Del miércoles 28 al jueves 29 de
setiembre del 2016
“Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa
el alma: ¡a la manera de los comprachicos, vaya! Imagínese un hombre que se
implanta verrugas en la cara y se las cultiva”
Arthur Rimbaud – Cartas Del Vidente
En
el bus al departamento de mi hija, recibí unos mensajes de Karina: Mark, el chibolo
que la pretendía, y con quien ya había tirado en algunas oportunidades, había
leído los mensajes de su celular mientras ella preparaba unos pisco sours en la
cocina de su casa. Se había enterado de las visitas de su chica al cuarto de
Zepita. Lloró. Por qué mierda me has
hecho esto si yo te amo de verdad. Ella le aclaró las cosas: Quién chucha te has creído para controlarme.
El tipo no se amilanó. Quería que Karina le negara lo que acababa de leer. Es un celoso de mierda, Dani.
Fuimos
al Bembos de Plaza San Miguel. La bebe jugaba en la piscina de pelotas y mi
esposa me contaba sus travesuras y progresos en el colegio. A la bebe le
interesaban tres cosas en el mundo: las papitas fritas, los colores y las
canciones en inglés.
Dani, en el colegio me
están pidiendo treinta soles para el disfraz de la bebe por el aniversario del
colegio, ¿puedes ayudarme?
Por supuesto que podía. Toma cincuenta,
le dije. Si el gasto era para la bebe, con gusto lo cubría.
Las
llevé en un taxi a casa. La bebe entró corriendo en una librería. La seguimos. Papi, papi, quiero esos colores, por favor.
Imposible decirle no.
Subió
las escaleras, encantada con sus colores. Mi esposa y yo permanecimos en la
puerta de rejas. Gracias por lo de hoy,
Dani. La pasamos bien. Fijó sus ojos en mi boca y me regaló un beso
demorado, pero corto. Cuídate mucho, se
despidió. La relación con Melina parecía no estar del todo bien.
En
el bus a Zepita, me cayó un mensaje de Daniela. ¿Qué haces, Chato? Nada. ¿Tú?
Estaba en casa, sin mucho que hacer. Te
invito un chifita, le dije. Estoy en
Alfonso Ugarte. Aceptó. Media hora después, estábamos comiendo en uno de
los tantos chifas de esa avenida. El arroz chaufa era una mierda. A ella
tampoco le agradó lo que pidió. ¿No
sientes que la comida tiene un sabor como a detergente? Putamadre. Tenía
razón. Apartamos los platos y bebimos las gaseosas.
La
novedad era que estaba saliendo con un poeta. Se llamaba Johnny Reyes. Lo había
conocido en la universidad donde ambos enseñaban. Salían, se besaban, tiraban,
pero no podía asegurarme que fueran formalmente enamorados.
Hacía
varios años, Johnny publicó un poemario. Daniela no recordaba el nombre del
libro, pero señaló que recibió las mejores críticas de los entendidos en la
materia. Lo proclamaron el renovador de la poesía rimbaudiana. Yo creo que eso lo mareó al Johnny,
decía Daniela; se durmió en sus laureles
y no ha vuelto a publicar. Él dice que está completando los poemas de su
próximo libro, pero yo lo veo más borracho o drogado que escribiendo.
Es un genio, decía Daniela. Yo no sé cómo hace ese hombre para sacarse unos versos tan alucinantes
de la cabeza. Ambos eran profesores de Crítica Literaria en la UPC. En las reuniones, no puede faltar el Johnny.
Sus amigos lo idolatran. Alucina que lo tratan de “maestro”. Y no lo dicen con
cachita, ah. Lo dicen sinceramente. Y las mujeres, pucha, se le tiran a los
pies; sobre todo sus alumnas. Ese hombre abre la boca y te enamora en una.
¿Era guapo? No, qué va a ser guapo. Es
alto, sí. Tiene el pelo largo enrulado, que no sé con qué se lo cuida, porque
lo tiene precioso. Es medio moreno, pero no es guapo guapo. Digamos que tiene su no sé qué. Pero con su
verbo mata, Chato.
¿Y
no le incomodaba a ella que las alumnas se le regalasen? Pucha, Chato, no sé. A veces me llama la atención que las chicas lo
persigan. Pero desde que estamos juntos, he notado que las rechaza y se guarda
para mí.
Hablamos
de mi cuarto, de mi mudanza, de mi novela. Le interesaba conocer el lugar donde
había vivido Eguren. Solo por eso me
gustaría conocer tu cuarto, Chato; no creas que va a pasar algo entre nosotros.
Yo ya te conozco. Te cuento que Johnny es fanático de la poesía de Eguren. Si
él tuviera plata, se lo tatuaría en el pecho. Para Johnny, Eguren es el poeta
niño, el poeta que ve el mundo, lo bueno y lo malo del mundo, con candor. Les
devuelve a las cosas la mirada de la inocencia.
Terminamos
las gaseosas y pagué la cuenta. Caminamos a su casa. Vivía a algunas cuadras de
Alfonso Ugarte. No insistí con lo de visitar mi cuarto. Ya se presentaría la
ocasión. Regresé a Zepita escuchando Doble Nueve. Era la hora del rock clásico.
Caminé hasta la Plaza Dos de Mayo para entrar luego por Peñaloza. En esa calle,
solo había un par de chicas hermosas; tetas como pelotas y culos descomunales. Pero
no estaba de ánimos.
Subí
las escaleras y entré a mi cuarto. Quise escribir, pero aún no recuperaba mi
laptop. ¿Cuándo chucha me la tendrían reparada? Me desvestí y me tiré en el
colchón. Recibí un mensaje. Era Rosario. Amor,
para mañana te tengo una sorpresita. Sueña conmigo, ¿sí?