Allí donde huele a mierda, huele a ser.
Antonin Artoud
Luego
de ir y venir por Peñaloza hasta cuatro veces (esperando en vano a que
apareciese una trava más rica que mi chinita Jazmín, por aquello de que en la
variedad está el gusto), me digo hasta aquí, no más y me lanzo a cambiar
de vereda para alquilar los servicios de mi consentida, la única gran opción en
esta noche de viernes.
Apenas
pongo un pie en la pista, siento una mano gruesa que me sujeta del brazo y me
devuelve a la vereda. La cagada, pienso, ya perdí; me van a
robar.
Le veo
la cara al dueño de la mano y resulta que se trata del legendario escritor
americano Charles Bukowski, fallecido en California el 9 de marzo de 1994, hace
veinticinco años.
¿Zepita?, me
dice.
¿Qué?,
tartamudeo.
¿Eres
Zepita?
No, le
digo, me llamo Daniel.
Carajo,
¿no eres acaso el ingeniero de minas que escribió una novela sobre caches,
borracheras y tatuajes?
Sí,
pero…
Entonces,
eres tú, pes, huevón.
Claro, le
digo.
Solo
tú puedes ayudarme; ¿conoces a los Poetas del Asfalto?
¿Cómo?
¿Estoy
hablando en español o qué chucha?
¿Cómo?,
vuelvo a tartamudear.
¿Solo
sabes decir “cómo”, conchatumadre?
¿Qué?
Ahora
cambiaste a “qué”, huevón. Ni cagando puede ser verdad todo lo que escribiste
en tu novela; eres demasiado pavo como para haberte acostado con tantas hembras.
Ya,
ya, sí, sí; sí conozco a los Poetas del Asfalto, le
digo, cansado de que me putee tan gratuitamente.
Perfecto.
Llévame con esos huevones, me dice.
No
tengo idea de dónde encontrar a los Poetas a estas horas, pero prefiero
guardarme la incógnita y evitar así otra andanada de insultos. Me limito a
preguntarle por el motivo de su pedido.
Porque
quiero sacarle la mierda a Richi Lakra. Quiero ponerle fin a
sus días hoy mismo. Ya mucha huevada con ese cojudo.
***
Estamos
en una de las esquinas que hace la Plaza Dos de Mayo con la avenida Alfonso
Ugarte, al pie de una carretilla de comida callejera. Bukowski se cagaba de
hambre. Necesitaba fuerzas para acometer exitosamente su tarea, aunque el
reventar a Richi Lakra no requiriese mayor consumo de energías. Entonces, le
invité unos anticuchos.
Qué
rica esta huevada, dice, mordiendo sin piedad los
pedazos de carne. Se llaman anticuchos, ¿no?
Sí, le
digo. ¿No te gusta el ají?
¿Qué
cosa es ají?
Esto, le
digo; es como el chile mexicano.
No,
nada, huevón. Me llega al pincho la comida mexicana. Además, el picante me
revienta las llagas del ano.
Me
quedo callado. Las dos o tres personas que también comen de esta carretilla
miran de soslayo a mi acompañante. Bukowski tiene la piel blanquísima y el
cabello muy rubio. Su rostro es duro, tosco, muy parecido al del “Puma”
Carranza. Come los anticuchos sin refinamiento alguno, haciendo un ruido
asqueroso. La señora anticuchera nos alcanza los vasitos de chicha helada.
Pruebo de mi vaso y detecto las clamorosas ausencias del azúcar, el limón y el
maíz.
Pa’la
mierda. Qué fea esta huevada, dice Bukowski tras probar su
bebida. La escupe furibundamente hacia un lado. La anticuchera, ensordecida por
el chisporroteo de los corazones que tiene delante, no se percata del
desaire.
La
chicha rechazada por el escritor se estrella contra los pantalones de un joven
que come y conversa con otro.
Putamadre,
quién chucha me ha escupido, se exalta el tipo, pellizcando un
pliegue del pantalón y sacudiéndolo, en un afán mecánico e inútil por ventilar
y desaparecer la mancha.
Bukowski
gira el cuerpo para encarar al joven. Este repara en el gigante que tiene
enfrente, una bestia de casi dos metros de alto con una mirada asesina,
desquiciada. Entonces, su queja se convierte en un murmullo que se apaga por
completo mientras se aleja de la carretilla junto a su amigo.
¿Puedo
pedir más?, me dice Bukowski.
Claro, le
digo.
Pide
dos porciones más y desaparecen al instante.
¿Qué
tal?
De la
putamadre; muy buenos los anticuchos, dice, chupándose los dedos.
Saco
un billete de cincuenta soles y se los extiendo a la dependienta. Quédese
con el vuelto, seño.
Ah,
carajo, exclama Bukowski; o sea que tienes plata. Paga
bien la minería, ¿no?
Hay
que ahorrar siempre, le digo y caminamos hacia Piérola.
Esta
es la callecita donde te encontré, ¿no?, me dice Bukowski.
Sí, es
el jirón Peñaloza.
¿Y
esas chicas?
¿Has
leído mi novela?
Yo no.
Richi Lakra sí. Por ese pendejo llegué a ti.
Me
quedo con más preguntas que respuestas.
Bueno,
entonces sabrás que lo que hay en este jirón son…
¡Mira,
mira, huevón!, me interrumpe, entusiasmado. ¡Qué
tales culos, carajo! Saca una libreta y un bolígrafo del bolsillo de
su guayabera y empieza a tomar notas. De aquí, puede salir un buen
cuento, reflexiona, los ojos yendo y viniendo de los travestis hacia la
minúscula letra que garabatea.
Ya,
huevón, me dice. Ahora es tu oportunidad de
continuar con tu generosidad; invítame un polvo.
Mientras
lo veo devolver la libreta y el bolígrafo al bolsillo, me pregunto cómo sabe y
domina tanta jerga peruana. ¿Por qué habla español? Intento advertirle una vez
más que los culos que está apreciando son de travestis y no de mujeres
propiamente dichas. Cualquiera que haya leído a Bukowski sabrá que le gustaban
las hembras de verdad, y que despreciaba al hombre amanerado, al suave, al
delicado. Bukowski era feo, recio; un lomo plateado de pecho peludo y fisonomía
de leñador.
Pero
ellas no son…
Calla,
huevón. Tengo que probar esos culos. Potos así no eran comunes en los años
cuarenta. La puta que me caché a los dieciocho años era una ballena. Pero mira
a estas putas. Estos sí que son cuerpos.
Bueno,
y ¿a cuál eliges?
A la
tercera, contando desde aquí.
Ha
elegido a mi Jazmín, la mejor trava de la cuadra. Su piel blanca brilla en la
penumbra de esta angosta calle. Su cabello nigérrimo cae en cascada por sobre
uno de sus hombros, dejándose acariciar por la fresca brisa.
Vamos,
entonces.
Cuál “vamos”,
huevón; yo voy solito. Solo dame la plata y ya vengo. Espérame aquí.
Le doy
cincuenta soles. En la billetera, tengo cuatro billetes más de la misma
denominación. Esto te cubre la chica y el hotel, le
digo.
¿Cuánto
es esto en dólares?, me dice, examinando el billete.
Quince,
más o menos.
¿Quince
dólares? ¿Tan baratas son las putas en este lugar? Debí haber nacido aquí,
carajo.
Se
aleja y va hacia Jazmín. Camina como un gorila, medio encorvado, balanceándose
de un lado para el otro. Lo veo hablar con Jazmín. Ella se descubre los senos y
Bukowski los toca y se los besa. Las tetas vuelven a cubrirse y el escritor y
la trava ingresan al Malka Masi. Aguardo en mi ubicación. Estoy seguro de que
no transcurrirá mucho tiempo para que el escritor se dé cuenta de que se está
yendo a la cama con un hombre siliconeado.
Van ya
treinta minutos y Bukowski no ha salido del hotel como me había imaginado:
agarrando a patadas a Jazmín por el engaño. Hace un poco de frío. Me fijo en la
hora del celular. Es algo tarde. Dudo que encontremos a los Poetas del Asfalto.
Pero si tenemos suerte, los hallaremos sentados en alguna de las veredas de la
cuadra dos del jirón Quilca, escanciando el contenido de un botellón de trago
barato.
Unos
minutos más tarde, aparece Bukowski. Bajo el umbral del Malka Masi, les da una
palmada a sus pantalones caqui; inveterada manía de viejo por mantener el buen
aspecto de la indumentaria. Mira hacia donde estoy, me reconoce, y se acerca.
Vamos,
chibolo; ahora sí estoy listo para sacarle la mierda a Richi Lakra.
Caminamos
por Piérola. Este gorila alto y blanco que va a mi lado es un imán que atrae
las miradas de la poca gente que deambula por el Centro.
¿No
tienes un pucho?
No, le
digo, pero ahorita te compro una cajetilla.
Hay
una tienda justo en la esquina de Piérola con Tacna. ¿Qué marca te
gusta?
Mangalore, me
dice.
No
existe esa marca aquí en Perú, le digo.
Entonces
cualquiera, pero que sea fuerte, muy fuerte.
Entro
al local y compro los cigarros más fuertes que encuentro. Supongo que el tío no
lleva consigo un encendedor, así que también compro uno.
Cuando
salgo, lo veo conversando con un loco. Me ve y termina su charla. Le da unas
palmadas al loco y se me acerca.
¿Y?
Compré
estos.
¿A
ver? Abre
la cajetilla y saca un cigarro. Se da cuenta de que no tiene con qué prenderlo,
así que me anticipo y le muestro el encendedor. Me agradece con la mirada.
Acerca la llama a la punta del pucho. Entonces, veo un pelo colgando cerca de
su boca. No es un pelo rubio. O sea, no es de él. Tampoco es un pelo; es un
pendejo, un vello púbico. Y es negro.
Prefiero
no decirle nada. El pelo se desprenderá en algún momento; quizá cuando le esté
sacando la mierda a Richi Lakra.
***
Richi
Lakra, las manos hundidas en los bolsillos de su rotoso pantalón, le da vueltas
a la Plaza San Martín, considerando la cada vez más acuciante idea de quitarse
la vida ese mismo día.
Nació
en Lima en 1958. Lo bautizaron como Ricardo Vega. Es comunista a ultranza. No
se sabe mucho de sus primeros años; solo que estudió en el Guadalupe, donde
organizó una revuelta que terminó con el maestro de Economía acuchillado en la
ingle.
Trabajó
en esto y aquello luego de terminada la escuela. Un tío le consiguió un puesto
de vigilante en las oficinas de una minera en Lima. Cuando la mayoría de
peruanos se moría de hambre en los últimos años de la década de 1980, Ricardo
vivía con relativa comodidad gracias a los ingresos constantes y siempre
puntuales de la mina.
A
pesar de su dejadez, dirían algunos, la única actividad a la que siempre le
tuvo cariño fue a la lectura. Leía cuando y cuanto podía. Prefería la
literatura de Kafka. Hasta que conoció la de Bukowski. Entonces, empezó a
considerar el hecho de abandonar su trabajo y zambullirse en la escritura. Sus
primeros intentos literarios se refugiaron en los tachos de basura de la
oficina de la mina. Los ahorros que se acumulaban debajo de su colchón lo iban
armando de la seguridad que necesitaba para dejar de una vez por todas el
empleo minero y dedicarse de lleno a su nuevo oficio.
En uno
de sus vagabundeos por el Centro, descubrió el embrión de la escena rockera
subterránea limeña; la escena “jándegraun”, como suele referirse a ella. Fue
parte pivotante de esa escena, diríase que casi la fundó. De todas las bandas
que berreaban semana tras semana en conciertos que eran poco menos que
clandestinos, una lo impresionó. Se hizo amigo de los integrantes, muchachos a
los que les llevaba en edad quince o veinte años.
Luego
de varios ensayos, terminó su primer poema. Se lo mostró y regaló al líder de
la banda, quien no dudó en musicalizarlo, convirtiéndolo en otro éxito del
circuito rockero “jándegraun”. Así, Ricardo sintió recompensado su numen
poético y consideró que aún podía ofrecer más. Ese poema era la potencial
semilla de un frondoso árbol lírico. Conmovido por el ímpetu de sus jóvenes
ídolos rockeros, decidió producirles un disco; un cassette, para ser más
exactos. La minera lo distraía de su pasión por la poesía y de su nueva
actividad como productor musical. Cierto día, revisó el dinero ahorrado y,
entusiasmado por las perspectivas artísticas que vislumbraba en su futuro y por
los gordos fajos de billetes, renunció a la minera. Todos sus ahorros los
invirtió en la grabación del primer cassette de la banda. Se empleó la última
tecnología del momento. El 8 de agosto de 1990 tres millares de cassettes
aguardaban en las tiendas, listos para ser arramblados por los entusiastas
fanáticos de la escena “jándegraun” limeña.
Lamentablemente,
ese mismo día, el ministro de economía del presidente Alberto Kishimoto anunció
la remoción total del encubrimiento engañoso de precios que el gobierno de Adán
Galván había instaurado para disimular las altas tasas inflacionarias. Ese mes
de agosto, ya con la economía trabajando con cifras reales, se alcanzó una
inflación del 400%. Los cassettes producidos por Ricardo se vendieron muy
nulamente, ya que la prioridad del fanático “jándegraun” era ahora sobrevivir
con las pocas y devaluadas monedas que tenía a su alcance, provenientes en su
mayoría de las propinas paternas o de alguno que otro asalto al monedero de la
mamá. Richi Lakra (apodo que ya se había ganado Ricardo debido a las actitudes
beligerantes que le nacían luego de la ingesta desproporcionada de trago corto)
jamás recuperó un centavo de su inversión. Aunque, huelga decirlo, no se había
embarcado en la producción musical para conseguir ganancias económicas; lo
había hecho por puro amor adolescente al arte.
No
hubo ya tío generoso que lo recolocara en la minera. Volvió a vivir de esto y
aquello, pero siempre involucrado en la escena subterránea de Lima. Abrazó la
ideología comunista y en 1995 fundó el fanzine Poetas del Asfalto, que era un
pastiche fotocopiado que reunía las voces de escritores peruanos no reconocidos
por el oficialismo literario. Sin embargo, el pilar del fanzine, a quien
recurrentemente se le dedicaban poemas, cuentos y ensayos, era el escritor
norteamericano Charles Bukowski.
Activista
político por vocación y deporte, Ricardo lideró y azuzó innumerables protestas
en contra del régimen de Kishimoto. La más fuerte de todas ocurrió cuando el
gobernante decidió abrirles las puertas del Perú a las transnacionales. Se dice
que, al terminar el primer día de manifestación, los esbirros del gobierno
secuestraron a Ricardo para confinarlo en uno de los calabozos del Servicio de
Inteligencia. Allí, lo sometieron a toda clase de torturas, no tanto para que
revelase los nombres de sus colaboradores, pues su activismo era, al fin y al
cabo, inofensivo, sino para que dejase de joder de una buena vez por todas. Se
cuenta que le sancocharon las muñecas con sendos cables eléctricos. De ahí que
Richi, en esas partes de su cuerpo, siempre use bandas oscuras (con logotipos
de bandas punk, por supuesto) para velarle al mundo la resaca de esos
tormentos. Los más chismosos y pérfidos aseguran que los matones de Kishimoto
le insertaron al poeta asfáltico un palo de escoba por el culo; adobando previamente
el objeto (alguna piedad se mostró) con jabón de glicerina. Los esbirros sí que
sabían lo que hacían: nadie que desease mantener cierto decoro varonil iba a
confesar que le afrentaron el culo de semejante manera. Como digo, nadie sabe
muy bien si todo ello ocurrió o fue una historia creada sobre la base de
rumores maledicentes. Hay quienes dicen que Ricardo lo cuenta todo cuando está
extremadamente borracho, luego de haber desatado su vesánico comportamiento y
justo antes de enmudecer; porque sí, cuando Ricardo llega a la cima de su
borrachera, no duerme ni pierde el control, pero enmudece; por más esfuerzo que
se haga, sus labios permanecen sellados.
***
Ricardo
se enamoró y se casó. Tuvo dos hijas. A una la llamo Marina Louise (como la
hija de Bukowski) y a la otra Barfly (en español: “borracho”), que fue el
nombre de la única película que Bukowski escribió y llegó a ver. La esposa, al
principio enamorada, le toleró estas extravagancias. Luego, el prístino cariño
se tornó en severo trato al ver que su marido le ponía escaso interés a
conseguir el diario sustento, y perdía el tiempo (diríase que con arrobamiento)
armando y publicando sus fanzines.
Los
años transcurrieron y Ricardo no volvió a ver la cantidad de dinero que manejó
cuando trabajaba para la minera. Pero llegó a componer, eso sí, veinte poemas
crudos y contestatarios, escritos íntegramente en verso asonantado, en
cuartetas endecasílabas y, a veces, octosílabas. Consideró publicarlos en un
próximo número del fanzine. Mientras tanto, los guardó en una caja de zapatos.
Ricardo,
junto a su esposa y sus hijas, vivía en la casa de sus suegros en el peligroso cerro
El Pino. La generosidad de sus padres políticos se tradujo en un cuartito de
franciscanas dimensiones. Richi no pretendía mudarse a otro lugar, pues ello
hubiera demando cantidades de dinero que no estaba dispuesto a conseguir si
para ello debía tronchar el tiempo que le dedicaba a sus empeños literarios,
esfuerzos que, muchas veces, lo mantuvieron alejado de casa. Richi podía perderse
una semana entera sin que su familia supiera algo de su paradero. Esto ocurría,
generalmente, cuando Richi presentaba un nuevo fanzine. Organizaba el evento en
algún bar del Centro de Lima, y las celebraciones se prolongaban por días. En
una de esas desapariciones, la mujer de Richi se topó con un fuerte olor que
empezaba a apoderarse del cuartito donde vivían. Esforzando el olfato, dio con
la fuente de la pestilencia: la caja de zapatos de los poemas de Ricardo. Abrió
la caja y halló el cadáver de una rata adolescente encima de los poemas. Los
papeles estaban mordisqueados; los poemas de Richi atraían a las ratas. La
mujer no lo dudo un segundo e incineró al roedor y a los poemas. Hasta ahí
llegaría la carrera literaria de Richi en cuanto a la producción y difusión de
su propia literatura. No volvería a escribir un poema más. Sabía que no podría
rehacer, ni mucho menos superar, los veinte poemazos que le nacieron en el
transcurso de años de pobreza económica y algarabía cultural.
Mi
marido es un niño, solía quejarse la mujer de Richi. Se
la pasa hablando de tonteras: literatura, poemas, novelas, pero cuando le pido
para el diario apenas y me da cinco soles.
Harta
de las tonterías y de las largas ausencias que se permitía luego de publicado
un nuevo número del fanzine, lo echó a la calle. Ricardo buscó refugio en casas
de amigos, quienes lo toleraron un día, máximo dos. Tras unos meses de
vagabundeo, regresó al hogar con la anuencia de su mujer. Fue enviado a otra
habitación, más pequeña todavía, usada para arrumbar cachivaches.
Pero
el largo éxodo no melló la magnitud de las aficiones de Ricardo; continuó
trabajando en actividades muy efímeras y mal pagadas, y volvió a ausentarse de
la casa siempre que se presentaba otra entrega del fanzine Poetas del Asfalto.
Finalmente, la mujer perdió todo interés en Ricardo. Que haga lo que
quiera ese viejo, les explicaba a sus padres, señores muy ancianos y
trabajadores.
***
A
Richi Lakra le sacaron la mierda un montón de veces, incluso gente de su
círculo más íntimo. Le pegó Cachuca, un famoso cantante de rock popular. Le
rompió los lentes el “Chino” Barzola, fotógrafo independiente y colaborador
intermitente del fanzine Poetas del Asfalto. Le reventó una botella de cerveza
en la cabeza el poeta Domingo de Ramos, quien no le toleró un insulto de grueso
empaque.
***
Poetas
del Asfalto ahora es Richi Lakra. Sus prístinos colaboradores lo fueron
abandonando paulatinamente debido a su carácter intransigente. Ricardo les
exigía, como si les pagase o estuviesen obligados a ello, artículos y ensayos,
cuentos o poemas que compusieran un número más del fanzine. Ricardo no aceptaba
un “no” por respuesta y jodía y jodía y jodía a los colaboradores hasta que le
presentaban, ya de muy mala gana, el encargo literario.
De
Poetas del Asfalto nacieron otros grupúsculos, con ninguna o escasa influencia
o difusión en la gran literatura. Como no podían ser masivos, se ufanaban de
que fueran casi clandestinos. Uno de los grupúsculos nacidos de miembros
disidentes de Poetas del Asfalto se llamó Poesía Liberada, cuyo líder era el
talentoso escritor y poeta Francisco Viale. Pancho, como también es conocido,
tiene publicados dos poemarios y cuatro novelas. Viale es un activo promotor
cultural; organiza diversas ferias literarias, convocando a libreros y autores
para que expongan sus obras al público.
Viale
fue miembro de Poetas del Asfalto. Cuando se unió al fanzine, ya tenía dos
novelas y un poemario publicados. Las dos novelas eran de muy buena factura y
relataban sus peripecias por Europa y los Estados Unidos, donde había vivido y
trabajado de lo que pudo. La pelea con Richi ocurrió aquella vez en que,
reunidos en la Plaza Francia, bastante alicorados con ron de tres soles, Viale
comenzó a contar algunas anécdotas sobre su estada en Van Nuys, California. Sin
comerlo ni beberlo, mientras relataba la tercera anécdota de la noche, Richi
Lakra lo bañó con el resto de trago que quedaba en el botellón. Putamadre,
dijo un Richi enfurecido, te la pasas hablando en contra de los Estados
Unidos y el capitalismo, pero cuando estamos con la gente del fanzine no paras
de contar tus estúpidas historias sobre los gringos. Bien que te gustaría ser
uno de ellos y tener harto billete, maricón. Esas palabras sentenciaron la
amistad entre Viale y Lakra. Viale no pudo pegarle en respuesta a la afrenta
porque fue sujetado por las tres o cuatro personas que los acompañaban. Algún
día te voy a agarrar, viejo maricón, amenazó Viale. Richi abandonó la plaza
dando tumbos y hablando solo.
***
Ahora,
Pancho Viale da un discurso frente a un grupo de veinte personas congregadas
como parte de una de las jornadas de la feria libresca que él ha organizado. Es
una feria de apenas cuatro o cinco stands que parecen haber sobrevivido a un
bombardeo. Se respira en el aire un poderoso sentimiento anticapitalista.
Coincidentemente, es 16 de agosto, día en que nació Charles Bukowski, símbolo y
tótem de los Poetas del Asfalto. Pero, para el grupo de Viale, Poesía Liberada,
Bukowski no es más que un escritor chillón y problemático, a quien han
manoseado demasiado y, sobre todo, quien le recuerda a Richi Lakra, ese
viejo espeso conchasumadre.
El
título del discurso de Viale es “Artista peruano, ¿y dónde está el apoyo del
Estado?”
***
Richi
ha tenido un último pleito con su señora. Está harta del ocio creativo de su
marido. No tolera su presencia un segundo más. Le produce escozor. Va a la
cocina, toma un palo de escoba y arremete contra la frágil humanidad de su
esposo. Este no tiene tiempo de hacer maletas (tampoco posee alguna) y huye
despavorido y adolorido. Todo el día con tu Bukowski, con tu Poetas del
Asfalto; ya me tienes harta, dicen los vecinos que ha vociferado la
doña.
Y así
hallamos a Richi, dándole vueltas a la Plaza San Martín, solo, decidido a
quitarse la vida porque, sí pues, ni su literatura ni sus esfuerzos por
difundir la literatura de otros han logrado las cotas que alguna vez anheló.
Recuerda,
de pronto, al tipo que propició el derrumbe de los Poetas del Asfalto, el
escritor y poeta Pancho Viale. Recuerda también que ese día que lo tiene
atribulado, 16 de agosto, nació Bukowski, su ídolo. También recuerda que, según
lo que vio en redes sociales, Viale se mandaría con un discurso sobre el
artista y el apoyo que recibe del gobierno, como uno de los actos programados de
la feria literaria y contestataria que ha organizado: La Feria de Poesía
Liberada. Ricardo se estimula a sí propio. Ya mucho he
vivido, piensa. Recuerda que, para el número cien del fanzine, había
prometido quitarse la vida, prenderse fuego en un último acto reivindicatorio y
poético. Pero, arrugador como él solo, desistió de aquella intentona. Richi
piensa: si me voy de este mundo, no lo haré solo. Me voy a prender
fuego junto a Pancho Viale. Entonces, deja de darle vueltas a la Plaza San
Martín y se enrumba a la cuadra dos del jirón Trujillo, en el Rímac, lugar
donde Viale siempre organiza sus ferias contraculturales.
Antes
de prendernos fuego, piensa Ricardo en voz alta, voy a
desenmascararlo. ¿Por qué se separó de Poetas del Asfalto para formar su grupúsculo
de mierda? ¿Que no era la consigna de ser “subte” permanecer unidos, en un solo
grupo hasta el final? ¿Por qué crear otro grupo, carajo? Todo esto alguna vez
se lo vomitó a Viale, cuando se encontraron en un bar de la ciudad. No duda de
que se lo volverá a decir ahora que se lo encuentre en su puto evento.
***
El
gobierno no le presta atención al artista peruano. Miren nuestra feria. ¿Acaso
ven stands bonitos y lujosos? No. Estos stands hechos con puro triplay y cartón
representan nuestro esfuerzo. Nosotros mismos nos hemos encargado de levantar
esto. Sí, no serán doscientos stands como en las ferias mafiosas organizadas
por el gobierno, pero hemos hecho lo que ha estado a nuestro alcance, sin
ningún tipo de financiamiento.
Así
es, gente de Poesía Liberada, esta es la triste realidad; el gobierno nunca se
acuerda del artista. No nos da un centavo, una pensión. Estamos a la deriva.
¿El
gobierno te obligó a que seas artista?, interrumpe Richi Lakra el
discurso del líder de Poesía Liberada, el infravalorado poeta y prosador Pancho
Viale.
¿Qué
dices, viejo pajero?, retruca retóricamente el poeta, porque bien
que ha escuchado lo que le ha lanzado el sexagenario.
Nadie
te ha obligado a ser artista, repite Richi, acercándose al
improvisado estrado.
Oe,
fuera de acá, viejo de mierda, no queremos problemas con borrachos.
No
estoy borracho.
Se
nota de lejos que estás hasta las huevas, viejo de mierda. Además, ¿cuándo no
has estado borracho tú, oe, viejo cojudo?
¿Cojudo?
Cojudo estás tú para renegar del gobierno y luego pedirle plata como limosnero.
Si quieres plata, ponte a trabajar, carajo.
Oe,
Richi, ¿tú vienes a hablar de trabajo? ¿Cuándo has trabajado tú, oe, viejo
lamehuevos?
Yo he
trabajado en una minera, conchatumadre.
Yi hi
tribijidi in ini miniri, ini miniri, viejo huevón, siempre dices la misma
huevada. Esa fue la única chamba que tuviste en tu vida y que mandaste a la
mierda para dedicarte a huevear con tu fanzine, viejo cojudo.
Sí, y
me arrepiento de haber dejado esa chamba. Un escritor que se compromete con su
realidad y escribe, al mismo tiempo debe buscar, como todo el mundo, las
diversas maneras de ganarse la vida y no estar limosneándole al gobierno un
bono. Esa lucha por sobrevivir le dará verdad a su escritura. Estás haciéndoles
un mal a estos muchachos al hacerles creer que uno solo debe dedicarse a
escribir. El problema con eso es que luego resulta que no son ni la mitad de
buenos y terminan volviéndose unos resentidos contra cualquier gobierno y
contra la sociedad.
Oe,
¿qué te pasa, viejo flete? ¿por qué hablas así? Tú has sido siempre el primer
limosnero de todos pidiendo bolo y bolo y la putamadre.
Por
eso te fuiste de Poetas del Asfalto, dice Richi Lakra.
Yo
fundé Poesía Liberada y me fui de tu fanzine de mierda porque ustedes paraban
borrachos todo el tiempo; le daban mal aspecto a la Literatura.
Tú te
fuiste de Poetas del Asfalto porque eres un cabro, porque no eres compatible
con el logo de nuestro fanzine: la rata callejera, la rata de alcantarilla.
¿Qué
tiene que ver eso, oe, viejo sopero?
¿Qué
tiene que ver? Tiene todo que ver. Una rata lucha contra las adversidades del
submundo, vive entre la mierda y se reproduce, y sus hijos y los hijos de sus
hijos crecen fuertes, saludables, sin ninguna enfermedad. Son autosuficientes y
jamás piden, nunca limosnean. Ellas mismas se procuran como chucha sea el
alimento vital.
Fuera,
mugriento. Tú también pides para tu huevada de fanzine.
Sí,
pero yo solicito colaboración entre la gente que de uno u otro modo simpatiza
con nuestro empeño. Nunca nos quejamos ante el gobierno y jamás hemos dado
charlas, como la que estás dando ahora, reclamando al gobierno, al puto
gobierno, una limosna. El gobierno no tiene por qué darnos un centavo. El hecho
de que alguien escriba poesías es su propia responsabilidad, es su decisión. La
señora que prepara la cazuela o el obrero que se saca la mierda en las fábricas
no te ha dicho que te conviertas en poeta, vago de mierda.
¿Entonces,
Vallejo fue un vago?
Sí,
pero un vago que sí tuvo talento y, a pesar de tenerlo y de escribir y publicar
la más alta poesía, no se detuvo a limosnearle nada al Estado. Muchachos,
dice Richi, dirigiéndose al escaso público reunido esa fría noche, si
van a ser poetas, y quieren vivir de eso, más les vale que sean extremadamente
buenos. Ahora, eso no les asegurará el éxito económico, pero sí que sus poesías
las lean las generaciones venideras. A la Literatura hay que entregarse sin
condiciones, no como lo hace este gran puta que les está metiendo ideas cojudas
e indignas en la cabeza.
Calla,
viejo puto. Te voy a sacar la mierda.
Richi
Lakra sube al tabladillo y, desde un extremo, continúa hablándole a la
juventud.
Si no
quieren morirse de hambre, pues trabajen, vayan a la universidad, a un
instituto, o sean obreros, pero trabajen. La poesía, por más buena que sea, no
les va a dar dinero. Uno en un millón vive de la poesía. No esperen ser ese
uno. Además, una vida de trabajo les va a asegurar esa mierdita y ese fastidio
necesarios para que sus poemas goteen vida, mugre, lágrimas y espíritu, no como
lo que escribe este maricón.
El
poeta Viale se abalanza sobre Richi. Cuando está a medio metro, le lanza un
derechazo que lo expulsa del escenario. Ricardo cae de culo sobre el terral y
rueda un par de veces. Su delgada figura yace inmóvil sobre la oscura tierra.
Ya
déjalo, Pancho, dicen algunos. Ese viejo ya no se
levanta ni cagando.
Pero
se levanta, o intenta hacerlo. A pesar de la penumbra, el magro público es
testigo de cómo los endebles brazos de Ricardo se apoyan en la tierra y le
sirven de soporte para remover el resto de su cuerpo.
Limosnero, le
dice pesadamente don Richi Lakra a su agresor, mientras acopia fuerzas para
levantarse. Deja de contagiarle tu ideología pordiosera a la juventud.
Los escritores somos ratas de alcantarilla; no necesitamos de ayudas del
gobierno.
Pancho,
la mirada determinada, marcial, baja del tabladillo y se acerca al anciano. Una
vez delante del cuerpo que lucha por incorporarse, le lanza una patada al
pecho. Las costillas del viejo se quiebran y profiere un ronco quejido de
agonía.
Lo
mataste, Pancho, dicen algunos.
No,
nada,
minimiza el poeta; este huevón es un actorazo. Más tarde, con un poco
de ron, se le pasa.
***
Y el
evento continúa. Francisco Viale y el ralo auditorio hacen de cuenta que Richi
nunca les habló. Viale persiste en proclamar ideas que, en un futuro, si
alguien las escucha, recoge e implementa, asegurarán que todo aquel que se
dedique a confeccionar poesías, novelas o ensayos recibirá del gobierno un pago
vitalicio.
¿Y si
todo el Perú se dedica a escribir?, pregunta alguien.
No,
pues,
dice Pancho con benevolencia, como quien le corrige a un niño que dos más dos
no es tres sino cuatro; el gobierno solo les pagará a los mejores.
Siempre habrá trabajos que se destacarán.
¿Y
quién dirá qué trabajo es bueno y qué trabajo no?,
vuelve a preguntar el mismo curioso.
Bueno,
supongo que se tendría que hacer una junta calificadora para valorar todos los
trabajos, digo yo.
¿Y
quién elegiría a los integrantes de esa junta?,
insiste el preguntón.
Pues
el gobierno, dice Viale, como señalando una obviedad.
¿Y
cómo va a saber el gobierno a quién elegir?, porfía el
impertinente.
Porque
tiene especialistas, pes, huevón, se exalta Pancho.
¿Y no
crees que el mejor especialista para juzgar la calidad de lo que se publica es
la propia gente? ¿No crees que el libre mercado es la solución justa y natural?,
contrapone el anónimo impugnante.
Capitalista
de mierda, vete de esta feria. Acá no son bienvenidos los hijos de puta que
creen que el único modo de salir de la pobreza es juntando un capital y
montando un negocio. Acá todos creemos firmemente que debemos quitarles a los
ricos para distribuirlo entre nosotros, los pobres, y que nadie sea dueño de
nada. ¡Abajo la propiedad privada!
¿Cuántos
libros has escrito?, pregunta impasiblemente el objetante.
Muchos, dice
Pancho, cortante como cuchillo de carnicero.
Si la
propiedad privada no existiese, como proclamas, supongo que estarías dispuesto
a quitar tu nombre de esos libros que has escrito y distribuir el dinero de tus
ventas entre los que estamos acá, ¿no?
No,
pues, eso es diferente, aclara Viale.
No es
diferente, haragán. Quieres vivir a costillas de alguien, del rico, del
gobierno, de quien chucha sea. Enséñale a la gente a trabajar, carajo. Y si
quieren escribir, pues que hallen el espacio para hacerlo. Si alguien tiene
talento, créeme que escribirá de todas maneras.
¿Quién
mierda eres, carajo?, exige Pancho.
Yo,
Charles Bukowski, dice el replicante, quien abandona la
penumbra que lo anonimaba para situarse bajo el chorro de luz de un enclenque
poste de alumbrado público.
¿Bukowski?
Claro,
pe, huevón, soy yo. Vine siguiendo a Richi Lakra para sacarle la mierda, pero
veo que quien necesita una buena removida de cerebro eres tú, cojudo. Además,
ya te descontaste al viejo Lakra. Así que no queda más que sacarte la rechucha
a ti.
¿Bukowski?, se
burla Pancho. Otro huevón que se cree Bukowski. Otro Bukowskito. Seguro
también eres perro faldero de estos borrachos de los Poetas del Asfalto, ¿no?
Ven
para sacarte la mierda, comunista gran puta, desafía Bukowski.
Pancho
acoge el reto y va hacia el tipo que proclama ser Bukowski; va a derribarle los
dientes con un par de certeros puñetazos.
***
Bukowski
no se mueve. Apenas ha colocado los puños entre su rostro y el de su
contrincante, moviéndolos en estudiados bamboleos. Se conoce que Bukowski fue
un gran pugilista durante sus años mozos.
Viale,
a quien conocí en un concierto clandestino en el Centro de Lima, siempre
revoltoso y altanero con quienes despreciaba, se cuadra delante de Bukowski sin
mostrarle respeto alguno. Estoy seguro de que no cree que es Bukowski el tipo
que tiene enfrente, principalmente porque no habla inglés, sino puro peruano,
como si hubiese nacido en el mismísimo distrito del Rímac.
Pendejo,
ya te reconocí, dice Viale. Las figuras de los pugilistas se
ponderan bajo el cono de luz amarillenta del enclenque poste público. Tú
eres el imbécil que escribió sobre los travestis de Zepita. Hijo de puta, ¿no
te da vergüenza estar proclamando tu novela por aquí y por allá como si fuera
la mejor cagada? No es la mejor cagada; es una cagada, no más, una mierda.
No
entiendo por qué el cojudo de Viale confunde a Bukowski conmigo. Yo estoy
espectando el conato de pelea. Quizá me ha visto entre los mirones que hacemos
círculo en torno a ellos, pero afirmar que Bukowski escribió mi novela me
parece una incoherencia mayúscula.
Yo sí
te he leído; bueno, te he hojeado y, lo poco que he visto, me ha gustado.
Escribes de la putamadre. Tienes un ingenio particular para jugar con las palabras, dice
Bukowski, y me sorprendo: ¡Bukowski leyendo a Viale!
Viale
no se conmueve en absoluto con lo revelado y le lanza un puñete a Bukowski.
Este lo esquiva y responde con otro, pero sin suerte. Viale, que no solo es
criollo con las letras sino también con la mechadera, lo desarma con dos combos
furibundos: uno en el estómago, que dobla a su oponente, y otro en la cara, que
lo tumba al suelo.
Comunista
de mierda; acomplejado, dice Bukowski, tirado sobre el terral.
Es raro, pero siento que los golpes que ha recibido me duelen tanto o más que a
él. Viale, fiel a su estilo, se dispone a darle la patada ultimadora, esa que
se clavará entre las costillas del escritor americano. Y lo hace. Bukowski
queda yerto.
¿Te
crees Bukowski, no, huevón?, le escupe Viale al maestro. Ahí
está tu Richi Lakra, tu más ardido admirador. A ver si luego se recuperan con
un par de tragos y van a cacharse cabros a Zepita, mariconazos.
No me
atrevo a intervenir y me retiro discretamente del lugar, sin que Viale ni nadie
me note.
***
En el
chat de Facebook:
Fernando
Laguna (dibujante y exjefe de arte abstracto del fanzine Poetas de
Asfalto): ¿Alguien grabó la pelea de Viale con el pata que escribió el
libro de los cabros? “El solitario de Zepita” creo que se llama el libro.
Jorge “Camote”
Bazo (editor de la revista Rock Subterráneo Perú y ex articulista del fanzine
Poetas del Asfalto): Puta, no sé. Yo estuve ahí y me gané con todo,
pero mi celular estaba sin batería. De repente por ahí alguien grabó la pelea.
Y Viale no solo le sacó la mierda al huevón ese, ah; primero se tumbó al pobre
Richi.
FL: Putamadre,
y el viejito Richi ya está para jugar con los nietos; no para que le anden
sacando la mierda.
JB: Sí,
pues, pero se ganó los golpes. Le dijo cosas bien faltosas a Viale. Además, no
es que le haya sacado la mierda; apenas le metió un par de puñetes suaves, no
más. A estas alturas, no hace falta mucho para derribarse al viejito Lakra.
Igual, cuando terminaron las peleas, me lo llevé a Richi a que se recupere. Lo
llevamos con otro amigo más para que tome aire en la Plaza Francia, le
compramos alguito para que pique y le pagamos el taxi a su cerro. Ojalá haya
llegado bien.
FL: ¿Y
qué fue del huevón de Zepita?
JB: No
sé. Se quedó ahí tirado en la tierra. Puta, no lo conozco a ese patita, sino
también le hubiera ayudado. Pero también le dijo cosas bien gruesas a Viale y,
lo más gracioso o lamentable, no sé, es que llegó creyéndose Bukowski.
Totalmente alucinante la huevada. Nos insultó a todos el huevón ese. Nos llamó
comunistas, haraganes, huevadas así.
FL: Ese
pata siempre me pareció correcto. Una vez incluso fue a la presentación de una
colección de historietas que hicimos para El Comercio en la Casa de la
Literatura. Me compró un ejemplar. Bueno, una lástima; habrá estado borracho
seguro.
JB: Seguro;
borracho y drogado.