Conviene reconocer que Daniel Gutiérrez, cual adolescente ansioso por la experiencia que nutre a la literatura, ha transitado por las veredas del underground, y lejos del hogar clasemediero ha respirado el aire de Quilca y coqueteado con la vivencia homoerótica. Por lo menos, en el plano de la ficción, así lo demuestran muchos de sus libros. Escritor bisoño no es. Dominio técnico y trama para escribir no le faltan.
Pero en "Vera, la camarada" (2023) es quizá la construcción de los personajes en que Daniel Gutiérrez demuestra mayores logros narrativos. Ahí centramos nuestra mirada.
La retahíla de seres que pueblan las páginas de esta nouvelle representan varios tipos humanos. Germán Morante, el típico empresario oportunista que trabaja con el gobierno de turno, sin importarle el talante ideológico o político de cada presidencia. Morante encarna el pragmatismo amoral de nuestros días, la lógica del capital que se impone a la mala: la licitación servida, la triquiñuela legal, la prevalencia del negocio sobre el bien común.
Por su parte, Vera es la burguesía de familia y el socialismo de manual, un ser racista y confuso en sus ideales, que juega a la revolución (con piedras en mano), incapaz de tomar un trabajo con madurez, al punto de socavar diariamente a su madre. A pesar de sus privilegios de clase, Vera no se asume burguesa, no reconoce su fracaso ocupacional y está convencida de que sirve a una causa mayor. Pero su trágico final no es otra cosa que el epílogo de una fútil existencia, la simple crónica de una muerte innecesaria (como tantas veces se ha visto en Perú). Vera es la expresión de una izquierda confusa, delirante, tartufa y suicida.
Jack, hijo de Germán Morante, es otro personaje inquietante de la novela. Sin norte en la vida, ocupa sus días de privilegio burgués en el ocio de la música y en alguna que otra marcha contra el gobierno, en las que, sin culpa, se granjea unos soles a cambio de llevar a más incautos. Jack representa a todos los vampiros (quizá remedos de rockers o poetas) que roban siempre con la mano izquierda, cuyo interés es siempre subalterno.
Asimismo, desfilan por esta novela personajes a los que podemos contrastar hoy con la realidad más cercana, en Plaza San Martín. Es cierto que una novela no pretende ser una fotografía de la realidad, como escribió Ernesto Sábato, pero en la pluma de Daniel Gutiérrez leer los capítulos dedicados a Jaimito y a Aníbal Stacio son un festín para el diagnóstico psicológico, antropológico y filosófico de la izquierda local. El escritor los despoja de su pátina de sabiduría para exhibirlos en sus miserias humanas.
El libro propone, pues, una mirada crítica, feroz en su particular sarcasmo, para poner en trompo a cuanto zurdo (o prospecto de comunista y socialista) pulula en las sucias calles de Lima. Daniel Gutiérrez se engolosina en la polémica, pero es valiente y tiene forma y fondo para escribir.
"Vera, la camarada" ratifica un estilo propio en nuestro autor, esta vez para parodiar con deliciosa justicia a todo el zurderío de doble moral, a aquellos que parasitan mientras juegan al arte o a la revolución. Este es un libro jocoso, de prosa hilarante y realista, que, desde la ironía inteligente, retrata la hipocresía cotidiana de un amplio sector de la izquierda limeña.