El escritor suele llegar con varios minutos de retraso a la oficina en la que transcurre la mayor parte de su vida. Diariamente, abandona, fatigado, cansado, arrastrando sus pies como si cada uno pesara veinte kilos, su pequeño departamento ubicado en la zona más pendeja de Lima para chapar, en la avenida Wilson, el bus que lo dejará en la oficina.
Antes, y por eso llega con varios minutos de retraso (es una suerte que aún no lo hayan echado del trabajo), les echa una ojeada a los tabloides, diarios y pasquines del quiosco de Wilson con Quilca. Allí, parado, envuelto por el penetrante olor de los brebajes y emolientes de un carretillero y el perpetuo hedor a pichi que ya es característico de la zona, se entera rápidamente de los principales titulares noticiosos.
Jorge Mario Bergoglio es el nuevo Papa. El Papa es argentino. Latinoamericano, chillan las letras de los diarios, orgullosos, populacheros. Su alias será Francisco I. ¿Por qué un Papa siempre se cambia el nombre? ¿O se lo cambia la organización que presidirá? ¿Será que se lo cambian para salvaguardar la honra de sus, hasta ese momento, desconocidos nombres de pila del estigma que significará preservar el añejo conservadurismo nauseabundo y alentar la intolerancia hacia la diversidad y heterogeneidad de pensamiento y preferencias?
Un cura peruano, en un canal de noticias tempraneras, un día antes de la elección de Francisco I, le relataba al dócil y sumiso conductor del programa qué era lo que sucedía en el famoso cónclave (del latín “cum clavis”: con clave, con llave, cerrado, arcano), cómo era que los 115 cardenales elegían a determinada persona para representar al apóstol Pedro en la Tierra. “El espíritu santo colma el recinto de la Capilla Sixtina y les da la sabiduría a los cardenales para elegir al hombre cuya fe le permita ejercer con amor y buen juicio el pontificado”. El ser humano lleva en la Tierra unos 4 millones de años (se dice que el Australopithecus es el homínido más antiguo conocido) y todavía existen especímenes que se creen la historia del espíritu santo y, lo que es peor, ejecutan acciones bajo su supuesta anuencia, como cónclaves, guerras y segregaciones. Al parecer, la evolución del ser humano todavía no se ha completado.
Todo el mundo, en especial los latinoamericanos, está feliz porque el Papa pertenezca a esta parte del globo. Muchos dicen “la Iglesia ha mostrado un síntoma de cambio y modernidad al escoger un Papa latinoamericano” como si aquello, la nacionalidad de una persona, constituyese per se un mérito. Esta situación es similar a la que se da cuando una muy estúpida mayoría de personas propugna que “la mujer debe ocupar aceleradamente cargos más numerosos e importantes en la sociedad”. ¿Es acaso el género de una persona el factor determinante de su éxito laboral, familiar o personal? ¿Debemos copar los principales puestos del Estado o de una organización particular con mujeres por el simple hecho de haber nacido con vaginas? ¿No es acaso más juicioso promover una cultura de méritos medibles y concretos para tentar puestos de preponderancia en los cargos públicos o privados?
¿Por qué aquella multitud doliente, llorosa e inmaculada que festeja al Papa Latinoamericano y que defiende, a capa y espada, la inclusión de la mujer en la dirigencia de la sociedad –para resarcirla de años de soslayo- no le exige a su tan venerada iglesia “cuándo se atreverán a colocar a las mujeres en puestos cardenalicios o arzobispales, cuando no papales”? ¿No vemos en esta contradicción una suerte de tramposa y convenida doble moral?
El Papa es latinoamericano, sí, pero ya nos enteramos que mantiene una política retrógrada en los temas de las uniones homosexuales y el aborto, es decir, una política constrictora de los elementos básicos de libertad e igualdad. O sea, más de lo mismo, más de las doctrinas medievales que perviven en la iglesia desde tiempos inmemoriales. Jesús –referente cristiano más importante- dijo: “Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan… Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario?” Si esto lo dijo el propio Jesús –según narra el evangelio de San Lucas- ¿por qué la iglesia católica, cuyos fieles constituyen un inmenso porcentaje de la horda de seres malignos que pululan por la Tierra, no asimila la sentencia dejada por su máximo líder y deja de crear cismas y odios en medio de su rebaño?
Después de todo, al escritor mediocre todas estas cuestiones le tienen sin cuidado; él no cree en nada, solo en que se morirá a los 40 años de su sufrida y ociosa existencia.
Después de todo, al escritor mediocre todas estas cuestiones le tienen sin cuidado; él no cree en nada, solo en que se morirá a los 40 años de su sufrida y ociosa existencia.
"Tantas webaads q pasan en el mundo no me sorprenderia q el ingeniero Cruces algun dia sea considerado papable..."
ResponderEliminarNasir
Tienes razón, jejejeje. Pero dónde estará el ingeniero Cruces?
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