viernes, 10 de mayo de 2024

NOVELA PERUANA EL PROFE BRUTI de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 04

 


El muslo era blanco y gordo, torneado.

Bruti se relamió como el lobo del cuento de Caperucita. Sus belfos húmedos intensificaron el reflejo de la poca luz que se colaba por la ventana de manchones polvorientos.

Qué dice, profe: por dos puntitos, usted me puede acariciar todo esto, dijo la alumna, pasándose la mano por la piel lechosa de su pierna.

Dos puntos no, señorita, dijo Bruti. El examen estuvo difícil. Solo dos aprobaron y no puedo ir regalando puntos así como así. Bruti dio unos cuantos pasos meditabundos en el diminuto espacio que existía entre el negro pizarrón y el conglomerado de apretujados pupitres. Te puedo dar dos puntos si me aceptas un vinito hoy en la noche.

La alumna dudó: Pero, profe…

Tómelo o déjelo, señorita, dijo Bruti, tajante, la voz bronca. Yo hago una propuesta una vez y solo una vez; luego, no doy marcha atrás. Soy estoico en ese sentido.

***

Era un gordito llamado Porky Trelles, egresado de una escuela ignota de periodismo deportivo. Sus dos únicos polos exudaban el aroma del esmegma que se acumulaba en la gampi de un perro callejero.

El otro era un enano de nariz ganchuda apodado Verdurita por su frágil apariencia. También era el producto de alguna jodida escuela de periodismo deportivo.  

El tercer payaso era, efectivamente, un payaso, uno peligrosamente inestable. Su humor fluctuaba entre la alegría y el entusiasmo más inofensivos y la depresión más gris y destructiva. Lo apodaban el Payaso Pepino. Este personaje era el más imbécil de los tres porque, justamente, creía ser el más inteligente e infalible de todos los periodistas deportivos del país.   

Los tres especímenes se habían unido al Profe Bruti para emitir un programa que remecería los cimientos de la Brutalidad en el YouTube peruano.

El cerebro venezolano que había reunido a estos cuatro personajes tenía muy bien estudiado el gusto del peruanito de a pie de la segunda década del siglo veintiuno: fanático del chisme, racista, obrero y, en algunos casos, oficinista de medio pelo. Los cuatro especímenes que había juntado en ese primer y revolucionario programa poseían las características que mantendrían al cholito pedestre enganchado al show. Tenía al cochino, al cabro, al esquizofrénico y al negro. Claro, Cinthio Valente hubiera sido el cholo prepotente y feo que batutearía la conducción, pero la huida que protagonizó en Zepita, aquella noche de libertinaje transexual a la que Bruti se prestó con reveladora agilidad, le había confirmado a Guillermo, la mente maestra venezolana, que Cinthio ya no era el de antes; había perdido su prístina Brutalidad.

Cinthio y sus panelistas; a saber, Porky, Verdurita y Pepino, hacían una audiencia promedio de seiscientas personas. Con Bruti en el panel, y el viejo y aburrido Cinthio fuera, el programa alcanzó cotas tremebundas: nada menos que dos mil televidentes ansiosos de insultar a los cuatro monigotes.

Esto merece una celebración apropiada, dijo Guillermo tras la conclusión de aquella primera emisión rebosante de Brutalidad… y dinero, harto billete.

Debido a la avalancha de comentarios, muchos televidentes, ansiosos de que sus dicterios resaltasen por encima de los otros y fuesen leídos en alta voz para que los panelistas reaccionaran triplicando los denuestos recibidos, tuvieron que enviar superchats. Estos eran mensajes propios de la plataforma YouTube, que iban adheridos a sumas de dinero consecuentes con el supremo momento de divertimento que Bruti y su mancha prodigaban.    

Bruti me rompió el poto a reglazos en un colegio de Chincha, decía un superchat de veinte soles leído en voz alta por el propio Bruti, quien, por su voz gruesa de negro maltón, era el encargado natural de recitar los comentarios.

¿Cuándo has sido mi alumno tú, oe, reconchatumare?, perdía los papeles Bruti.

Pepino, son las dos de la tarde, ya está listo tu desayuno, leía Bruti un superchat de diez euros, y Pepino reaccionaba airado: ¿A quién llamas vago, hijo de puta? Dibujito de mierda. A aquellos usuarios que se escondían detrás de seudónimos y tenían por foto cualquier viñeta menos la del propio rostro, se les solía llamar dibujitos.

Verdurita, ¿es cierto que le dejaste roja la pinga al Profe Bruti de tanto que se la chupaste anoche?, leía Bruti un superchat de cinco dólares australianos y Verdurita solo decía: Cómo van a decir esas cosas, chicos, por favor, un poco más de cordura. Gracias por los cinco dólares.

Porky, está pasando el camión de la basura, ¿le digo que te deje dos bolsas?, declamaba Bruti un superchat de diez florines neerlandeses, colocándole la chispa debida al comentario, y Porky no se ofendía, por el contrario, al igual que Verdurita, tomaba la cosa con calma y bonhomía. No, pues, chicos, cómo van a insinuar que yo como basura. Yo soy un periodista respetado. Un poco más de consideración, señores, pedía con una sonrisa bonachona en el cacharro.

***

El Payaso Pepino no pudo acompañar al grupo. Dijo que tenía que ir a tomar su leche. Porky y Verdurita se unieron a Bruti y a Guillermo.

¿Adónde vamos?, preguntó Verdurita, que se había enfundado en el saco azul que le había prestado Porky unos momentos antes. Verdurita no quiso decir nada por respeto, pero, efectivamente, ese saco apestaba a esmegma de perro cachero.

A La Jarrita, chamos. Ahí suelo cerrar todos mis negocios y celebrar mis éxitos, dijo Guillermo.

Bruti tomó del brazo al venezolano y lo llevó a un ladito. Le susurró: Oye, ¿podemos pasar por una amiga mía?

¿Una amiga?, se sorprendió Guillermo. Pero si en la disco te va a estar esperando Estrella, chamo. Estrella era la transexual que Bruti se había pachamanqueado rico hacía unos días.

Sí, pero esta otra amiguita me debe un par de puntos en un examen. Hoy la pondré en mi pata al hombro.

Guillermo esbozó una sonrisa cómplice y le palmeó las protuberantes nalgas al negro. Tú no aprendes, niche.

Todos empezaron a abordar el auto del venezolano.

Oye, Porky, ¿ves esa bolsa negra en el piso del auto?, alcanzó a decir Guillermo antes de que el mencionado Porky tomase asiento.

, afirmó aquel.

Envuélvete con esa güevonada. No quiero que me dejes apestando el auto, chamo. Gracias, le solicitó Guillermo amablemente. Porky, medio palteado, pero sin si quiera reflexionar en darse un buen baño luego, procedió según lo indicado.

            El auto enfiló hacia la dirección que Bruti le indicó a Guillermo.