Del martes 04 al miércoles 05 de octubre
del 2016
¿Qué cualidades le exige usted a su
colchón?
Georges Perec – Las Cosas. Una Historia De Los Años Sesenta
Publiqué el capítulo siete. Rosario lo
leyó. Me llamó. Lloraba. ¿Cómo pudiste estar con otra chica?
No le contesté. No tenía nada que decirle. No quiero saber nada de ti,
explotó.
Cuando llegué al cuarto, encontré el
colchón desinflado. Lo revisé. Hallé el problema. Un agujero en una de las
junturas. Solucioné el inconveniente con capas de gutapercha.
Recibí un mensaje de mi esposa. No
podría ver a la bebe sino hasta el jueves. El mensaje me descorazonó. Me había ilusionado
con verla al día siguiente.
La bebe no crecía conmigo. Lo hacía al
lado de mi esposa y de Melina, su pareja. Me había ganado tal castigo. Mi
esposa, meses antes de que me botara de la casa, descubrió unos mensajes en mi
cuenta; no los que sostuve con Rosario, que, de por sí, eran incriminantes,
sino los que intercambié con Daniela, mi prima, que, aunque pocos, resultaban
bastante explícitos.
Los mensajes eran de este tenor: Quiero meterte la pinga. Quiero que me des
esa chuchita rica. Dime en qué hotel estás para caerte al toque. En mi
defensa, pude haber dicho que esos correos eran de la época en que me separé de
mi esposa y salí con Daniela. Puesto que quería tomar las cosas en serio, me
fui de la casa y busqué refugio en la de mi madre. Lo de Daniela terminó
pronto. Me aburrí, supongo. Regresé con mi esposa, pero nunca borré los
mensajes. En fin, era culpable. Si bien no por lo de Daniela, sí por lo de
Rosario. No le jugué derecho a ninguna de las tres.
Luego del incidente de los mensajes, mi
esposa me desechó sentimentalmente. Conoció a Melina. Se enamoraron. Cuando
descubrí sus amoríos, me reclamó, con todo el derecho del mundo, que merecía
ser feliz. A los pocos días, Melina se mudó a la casa y yo al cuartito de
Zepita.
Apagué la luz y me eché en el colchón.
Lloré por mi hija. Fuera de mis desmanes, me pesaba que la bebe creciera sin mí,
que yo creciera sin ella. Si Dios existía, ¿por qué no desaparecía a mi esposa
del mapa? Pensamientos así de toscos me surgían del dolor.
La imaginé a mi lado. Espérame hasta el jueves, amor. Iré por ti
sin falta. Saldré muy temprano del trabajo. Me escaparé. Manejaré la bicicleta
con todas mis fuerzas para verte más tiempo, mi amor. Espérame. El sueño y
el llanto me vencieron. Dormí.
Amanezco prácticamente en el piso. El
colchón se ha desinflado durante la madrugada. Qué huevada. Tengo dos mensajes
en el Whatsapp. Uno es de Rosario. Vuelve a enumerar los sacrificios que hizo
por nuestra relación. Me pide que no le escriba ni la llame más. El otro es de
Karina. Ha leído el capítulo siete de la novela. Eres un loco, Danny.
Mientras me visto, chateo con ella. ¿Es verdad todo lo que escribes? No
quiero desilusionarla. Sí, es verdad. Y
vas a salir en los próximos capítulos. Me dice que, cuando salga, le mande
el link para publicarlo en su página de Facebook. Rosario me escribe. ¿Con quién estás hablando? Te veo en línea.
Le digo que con nadie. Me pongo el casco. Lo aseguro. Estás hablando con la perra de Karina, ¿no? Rosario sí que tiene un
sexto sentido. Le digo que sí. Eres un
maldito. No te importa que me aleje de tu vida. No te importa perderme. Le
digo que Karina ha leído el capítulo siete y lo ha tomado con gracia. Se ha hecho fan de mi novela y me ha dicho
que va a venir a mi cuarto en la noche para felicitarme. Rosario se enoja.
Me descarga su ira en varios mensajes. No,
Daniel, de ninguna manera vas a meter a esa perra en tu cuarto. Yo voy a verte
hoy en la noche. Así que ya sabes. Más te vale que Karina ni se aparezca.
Le digo que no venga, que no voy a estar. Si
vienes, te jodes porque nadie te va a abrir la puerta. ¿Se te ha ocurrido que
puedo tirar con Karina en un hotel y no en mi cuarto? Rosario me llama.
Contesto. Está llorando. ¿Por qué eres
así conmigo, Daniel? Porque eres muy celosa, quiero decirle; pero no lo
hago. Además, ¿no se suponía que me había terminado? ¿No me había exigido que
no le escribiese ni la llamase?
No hay trabajo en la oficina; mejor
dicho, no hay trabajo para mí. Sin embargo, los ventiladores se venden bastante
bien. Quien sí tiene chamba es Patricia. Recibe las órdenes de compra, las
facturas y las guías de remisión; las archiva y verifica que los pagos se
efectúen en los plazos establecidos.
Jean Carlo y Victorio fugan temprano. Yo
me quito unos minutos después. Patricia es la única persona que cumple
puntillosamente el horario.
Había decidido comprarme un colchón de
verdad, con resortes y espuma. Luego de bañarme, voy a Sodimac. Compro el
primer colchón de plaza y media que se cruza en mi camino.
El personal de Sodimac no me ayuda a
cargar el colchón hasta la avenida Tacna. Lo cargo yo mismo. Paro un taxi. El
conductor, diligentemente, trepa el colchón en el lomo de su vehículo y lo
asegura con una soga. A pesar de que serán escasas cuadras de viaje, el taxista
me cobra quince soles. Ni modo. Acepto. En dos minutos, llegamos al destino. El
taxista desmonta el colchón y lo deja sobre la vereda. Yo mismo, sudando como
un puerco, me encargo de subirlo al cuarto.
El colchón inflable está cerca de la
puerta, hecho mierda. Tiene muchos recuerdos encima. Ha visto correr mi semen y
distintas mujeres lo han ungido con sus fluidos vaginales. Quiero conservarlo, pero
violaría la consigna de no acumular basura en el cuarto. Cojo una tijera y lo
apuñalo. Queda completamente sin aire. Lo enrollo. Lo pongo bajo el brazo y
salgo a la calle. Camino un par de cuadras y lo tiro al pie de un poste de
alumbrado público, donde la gente acumula su basura.
Rosario llega a las diez. Me llama. Estoy abajo. Ábreme la puerta. Más te vale
que la perra de Karina no esté ahí contigo. Ábreme, Daniel. Corto. Miro a
mi alrededor. Tengo un colchón nuevo que espera recibir pronto el cuerpo de una
mujer. Rosario vuelve a llamar.
Hace falta cerveza. Cojo algo de dinero, mi
mochila, y bajo las escaleras. Abro la puerta. Ahí está Rosario, súper
encabronada.
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