Del jueves 06 al viernes 07 de octubre
del 2016
La cuestión está en la rodilla. Baudelaire (lo
cuenta Proust) amaba las rodillas femeninas. Amaba, quizás, en la mujer, lo que
tiene de menos femenino, esos momentos de su cuerpo en que asoma el hombre que
pudo ser, un fantasma varón o un fantasma de varón. No diremos, ingenuamente,
que de esto pueda deducirse un trasunto de homosexualidad baudeleriana. Más
bien, en la fascinación por el nudo en que se destrenza o se trenza la posible
e imposible dualidad sexual de una criatura, descubrimos la inquietud por el
enigma mismo de la sexualidad.
Francisco Umbral – Tratado De Perversiones
Les
invité un pollo a la brasa. La bebe se divirtió. Era lo único que me importaba.
Ahora, rondo Peñaloza en busca de Jazmín, una de las chicas más despampanantes
del lugar, con quien ya tiré en un par de ocasiones.
No
es fácil. Una voz me pide terminar el día sanamente; abortar la búsqueda de
Jazmín. Pero yo continuo. Quiero estrujarle las tetas, amasarle el culo,
meterle la pinga, gozar, chupársela… ¿Me atrevería a esto último?
Jazmín
no está en Peñaloza. Es inútil buscarla en Piérola. Jamás se ofrece por
Chancay. Siempre lo hace en Peñaloza. Pero no está. No está en ninguna parte y
yo estoy muy arrecho. Tengo su número. Puedo llamarla. Pero no me atrevo. Lo
haría si supiera que está en Peñaloza y que ella misma me contestará; ella y no
otra persona. La llamaría para reservarla, para que otro no se me adelante
mientras salgo del cuarto y camino hasta Peñaloza. De otro modo, prefiero no llamarla.
¿Por qué? Porque puede estar con su marido. Los novios de las tracas
generalmente son sicarios o narcotraficantes. No quiero que una llamada mía los
sorprenda en pleno acto. Imagino a su marido, furioso, exigiéndole
explicaciones. Quién es ese huevón que te
llama. Si descubro quién es, le corto los huevos. No quiero que me corten
los huevos.
Nunca
lo he hecho, pero la idea no me resulta repulsiva. Por el contrario, me atrae y
me arrecha. Es una de mis más secretas fantasías. Hablo de chuparle la pinga a
una traca; el clítoris del siglo veintiuno.
En
Chancay, veo dos hermosos ejemplares. Me pregunto por qué no se ofrecen en
Peñaloza. En Chancay, hay mucha luz, tráfico, gente. No puedo arriesgarme a que
alguien me vea transando por sexo; mucho menos con una traca. Así que vuelvo a
Peñaloza. No está Jazmín ni nadie que remotamente le iguale los atributos. Me
desespero: quiero cachar y no hay con quien.
Son
ya las doce. He caminado hasta el jirón Washington en busca de un reemplazo de
Jazmín. Hasta hacía un año, en esta calle, uno podía encontrar dos que tres
mamasotas. Hoy, no hay nadie. Las tracas abandonaron estos predios y se mandaron
a mudar.
Resurgen
los sentimientos de culpa. Veo a mi hija disfrutar de sus papitas; la escena familiar
sin peleas y sin gritos; mi esposa desmenuzándome el pollo, sirviéndome la Inka
Kola. No puedo terminar el día tirándome a un cabro; no si hace poco he besado
y abrazado a mi niña.
Regreso
al cuarto. Me echo en el colchón. A pesar de que anoche tiré con Rosario,
siento la necesidad de hacerle el amor a un cuerpo prohibido, más desmesurado,
peligroso y hechicero. Tengo la pinga dura. Hay una manera de calmarla. Cojo el
celular y entro en el blog que Rosario creo exclusivamente para nosotros. Allí,
entre algunos poemas suyos, cuelga los videos que nos hicimos tirando. En el
celular que me robaron, los vídeos eran mucho más explícitos, como que yo los
había dirigido. En los del blog, solo hay chupadas de pinga. Ubico la que me
dio en un hotel de Barranco, luego de que acudimos a un concierto en el que
terminé con un tajo en la muñeca izquierda. Así, sangrando, hicimos el amor. En
el video, no se ven ni el tajo ni la sangre, pero sí la boca de Rosario atragantándose
con mi trozo. Me corro la paja. Eyaculo en menos de un minuto. Por fin, se me aquietan
los ánimos. Duermo.
Al
día siguiente, en la oficina, luego del almuerzo, Patricia se acerca a mi
escritorio. ¿Me harías un masaje? Nos
sostenemos la mirada. Me gusta. Le haría más que unos masajes.