Desde
los postreros días de don Tadeo de Ontañeta hasta los años 80, con
la descripción de las barrabasadas y desmesurados descuidos y desenfrenos de su
bisnieto Federico de Ontañeta de
Ontañeta, Bryce narra la decadencia de una familia adinerada y de vieja y
distinguida prosapia. Si bien, según mi parecer, el dinero no disminuye en la
magnitud necesaria para dejar a la descendencia en la más chocante pobreza, sí
se nota un pobrísimo manejo de las empresas y de los bienes que conllevan al
descalabro financiero de los otrora boyantes negocios de los de Ontañeta.
Tadeo de Ontañeta vivió hasta los 105 años y fue, en
vida, un próspero emprendedor minero, forjador de una inmensa fortuna que hizo
de él y su descendencia dueños de casi medio Perú. Sus últimos días los vive en
el invernadero de su casa de San Isidro, acompañado de su “tocada”, enfermera
dedicada a su cuidado, y de sus siempre constantes cigarrillos, los cuales fuma
sin parar y muy peligrosamente cerca de su inseparable balón de oxígeno.
Fermín Antonio de Ontañeta Tristán es el heredero de
los negocios de don Tadeo. Bajo su administración, los negocios del legendario
minero son llevados a su culmen y bajo su tutela familiar, el lector puede
atisbar el preludio del futuro descalabro familiar, pues la descendencia vive
muellemente, sin interés aparente por liderar y continuar la obra de don Tadeo
y don Fermín.
A la fuerza y bajo diversos chantajes, Fermín logra
que su sobrino José Ramón de Ontañeta Wingfield se case con su hija
Magdalena y se ponga al frente de los
negocios familiares. José Ramón siempre había querido mantenerse al margen de
su suegro y sus negocios, incluso, cuenta Bryce, por mucho tiempo vivió
omitiendo la partícula “de” a su apellido. Luego de José Ramón, la familia
queda acéfala al igual que los negocios. Federico de Ontañeta de Ontañeta vive
poco y vive de mujer en mujer, dedicando su vida completamente al ocio, la
vagancia y la lujuria. Con ese humor característico de Bryce, se cuenta que en
el funeral de Federico, en un bus llega un corro de niños a presenciar la
inhumación de ese disoluto cadáver, niños que sin duda son los hijos que
Federico dejó regados por la ciudad. Los niños eran todos blanquitos, pues
alguien escondió a aquellos de distinto color (para las cosas del sexo Federico
no hizo distinciones) para no afear y
desmedrar todavía más el ya desmedrado prestigio de los de Ontañeta.
Como en cada libro de Bryce, no faltó ese “hasta decir
basta” que podemos encontrar en la mayoría de sus libros. Me animé a comprar
“Dándole pena a la tristeza” porque Bryce contaría en ella las costumbres y
anécdotas de una familia tradicionalmente limeña. Don Tadeo de Ontañeta, que
podría ser el alter ego del abuelo o bisabuelo de Bryce, vivió en una casa
ubicada en la cuadra 10 de la avenida Alfonso Ugarte, hoy local de la Logia
Masónica de Lima, cuando esa avenida era la más moderna y fastuosa de la ciudad
capital.
Muchos más personajes y graciosos e interesantes
episodios pueblan las páginas de este más reciente libro de Bryce Echenique. Se
me viene a la mente aquella vez, por los años cuarenta, cuando el APRA –el
partido político de los pobres- establece su “Casa del Pueblo” al lado del
palacete de don Fermín Antonio en la avenida Alfonso Ugarte. José Ramón y demás
parientes huyen despavoridos a San Isidro. Don Fermín, en cambio, juró jamás
moverse de su hogar, para demostrarles a los “pelagatos” apristas quién era Don
Fermín Antonio de Ontañeta Tristán.
Alfredo Bryce contó en una entrevista concedida a Beto
Ortíz en “Abre los ojos” que el título del libro surgió de una llamada
telefónica que él, desde Francia y por los años 70, le hizo a su nana. A la
pregunta: “¿cómo estás?”, ella respondió: “Aquí, dándole pena a la tristeza”.
Inmediatamente, Bryce pensó: “aquí hay novela”.
Libro entretenido y muy noticioso el de Bryce
Echenique que este lector disfrutó de cabo a rabo.