No es fácil tratar de olvidar a una persona que significó tanto para ti o que creíste que iba a darle un sentido duradero a tu vida.
Es una tarea difícil tratar de borrar todos los recuerdos que involuntariamente forjaste con esa persona.
Por eso es que no trato siquiera de olvidar a Wendy. Ella siempre va a estar ahí. El recuerdo o la etérea presencia de quienes alguna vez amamos o quisimos siempre nos acompañarán por más obstinada que sea nuestra lucha por anularlos de nuestra mente.
Yo prefiero aceptar y asimilar tales recuerdos como combustible que, en un momento u otro de mi vida, me harán mejor persona.
Hay lugares, canciones, frases, películas que están ligadas inexorablemente a Wendy. Siempre será así. Esto no quiere decir que viviré agobiado cada vez que mi memoria sea asaltada por alguno de aquellos recuerdos. Al contrario, sonreiré y reconoceré que en cierto tiempo fui feliz con ella en ese lugar, con esa canción o con aquella frase.
Hace cinco días, más o menos, que no veo a Wendy, que decidí no verla por un tiempo para aceptar mi exquisita e inofensiva soledad. Hace cinco días que huí de su lugar de trabajo al ver que ella todavía mantenía comunicación vía mensaje de texto con su ex enamorado (tengo que aclarar que Wendy me había dicho el día anterior que ya no deseaba que nuestra relación continuara por mi propio bien. Soy mala, me decía). Espíe en su celular en el momento en que se ausentó para atender unos asuntos.
Desde el 31 del mes pasado del año pasado que no le escribo o la llamo. Porque si quiero que sus recuerdos me alegren, y no me introduzcan en un cuadro sombrío, es necesario también tomar un poco de distancia.
Sin embargo, ayer me llamó. Conversamos y rememoramos aquellas frases, amigos en común, anécdotas que formaron parte de nuestra relación. Me contó sobre cómo había recibido el año, entre otras cosas divertidas. Hablamos cerca de quince minutos. Al colgar el teléfono, sentí dos cosas: Una, que he logrado independizarme de la presencia corpórea de Wendy y que nuevamente me adapto a mi soledad y dos, una ligera sensación de triunfo al saber que no fui yo el que se dejó vencer por la nostalgia y cogió el teléfono para llamar a aquel que, por un motivo u otro, decepcionó y ahora siente que necesita a su lado.