El muslo
era blanco y gordo, torneado.
Bruti se
relamió como el lobo del cuento de Caperucita. Sus belfos húmedos intensificaron
el reflejo de la poca luz que se colaba por la ventana de manchones
polvorientos.
Qué dice,
profe: por dos puntitos, usted me puede acariciar todo esto, dijo la
alumna, pasándose la mano por la piel lechosa de su pierna.
Dos puntos
no, señorita, dijo Bruti. El examen estuvo difícil. Solo dos
aprobaron y no puedo ir regalando puntos así como así. Bruti dio unos
cuantos pasos meditabundos en el diminuto espacio que existía entre el negro
pizarrón y el conglomerado de apretujados pupitres. Te puedo dar dos puntos
si me aceptas un vinito hoy en la noche.
La alumna
dudó: Pero, profe…
Tómelo o
déjelo, señorita, dijo Bruti, tajante, la voz bronca. Yo hago una
propuesta una vez y solo una vez; luego, no doy marcha atrás. Soy estoico en
ese sentido.
***
Era un
gordito llamado Porky Trelles, egresado de una escuela ignota de periodismo
deportivo. Sus dos únicos polos exudaban el aroma del esmegma que se acumulaba
en la gampi de un perro callejero.
El otro era
un enano de nariz ganchuda apodado Verdurita por su frágil apariencia. También
era el producto de alguna jodida escuela de periodismo deportivo.
El tercer
payaso era, efectivamente, un payaso, uno peligrosamente inestable. Su humor
fluctuaba entre la alegría y el entusiasmo más inofensivos y la depresión más gris
y destructiva. Lo apodaban el Payaso Pepino. Este personaje era el más imbécil
de los tres porque, justamente, creía ser el más inteligente e infalible de
todos los periodistas deportivos del país.
Los tres
especímenes se habían unido al Profe Bruti para emitir un programa que
remecería los cimientos de la Brutalidad en el YouTube peruano.
El cerebro
venezolano que había reunido a estos cuatro personajes tenía muy bien estudiado
el gusto del peruanito de a pie de la segunda década del siglo veintiuno:
fanático del chisme, racista, obrero y, en algunos casos, oficinista de medio
pelo. Los cuatro especímenes que había juntado en ese primer y revolucionario
programa poseían las características que mantendrían al cholito pedestre
enganchado al show. Tenía al cochino, al cabro, al esquizofrénico y al negro.
Claro, Cinthio Valente hubiera sido el cholo prepotente y feo que batutearía la
conducción, pero la huida que protagonizó en Zepita, aquella noche de libertinaje
transexual a la que Bruti se prestó con reveladora agilidad, le había
confirmado a Guillermo, la mente maestra venezolana, que Cinthio ya no era el
de antes; había perdido su prístina Brutalidad.
Cinthio y
sus panelistas; a saber, Porky, Verdurita y Pepino, hacían una audiencia promedio
de seiscientas personas. Con Bruti en el panel, y el viejo y aburrido Cinthio
fuera, el programa alcanzó cotas tremebundas: nada menos que dos mil
televidentes ansiosos de insultar a los cuatro monigotes.
Esto merece
una celebración apropiada, dijo Guillermo tras la conclusión de aquella primera
emisión rebosante de Brutalidad… y dinero, harto billete.
Debido a la
avalancha de comentarios, muchos televidentes, ansiosos de que sus dicterios resaltasen
por encima de los otros y fuesen leídos en alta voz para que los panelistas
reaccionaran triplicando los denuestos recibidos, tuvieron que enviar superchats.
Estos eran mensajes propios de la plataforma YouTube, que iban adheridos a
sumas de dinero consecuentes con el supremo momento de divertimento que Bruti y
su mancha prodigaban.
Bruti me
rompió el poto a reglazos en un colegio de Chincha, decía un
superchat de veinte soles leído en voz alta por el propio Bruti, quien, por su
voz gruesa de negro maltón, era el encargado natural de recitar los
comentarios.
¿Cuándo has
sido mi alumno tú, oe, reconchatumare?, perdía los papeles Bruti.
Pepino, son
las dos de la tarde, ya está listo tu desayuno, leía
Bruti un superchat de diez euros, y Pepino reaccionaba airado: ¿A quién
llamas vago, hijo de puta? Dibujito de mierda. A aquellos usuarios que se
escondían detrás de seudónimos y tenían por foto cualquier viñeta menos la del propio
rostro, se les solía llamar dibujitos.
Verdurita, ¿es
cierto que le dejaste roja la pinga al Profe Bruti de tanto que se la chupaste
anoche?, leía Bruti un superchat de cinco dólares australianos y Verdurita solo
decía: Cómo van a decir esas cosas, chicos, por favor, un poco más de
cordura. Gracias por los cinco dólares.
Porky, está
pasando el camión de la basura, ¿le digo que te deje dos bolsas?, declamaba
Bruti un superchat de diez florines neerlandeses, colocándole la chispa debida
al comentario, y Porky no se ofendía, por el contrario, al igual que Verdurita,
tomaba la cosa con calma y bonhomía. No, pues, chicos, cómo van a insinuar
que yo como basura. Yo soy un periodista respetado. Un poco más de consideración,
señores, pedía con una sonrisa bonachona en el cacharro.
***
El Payaso
Pepino no pudo acompañar al grupo. Dijo que tenía que ir a tomar su leche.
Porky y Verdurita se unieron a Bruti y a Guillermo.
¿Adónde
vamos?, preguntó Verdurita, que se había enfundado en el saco azul que le había
prestado Porky unos momentos antes. Verdurita no quiso decir nada por respeto,
pero, efectivamente, ese saco apestaba a esmegma de perro cachero.
A La
Jarrita, chamos. Ahí suelo cerrar todos mis negocios y celebrar mis éxitos, dijo
Guillermo.
Bruti tomó del
brazo al venezolano y lo llevó a un ladito. Le susurró: Oye, ¿podemos pasar
por una amiga mía?
¿Una amiga?, se
sorprendió Guillermo. Pero si en la disco te va a estar esperando Estrella,
chamo. Estrella era la transexual que Bruti se había pachamanqueado rico
hacía unos días.
Sí, pero
esta otra amiguita me debe un par de puntos en un examen. Hoy la pondré en mi
pata al hombro.
Guillermo
esbozó una sonrisa cómplice y le palmeó las protuberantes nalgas al negro. Tú
no aprendes, niche.
Todos empezaron
a abordar el auto del venezolano.
Oye, Porky,
¿ves esa bolsa negra en el piso del auto?, alcanzó a decir Guillermo
antes de que el mencionado Porky tomase asiento.
Sí, afirmó
aquel.
Envuélvete
con esa güevonada. No quiero que me dejes apestando el auto, chamo. Gracias, le
solicitó Guillermo amablemente. Porky, medio palteado, pero sin si quiera
reflexionar en darse un buen baño luego, procedió según lo indicado.
El auto enfiló hacia la dirección que Bruti le indicó a Guillermo.