A poem is a mirror walking down a strange street.
Lawrence Ferlinghetti – The Street’s kiss
Cuando
le pongo los lentes a mi perro, éste empieza a hablar. Casi me caigo de la
silla cuando dice: Vamos a la calle.
Mi
cadena está colgada en el perchero de tu cuarto. Apúrate,
continúa, mientras yo sigo atónito, incapaz de mover un dedo.
Claro,
respondo maquinalmente. Ya la traigo, le digo, pero permanezco sentado
en mi silla, paralizado por la sorpresa.
Entonces,
¿por qué no te apuras en traerla?, me desahueva.
Porque
estás hablándome. Los perros no hablan.
El
perro, sentado en el suelo, a mis pies, no desentraña el misterio, sino que me
lanza un dato importante: En el parque, está la tetona con la que te has
hecho varias pajas. Es tu oportunidad de hablarle. Yo te voy a ayudar. Apúrate,
trae mi cadena.
Quiebro
mi estupefacción y miro por la ventana. Así es, ahí está la chica de tetas
grandes. ¿Pero cómo sabía el perro que ella estaba en el parque? Se lo
pregunto.
¿Te
acuerdas que veíamos Daredevil?
Claro, le
respondo.
Haz de
cuenta que tengo las mismas habilidades súper desarrolladas de Matt Murdock.
Los perros somos como Matt. Tenemos los sentidos del olfato y la audición muy
agudizados. Puedo reconocer olores a grandes distancias. Puedo escuchar la
caída de una aguja de aquí a tres cuadras. Por el sonido de las pisadas, sé qué
persona se aproxima. Me conozco el sonido de las pisadas de tu tetona. No solo
eso, puedo oler que está en celo. Sus feromonas piden pinga a gritos. Los
perros somos cosa seria, huevón.
Aclarado
el asunto, había que apurarse. Voy por la cadena y regreso a la sala.
Pónmela
con cuidado. Siempre que lo haces me jalas los pelos del cuello. No sabes cómo
me duele esa huevada.
***
Disimuladamente,
ponte a tres metros detrás de ella, me dice el perro, ya en el
parque.
¿Detrás
de ella?, pregunto ingenuamente.
Claro,
pues, detrás de ella, si no, cómo pretendes hablarle, ¿a gritos?
Tal
cual me lo ha indicado, y cargándolo, nos acercamos a ella por detrás. El perro
acerca su hocico a mi oído, me dice que lo ponga en el suelo y que suelte la
cadena. ¿Que suelte la cadena?, le preguntan mis ojos. Tú solo hazlo,
huevón, me responde, siempre en susurros. Vas a ver que en un minuto
ella misma te habrá invitado a salir.
¿En
serio? No puedo creer lo que oigo. Hago como me dice. Lo bajo y suelto su
cadena. El perro corre hacia la tetona, se ubica delante de ella, le obstruye
el paso, la mira, se para en dos patitas.
Qué
lindo, exclama la chica. El perro que ella tiene de una cadena
se acerca al mío, pero el mío no se inmuta; se mantiene erguido. Qué
precioso, vuelve a exclamar la chica. Uy, parece que quiere que lo
cargue. Qué ternurita. El perro vuelve a ponerse en cuatro patas y regresa
conmigo. La chica vuelve el cuerpo para seguir el recorrido de mi perro y,
según creo que ha sido el plan, me descubre ahí detrás, con cara de sonso.
Hola,
¿es tu perrito?, me dice.
Hola.
Sí, es mío.
Es un
shih tzu, ¿no?
Sí.
Está
precioso. Qué curiosos sus lentes. Y qué lindo que se pare en dos patitas. ¿Tú
le enseñaste eso?
No,
nada. Lo hace cuando quiere que lo carguen», se me ocurre.
Tu perrito es un…
Un
schnauzer. Y no es perrito; es perrita.
La
tetona siente un tirón en la cadena de su perra. Se fija en lo que ocurre y
vemos los dos cómo Kukín, mi perro, se monta a la schnauzer. La tiene bien
clavada. Kukín es una máquina de bombeo.
No, no,
perro cochino, no hagas eso. Fuera, fuera, vete,
ordena la tetona, pero Kukín la desoye y continúa en su afán.
Reacciono
y reconvengo al perro. Mis reclamos se los lleva el viento. Lo tomo del lomo e
intento separarlos. La fuerza que se opone es más potente que la que yo ejerzo.
El pene de Kukín está hinchado y bien atascado en la vagina de la perra.
¿Ya la
penetró?, pregunta la chica.
Parece
que sí, le digo. Discúlpame.
¿Cuál
discúlpame? Haz algo. Sepáralos. Mi perrita es de raza. Ella tiene novio. Otro
schnauzer como ella. Sepáralos. No quiero que tenga perritos chuscos.
Kukín
continúa bombeando a la schnauzer. Tiene la lengua afuera y, por la expresión
tremendista en sus ojos, está a punto de eyacularle el semen. Cuando termina,
ante la impasibilidad de la tetona, mi perro se echa sobre el suelo y queda
como desmayado.
A la
próxima ten más cuidado con tu perro. Ojalá que no haya preñado a mi bebé, dice
mientras carga a su perrita. No se digna a mirarme y se va.
Oye, le
digo al perro, se suponía que ibas a ayudarme con la tetona, no que la ibas
a espantar. Qué vergüenza. De haber sabido lo que ibas a hacer, no te soltaba.
Oye, le
repito. Le doy un sacudón. Parece muerto.
Déjame
descansar, pues, dice Kukín, tras unos segundos de
reanimación. Si pudiera fumar, te mandaría a la tienda por unos puchos. Qué
rica culeada le metí a esa perrita, compañero.
Oye,
dijiste que me ayudarías a hablarle a la tetona.
Ya,
pues, ¿y acaso no le has hablado?
Pendejo.
Tú sabes a qué me refiero.
Bueno,
solo diré en mi defensa que ya no soportaba tirarme al cojín ese que me
compraste. Necesitaba una hembra de verdad. Lamento haberte utilizado, pero si
no te mentía, seguro no me sacabas al parque. Tenía que motivarte un poco.
Aunque ahora que lo pienso bien, tú también debes de estar necesitado, ¿no? Sé
que te corres la paja unas tres veces al día.
No me
queda alternativa. Desde que te compré, hace dos años, no tengo flaca.
Justamente, por eso te compré, para que me ayudaras a conseguir mujer.
Yo
pensé que para acompañarte.
También,
pero era más para que me ayudes a conseguir una flaca.
Pero
hemos salido muchas veces al parque, a este y a otros. Y recuerdo que varias
chicas se nos acercaban, hasta ellas mismas te iniciaban la conversación, pero
tú nada. Te faltan huevos, estimado.
Y hoy
sí que me ayudaste, digo con ironía.
Claro.
Te hice hablar. Ya dependía de ti, de tu tacto, de tu habilidad, para que
cambiaras el rumbo de las cosas.
Lo
tomo en brazos y le doy un beso en la cabeza; después de todo, es un perrito
adorable, idéntico a un peluchito.
Vamos
al centro comercial, me dice de pronto, quizá conmovido por mi
desinteresada muestra de afecto.
¿Ahorita?, me
sorprendo.
Claro,
pues. Ahora sí te prometo que te ligas a una flaca. Pero intentemos con chicas
que no tengan perras; puede que me vuelva a desconocer y me las clave.
***
Son
las cuatro de la tarde y la mayoría de las bancas del patio del centro
comercial están ya ocupadas por gente que lee.
Mira a
esa chica, me dice el perro. Está como te gustan; carnosas y
blanquitas. Vamos.
Caminamos.
Cuando estés a un par de metros, me sueltas la cadena. Yo haré el trabajo
sucio.
Hago
tal cual me ha dicho; suelto la cadena. Kukín acelera el trote y, a medio metro
antes del objetivo, se mete un salto aerodinámico y tumba con el hocico el
libro que la chica tiene en las manos. El libro cae al suelo. El perro, ya en
tierra firme, me mira como diciéndome “levanta el libro, pues, huevón”.
Entiendo
el mensaje y me apuro en recoger el libro que termino entregando a la chica.
Gracias, me
dice.
Por
favor, disculpa a mi perrito, le digo. La chica me gusta
muchísimo. Es mi tipo de mujer.
No hay
problema, dice ella.
Me he
fijado en el título del libro y resulta que es una obra que ya he leído. Le
expreso, entonces, como para propiciar una conversación más honda, la bondad de
la trama. ¿En qué parte estás?
En
cuando los novios empiezan a planear la muerte de la mamá de la chica para
quedarse con su plata. Este escritor es maravilloso. No puedo dejar el libro
quieto. Hoy no duermo hasta llegar a la última página.
Me
pasó lo mismo. Esa novela es genial. La leí en un día y medio. Sin dormir nada.
Tenía los ojos reventados. Cuando cerré el libro, dormí un día entero.
¿Sabes?, dice
la chica. La trama de esta novela es tan perfecta que me pregunto si se
puede hacer realidad.
No lo
sé. Habría que tener un montón de suerte para que los hechos que no puedes
controlar ocurran igualitos a los de la trama.
Sí,
puede ser, pero en esta novela, y tú lo sabes, casi todo depende de lo que
hacen los protagonistas. Hay poco espacio para el azar.
Tiene
la mirada ensoñadora. La novela la tiene encandilada.
¿Cómo
te llamas?, le pregunto.
Priscilla, me
dice, sin mirarme, los ojos fijos en algún punto enfrente de ella. ¿Por qué
no hacemos realidad esta novela? Tú ya la has leído y yo la termino hoy. Será
fácil. ¿Me das tu número para llamarte y planificar la historia?
Pero,
¿a quién vamos a matar? ¿A mis papás o a los tuyos? Porque los míos no tienen
plata.
A los
míos,
dice ella. Me tengo que ir. Te llamo. Chau.
***
¿Vas a
matar a alguien?, pregunta el perro, incrédulo.
Claro
que no. Solo le sigo la corriente. Tengo un plan.
¿Cuál?, dice
el perro.
Cuando
me llame, le diré que nos encontremos en un telo para planificar la matanza. Ya
en el cuarto, va a ser pan comido meterle un viajecito. La chica es totalmente
mi tipo, pero está mal de la cabeza. Así que solo le sacaré un viajecito y
después buenas noches los pastores.
¿Me
vas a llevar?
No;
además, no dejan meter animales en los hoteles.
***
Llegamos, le
digo al perro mientras abro la puerta del departamento.
Por
fin, ya me cagaba de hambre. Dame algo de comer, por favor.
Sí, ya
te sirvo tus croquetas.
No, no
quiero esa huevada. Dame comida de verdad, dice el perro.
¿Sabes?
Mejor te quito estos lentes; ya no te soporto hablando.
***
Hola, dice
Priscilla.
Hola.
¿Terminaste la novela?, dice Ernesto.
No
solo eso, dice Priscilla, y le muestra el contenido de su mochila:
la novela, un rollo de cuerda y un par de cuchillos.
¿Vamos
a matar a tu papá, a tu mamá o a los dos?
Mi
mamá es la de la plata y mi papá me llega al pincho. Los mataremos a los dos.
¿Por
qué no te cae tu papá?
Porque
es un vago bueno para nada. Siempre ha sido un vago. Nunca ha tenido el deseo
de mover un puto dedo para tener algo propio. Cuando mi mamá logró la fortuna
que tiene, mi papá exacerbó más su condición de vago. Ya si antes, al menos, se
levantaba del mueble para ir a la cocina por una cerveza, ahora todo lo hace
por él el ejército de empleadas que hay en la casa.
¿Ejército
de empleadas?
Sí.
¿Y
cómo piensas que matemos a tus papás si hay un ejército de empleadas dando
vueltas en tu casa? En la novela, no hay un ejército de empleadas.
No te
preocupes de eso. Cuando lleguemos a mi casa, encontraremos las condiciones tal
cual han sido planteadas en la novela.
¿Tu
papá te trata mal?
No, ni
mal, ni bien. Es un mueble más en la casa. No hace nada. Lo único que hace es
leer una novela al mes como ha ordenado la presidenta.
No me
hubiera sorprendido que me cuentes que manda que le lean la novela o le
alcancen un resumen.
Hacía
eso. Hacía que una de las empleadas comprara cualquier novela, la leyera ella
misma para que le contara luego un resumen. Hasta que un día vio en la tele que
uno de los elegidos para el concurso de lectura confesó, luego de que no pudo
contestar bien las preguntas, que solo había leído un resumen. Ya ves que las
preguntas que hacen detectan si has leído la novela o no. Y cuando vio que
fusilaban en vivo y en directo al tipo que aplicaba su técnica, empezó a leer
él mismo los libros. Es lo único que hace. Después, todo se lo hacen.
Hay
una quietud que Priscilla profana levantándose de la banca donde se han
reunido. Vamos yendo, dice. Es momento de actuar.
¿Vamos
a ir ya a tu casa?
Claro,
tenemos solo treinta minutos para hacer todo tal cual narra la novela.
Pero
primero debemos planificar milimétricamente lo que vamos a hacer. Hay un lugar
privado aquí cerca donde podemos conversar sobre los detalles. Si no
planificamos, vamos a terminar muertos nosotros. Ya ves que en este país no hay
cárcel sino pena de muerte. Y directa, sin juicio ni nada.
Ella
lo mira a los ojos, como reconviniéndolo, y le dice: Los dos hemos leído la
novela y eso es todo lo que se necesita. Conocemos de sobra lo que hay que
hacer. Vamos; el tiempo ahora es el principal actor en este juego.
Oye,
una cosa es leerla y otra releer la trama, repasarla y ver cómo se la lleva a la
realidad.
La
manera cómo el peruano lee ahora no es la misma de hace años. Ahora, entendemos
lo que leemos con tan solo una pasada. El miedo a morir nos ha sensibilizado el
cerebro. Así que no es necesario que vayamos a un hotel para que me caches y me
dejes luego abandonada.
¿Qué?
¿Qué dices? ¿Yo no te iba a llevar a ningún hotel?
Ah,
¿no? ¿Y a qué lugar “privado” me ibas a llevar? ¿A tu cuarto? No soy tonta,
¿ok? Vamos. Para ese taxi.
***
El
joven le da de comer al perro y se sienta a la mesa de su sala. La sala de un
soltero. Mira por la ventana hacia el parque y ve a la chica con la que casi
llega a hablar hace un mes. ¿Fue hace un mes?, se pregunta. ¿Dónde están
los lentecitos del perro? Extraña la voz del can, su influencia tan ladina.
Busca los lentes y los halla en uno de los cajones de su cómoda. ¿Se los
pongo o no?, se pregunta, en un instante de duda final.
Decide
ponérselos.
Tengo
hambre, es lo primero que dice el perro.
Pero
si te acabo de dar tus croquetas, repone el joven.
No, dice
el perro. Ya te he dicho que esa huevada no me gusta. Quiero me des la carne
que me diste ayer; la que me has estado dando estos días.
Ya se
acabó esa carne. Toda te la comiste tú.
¡No!, se
lamenta el perro. Esa sí que era buena carne. ¿No era de res? Luego de eso,
las croquetas ya no me saben a nada. Trae más de esa carne, por favor.
No
creo que vuelvas a probar esa carne. Esa carne se acabó para siempre.
El
perro olisquea su plato vacío de croquetas, suspirando y recordando la
deliciosa carne que lo colmó por casi un mes.