El
rey le dijo a la joven:
“Pídeme
lo que quieras, que te lo daré”.
Y
le juró:
“Te
daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.
Ella
salió a preguntarle a su madre:
“¿Qué
le pido?”.
La
madre le contestó:
“La
cabeza de Juan el Bautista”.
Entró
ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
“Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la
cabeza de Juan el Bautista”.
Evangelio según San Marcos 6, 22-25
Le veo
el bulto antes de que se vaya. ¡Qué bien llena esos pantalones! Cuando la tiene
dura, que ocurre cuando predica, no puedo quitarle la mirada de encima. Una vez
mi esposo se dio cuenta. O no sé. Seguro fue idea mía, porque nunca me dijo
nada. Eso sí, cuando él no está cerca, le lanzo unas miradas llenas de deseo.
Yo sé que el predicador no es tonto; sabe cuáles son mis intenciones. Sabe que
lo quiero predicando en mi cama.
Pero
ya basta de jueguitos, voy a tomar acción. Daré el golpe en la verbena de San
Juditas. El predicador es uno de los invitados especiales de mi esposo. A ver
si el santo me hace el milagro. A ver si para algo sirven los santos. A ver si
me concede el deseo en el día de mi cumpleaños.
Con un
par de cervezas, mi marido se apaga. No se emborracha, no pierde los papeles,
no llora, no baila, no cacha, nada. Solo se apaga. ¡Plum! Chau. Hasta mañana.
Cuando eso ocurra, será mi momento. Por fin, conquistaré tu bulto, predicador
pingón.
***
No
permitiremos que el gobierno nos ordene cuántos hijos tener. Eso va en contra
de los principios de Dios, hermanos. El hombre y la mujer fueron creados libres
para engendrar vida las veces que sean necesarias. Denunciemos este orden
perverso que nos quieren imponer, hermanos. Salgamos a las calles a protestar.
La pobreza de este país no se debe a la cantidad de hijos que traigamos al
mundo, hermanos. No, definitivamente no.
La
pobreza, los vicios y la podredumbre moral se deben a que nuestros hijos crecen
en una sociedad torcida, alejada de Dios. Cuando nuestros hijos crecen
desconociendo a Dios, el futuro se pudre. Es la falta de Dios en nuestra
sociedad la que genera pobreza y perversión, hermanos. Así que no me vengan con
el cuento de la sobrepoblación. Siempre recordemos que donde comen uno, comen
dos y donde comen dos, comen tres, y donde comen tres, comen cincuenta millones
de peruanos. Si aceptamos a Dios en nuestras vidas, la abundancia material y
espiritual caerá sobre nosotros por su propio peso. Entiéndanlo bien.
Levantémonos contra este gobierno castrador, hermanos. Levantémonos y
encomendemos nuestras almas a Dios Nuestro Señor para que nos conceda la
victoria en esta lucha contra el gobierno.
Justamente
acá, a un ladito, me acompañan los siete, ocho, diez, trece hermanos que hoy
tendré el honor de bautizar en la fe. Los bautizaré en nombre de Nuestro Señor
para que, desde este momento, sean siervos fieles de la bondad, la disciplina,
el respeto y el amor. Y, solo de esta manera, la pobreza y tantos otros males
quedarán desterrados de sus vidas y, por ende, de las vidas de los que los
rodean.
Que
las parejas sigan unidas en Dios y se reproduzcan infinitamente. Si Dios vive
en sus corazones, los hijos de sus hijos serán hombres de bien que generarán
riqueza de modo natural, multiplicarán las monedas y no estarán contaminados
por el capitalismo ocioso y desvergonzado.
Vengan
por aquí, hermanos. Vengan, acomódense por aquí. Iré llamando a cada uno para
bautizarlos tal cual Juan bautizó a Nuestro Señor.
***
Señora,
¿qué está haciendo? Esto es inadmisible. Por favor, le pido con todo respeto
que se retire.
La
mujer se había hincado en el suelo y descorrido el cierre del pantalón del
hombre de fe. Con voracidad licántropa, había metido la mano en el agujero
descubierto y se había apoderado de la bestia que aún dormía, gruesa y
cabezona, abrigada por unos calzoncillos de algodón de primera calidad.
Esto
no es correcto, señora. Su esposo… ¡Ah! ¡Uh!
El
religioso descubre que la lengua de la mujer no trabaja nada mal. Lo hace muy
bien. Decide disfrutar de esa lengua un ratito. Eso sí, sobre la frente de la
mujer, pone una mano que finge oponer una fuerza de repulsión. Ella no debe
dudar, en ningún momento, de que él no está de acuerdo con ese acto de
oprobiosa concupiscencia. ¡Pasu, pero qué rico la chupa esta mujer! La chupa
casi casi tan rico como la chupa mi Stéfano. Entonces, sus pensamientos los
va ocupando Stéfano y la forma en que fricciona su piel con la suya, la manera
en que lo besa con la lengua hasta que siente que la pinga se le va a reventar
de lo dura que se pone. Ya está bueno, piensa. Este pene es de
Stéfano y de nadie más.
Señora,
esto no debió ocurrir, dice el santo, apartando, esta vez sí con
determinación, la cabeza de la mujer, escondiendo al muñeco, subiéndose el
cierre y alisándose el pantalón de fino lino.
No me
digas que no te ha gustado. He sentido cómo lo has disfrutado, Nazaret.
Por
supuesto que no. Para nada. Todo esto ha sido un error. Espero no volver a
verla más en mi vida. Y si tenemos que cruzarnos en lo que resta de esta
jornada de caridad, por favor, espero que no me vuelva a dirigir la palabra. El
pecado debe ser cortado de raíz. El que oculta sus pecados no prosperará, pero
el que los abandona hallará misericordia. Proverbios veintiocho, trece. Ya
sabe. Adiós.
***
Mi
amor, tú sabes que todo este cuento de la actividad caritativa ha sido una
simple fachada. Lo de fondo ha sido celebrar tu cumpleaños como se debe, y con
plata de la Municipalidad, que para eso está esta vaina, para satisfacer y
cumplir nuestros deseos. Dime, por favor, además de este diamante que cuelgo en
tu hermoso y delicado cuello, qué otro regalo quieres. Yo te lo concedo. Sea lo
que sea. Yo te lo cumplo, yo te lo compro. Lo que desees lo tendrás a tus pies.
Dime, ¿cuál es tu deseo, mi amor?
La
mujer finge meditar su respuesta. En realidad, la tiene preparada desde el
instante mismo en que sufrió el mayor desaire de su vida. Afuera, los fuegos
artificiales alardean su poderío y estruendo. Las luces multicolores de
nitrático olor festejan decenas de años de vida de la municipalidad de Los
Olivos.
Quiero
la cabeza de Nazaret.
¿Qué?
¿Por qué? Nazaret es como mi hermano. Es un ángel en la Tierra. ¿O te refieres
a otro Nazaret?
No,
estoy hablando de tu gran amigo Nazaret.
¿Y por
qué quieres su cabeza?
Porque,
desde que lo conociste, me pretende. Me coquetea cuando te das la vuelta. En
varias oportunidades, ha querido besarme. Ayer no ha sido la excepción. Ha
querido abusar de mí. Me ha tocado, me ha besado y casi casi me ha metido su
cosa. Yo no me dejé.
La
mujer se deshace en sollozos. El pecho le detona en palpitantes convulsiones.
Su pulso es agitado; su respirar, dificultoso. Recuerda todas las vejaciones y
humillaciones de Nazaret.
Amor
mío, discúlpame, pero no creo que Nazaret sea capaz de todo lo que dices.
Con
los ojos trastornados de indignación, la mujer vomita tremendo vitriolo: que
cómo vas a desconfiar de la mujer que te adora, que te la chupa, que se te
entrega toda. No me mereces. No mereces todas mis atenciones.
Basta,
mi amor. Discúlpame. Olvida lo que dije. Para mañana en la noche, a más tardar,
tendrás la cabeza de ese desgraciado ante ti, besándote los pies.
***
Tú
serás el salvador de este país.
Los
besos caen y demoran, reptan. Las pieles se recorren, se reconocen, se mezclan.
Al muchacho le gusta sentir la barba rasposa de su mentor.
Está
clarísimo: has nacido con el don del líder. Nunca te desperdicies.
El
muchacho se desliza por entre las sábanas y con sensual salvajismo se apodera
del tremendo garrote que tiene el hombre entre las piernas. Este comienza a
delirar. Ya no concurren pensamientos en su cabeza. La locura misma lo invade y
se retuerce debajo de las sábanas. No pone las manos en la cabeza del muchacho
porque sabe que eso le disgusta. Eso es de cabros, le dijo una vez. Así
que lo deja hacer y no interfiere con el desarrollo del trabajo bucal del
muchacho. Solo lo disfruta.
Luego
de una hora, ya descansados, bebiendo algo de vino, el hombre le dice: Tú
debes ser mi guía, no yo el tuyo. Estoy seguro de que te esperan cosas grandes.
***
¿Qué
es eso, amor?, dice la mujer. Le intriga la elegante caja
puesta sobre el piso, al lado del lecho marital.
Es un
presente, mi amor.
¿Puedo
abrirlo?
Por
supuesto, mi amor. Solo lamento haberme tardado un par de días en presentártelo.
¿Un
par de días? No me digas que es lo que creo que es.
Se
miran. Se entienden.
¿Adentro
está la cabeza de ese miserable?, dice ella, un tanto
incrédula.
Compruébalo
por ti misma, amor. No te preocupes que no te mancharás con sangre o algo así.
Mandé que escurrieran bien esa cabeza y le den una buena limpiada. Hasta
perfume tiene. No te iba a presentar un pedazo de carne putrefacta.
La
mujer se acerca a la caja. Una tarjeta acorazonada dice: A mi reina, lo que
pida.
Ábrela,
mi amor. Sin miedo. Además, apenas la veas, llamo a Johnny para que la bote a
la basura y se la coman las ratas.
Las
uñas largas y coloridas de la mujer se desprenden de la tarjeta y en su rostro
se van alternando gestos de difícil interpretación.
Vamos,
amor; sin miedo.
Tras
un momento, por fin, dice: No, amor. No quiero arruinar mi día con una
imagen tan desagradable. Sé que la cabeza de ese desgraciado está ahí adentro.
Te creo. Sé que eres capaz de hacer lo que yo te pida, mi amor. Llama a Johnny
y que se asegure que las ratas se la coman toda. Que le echen mayonesa y
kétchup. Las ratas adoran esas cremas.
***
No
sabemos quién lo hizo.
¿Lo
dejaron tirado así? ¿Sin más?
Sí.
Así lo encontramos. Pero, dime, sí o no que esto lo han planeado. Alguien que
te quiere robar, te mata y listo; no se da el trabajo de cortarte la cabeza.
Para mí que ha sido el gobierno. Hace rato lo tenía en la mira. El maestro era
uno de los más grandes obstáculos para su objetivo de eliminar todos los cultos
religiosos del país. Así que lo mandaron matar a oscuras, como matan los
criminales, por la espalda y en la oscuridad.
Hay un
silencio inflamado por los pensamientos que surgen de la contemplación rabiosa
del cuerpo desnudo, sangrante y decapitado.
¿Vamos
a hacer algo?
Las
lágrimas del muchacho se unen al silencio en su rodar. El llanto es quedo, de
macho, del discípulo que ve en el cuerpo de maestro la respuesta definitiva a
la pregunta.
Ya veremos.
Ya veremos.