El
bus sale a las 4:38 am. Yo había llegado al paradero a las 4:30 am, bañado, en
mangas de camisa. La temperatura del lugar apenas alcanzaba un grado
centígrado. El resto de los viajantes estaba bien abrigado. Éramos cinco
varones y dos mujeres. Una de ellas era ella.
Hacía
dos días, ella, en un acto de inopinada confesión voluntaria, me había contado
algunas cosas sobre la relación no formal que sostuvo con uno de mis buenos
amigos de la mina. Este amigo jamás me había contado una sola palabra al
respecto en las muchas veces que tomamos unas chelas en su cuarto del hotel de
la mina.
Mientras
ella me relataba cómo se inició el idilio, cómo llegaron a elaborar una química
que, para cualquiera en la mina, pasaba inadvertida, mi alma se enturbiaba con
algo que podía llamarse celos.
¿Por
qué se enganchó con el feo de mi amigo? Yo sabía por qué. Ambos éramos o somos
feos, pero el tipo tenía o tiene una personalidad y encanto innatos,
demoledores. Yo, feo desde siempre, no tenía o no tengo personalidad y ni una
pizca de carisma.
Puede
ser feo y caminar como achorado, me decía ella, pero su personalidad lo hace
guapísimo. Para mí, es un churro. Me derrito a su lado.
La
escuché unos minutos más, hasta que el frío, que arreciaba, nos mandó a
nuestras casas.
Hoy
viajamos juntos. Nos sentamos en uno de los últimos asientos del bus. El resto
de viajantes estaban desperdigados en los sitios de adelante. Escuchamos Papa
Roach, Blind Melon, Bullet For My Valentine. Cantábamos algunos temas que nos
eran conocidos. Juntaba mi cabeza a la de ella para poder escuchar las melodías
que salían de mis audífonos que ella, arrebatándomelos, se había colocado.
Entre canciones, hablamos de él, de mi amigo. En cierto momento, nos besamos.
Nos besamos algunas veces más.
Acompáñame
el viernes a un evento, me dijo. Le dije que ya, que normal.
Bajé
en Metro de Alfonso Ugarte. Nos despedimos con otro beso, un beso, como los demás,
furtivo. Nadie debía enterarse.
Así
es la mina, uno nunca sabe qué puede pasar.
Mientras
escribo esto, bebo el Anís Najar, seco especial, etiqueta verde, que Alan llevó hace cuatro semanas y que ayer
bebimos hasta dejarlo casi vacío. Dejamos un poquito, un poquito que ya estoy
terminando. Debo estar lo suficientemente adormecido para tatuarme a Vargas
Llosa. Sobrio no me tatúo ni cagando.