Jueves 22 de setiembre del 2016
“Y me voy
Con el
viento malo,
Que me
lleva
Aquí,
allá
Semejante
a
La hoja
muerta.”
Paul
Verlaine – Canción De Otoño
Manejé tranquilo hasta Chorrillos. Eran
las siete y media cuando llegué a la oficina. Me lavé la cara y el torso. Me miré
en el espejo. Se me estaba cayendo el pelo. En pocos años, la calvicie me haría
más feo de lo que ya era.
Mientras la laptop arrancaba, desayuné
el jugo de naranja y el pan con pollo que le había comprado a una señora en el
camino.
No había trabajos en la oficina, así que
abrí el archivo de la traducción del libro Subsurface Mine Ventilation, la
biblia de la ventilación de minas escrita por Edward McPhilips, que hice para
Konrad Wall, gerente de Mine Ventilation Projects, MVP.
Edward McPhilips
fundó MVP, consultora especializada en ventilación de minas, en 1983. Al poco tiempo, McPhilips contrató
a Konrad Wall, su mejor alumno en la Universidad de California. Era un honor
trabajar al lado de McPhilips, el más destacado investigador en el área de la
ventilación de minas en todo el mundo. McPhilips había trabajado, en su
juventud, con la élite científica de los Estados Unidos. Fue alumno y amigo de Frederik
Baden Hinsley, introductor de los principios termodinámicos en el estudio de los
flujos subterráneos de aire. En 1952, fue el primero en simular climas
subterráneos usando computadores analógicos.
McPhilips publicó, en 1993, Subsurface
Mine Ventilation. Contó con el apoyo de Konrad, apoyo que fue reconocido en el
prólogo escrito por McPhilips. En el 2001, se imprimió la segunda edición del
libro, con algunas actualizaciones hechas por el propio autor, quien murió poco
tiempo después. Entonces, Konrad asumió la gerencia general de MVP. En el 2013,
Konrad Wall se propuso traducir al español el texto de McPhilips. Contrató a un
traductor mexicano, quien, al cabo de un año, tuvo listo el encargo.
En octubre del 2014, yo trabajaba en
Julcani, una de las minas más antiguas de Compañía de Minas Villanueva. Esa
mina era una mierda, tanto o más que los ingenieros que trabajaban en ella.
Quería huir de ahí, pero era imposible con una familia que mantener. En uno de
mis descansos, les escribí a cientos de mineras estadounidenses, australianas y
canadienses pidiéndoles un trabajo. Recibí amables rechazos. Sin embargo, un
mes después, me llegó algo más que una respuesta positiva; Konrad me invitaba a
formar parte de MVP. ¿Estarías dispuesto
a mudarte a California?, me preguntó en el correo. Por supuesto, le contesté. Entonces, con el auspicio de MVP
conseguí mi visa de turista. Me pagaron una estadía de seis días en Clovis,
California. Pude conocer a toda la gente de la oficina; mis futuros compañeros
de trabajo. Después de lo que vi, renuncié a Julcani. No podía seguir
arriesgando la vida en ese hueco si al otro lado del túnel estaba la
posibilidad de vivir en los Estados Unidos.
No era tan fácil que un peruano laborase
legalmente en Norteamérica; había que poseer una visa de trabajo. No bastaba la
sola invitación de una empresa. MVP contrató a un abogado y, tras reunir los
papeles necesarios, me postuló al sorteo de visas de trabajo H1B. Los
resultados se conocerían en junio del 2015. Mientras tanto, ¿de qué mierda iba
a vivir? Les escribí a Compañía de Minas Villanueva rogándoles por otra
oportunidad. Me aceptaron en otra de sus minas, Uchucchacua; mucho más grande
que Julcani, pero con ingenieros igual de mierdas.
La bomba me cogió en aquella mina; no había
salido elegido en el sorteo de visas. Fue un golpe duro. Me hacía en los Estados
Unidos, alejado del jodido ambiente de las minas peruanas. Qué diferencia había
entre los ingenieros amargados de esas minas y los gringos que conocí en
Clovis. Allí sí que había gente de valía, de verdad. Konrad me escribió. Lamentó
el resultado y me ofreció su apoyo para el sorteo del 2016.
Nunca me putearon en Uchucchacua, pero
vivía atemorizado de que el gerente lo hiciera en cualquier momento. Las
llamadas de atención, repletas de “conchatumadres”, eran cosa común en las
reuniones. Renuncié en febrero del 2016. Me había contactado con Jean Carlo. Lo
visité en el local de su empresa en Chorrillos. Quería pagarme dos mil soles. En
la mina, yo ganaba seis mil. Rechacé amistosamente su propuesta. Me había
quedado en la calle.
Por esos días, me llegó otra mala
noticia; MVP no podría auspiciarme en el sorteo del 2016, pues estaba siendo
absorbida por una consultora transnacional. Tendría que esperar hasta el sorteo
del 2017, según me aseguró Konrad.
Le conté mi situación; me urgía un
trabajo. Le dije que fui despedido de la mina por una reducción de personal debido
a la baja en el precio de los metales. Con mucha pena, le pedí que me
recomendase en alguna mina. Me sentía fatal; estaba abusando de su confianza. Byron
Patts, subgerente de MVP, quien tuvo la gentileza de invitarme a almorzar en su
casa cuando estuve en Clovis, me contactó con Gary Porter. Éste me recomendó
con una mina en España. Lamentablemente, el llamamiento no prosperó.
Al mes de renunciar, mis escasos ahorros
se terminaban. No aguantarían un mes más. Necesitaba trabajar. Muy a mi pesar,
le escribí un correo al jefe de Recursos Humanos de Compañía de Minas
Villanueva. Me arrepentía de la renuncia y le pedía otra oportunidad en la
Compañía. Redacté el mensaje un lunes de marzo y lo guardé. Lo enviaría al día
siguiente. Luego de escrito ese correo, redacté otro, para Konrad. Le proponía
traducir el libro de McPhilips. Cuando estuve en Clovis, me mostraron la
traducción del mexicano. El muy pendejo había tipeado todo el libro en el
Google Translator. El resultado fue una traducción repleta de incoherencias. Me
avergonzaba cobrarle a Konrad por una verdadera traducción, pero no tenía más
alternativa. Me estaba quedando sin un sol. Terminé el mensaje y lo guardé. También lo
enviaría al día siguiente.
Llegó el martes y envié los mensajes simultáneamente.
Apagué la laptop y me acosté. Tuve pesadillas. El miércoles en la mañana,
todavía en la cama de mi hija, que era donde dormía porque estaba peleado con
mi esposa, revisé el celular. Tenía un mensaje de Konrad, pero ninguno de los
hijos de puta de Compañía de Minas. Se me aceleró el corazón. Si Konrad
rechazaba mi propuesta, me iba a la mierda. Acopié valor y abrí el mensaje: Daniel, me parece una buena idea. He
calculado que podría pagarte diez mil dólares por traducir el libro ¿Estás de
acuerdo? Ese Konrad, siempre tan educado, amable y atinado. Todavía tuvo la
delicadeza de preguntarme si estaba de acuerdo. Claro que estaba de acuerdo. Ese
dinero me permitiría sobrevivir algunos meses y buscar trabajo con más calma.
Preparé inmediatamente un cronograma en el que especifiqué en detalle las
fechas de entrega de los veintiún capítulos del libro. No le podía fallar.
Luego de dos meses de arduo trabajo,
sentado frente a la laptop, incluso de madrugada, muchas veces sin dormir, logré
terminar la traducción una semana antes de lo prometido en mi cronograma. Konrad
quedó satisfecho. A la semana, me envió, para que lo tradujera, el prólogo de
la edición en español. Allí me agradecía el esfuerzo y la puntualidad en las
traducciones. Ese gesto me conmovió. Valió mucho más que los diez mil dólares. Mi
nombre estaba al lado del de McPhilips, de Baden Hinsley, y del propio Konrad
Wall.
Los diez mil dólares me ayudaron a vivir
con calma. Parte de ese dinero, lo empleé en la creación de una consultora, en
asociación con mi hermano.
Se acercó agosto y los diez mil dólares
estaban casi consumidos. No había tenido suerte buscando trabajo. Pero recibí
un correo de la empresa para la que trabajé hacía cuatro años, VISA.
Necesitaban un estudio de ventilación. Gané la oferta con la empresa que creé.
Sin embargo, según el contrato, recibiría mi pago luego de sesenta días de
haber presentado el estudio. El dinero era bueno, pero tardaría en llegar. Necesitaba
un ingreso fijo. Volví a tocar la puerta de Jean Carlo.
Le escribí un correo. Le conté lo que
había hecho desde nuestra primera y última entrevista; la traducción del libro,
la creación de mi consultora y el primer trabajo que ésta había ganado. Concluí
el mensaje con un ¿crees que todavía pueda
trabajar en tu empresa? Me contestó casi al instante. Conversemos, Daniel; sabes que siempre hay un lugar.
Rosario estaba al tanto de todas mis
penurias. Siempre le contaba todo. Ella me escuchaba con paciencia y atención.
Fue Rosario quien me indicó la manera de
llegar a la oficina de Jean Carlo, ubicada en Chorrillos, distrito donde ella
vivía. Jean Carlo le agregó mil soles a su anterior oferta. Peor era nada.
Acepté.
Ese había sido mi
periplo laboral hasta ese jueves en que revisaba la traducción del libro de los
gringos. No les cobré un solo dólar por ese último control de calidad.