Del jueves 22 al viernes 23 de setiembre
del 2016
Oh, dark grin, he can’t help, when
he’s happy looks insane.
Pearl
Jam – Even Flow
PearlJamVEVO
Pensó
encontrarme gordo y derrotado. Estás
flaco, me dijo. Mucha paja, seguramente,
agregó. Me la corro todos los días, sin
falta, le confirmé. Caminábamos por Alfonso Ugarte. Pero flaco, flaco no estoy, huevón, le dije. Qué más quisiera yo, continué, repitiendo a Machado. Enrique sí que
estaba gordo. No era el mismo de la universidad; ahora, tenía la cara redonda,
los ojos más pequeños y la espalda encorvada.
Le
propuse trabajar en una de las mesas de El Chanchito. Pero vamos a tu cuarto, pe, protestó,
al ver que el lugar que le señalaba no le parecía del todo seguro. Mi cuarto es una ratonera, huevón; acá está
bien. El Chanchito tenía libres sus seis mesas. Ocupamos una. ¿Quieres algo? Enrique sacó su laptop de
la mochila. Se cagaba de miedo. No, nada;
estoy misio, contestó. Yo tampoco quería nada; me había acostumbrado a
pasar las noches en ayunas. Revisé mis bolsillos. También estaba misio; solo
tenía una moneda de cinco soles. Había olvidado la billetera en el cuarto. ¿Quieres una gaseosa? Aceptó. Una gaseosa, por favor, pedí.
Me
explicó las dudas que tenía con respecto al modelo. Más que dudas, eran grandes
vacíos teóricos y prácticos. Me había comentado que debía presentar el trabajo
muy temprano al día siguiente. Pero si te
falta bastante, observé. Ya qué
chucha; voy a terminarlo como pueda con lo que me orientes. Total, me están
pagando una miseria por esta chamba, alegó. ¿Este no es el proyecto de Samuel Dicente? ¿De una mina colombiana? Se
le abrieron los ojos. Sí, ¿cómo sabes? Le conté la historia.
Media
hora después, cerró El Chanchito. Fuimos a mi cuarto. Contra lo que creí, Enrique
pudo trabajar cómodamente. Se fue cerca de las once de la noche. Resolvimos sus
principales dudas, pero aún le faltaba mucho para terminar el proyecto. ¿Terminaría
a tiempo? Ya veré qué chucha hago. Total,
el huevón de Samuel me dio esta chamba a última hora y, encima, me quiere pagar
una mierda.
Lo
acompañé al paradero. Tomó un taxi. De regreso en el cuarto, me tiré en el
colchón y traté de engancharme, sin éxito, con una novela. Pensé en Rosario. La
llamé. Estaba tranquila. Al parecer, había olvidado el incidente con Karina. Veía
El Rey León en la tele. Esta película
siempre me recuerda a mi papá, me confió, la voz nostálgica. Su padre
falleció cuando ella tenía doce años. Nunca se recuperaría de esa pérdida. Así que déjame tranquila, Daniel. Voy a
seguir viendo mi película. Suerte con tu puta. Rosario no lo sabía, pero al
día siguiente me vería con esa puta.
Antes
de montarme en la bicicleta, le escribí a Karina. ¿Vienes hoy? Esperé un par de minutos antes de empezar a manejar. Claro, amor, contestó. Guardé el celular
y manejé tranquilo.
En
la cuadra once del jirón Chota, me topé, como todas las mañanas, con el
escuadrón de limpieza de la Municipalidad, hombres y mujeres en uniformes anaranjados,
que empuñaban largas escobas y arrastraban altos tachos de basura. Llegaban a
su base. Se pondrían sus ropas de civil y viajarían a casa en el transporte
público. Sus rostros eran sanos, incluso alegres, jamás resignados. Verlos me
enseñaba que no había que quejarse, porque ni los que le quitaban la mierda a
la ciudad lo hacían.
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