sábado, 27 de febrero de 2016

Diario Para Mejorar Tu Matrimonio: sentirás que tu vida no era la peor (1) [Duelo de Caballeros - Ciro Alegría]



Mientras leía, camino al banco, la historia principal de “Duelo de caballeros”1, pequeño volumen de relatos del liberteño Ciro Alegría (1909-1967), mi esposa, auxiliada por su hermana, baquiana en los aspectos intrincados de la incursión pirata en los correos electrónicos ajenos, descubría, o descubrían ambas, una sarta de correos que me incriminaban, sin lugar a dudas, como un sacavueltero2 de larga data.
 
Mientras leía cómo Carita y Tirifilo, héroes del ampa del Malambo de la Lima de inicios del siglo XX (1915), se enfrentaban en un duelo que posteriormente el tribunal de justicia de la época calificó como “de caballeros” -reyerta puntillosa y sabrosamente descrita por Ciro Alegría, quien casi veinte años después de la pelea conoció a Carita en la prisión y obtuvo de primera mano los pormenores de tan comentado suceso-, mientras leía esa historia, decía, de regreso a casa, recibiendo una sobrecarga considerable de rayos UV, sudando a mares, luego de haber recogido el dinero que dispondría para los gastos de la semana -a razón de 20 soles diarios-, dinero que extraía de la limitada liquidación que me había depositado la mina luego de mi renuncia, mi esposa y su hermana no desperdiciaban el tiempo: copiaban los correos incriminatorios (y seguramente también los no incriminatorios, porque, vamos, no había tiempo que perder en escogencia alguna) a sus respectivas cuentas. Tendrían las pruebas de mis infidelidades.

Cuando llegué a casa, era yo uno de los apelotonados barristas que presenciaban el combate que Carita y Tirifilo escenificaban en medio del arenal, en donde éstos se medían y se lanzaban chavetazos calculados, ansiosos de tajos y sedientos de sangre. Podía experimentar el temor de Tirifilo, el amo y señor del puñal de vasto reinado, ante los embates ágiles y osados de Carita, el nuevo, el recién llegado. Tirifilo no podía perder esa pelea. No podía ser el Goliat de ese mulato David.
 
Subí las escaleras de cemento, la mirada enterrada en el libro,  hasta que alcancé la puerta de la vivienda del tercer piso, el piso familiar.
 
Introduje la llave y moví. CLIC, CLIC. La puerta barnizada cedió MEDIO MILÍMETRO y PUM, se trancó. Ahí me asusté. ¿Podía ser que la sospecha que me había sobrecogido a medio camino del trayecto de la casa al banco se hubiera concretado? ¿Estaba Morelia, mi esposa, fisgoneando en mi computadora?

Jamás la puerta había estado con el cerrojo corrido. JAMÁS. Y ahora lo estaba. Claro, era el aliado de Morelia y Liza, su hermana. El cerrojo era el centinela cuya misión consistía en evitar que interrumpiera la transferencia de mis correos a sus bandejas. Me desesperé. Volví a girar la llave que se había quedado ahí, incrustada en la puerta. CLIC, CLIC, PUM, PUM. Entonces, grité, casi desaforado.  

-¿¡Qué pasa?! ¡Abre, Morelia!

-¡Un momento, mi hermana se está terminando de cambiar de ropa!-respondió.

Su hermana se había cambiado de ropa miles de veces en la casa y nunca había tenido la necesidad de trancar la puerta PRINCIPAL del departamento. ¿Acaso estaba cambiándose en medio de la sala? ¿Acaso no habían cuartos disponibles para cambiarse de ropa en uno de ellos? Y, además, ¿qué hacía Liza en la casa? Cuando salí del departamento, hacía veinte minutos, Liza estaba en la casa de su mamá, ubicada a varios metros de la nuestra. ¿Por qué carajo tenía que estar en NUESTRA puta casa? La respuesta me era obvia. Morelia, quien no tenía la capacidad necesaria para husmear en una cuenta de correo ajena, había tenido que llamar a Liza, con carácter de urgencia, para que le efectuara el trabajito. Liza, se me hizo, por fin el huevón de Tenoch ha dejado su laptop prendida, sin contraseña. VEN RÁPIDO.

Entonces, adiviné (y acerté) lo que estaba ocurriendo. ¡Qué huevón había sido! Antes de salir del banco, confiado como nunca, entusiasmado porque el ritmo con el que traducía un libro del inglés al español había alcanzado una tasa de 700 palabras por hora, cometí la irresponsabilidad de NO APAGAR la laptop. La computadora había quedado encendida y mi correo totalmente abierto, desprotegido, a merced de cualquier fisgón.
 
Los nervios me subyugaron. Imaginé el aluvión de problemas que se me vendría encima.
 
Morelia abrió la puerta. Entré y corrí a la computadora. A un lado de ella, había un papelito cuya anotación provenía del puño de mi esposa. Era la dirección de correo de una de las chicas con las que me comunicaba con bastante frecuencia, el correo de Lía. Liza, para darle veracidad a la coartada que seguramente había inventado su hermana –porque supongo que no quería que yo pensase que Liza estaba implicada en el asunto, pues ella sabía que yo supondría que la hackeadora era Liza y no ella, quien con las justas podía abrir un documento de Word-, salió de una de las habitaciones, fingiendo arreglarse el polo y caminó presurosa hacia la puerta.

Luego de que Morelia vio la expresión de susto en mi cara, mis ojos clavados en lia@gmail.com, confirmó todavía más mi culpabilidad. Fue cuando recibí, entonces, el primero de todos los golpes que me daría durante gran parte de ese día. PLAF, sonó el cachetadón. No accioné un músculo para defenderme. Lo merecía. Gracias al gran diámetro de mi cráneo, mis lentes quedaron firmemente aferrados a mis sienes; de lo contrario, hubieran salido disparados por el momentum que le imprimió el lapazo a mi cabeza. Hasta ahí, no recibí más golpes, solo la amenaza que soltó Morelia, parada bajo el umbral de la puerta.

-Voy a recoger a la bebe de su terapia. Cuando llegue no te quiero ver acá, maldito. Agarra tus cosas y LÁÁÁÁÁÁRGATE de aquí.

Notas:

1

Libro: Duelo de caballeros

Autor: Ciro Alegría

Editorial: Populibros

Páginas: 128

Cuentos: “Cuarzo”, “La madre”, “La ofrenda de piedra”, “Calixto Garmendia”, “Panki y el guerrero”, “Muerte del cabo Cheo López”, “Los ladrones”.

Relatos: “Duelo de caballeros”, “Guillermo el salvaje”

2

Sacavueltero: Infiel.

sábado, 6 de febrero de 2016

O. Henry's American scenes - O. Henry

 
 
Among others, one of my favorite writers is, doubtless, O. Henry.
 
O. Henry's true name was William Sydney Porter, born in 1862, died in 1910. I can tell you, this man is the best storyteller I've ever read. I happened to find a collection of some of his stories in Mr Luna's library, in jirón Quilca, Lima.
 
Let me tell you, mate, reading a O. Henry's story is like ingressing into a world which ending you will never know. It's like flowing through a curvy current, enjoying the magnificent landscape at your sides until, suddenly, you witness one incredible turn in the whole shit.
 
I read this book in two days, and it was a mesmerizing experience for sure. O. Henry's stories are addictive, I can assure you that. I had plenty of quarrels with my wife because I couldn't do anything else (e.g. helping her with housekeeping now that I'm unemployed) but reading the goddamn book.
 
At the age of 27 he started to like booze and by that time his life was already a precious collection of sad stories. Years later, and with a lot of trouble he had endured, he moves to New York. This city is the scenario of the stories I read in the book my little Morganita is holding in the pic. She, also, is a voracious reader.
 
I could not say which of the 15 stories contained in this book I liked the most (because all of them were excellent). However, each story leaves you changed or at least moved.