la gente te da estilo)

Joan of Arc had style.
(Juana de Arco tenía estilo)

John the Baptist.
(Juan el Bautista)

Jesus.
(Jesús)

Socrates.
(Sócrates)

Caesar.
(César)

García Lorca.

I’ve met men in jail with style.
(He conocido gente con estilo en la cárcel)

I’ve met more men in jail with style than men out of jail.
(He conocido más gente con estilo en la cárcel que fuera de ella)

Style is the difference, a way of doing, a way of being done.
(El estilo es la diferencia, una manera de hacer, una manera de ser hecho)

Six herons standing quietly in a pool of water,
(Seis garzas paradas tranquilamente en un charco de agua,)

or you, naked, walking out of the bathroom without seeing me.
(o tú, saliendo desnuda del baño sin verme) 

viernes, 28 de junio de 2013

El fruto prohibido - Somerset Maugham



Cuatro interesantes novelas cortas, unas mucho más que otras, componen “El fruto prohibido” de Somerset Maugham (París, 1874 – Niza 1965).



Decían los más acerbos críticos del siglo pasado que los protagonistas femeninos de las historias de Maugham estaban cargados de un deseo sexual irrefrenable, característica que el escritor les atribuía, según estos críticos, porque, a causa de su bisexualidad –sí, era bisexual, aunque el rostro de recto militar le desdijera-, sentía que las mujeres eran su competencia. Cierto o no, la primera historia del volumen, titulada como el libro, “El fruto prohibido”, presenta a esta mujer culta y en extremo liberal, esposa de un dedicado pero poco sexual profesor de ciencias naturales, que se enamora poderosamente del joven aprendiz de su marido. El joven aprendiz, llamado Neil, se resiste al acoso de la guapa mujer. Ella le ruega y, prácticamente, se le ofrece en bandeja. ¡Cómo olvidar la descripción, precisa y sólida, que Maugham hace de esta femme fatale, a quien ha llamado Darya! Neil no se doblega ante los insistentes requerimientos amorosos de Darya, porque tal flaqueza constituiría una tremenda traición a la confianza de su maestro, el profesor Munro. Por momentos, nos da la impresión de que Neil fuese homosexual. Yo, en su lugar, le hubiera dado curso a la señora Darya desde el primer momento. Se nota que el respeto por la mujer del prójimo no es uno de los miramientos que me caracterizan.

El final de esta historia es algo regular. Por el desarrollo magnífico y sinuoso que Maugham logra en la historia, esperaba un final más logrado. Sin embargo, el lector rijoso coincidirá conmigo en que la imagen que se nos impregna en la memoria, y que no nos abandonará sino hasta el último día de nuestras existencias, es aquella en la que una desnuda y bien torneada señora Darya se zambulle en el solitario lago en el que Neil chapoteaba tranquilamente. La descripción de la escena, con el estilo directo de Maugham, es muy vívida.

“La decadencia de Eduardo Barnard”, segunda historia del libro, nos relata el por qué el protagonista, Eduardo Barnard, abandona una vida de logros y éxitos profesionales en Chicago, y se convierte en despachador de telas en una fábrica en el paupérrimo pueblito de Tahití, otrora hogar político del pintor Paul Gauguin. Allí lleva una vida apaciguada y feliz. En Chicago, su mejor amigo y su prometida se preguntan por su paradero. El amigo va en busca de él, al cabo de dos años de su partida. Se sorprende cuando ve lo mucho que Eduardo ha cambiado, aquel Eduardo ambicioso y materialista.

Dejar todo aquello que los demás (familiares, amigos) esperan de nosotros (ser profesionales, adinerados, exitosos) y llevar la vida que realmente anhelamos, sin reglas ni dogmas impuestos, eso hace Eduardo, y eso le dice a su amigo, un día antes de que éste regresara a Chicago: “Vamos, hombre, no te conmuevas hasta ese punto. No he fracasado, he triunfado. No puedes imaginarte con qué entusiasmo afronto la vida, y cuán significativa me parece ahora. […] A mi modesto parecer, yo también habré vivido en la belleza. […] De nada sirve que un hombre gane todo el universo cuando acaba de perder su alma. Creo haber ganado la mía”.

La mayoría de personas que nos rodean, estén embozadas bajo el disfraz de un amigo o de un padre, siempre nos dirán que no hagamos aquello que nosotros sentimos que nos llenará espiritualmente. En muchas ocasiones, las advertencias de estas personas serán acertadas, y nosotros, aún molestos por la derrota y a regañadientes, les daremos la razón. Pero es imperioso que experimentemos, que corramos, suframos o gocemos de nuestra suerte. ¿Cuál es el objetivo de la vida sino? ¿Ganar plata, ser algo, ser alguien? Eso era lo que los familiares de Jorge, muchacho de origen judío, querían para él: una vida de prestigio como parlamentario inglés. Su padre, y el resto de su familia, se sentían ingleses puros, olvidaban su origen judío. Jorge solo quería dedicarse a la música, al piano, a su verdadera pasión y vocación.

Ante la testarudez del muchacho, sus padres acuerdan con él enviarlo a Alemania para que estudie música. Al cabo de dos años, Jorge debía regresar y demostrar ante una pianista profesional y de gran trayectoria, de muchas campanillas como Lea Makart, si tenía madera para ser un pianista excepcional. Si la señorita Makart no hallaba genialidad en él, Jorge debía renunciar a sus veleidades artísticas para dedicarse a la continuación de la tradición parlamentaria de la familia en el senado inglés. El trato agradó en extremo al joven, quien partió anhelante y triunfante hacia Alemania.

Pasado el tiempo convenido, Jorge regresa de Alemania sintiéndose más judío que nunca, adorando sus raíces, y renegando de la falsedad e histrionismo de sus padres por ocultar su verdadero origen y querer aparentar un abolengo inglés inexistente.

La familia está reunida en la sala y Lea Makart los acompaña, ocupando un sitio preferencial. Jorge, ante el piano, alista su recital. El glacial veredicto de la baqueteada señorita Lea y el consecuente trágico acto de Jorge, al conocer tal juicio, dejarán pensando al lector sobre qué tan acertado y prudente es que nos entrometamos en los deseos y querencias de los demás. Excelente relato de Maugham, quien una vez más demuestra fineza y concisión para plasmar una historia con tanta verdad. Esta corta novela es la tercera historia del libro y se la llamó “La voz de Israel”.

El último cuento, quizá inspirado en alguna de las peripecias de Maugham en su etapa de espía, titulado “El Mexicano calvo”, en mi opinión, pudo haberse trocado por otro tan bueno como los anteriores. Maugham escribió alrededor de cien historias cortas durante su carrera literaria.

martes, 25 de junio de 2013

Charles Bukowski - Born into this

Tío Ángel,

Hace poco nos visitaste desde Arequipa.

Conversamos largamente luego del almuerzo: mi mamá, tu mamá -mi abuelita-, tus sobrinos, tu nieta Morgana. Qué buen momento. 

Me contaste que estabas leyendo Women de Bukowski. Así que hace poco me topé con este vídeo.  Apuesto que ya lo has visto. Pero, por si acaso, lo cuelgo aquí.

Es un documental sobre este gran escritor y poeta, puro, sincero y sabio: Hank Bukowski. Una vez que lo veas, dudo mucho que algún libro de este tipo abandone tu biblioteca.


  
Tu sobrino que te quiere.

Daniel



Leoni Leone - George Sand



Leoni Leone es un hombre guapo, culto y atractivo. Es capaz de ganarse la simpatía tanto de hombres cuanto de mujeres. Y ha dejado a varias señoritas embelesadas con sus encantos, a lo largo de sus periplos europeos. Leoni Leone sabe eso, sabe que la naturaleza y su refinada educación le han dado el poder de capturar el corazón de cualquier mujer.

A la muerte de sus padres, Leoni heredó los bienes patrimoniales, los cuales hizo humo cuando se dedicó de modo parejo al juego y al libertinaje. Así es, Leoni es un amante liberal. Por ello, este antihéroe nos cae muy bien a los lectores liberales, casi libertinos.

Se preguntarán: si este Leoni recibió tan buena y refinada educación –tengan en cuenta que los hechos ocurren en los comienzos del siglo XIX, y en esa época, la educación que recibían los ricos era estricta y completa-, ¿cómo terminó siendo un pillo que seducía a mujeres cuyos caudales pecuniarios eran extraordinarios? La respuesta se esconde detrás del voluminoso cuerpo de un cura llamado Zanini. Este hombre, preceptor de Leoni durante su adolescencia, le enseñó ciertas artes que luego puso en práctica en su vida adulta.  Zanini decía: “Es preciso hacer el mal para saber hacer el bien; saber gozar en el vicio para saber gozar en la virtud”.

Julieta Ruyter es una mujer hermosa. Gracias a los esfuerzos de sus padres, quienes se forjaron una acomodada posición burguesa –su padre cosechó dinero en su oficio de orfebre-, recibió una educación de lujo y la ubicación apropiada en la sociedad para una mujer de su intelecto.

Es en un escenario de lujo en donde Julieta y Leoni se conocen. Ella jamás se separará de él, a pesar de todos los desaires y plantones que éste le hace sufrir.

Leoni se hace pasar por un atildado y rico heredero. Con ese cuento, el cual hasta cierto punto del pasado fue verdad, logra casarse con Julieta, a quien, sinceramente, poco le importaba la riqueza o inopia de su amado. A los padres sí les importaba ese pequeño dato.

La boda se fijó para cierta fecha, pero no se realizaba, pues los papeles que, presuntamente  Leoni había encargado traer de su lugar de origen, y que comprobarían su linaje y títulos, no llegaban. Todo era una pantomima, por supuesto. Una pantomima cuyo objetivo era hacerse la víctima para que sus suegros corrieran con todos los gastos del matrimonio, además de aportar la dote de Julieta.

Se llevó a cabo el matrimonio, los papeles nunca llegaron y Julieta y Leoni hicieron un viaje. Leoni robó todas las joyas que los padres de Julieta le habían confiado. También la abandonó.

Hay un pretendiente, a quien Julieta le narra todas estas vivencias, un tal Bustamante. Este es oyente de todas las decepciones que Leoni le ha provocado. Incluso cuando ella se enteró del robo, de que no era más que un vividor, que mantenía una relación amorosa paralela con una rica condesa viuda, Julieta siguió amándolo sin reservas, siempre perdonándole todo.



El juego de dramas envueltos en esta historia ha sido perfectamente diseñado por George Sand (París, 1804 – Nohant, 1876) de modo que nos resulta atractivo y fascinante. ¿Hasta qué punto alguien puede engancharse con una persona cuyo comportamiento no encaja dentro de los parámetros seculares de moral establecidos por la sociedad? Directamente y sin florituras, George Sand nos logra conmover, crea una atmósfera romántica y patética al mismo tiempo. La desvergüenza de Leoni no obtendrá castigo. Julieta será su amante por siempre a pesar de que encuentra en su camino hombres buenos capaces de ofrecerle la felicidad tranquila que ella merece. Pero Sand, no va por ese camino, por el predecible: Julieta encuentra un hombre bueno y vive feliz con él, reponiéndose de las fechorías que Leoni le hace. No. Eso hubiera sido desleal al espíritu de una buena novela. Julieta se queda con Leoni, pero hay que ver el final inesperado que George Sand dejó para el final.

Es la única novela de esta mujer –sí, George Sand era el seudónimo de Amandine Aurore Luciel Dupin; en su época, era mal visto que una mujer se dedicase a escribir ficciones- que he leído. Sabía de ella porque se rumoreó que fue amante del afamado escritor francés Gustave Flaubert. He leído Leoni Leone y no me he decepcionado. Flaubert, en cambio, describe el interior de una casa, las flores, los jardines, los caballos, etc, Luego de leer esas andanadas verbales, uno queda exhausto y somnoliento. Bukowski odiaba esos comienzos pastoriles: "Era una tierra preciosa, las montañas escarpadas estaban cubiertas por la nieve y Tom Haney llegaba solo en su viejo y destartalado automóvil". "Oh, Dios mío", diría Bukowski , "¿Por qué tengo que empezar con una mierda como esa? No es real". En Sand, la cosa es directa: la trama –y no las descripciones escenográficas recargadas- se impone y captura al lector por la vivacidad con que la escritora la cuenta. 


Al abrir Leoni Leone, no esperé encontrarme con esta historia tan atrayente y viva, llena de verdad. Por experiencia sabemos que aquello que llamamos amor siempre le pertenece a esa persona que tanto daño nos hizo y nos sigue haciendo. Así es la naturaleza humana. Y Sand plasmó esto muy bien en su novela.