¿Qué pueden tener en común Manfred Von Richthofen, Edgar Allan Poe, César Vallejo y yo?
Bueno, en principio, Poe y Vallejo son grandes escritores: éste, quizá, el más grande y universal poeta peruano; aquel, uno de los cuentistas norteamericanos más sobresalientes del siglo XIX, obvia y preclara influencia de generaciones y generaciones de escritores. Yo, pues me considero un escritor (aunque no lo sea), un escritor que admira tanto a Poe, por morir pobre y alcohólico, cuanto a Vallejo, por morir pobre y sin reconocimiento. Pero, hay que ser condenadamente bueno para escribir “y tu pena me ha dicho […] que hay un viernesanto más dulce que ese beso”. Putamadre, pónganse a pensar en esa figura. Qué manera tan ingeniosa y sentida de expresar que ese beso (del poeta a su amada) ha estado cargado de tanto dolor y pesar que aquello que sufrió Jesús en el Viernes Santo le ha quedado chico.
Admiro a Abraham Valdelomar porque fue todo lo amanerado, posero y adelantado que quiso ser en una Lima que le quedaba pueblerina. Lo admiro porque, cierto día, tuvo el atrevimiento de confesarle a Luis Alberto Sánchez: “Querido Sánchez, si para llamar la atención tuviera que salir vestido de amarillo, lo haría sin titubear. ¿O cree usted que un zambo como yo atraería de otra manera la atención de estos cholos gordos, espesos y universitarios de su Lima?”
Admiro a David Foster Wallace por el artículo que escribió sobre los camarones, porque dicen que su obra es tremenda (aunque no la haya leído toda) y porque se suicidó en lo mejor de su carrera literaria. Cuando niño, hablabla gramaticalmente mejor que sus compañeros de clase, hecho que le granjeó no pocas enemistades. Cuando adulto, conservó esta manía por escribir y expresarse correctamente. Manía que no refleja otra cosa que la búsqueda del saber. David trabajó como profesor universitario y, además de su genial novela "The infinite jest", consiguió méritos académicos tales como el Máster en Bellas Artes en escritura creativa de la Universidad de Arizona. Tenía la frescura de dar sus clases y charlas tal cual lo vemos en la foto. Más importante que todo lo anterior: solía irse a la cama con alguna que otra de sus alumnas universitarias.
Admiro a Bukowski por su brutal franqueza en “La senda del perdedor” y porque le fue fiel al alcohol hasta el último de sus putos días, cuando murió a causa de la leucemia, a los 73 años de su edad. Hubieras sido más leyenda si te suicidabas, compare.
Admiro a Ribeyro porque escribía sobre perdedores (como yo).
Por eso admiro a Roberto Bolaño, porque sintiór aversión de formar parte de algún grupo, grupete o grupúsculo (claro, esa convicción la concibió en la madurez de su fugaz vida, porque no olvidemos que durante su juventud fundó el “infrarrealismo”). Lo admiro porque, muy a su pesar, tuvo que morirse joven.
Admiro a Arguedas por sus “Ríos profundos”, gran novela. Pero también porque, cierto día de noviembre de 1969, tuvo el arrojo de meterse un tiro en la sien en el baño de la Universidad Agraria. Se ha dicho de él que dejaba la sangre en lo que escribía, y no lo dudo: un escritor suicida siempre escribirá con las manos enfangadas en sus propias vísceras.
Admiro a Wilde por las mismas razones por las que admiro a Valdelomar.
Le tengo simpatía a Vargas Llosa por las inspiradoras lecturas de “Conversación en la Catedral” (esa novela de mierda siempre me recordará a Jeannet, wherever you might be, my old beloved dear), “La ciudad y los perros” y “La guerra del fin del mundo”. Si dejara de manifestarse políticamente, lo admiraría, como antes. Me resulta muy dogmático, muy inflexible. Y la gente dogmática siempre causa cismas. Estuvo en contra de Humala. Luego lo apoyó, aun a sabiendas de que el presidente tenía su corazoncito chavista. Ahora, ¡oh, sorpresa!, Vargas Llosa se da cuenta de que su defendido es chavista y ha avalado la presidencia de Maduro en Venezuela. Dedíquese a escribir, don Mario. Los que todavía lo estimamos, lo queremos ver en el terreno de las letras. Por si acaso, Mario es la excepción del Malditismo.
Admiro a Bayly por su valentía, su ironía y sus novelas. Basta leer algo como esto: http://peru21.pe/impresa/hazme-lo-que-quieras-2127533, para darse cuenta de que Bayly encarna al escritor que lo cuenta todo (y qué bien lo cuenta), sin importarle lo que el resto de seres humanos pusilánimes pueda pensar o decir; incluso, si eso que cuenta puede afectarlo de alguna manera ¿Y eso no es lo que un suicida hace: disparar contra sí mismo?
Manfred Von Richthofen fue el “Barón Rojo”: leyenda de la aviación alemana durante la primera guerra mundial. Conocido y temido porque en el aire era invencible. Ningún avión enemigo pudo liquidarlo.
Pero las cosas son así:
Manfred Beingolea es tatuador en “Galeras”, o sea, en Galerías Brasil. Su viejo, gemanófilo compulsivo, lo bautizó en honor a aquel as del bimotor. Es amigo de mi esposa -y sobrino nieto del no bien ponderado escritor Manuel Beingolea (1881-1953), y es bajista de la añeja banda "Epilepsia"-. Gracias a esa amistad, Manfred está tatuándome -con grandes descuentos económicos, claro- los rostros de los escritores que he mencionado. Los primeros han sido Poe y Vallejo. Ellos y el resto de esos “pobres barros pensativos” (como diría Vallejo, ¿ven qué genial es este Vallejito?) mencionados cubrirán la sosa piel de mis dos brazos.
¿Por qué hago esto? Mentiría si dijera que es para rendirles un homenaje a tan magníficos escritores. Más bien, hago esto porque, como Valdelomar, quiero llamar la atención. Ya lo dijo el “Conde de Lemos”: “Yo comprendí a tiempo que un escritor necesita, ante todo, una gran popularidad, un gran público que se interese por él, un mercado para sus obras”.
¿Por qué hago esto? Mentiría si dijera que es para rendirles un homenaje a tan magníficos escritores. Más bien, hago esto porque, como Valdelomar, quiero llamar la atención. Ya lo dijo el “Conde de Lemos”: “Yo comprendí a tiempo que un escritor necesita, ante todo, una gran popularidad, un gran público que se interese por él, un mercado para sus obras”.
Si luego de tatuarme a los que aquí he mencionado, todavía queda un espacio decente en mi brazo, colocaré a algunos más que se me han quedado en el tintero.