Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después
de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso
insecto.
Franz Kafka – La metamorfosis
Luz
roja. Detengo la moto. 60, 59, 58…
Una
señora, parada sobre la acera próxima a mi ubicación, teclea en su celular. Al
siguiente segundo, nota mi presencia y se sobresalta, esconde el aparato dentro
de su bolso y lo aferra contra su cuerpo. Clásico: el cholo siempre es un
delincuente. Si va en moto, de todas maneras, es ratero, y muy peligroso.
Vieja
cojuda, pienso.
De
soslayo, la veo dando pasos disimulados y cortos en dirección opuesta a la mía.
Quiere escapar de mi radio de acción, del área dentro de la cual podría yo, con
un simple y rápido movimiento del brazo, arrebatarle el bolso con celular,
joyas y dineros incluidos.
Lo
logra. Se ha alejado un par de metros. Ya no puedo verla con el rabillo del
ojo, aunque sí por el espejo retrovisor. Le veo algo del perfil del rostro. Se
le nota distendido. De tremendo ratero me he salvado, habrá pensado. Eso
soy. Soy un ratero; de ninguna manera el joven de excelentes notas
universitarias que en los pocos ratos libres de que dispone, como este, va en
moto hacia las casas de otros jóvenes, también universitarios, que necesitan
recibir clases de Química, Física o Cálculo para no ser reprobados y que, a
cambio de dichas lecciones, es recompensado con un dinero que, puntillosamente
ahorrado, emplea para pagarse la universidad.
Soy un
raquetero porque a la señorona le parezco uno. Quizá nunca más se acuerde de mí
luego de que la luz roja, 34, 33, 32…, cambie a verde; pero cuando lo haga, si
es que lo hace, será cuando diga ante sus amigas: Ay, sí, las calles están
peligrosas, cada día hay más rateros en moto. Te cuento, la vez pasada me salvé
de que uno se fuera con mi celular, a Dios gracias que lo vi antes de que me
robara, no solo el celular, también la cartera.
Vieja
de mierda.
29,
28, 27…
Me
siento un ratero; esa mirada cargada de desprecio con la que me vistió esa
señora me ha metido en personaje.
20,
19, 18…
Desciendo
de la moto. Con el pie, le bajo la pata de apoyo. Aún encendida, ronca silente
sobre la pista. Camino hacia la señora quien, sin darse cuenta de mi accionar,
ha vuelto a hablar por teléfono, totalmente imbuida en su papel de vieja
cojuda. El grifero de la esquina se ha dado cuenta de mis intenciones. Alcanza
a gritar: ¡Señora, cuidado! Tal exclamación atiza mi furia, la exacerba,
me mete mucho más en mi papel de choro. Ese grito me ha puesto en la piel de
todos los discriminados del mundo. Con todo el furor justiciero acopiado en mí,
le arrancho el celular a la vieja, regreso a la moto y, justo en el momento en
que la luz se hace verde, arranco.
***
Puedo
sentir sangre nueva recorriendo mis venas; un líquido caliente que me quema las
manos, la cara. Acelero a setenta kilómetros por hora. Si muero, este es el
momento perfecto, pienso. Pero no muero. Ningún auto se cruza en mi camino.
Varias cuadras más allá, con franca sonrisa reivindicativa en el alma, arrojo
el celular hacia solo Dios sabe dónde.
***
Vieja
de mierda; si pensabas que era un choro; ahí está; lo soy. Ahora, pues, cuenta con ganas cómo te robé.
Cuéntales a los tombos, a tus hijos, a tus amigas turulecas, al perdedor de tu
marido que te es infiel con chibolas que alquila a cien soles la hora.
***
Al día
siguiente, recibo una llamada. Es Claudia. ¿Qué pasó?, le contesto medio
adormilado aún. Son las siete de la mañana. Hoy no tengo que ir a la
universidad, pero al mediodía debo enseñarle Cálculo a un tipo en Miraflores. ¿Anoche
le robaste el celular a una señora?
¿Qué?
¿Cómo se enteró? Yo ya me había olvidado del asunto, hecho que tomé como un
pequeño gesto reivindicativo, y hasta juguetón, en nombre de tanto serrano
discriminado en la historia del Perú.
La
policía está buscando la placa de tu moto: 4872-HA. Es la tuya, ¿no?
Entonces,
empezaron a chancar la puerta de mi departamento. ¡Abran, carajo! ¡Toda la
casa está rodeada!
Termino
la llamada, salto de la cama y empiezo a vivir.
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