lunes, 15 de septiembre de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 30: Las tetas de una señora por YouTube y Kick

 


Prende tu cámara un ratito, pues, le pidió Santos.

Seducida por el carisma de su bonhomía, de su pícaro sentido del humor, Ana Lucía activó la cámara de su celular y le mostró los pechos.

¿Todo eso va a ser mío?, dijo Santos Camarón al ver el bamboleo de semejantes melones.

Solo si vienes hasta Chihuahua a visitarme, dijo Ana Lucía, sobrevolando el lente de la cámara de un pezón al otro.

A Santos Camarón se le mojó el calzoncillo. Se imaginó el serpenteo de su lengua mentirosa y atrevida por esa piel que parecía fabricada de leche.

Óyeme, dijo Analú, como también se la conocía en otros círculos, pero a mí me han chismeado que te dicen El Diablo, Satanás, El Cuernudo. ¿Por qué? Cuéntame.

Santos Camarón era un tipo de piel marrón, cara afilada, una frente grande y despejada que le iba ganando terreno al cuero cabelludo, unas orejas puntiagudas, como de duende, y una barbita ladina, en candado, conjunto todo que lo hacía idéntico a Mefistófeles, el demonio que no amaba la luz.

Ah, se relamió Santos, quien parecía haber estado esperando esa pregunta. Me dicen así porque tengo una colaza, pero por delante.

No te creo, jugueteó Analú.

¿No me crees? ¿Quieres creerme? ¿Quieres verla?

Santos Camarón comenzó el descenso lúdico de su cámara hacia el sur de su humanidad.

***

Torbe estaba agotado. Acababa de copular con la gatita blanca de la casa de enfrente y había corrido cientos de metros para evitar que ella lo fileteara tras el postrer orgasmo. Ambos desgarraron el cielo con sus maullidos; los de él de placer, los de ella de dolor e inmediata venganza.

Por la angosta ventana, volvió a filtrarse en el cuarto de su dueño, el periodista deportivo Enrico Arrechini, quien, sentado sobre su cama, bebía los rezagos de su tercera botella de ron, al tiempo que propalaba por su canal de YouTube los sentimientos que Cataleya, la mujer que porfiadamente se negaba a ser su enamorada, le inspiraba.

¿Sigues chupando, tío?, le dijo Torbe tras aterrizar de un salto sobre la cama. Arrechini leía los comentarios de sus seguidores y detractores.

Chupo por Cataleya, Torbe. Cataleya no quiere estar conmigo. Yo reconozco que soy poco hombre para ella, que no puedo ofrecerle lo que sí le ofrecen esos jovencitos que se le acercan: plata, carros, estabilidad económica. ¿Pero sabes qué sí le puedo ofrecer, qué sí le puedo dar?

Pulgas, huevón, se quejó el gato. Siempre que llego al cuarto me empiezan a picar tus pulgas. El animal olfateó el ambiente. ¡Pala! ¿Hace cuánto que no te metes a la ducha, tío?

Llevo tres días bebiendo por Cataleya. Chupo por ella, lloró Arrechini.

No seas huevón, pe, tío, dijo Torbe. Tú chupando por ella y ella chupando la gampi de Johncito, el jovencito que la saca a pasear los fines de semana. Y a mano cambiada, encima. Torbe dejó escapar una risita. Los seguidores, atentos a la conversación, descargaron toneladas de jajajas.

Vamos, tío, volvió Torbe, no te pongas en plan de víctima. Haz algo con tu vida. Mírate, estás hasta las huevas. El único animal que te soporta soy yo. Puta, si no fuera por que hay una gata afuera que me está buscando para sacarme la gramputa, me largaria y te dejaría. Aquí huele a muerto.

Quiero morir, Torbe. La vida no tiene sentido sin Cataleya. Arrechini miró a la cámara de su celular para hablarles a sus seguidores. Eran doscientas personas conectadas en vivo. Chicos, díganle a Cataleya que la amo muchísimo, que haría cualquier cosa por ella, cualquier cosa por tenerla a mi lado. Luego, como si esa cámara súbitamente se hubiese convertido en la mujer de sus borracheras, mirándola, más bien contemplándola, dijo: Cataleya, te amo, te adoro, enana diabólica, enana rica y apretadita.

Tío, usted ha sido el mejor periodista deportivo de su generación; ha paseado su registro vocal, sus opiniones y sus comentarios perspicaces por cuatro Mundiales, seis Copas América, diez torneos de sapito y dos mundiales de globos, ¿cómo va a estar diciendo que quiere morir?  ¿Qué chucha le pasa, tío?

Quiero morir, pues, Torbe. Tú mismo lo has dicho. Yo ya he conseguido todo lo que cualquier periodista deportivo pichirruchi solo puede soñar. Ya le di lo mejor de mí a esta ingrata profesión que ahora me niega o malpaga sus mejores sets de televisión porque soy un borrachito. Ya no tengo más metas que cumplir. Lo logré todo. La única meta que me falta es estar con mi enana diabólica. Y si no estoy con ella, que estas botellas de ron me lleven consigo al tacho de basura.

Mirando a la cámara, desenroscó otra botella de ron y se llenó su legendario vaso azul de plástico, cuyos bordes ya blanquecinos se deshacían en finos hilillos de asbesto.

¡Salud por ella, Torbe!

Torbe, en lugar de brindar con su dueño, se mordisqueó ferozmente la cola; las pulgas que se multiplicaban en la gruesa colcha de la cama de Arrechini no perdonaban a nadie que hollara sus vastas comarcas. Ellas adoraban el fuerte olor a queso que la manta desprendía y el calorcito que los pedos de Arrechini generaban. Así, sus huevecillos medraban y producían populosas camadas.

   Muchachos, ya saben que tenemos un número de Yape; a ver, ¿quién me puede mandar para un pancito con pollo allí en el chat?, pidió Arrechini luego de secarse el contenido de su vaso. Llevaba cuatro días bebiendo. No se había llevado nada sólido a la boca. En su cuartito de dos por dos, no existía ningún insumo que pudiese cocinar en su estufita Surge, que había encontrado en un botadero de chatarra. Y si hubiera existido, tampoco habría tenido el vigor ni los ánimos de cocinarlo. Había extendido sus exiguas fuerzas todo lo que pudo, pero ahora el hambre apretaba. Sentía mareos. Un pan con pollo fue lo primero que se le vino a la mente; lo primero y lo más rico.

Puentini Borrachini, usuario que se dedicaba a generar clips en TikTok resaltando los segundos o minutos más jugosos de las largas transmisiones en las que Arrechini exhibía su tortuosa vida, le yapeó cinco soles. El mensaje que acompañó al dinero, y que Arrechini leyó para sus doscientos conectados, rezaba: Para que te compres dos panes con pollo, tío.

Gracias, Puentini conchatumadre. Eres una mierda conmigo. Siempre me cagas en TikTok mostrando lo peor de mí, pero, después de todo, veo que eres humano. Al menos, me mandas cinco soles. Te lo agradezco, malparido.

Arrechini se encasquetó su conocido chullo en la cabeza, no se miró al espejo -porque no tenía- y se envolvió en su única casaca.

No te olvides que hoy se me acaba la comida, tío, le recordó Torbe mientras se hacía un agujerito acogedor en la frazada, en medio de tanto olor a pata y pulgas asesinas. A mí también me sabe dar hambre, eh.

Aunque no lo crean, muchachos, dijo Arrechini a sus seguidores, que comentaban y comentaban sin cesar calificándolo de feo, vago, borracho y pedigüeño, este gatito también es un gasto para mí. A pesar de mi enfermedad del alcoholismo, tengo que salir a conseguir comida para mí y para él. ¿Verdad, amor mío?

Putamadre, tío, se incomodó Torbe, siempre que te emborrachas se te sale lo cabro. Yo creo que el día menos pensado me vas a dar vuelta. Tendré que estar vigilante si quiero conservar el invicto.

No seas así, Torbe. Yo soy un tipo cariñoso. Y mi Cataleya no valora eso. Yo podría darle mucho amor. Algo que ya no se da en estos tiempos. Ahora solo te dan plata. Los chicos solo quieren darles dinero, carros y joyas a sus chicas. Y yo digo, ¿dónde quedó el amor?

Ya aburres con tu floro, tío, dijo Torbe lamiéndose el ano. Ahora que te compres tu sánguche, no te olvides de comprarme mis croquetas, eh.

Arrechini se aseguró de que sus llaves estuvieran en los bolsillos de esa casaca con la que había transmitido para todo el Perú el último de sus mundiales, el de Rusia, en el 2018, y se detuvo ante la puerta. La cara se le agrió.

Torbe lo miró atentamente. Esa cara en el enano no era habitual en sus borracheras.

Y, efectivamente, Arrechini se partió en dos hacia adelante y vomitó los cuatro días que llevaba sin comer. En el suelo, quedaron desperdigados un poco de sus pulmones, un tanto de sus intestinos y unos pedacitos de su maltrecho, pero todavía rendidor, hígado.  

Puta, tío, te maleaste, se asqueó Torbe.

Ay, Satanás, dame paciencia, dijo Arrechini, limpiándose la boca con la manga de su casaca. Aunque pensándolo bien, creo que me vino bien este buitre. Así hay espacio para los pancitos con pollo.

Luego de pasarse los dedos de olluco por los pelos sebosos que escapaban a la compresión de su chullo, se despidió del gato: Ya regreso, Torbe. Cuídame el cuchitril.

Oe, tío, no me vas a dejar encerrado con tu buitre que huele a mierda. Suficiente tengo con soportar la pezuña de tu colcha y ahora tengo que aguantar la ponzoña de tu huaico. No seas pendejo, pues, tío. Me vas a encontrar muerto cuando regreses.

Pero Arrechini ya se había ido.

***

 Ana Lucía quedó ilusionadísima. Luego de lo que había visto, estaba determinada a hacer cualquier cosa por ese hombre.   

¿Podrías prestarme doscientos dolaritos, Analulita?

Apenas llevaban conversando dos días y Santos Camarón considero que ya era tiempo de picarle plata a su nueva amiga.

¿Doscientos dólares?

A pesar de haber comprobado visualmente por qué a Santos le decían El Diablo, Ana Lucía quedó sorprendida ante la pronunciación de tal monto. Sí, estaba determinada a hacer lo que fuere por semejante hombre, pero darle así, de buenas a primeras, doscientos dólares, era otra cosa, eran palabras y cifras mayores. Sin embargo, Santos, un nigromante del verbo y la locución callejera, era capaz de convencer a un inocente de que era culpable.

Analú, mi prestigio de periodista me precede; soy conocido en todos lados y mis reportajes y programas, que dan la hora en el acontecer deportivo, los puedes disfrutar cuando gustes en YouTube. En ese portal, puedes comprobar la calidad de mi trabajo. Yo siempre dejo que mi trabajo hable por mí. Esa es la garantía indubitable de que te pagaré los doscientos dólares al término de dos semanas. Sin falta.

La solidez y el garbo con los que fueron expresadas esas palabras terminaron por convencer a Ana Lucía de soltarle el dinero solicitado.

No te voy a fallar, Analú. Yo soy un hombre de palabra.

Las dos semanas concluyeron y Santos no se manifestó. Ana Lucía temía escribirle para hacerle recordar el préstamo. Sentía que se vería como una interesada en el tema monetario. ¿Recordarle a una persona que le devuelva una plata prestada? No, eso era una indelicadeza. Esperaría a que Santos Camarón cumpliese su palabra, así fuese a destiempo. Y si no le devolvía los doscientos dólares, bueno, al menos habría aprendido una valiosa lección: no le prestes dinero a nadie, porque cuando les cobras se convierten en tus enemigos, pero para pedir hasta lágrimas derraman.

Saber que Santos Camarón era un tipo en quien no se podía confiar le había costado la friolera de doscientos dólares. Pudo haber sido peor.

***

Puta, cojudo, no me has hecho la publicidad que quedamos. Yo te pago como gran huevón para que publicites mi lavandería y no te apareces en la radio. Eres una caca, Arrechini. Eso no se les hace a los amigos.

¿O sea que no puedes ayudarme, Santos?

Ta qué tal concha tienes, oe. Yo ya te ayudé para que me hagas la publicidad y, encima, no vas a la radio toda la semana en que se supone que debías decir la publicidad de mi lavandería. Eres la cagada, Arrechini. Que te ayude tu abuela, cojudo. No me vuelvas a llamar. O me devuelves los cien soles de publicidad que te pagué o te olvidas de que fuimos patas.

Santos Camarón había sido duro y cortante. Era lo menos que merecía el sinvergüenza de Enrico Arrechini.

Asimilando que no todo en su vida era lo mejor que alguien pudiera desear, Enrico continuó su camino hacia la sanguchería de la esquina. Había perdido órganos internos vitales cuando vomitó en su cuarto y necesitaba de un buen pedazo de carne metido entre dos tapas de pan para cubrir el vacío dejado.

Dos panes con pollo, lanzó Arrechini, como si hubiera amanecido, almorzado, cenado y cachado con la señora que vendía hamburguesas.

Oiga, salude primero.

Dos panes con pollo con mayonesa. Y voy a pagar con yape, por si acaso, devolvió Arrechini, pasándose por las bolas la reconvención de la señora. Tiene yape, ¿no?

Tengo plin, dijo la señora, tajante como saludo de cabro resentido.

No, pues, putamare, se quejó Enrico, tiene que tener yape. Todo el mundo usa yape. Carajo. Abandonó malhumorado el lugar en busca de otro puesto al paso en donde satisfacer su hambre perruna. En eso, recibió un mensaje al celular. Era un mensaje de Santos Camarón. Por un momento, se le atravesó la idea de no revisarlo. Probablemente se trataba de algún insulto de último minuto que le dedicaba Santos a modo de cruel y despechada despedida.

Ay, carajo, vamos a ver qué envió este conchasumadre de Santos Camarón, le dijo Arrechini a sus seguidores del YouTube que lo acompañaban a todos lados, incluso al baño a cocinar, porque, sí, Arrechini lavaba las verduras donde se afeitaba, hacía el arroz en el wáter y cocía los fideos en las mismas ollas que usaba para lavar sus medias pezuñentas y sus calzoncillos ahuecados. A esos momentos, en YouTube, Arrechini los intitulaba “Del Ano a la Boca con el Chef Arrechini”. Esas ediciones eran las que acogían a un gran número de televidentes, logrando que Arrechini pudiera cobrar de YouTube unos doscientos dólares al mes que tenían un destino fijo: la pensión de su vástago. En el último episodio de “Del Ano a la Boca con el Chef Arrechini”, Enrico había enseñado a cocinar “Calzoncillos al Pesto”.

¡Chucha!, exclamó Arrechini al ver lo que Santos le había enviado al WhatsApp. La sorpresa fue tal que le evaporó en un santiamén la amargura que le había producido la negligencia de la vieja de mierda de la hamburguesera por no manejar una cuenta de yape.

Uy, muchachos, si les contara lo que me acaba de mandar el Diablo Camarón, se les parte el culo. Si quieren que les muestre estas fotitos, ya saben, tenemos un número de yape. El que puede apoyarnos nos apoya y el que no, que me chupe el huevo izquierdo que lo tengo más grande que el derecho. Al que me dé el mejor yape, le paso este rico pack.

***

Con lo que nos ha yapeado el señor Olivo, que fue quien nos donó la mayor cantidad de plata y, por tanto, a quien le reenvié el material que nos envió Santos Camarón, tal cual lo prometí, compramos todo esto para mejorar nuestro cuartito, les dijo Arrechini a sus doscientos conectados. Mostró con la cámara una serie de víveres, frazadas nuevas, y aparejos para mejorar sus transmisiones.

Cuenta qué te envió Camarón, suplicaron los comentarios.

Ya, pe, no te cierres, Arrechini relojero, vago de mierda, reclamaron.

Muchachos, contrólense o bloqueo a esos que se están yendo de boca. Yo prometí pasarles las fotos que me envió Camarón solo a aquel que nos yapeara generosamente. Y el señor Olivo fue quien nos cumplió como era debido. Así que no jodan. Ahora, vamos a cocinarnos un caldito de pollo aquí en el wáter.

Uno de sus celulares, aquel con el cual no transmitía, empezó a vibrar descontroladamente. Era Santos Camarón.

***

Olivo era el sobrenombre con el que Groover solía ver las transmisiones de Arrechini. Ni bien oyó la oferta que propuso Arrechini para compartir las misteriosas fotos enviadas por Camarón, efectuó un irresistible yape. Lo que Kick le generaba por sus transmisiones le permitían ahora ser un manirroto donante. Inmediatamente, las fotos le fueron entregadas. Al comprobar el fuerte y sustancioso contenido de esas imágenes, le envió a Arrechini, a través de uno de sus emisarios en el Perú, seis latas de atún, cuatro paquetes de fideos, y dos rones, a modo de agradecimiento. Arrechini mostró los dos rones. Al poco rato, volvería a ahogarse en la turbulencia de sus anhelos truncos, vómitos y olvidos.

Tengo en mis manos un material exclusivo. Picaña, chuleta. Eso que, a ustedes, miserables, les encanta, celebró Groover en su programa de Kick “Cuchillos Largos”. Cierta señora, que yo creía que me era fiel, lo mostró todo. Y aquí tengo las pruebas de su arrechura. ¿Cómo una señora de su casa, de su edad, puede prestarse a estas huevadas, miren, ve?

Groover puso en pantalla un par de tetas.

Y no solo eso, sino que esta señora, que solía ser mi musa inspiradora, con la que yo solía masturbarme mientras oía su voz, intercambió las fotos de sus tetas por la de una pichula negra y sucia, una chala sucia. Miren, ve.

¿Y de quién es la chala?, comentó el Mano Santa, ferviente seguidor de Groover.

No tengo identificado al poseedor de ese gran maso castigador, pero sí a la persona a la que le pertenecen las ricas tetas que están viendo, porque el pack que me han pasado tiene, en una de las imágenes, la cara de la susodicha. Y una gran pena ha sido para mí saber que esa mujer, esa mujer a la que yo adoraba, a la que yo virtualmente le lamía los pies, el poto y me comía su caca, era mi musa inspiradora. Y fue una gran pena comprobar que le muestra sus tesoros más íntimos a cualquier tipejo con una buena pinga. Eso me merece el menor o ninguno de mis respetos.

Sin que alguno de sus seguidores pudiera verlo, porque siempre transmitía con la cámara apagada, Groover le pegó un sorbo a su vaso de whisky y aspiró una sinuosa línea de fentanilo.

Groover continuó mostrando las fotos contenidas en el pack de Arrechini: tetas, pezones y un falo amenazador, negro como la traición de Judas.

Eso, Groover, así, danos chow. Eso es lo que queremos: potos, tetas, fichas Reniec, insultos al por mayor. Danos chow, Viejito lindo, apostilló Alex Broca Oficial, otro seguidor fanático de Groover.

Voy a dejar el link al vivo en los comentarios para conversar con alguno de los más de cincuenta conectados en todas mis multiplataformas. Quiero saber qué opinan sobre las fotos bastante chocantes que acabamos de mostrar. Quiero sus opiniones.

Santos Camarón cliqueó en el link y esperó a que Groover lo transmitiera.

A ver, aquí tengo a alguien que se hace llamar El Diablo. ¿Quién será? A ver, pan con relleno, estás al aire. Habla. ¿Qué opinas de las mujeres que intercambian fotos de sus ubres a cambio de la foto de un pene venoso y asqueroso?

Oye, huevonazo, quién te ha autorizado a pasar esas fotos íntimas, detonó Camarón.

Y quién chucha eres tú para decirme lo que debo pasar o no en mi programa.

Camarón, que participaba sin prender la cámara, estaba encolerizado. No entendía cómo diablos las fotos que intercambió con Analú habían dado a parar en ese oscuro canalito de YouTube.

Dime cómo has conseguido esas fotos, huevón, o ahorita mismo te meto una denuncia.

Groover rio a mandíbula batiente.

Denúnciame, pe, chuchetumare. Acá voy a esperar tu denuncia. No te demores. Es más, qué te digo, te recomiendo una comisaría en donde el suboficial panzón te toma la denuncia usando un pad de Hello Kitty.

Era en vano. Camarón sabía que Groover jamás le diría cómo diantres se había hecho de sus fotos porno. Decidió terminar su participación lanzando una última amenaza: Algún día la vida nos va a poner en la misma vereda, huevón, y ese día te vas a acordar de mí.

Groover jamás había mostrado el rostro en sus transmisiones, ¿cómo mierda lo reconocería en la calle entonces? Santos se acababa de dar cuenta de que había dicho una estupidez. La furia solía ponerlo más estúpido que de costumbre.

Luego de masturbarse para despejar la mente y pensar mejor las cosas, analizó la situación al mismo estilo de Hércules Poirot, el héroe de Agatha Christie: Las fotos solo pudieron salir de su celular. Y él solo manejaba dos aplicaciones, Facebook y WhatsApp. Revisó los mensajes del Facebook. Nada. No estaban las fotos por ahí. Revisó WhatsApp. Repasó las últimas conversaciones. Bajo el nombre de Arrechini, se desplegaba el icono de que se habían enviado unos archivos. Horrorizado, ingresó a la conversación. Efectivamente, él era el único culpable de que su negra pinga y las abultadas tetas de Analú se hubiesen visto públicamente. Accidentalmente, le había enviado todo el pack porno al chato Arrechini, y ese muerto de hambre, seguramente a cambio de una buena cantidad de plata, se las dio al imbécil que conducía ese programete de YouTube.

Ahora sí me va a conocer ese enano y la reconchasumadre, prometió Santos.

***

Dios ha muerto, había escrito Nietzsche, y Arrechini, en su directo, decía que Dios estaba vivo, pero que era un cabrón porque no asesinaba a la persona que se había hecho pasar por él para bloquear por robo la línea del celular con el que organizaba sus entrevistas y recibía los yapes para sobrevivir.

Si de verdad existes, Dios de mierda, mata a esa persona ahorita mismo. ¿Por qué no la castigas y sí me cagas a mí que no le hago daño a nadie? ¿Ven?, les dijo a sus seguidores. Su Dios no hace nada para reparar esta injusticia. Seguro el idiota que me bloqueó la línea se está persignando al salir de su casa y Dios lo premia. Claro, porque no existe. Si existiera, ahorita le estaría partiendo el poto con un rayo. ¿Ahora cómo voy a hacer para recuperar mi línea? Con ese número yo trabajaba, me movía. ¿Y ahora?

Arrechini empezó a llorar.

El Dios del que ustedes hablan no existe. Miren lo que me ha hecho.

A pesar del crudo momento que vivía, Arrechini no dejaba de transmitir. Doscientas personas lo veían llorar y renegar de Dios.

Putamadre, Dios, si de verdad existes, si de verdad estás de mi lado como dicen los creyentes, mata a todo aquel que me haga daño, mata a ese conchasumadre que me ha bloqueado la línea, retó Arrechini.

No, señores, yo así no puedo hacer programa. Volveré a tomar un poco de ron con gaseosa para calmarme y dormirme profundamente. Y ojalá que Dios o Satanás, quien corresponda, me deje dormido para siempre. No quiero despertar. Ya no quiero vivir. Estoy harto de la vida que me tocó.

Aunque Arrechini lo ignorara, Santos Camarón iba en su búsqueda para desahuevarlo. Justo en el momento en que este último cruzaba la pista para alcanzar la otra orilla y tomar un taxi que lo llevara a La Victoria, distrito donde malvivía Arrechini, sin darse cuenta, pisó un buzón que llevaba la tapa medio floja. Cayó libremente treinta metros. Dios, incomprendido por Arrechini, muy a su pesar, seguía ayudándolo, aunque él jamás se lo reconociera y lo tildase de cabrón.

Si supieras de todas las que te he salvado, Enrico, creerías en mí, pensó Dios. Pero no es mi estilo manifestarme abiertamente. Prefiero protegerte anónimamente a pesar de que me tires toda tu mierda y me endilgues todo tu vulgar vocabulario.

Cuando regresó a su cuarto, se topó con la sorpresa de que su gato Torbe había roto, seguramente harto de estar encerrado en ese cuarto, las dos botellas de ron que le había regalado Groover, o su alter ego, el señor Olivo.

¿Ves, enano?, dijo Dios. Fui yo quien rompió tus botellas para que no te vuelvas a intoxicar porque tu hígado está a una nada de irse a la mierda. No me lo vas a agradecer, pero quiero que sepas que te quiero, cabrón malagradecido.

Mientras Dios decía estas cosas, Enrico lloraba su desgracia, tirado en su cama de, al menos, frazadas nuevas.

jueves, 28 de agosto de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 29: Hijo extorsiona a su padre para que le pague la universidad

 

José Eulogio acababa de ingresar a una prestigiosa, aunque costosísima, universidad peruana. Estaba muy feliz. Se trataba de uno de los centros educativos particulares de más difícil acceso no solo por la cuestión económica sino también por la dificultad que presentaba su examen de ingreso. Solo aquel que se preparaba a conciencia ingresaba.

Contentísimo por su logro y confiadísimo por la seguridad que le daba la firme convicción de que él, como hijo, había cumplido con creces su deber académico -pues había ocupado nada más y nada menos el segundo lugar en el examen de admisión-, llamó a su padre para comunicarle la grata noticia y, por supuesto, solicitarle el debido apoyo para el pago de la matrícula y las pensiones.

José Eulogio se había privado de fiestas, de salidas al cine, de paseos campestres los fines de semana, para convertirse en un flamante universitario, futuro profesional de provecho. Estaba seguro de que su padre, allá en los Estados Unidos, en uno de los barrios más miserables de Newark, hincharía el pecho al enterarse de la buena nueva.   

Aló, papá, dijo José Eulogio.

Aló, ¿sí?, tartamudeó Groover. Eran las nueve de la noche en Lima, las diez en Newark. José Eulogio notó, por el tono de la voz de su progenitor, que algo no andaba bien con él.

¿Estás bien?, dijo el muchacho, tanteando el terreno, temeroso de toparse con algún exabrupto de su padre, pues, a pesar de haber crecido lejos de él, sabía que era un loco de cuidado.

¿Quién chucha habla? ¿Marly? ¿Eres tú, chuchetumare? ¿Otra vez vas a cantarme tu huevada de “eso, eso, eso, eso, eso, oh, solo el amor, eso, eso, eso, eso, eso, oh, siempre el amor”? ¿Otra vez vas a venir a joderme con que viva el sida y la puta de tu madre?, se exaltó Groover.

No, papá. Te habla José Eulogio, tu hijo. Llamaba para compartirte una gran noticia, dijo el joven. Hablaba despacio y con calma para brindarle cierta paz a la atribulada mente de su padre.

¿José? ¿José Eulogio? ¿Quieres chupar conmigo, José Eulogio? Putamadre, hijo, quiero contarte que estoy destruido. Las caza maridones cada día son más, son una plaga, y me están clavando puñales en la espalda. Por eso estoy tomando, hijo, para que les duela. Mientras más licor me meta al hígado, más les dolerá a esas caza maridones en su orgullo; caza maridones que se aúpan en despojos humanos como Marly, Montes o Cambrito -Cambrito por la conchasumadre, hasta dónde hemos caído-, solo para tener alguien que las peche, que las defienda. ¡Salud, José Eulogio! Mi hijo me dijiste que eras, ¿no?

Sí, papá; soy tu hijo.

Chucha, no sabía que tenía hijos.

Solo uno, papá, yo.

¿Y por qué no estas acá a mi lado, huevón? ¿Dónde estás? Vente a mi jato. Vivo aquí, nomás, en la calle Berger seis cuatro seis. Vente al toque. Todavía me quedan dos pavas y tres sick pack de Cuzqueñas importadas desde el Perú, cuñao.

Papá, se aclaró la garganta José Eulogio, yo vivo en Lima. Estoy estudiando aquí. Te quería contar que acabo de ingresar.

¿Ingresar? ¿Adónde? ¿Adónde has ingresado?

A la universidad, papá, respondió José Eulogio, procurando darles a sus palabras la nota justa de alegría que estaba conteniendo desde que hubo detectado que su padre estaba ahogado en alcohol y colocadísimo en marihuana.

Un silencio preocupante se tendió como una gruesa y mugre alfombra entre ambos celulares. El teléfono que Groover usaba estaba encriptado. Desde que se hubo refugiado en los Estados Unidos, protegía sus llamadas para que sus persecutores en el Perú no tuvieran idea de dónde o cómo localizarlo.

¿Papá? ¿Estás ahí?, palpó José Eulogio.

Putamadre, huevón, ¿tú crees que es fácil prender una pava y hablar al mismo tiempo? Deja que me prenda un toque, cuñao.

Se oyó una fuerte aspiración y una exhalación de disfrute y relajación.

José Eulogio creyó que ese era el momento de retomar la conversación sobre su ingreso.

Como te decía, papá, he ingresado a la universidad.

Ah, ya, bostezó Groover, demostrando así que le importaba un pincho la noticia de su hijo. Oe, puta, la huevona de Eva me ha pedido trescientos soles para pagar su internet, su luz, su agua. Jajaja, como si me la estuviera cachando. Y, encima, tengo que pagarle por dos vinos para que chupe en mi transmisión. Oe, cuñao, ¿cómo es tu nombre? ¿Javier? ¿Marly? ¿Montes?

José Eulogio, papá, me pusiste ese nombre en honor de uno de los mejores amigos de César Vallejo en el Grupo Norte, José Eulogio Garrido Espinoza, aquel a quien Vallejo le dedicó ‘Bajo los álamos’ de su poemario ‘Los heraldos negros’. Si hasta hiciste que me memorizase ese poema cuando tenía tres años, rememoró el joven. 

Ah, ya; oe, José Eulogio, ¿ya te suscribiste a mi canal de YouTube? ¿Ya te caíste con tres suscripciones en mi canal de Kick? Putamadre, cuñao, mi audiencia va subiendo como la espuma y con esa crecida también la plata que YouTube y Kick me dejan mes a mes. ¿Sabes cuanto saqué entre ambas plataformas?

Eh, no, papá, hace años que no me llamas para conversar, así que no sé cuánto dinero te dejan esas plataformas. Pero, vamos, cuéntame, ¿cuánto ganas transmitiendo?

Pero para qué quieres que te llame si yo hablo todos los días a través de mis multiplataformas. Basta con que entres cualquier día, a cualquier hora, para que me escuches y te enteres de mi vida. Putamadre, o sea que encima te tengo que llamar; qué tal concha.

Tienes razón, pa. Mala mía. Ahorita mismo me suscribo a tu canal. ¿Cómo se llama?, dijo José Eulogio.

Se llama Cuchillos Largos, y salimos por YouTube, Kick, Facebook y X de Elion Mask. Pero aguanta tu coche. ¿Qué dijiste?, interpeló Groover, destapando una botella de cerveza y soplándosela de un solo sorbo hasta casi más de la mitad.

Que cómo se llamaba tu canal.

No, cojudo, eso no. Lo otro. Eso de ‘mala mía’.

Ah, sí, es una expresión que se usa para reconocer un error.

¡Fuera, chuchetumare! Esa es una expresión que usan los alucinados para dárselas de pituquitos cuando no son otra cosa que patacalatas, cholos arribistas, como estoy seguro que eres. Otra frase que usan es ‘literal’; ‘literal esto’, ‘literal aquello’. Puta que me llegan al pincho cuando los oigo. La vez pasada escuché a esta huevona cachera de la Lobatón, en el programa del cabrilla de la Beto, hablando de la perra cachera de su vieja, diciendo que ella, ‘literal’, tenía la fuerza de un hombre. Putamadre, cojudo, yo casi agarro mi celular a patadas. Si esa puta dice que su madre ‘literal’ tiene la fuerza de un hombre entonces es porque de verdad su madre es un hombre. Por la conchasuabuela, ‘literal’ o ‘literalmente’ no se usa para exagerar, carajo. Se usa para indicar que lo que ocurrió, sucedió tal cual. Por ejemplo, la vez pasada escuché a una divorciada víctima de afecto de mierda, que a pesar de que ha pasado por los claustros universitarios, decir: ‘literal’ me morí de la risa. Entonces, te hubieras muerto, pues, cojuda. Ya no estarías con vida. ¡Por la conchasumadre, cómo me destruyen el idioma español que es tan bello! Groover había lanzado un furibundo puño contra la pared.

Tranquilo, papá; te prometo que no volveré a decir ‘mala mía’. Aceptaré mansamente mi condición de cholo desposeído, de joven patacalata.

Haces bien, cojudo. No hay nada que me joda más que la gente falsa, inhaló Groover.

Está bien, papá. Y volviendo al tema, me alegra mucho que te esté yendo bien en tu faceta de comunicador, dijo José Eulogio con desinteresada franqueza.

Claro, huevón, me está yendo de la putamadre. Solo para ti, que eres mi hijo, te voy a soltar este dato. Estoy facturando tres mil dólares mensuales. Entre YouTube y Kick, me estoy haciendo esa friolera. ¿Cómo la ves?

Estupendo, papá. Es una buena cantidad de dinero que te estas ganando con estar solamente sent… José Eulogio se detuvo a tiempo. Reformuló su frase para evitar que Groover creyera que menospreciaba su actividad, que solamente se ganaba la vida sentado frente a una computadora, con un rollo de papel higiénico en la diestra y una papaya que usaba para masturbarse en la siniestra. Es una buena cantidad de plata para hacerla desplegando tus conocimientos truncos de comunicación en la universidad y muy cómodamente desde tu casa.

Claro, pues, huevón, no me hizo falta terminar la carrera. Yo llevo la comunicación en la sangre. Soy un comunicador nato. No sé si has ido a la escuela de oratoria en la Casa del Pueblo. Si no lo has hecho, te exhorto a que lo hagas. Ningún hijo mío va a hablar como un Cambrito descamisado.

Sin tener idea de quién diablos era Cambrito, José Eulogio, que no era, como su padre, un orador de fuste, dijo: Sí, papá, lo haré. Creo que me caerá muy bien reforzar mis habilidades oratorias ahora que voy a empezar la universidad. José Eulogio había estado esperando esa precisa entrada para volver a inocular el tema de la universidad.

La universidad, la universidad, la universidad, remedó Groover. ¿No sabes decir otra cosa? Putamadre, yo conozco a varios huevones que han terminado la universidad y ahora dan pena. Ahí tienes a esa divorciada víctima de afecto, cuyo nombre no viene al caso, pero a quien llamaré Teresa, que estudió comunicaciones interplanetarias en una prestigiosa universidad y cuando le digo que entretenga a los descamisados mientras achico la bomba dos minutos, se queda callada, muda, se maridonea, me busca, me dice no sé qué decir. Puta, hasta las huevas, pues. Y mírame a mí, que no estudie ni pincho, y puedo entretener a miles durante horas con mi solo verbo, que puede ser flamígero por momentos o melifluo según las circunstancias, como cuando hablo con mi musa y amor imposible, la Caza Maridones Bafi. Y es que no se necesita ir a la universidad para lograr tus metas. Bukowski decía que lo que se necesita en la vida era beber, escribir y cachar. Yo, Groover, me cago en él y digo: se necesita vivir, leer y comunicar. A propósito, ¿qué libro estas leyendo?

José Eulogio no leía. Consideraba que los libros y la lectura eran algo obsoleto, en desacuerdo con la modernidad. Para qué iba a leer, digamos, La Riqueza De Las Naciones de Adam Smith, si se les podía preguntar a Chat GPT, DeepSeek, Perplexity, Copilot, que le dieran un resumen de diez líneas de ese libro de modo tal que luciera como todo un experto en la materia. Leer un mastodonte de mil páginas era una manera muy cojuda de perder el tiempo, era vivir decimonónicamente.

Últimamente no he leído nada, pá, porque me he estado preparando para el ingreso a la universidad. He estado trabajando con textos preuniversitarios. Y justamente por eso te llamaba, pá, porque he ingresado y para pedirte que…, dijo José Eulogio, dándole a sus últimas palabras el suficiente peso jubiloso para que su padre se contagiase también de la buena noticia.

Putamadre, ya me tienes huevón con tu universidad, lo interrumpió Groover. Mira, hasta has hecho que se me pase la borrachera, carajo. Ya, ladra, qué quieres decirme. Qué quieres pedirme, demandó Groover, hartándose de la llamada de su hijo.

Papá, aprovechando la buenísima noticia de que te está yendo bien con tu emprendimiento virtual, quiero pedirte que me ayudes con la matrícula y la primera pensión de la Universidad Católica, que es donde he ingresado. Son más o menos en total unos ocho mil soles. Y eso que he postulado a la primera escala y me la han aceptado, ya que dije que mi papá me abandonó cuando era niño. Así que, papi, solo pagarás ocho mil soles y ya los meses siguientes solo serán cuatro mil soles mensuales.

¡Fuera, chuchetumare! Seguro eres uno de los esbirros del pelao cabeza de pinga de Marly que me quiere ver cagao y hasta las huevas como él, ¿no? Habla, dime, cuánto te está pagando Marly para extorsionarme.

¿Extorsionarte? Solo te estoy pidiendo un apoyo para la universidad, papi.

¿Papi? Claro, como has escuchado que me va muy bien en las redes sociales, y como te has enterado, qué te digo, de que me han contratado para liderar el programa Zero A La Izquierda en otro canal de YouTube muy importante como Alter Negro, uno de cuyos fundadores es el negro Puti, me quieres picar; por eso me dices papi, papicarme. ¡Fuera, cojudo! No voy a caer en las trampas del tarado de Marly ni del serrano de Montes, borbotó Groover, desahogándose, expulsando todo el odio que le habían incubado en el alma sus enemigos.

Papá, escúchame, yo no te estoy extorsionando.

¡Fuera, extorsionador! Vete. Chau. Número equivocado. ¡Policía, policía!, cortó Groover, agitado, el corazón tratando de romperle las costillas para huir directamente al tazoncito donde se acumulaba su coquita del fin de semana.

***

Ayer, queridos Cuchilleros Largos, recibí un atentado sin precedentes en este submundo de la Brutalidad, un ataque que ya ha sobrepasado cualquier límite imaginable. Los enviados y esbirros del serrano dientes de sable Montes y del pelao cabeza de mi nepe de Marly empezaron secuestrando a mis caballitos Boloña y Pandolfi, cercenándoles la cabeza, amputándoles la pinga, vejándolos, pero lo de ayer ya fue el colmo de los colmos. Y yo voy a tomar medidas, ojo. Voy a demandarlos, par de descamisados y la conchasumare. No crean que van a pasar piola.

El Mano Santa, fiel seguidor de Groover, comentó: ¿Qué te hicieron, viejito? Cuenta.

Me extorsionaron, dijo Groover. Un huevón, que se había investigado los buenos números que estoy haciendo en redes, me llamó para pedirme plata, para extorsionarme de la manera más vil.

¿Y qué hiciste, viejito lindo?, comentó Jorge Jarra, otro seguidor del Viejo.

Lo mandé a la chuchesumare, pues, huevón. Con esos indeseables no se tranza. Es como la cojuda de Dina con el pastrulo del presidente de Colombia. ¿Cómo se llama este conchasumare?

Gustavo Petro, comentó Háblame de Groover, otro seguidor fanático del Viejo.

Petro, ese conchasumare. ¿O sea que un descamisado, un pastrulo, propone una huevada y Dina cojuda le va a hacer caso? Ni cagando. Muy bien que Dina no le haya hecho caso y que no le haya dado la mano a ese terrorista. Con terroristas no se negocia. Y eso mismo hice con ese extorsionador que ahorita está bien mandado a la mierda.

Una llamada telefónica turbó su airado discurso. Era el número de su hijo.

Miren, nuevamente el conchasumare que se está haciendo pasar por mi hijo está insistiendo con la extorsión. Pero aquí somos dialécticos. Aquí, en Cuchillos Largos, nos encanta desenmascarar a estos malvivientes en vivo y en directo.

¡Aló! ¡Qué quieres, conchatumadre! Estás al aire. ¡Habla!

Papá, por favor, no me insultes. Soy yo, tu hijo.

Groover, ya lúcido, ya sin las toxinas y los efectos del alcohol y las drogas encima, reconoció con sorpresa la voz de su hijo.

¿José Eulogio?

Sí, papá, dijo el muchacho. Te acordaste de mi nombre.

Claro, claro, cómo no me voy a acordar si eres mi hijo unigénito.

Es que ayer te olvidabas.

Groover recordó vagamente el festival de tragos y drogas que le habían abotargado el entendimiento el día anterior. Entonces, cayó en la cuenta de que había sido una mierda de padre.

Chucha, eras tú, dijo Groover con no poca vergüenza. Rápida e intempestivamente apagó el directo. Le iba a caer una tonelada de bullying si continuaba ventilando en su programa esa conversación con su hijo. Perdóname, pucha, seguramente dije muchas tonterías, Jose Eulogio.

No te preocupes, papá; yo entiendo, dijo el muchacho en un acto de generosidad que causó en Groover un sentimiento que le arrugó el corazón. Se sintió hasta las huevas por ser un padre dedicado al vicio y a la masturbación. Más bien, te llamaba para decirte que ya no es necesario que me envíes dinero. Justo ayer te llamé para pedirte plata para mi matrícula y mi pensión, pero ya no es necesario, papá.

Groover sintió un alivio, porque gastar cinco mil soles al mes, estando borracho o sobrio, no era nada bonito.  

Solo voy a necesitar una firmita tuya, papá. Ahí a tu Telegram te estoy enviando la hojita que me tienes que firmar. Con una sola firmita, quedan pagados mi matrícula y mi primer semestre.

Macanudo, mi cachorro. Pásame al toque el documento antes de que me vuelva a terrajear el cerebro con coca, hijo mío. Esta versión es tu verdadero padre, mi mejor versión, la que solía gustarle al pelao hijo de puta de Marly, la que me mantuvo sosteniendo amables chácharas con el serrano de Montes.

Ya, papá, ya te pasé el documento.

Pasu, tiene como quinientas. ¿Tan largo?

Sí, papá, no te preocupes. Tú firma, nomás. Yo ya lo leí por ti. Apenas presente el documento firmado, la matrícula y el primer semestre quedan totalmente pagados. Mira que son como treinta mil soles.

Ni bien Groover oyó la descomunal cifra, rubricó rápidamente el documento. Hizo clic con el dedo en donde decía ‘firma’ y automáticamente su rúbrica selló el acuerdo.

Ya te lo envié firmado. Fíjate si lo has recibido, dijo Groover.

Sí, papá. Genial. Mil gracias por todo, dijo José Eulogio.

No, gracias a ti, hijo mío, por haber confiado en mí a pesar de que conversaste con esa otra versión mía que aparece cada que me inflo de cerveza y me saturo de cocaína. Por favor, no le digas a nadie que tu padre suele caer en la tempestad de sus ricos vicios de vez en cuando, pidió Groover.

No, papi, no hará falta, dijo José Eulogio. Te quiero, pá. Fue un honor que me hayas ayudado al menos una vez en tu vida. Y colgó.

Estas últimas palabras quedaron resonando en la cabeza de Groover y le dieron una muy mala espina. Sin embargo, volvió a prender directo.  Conversó con sus suscriptores tres horas más, hasta muy entrado el amanecer de ese día. Concluyó la última hora de su programa haciendo un karaoke.

Pero las postreras palabras de su hijo volvieron a inflamarle las amígdalas. Decidió llamarlo para liquidar el prurito que le carcomía el cerebro. Una voz femenina le respondió: el número que usted ha marcado no existe. Esto le rompió la cabeza. Lo intentó cuatro veces más con el mismo resultado. Claramente el ser humano era el único animal que tropezaba cinco veces con la misma piedra. Groover era la prueba patente de ello.

Iba a llamar a su hijo una sexta vez cuando recibió en el Telegram un mensaje misterioso. Lo enviaba un usuario identificado como El Cartel de la Muela.

El mensaje decía: Conchatumadre, somos del Cartel de la Muela. Si no pagas los treinta mil soles, que te hemos depositado, en los tres meses acordados, te vamos a hacer una cordial visita a tu casa sita en la calle Berger seis cuatro seis. Ya sabes. El tiempo es un cangrejo que camina para atrás y le quedan pocos pasos.

Firmaba: El Chimuelo.

¡Mierda!, comprendió Groover: su hijo acababa de devolverle el golpe; lo había centrado con el Cartel de la Muela, al parecer, un cartel criminal de reciente formación, pero de certera peligrosidad, pues lo tenían muy bien estudiado.

Groover tendría que contar con la misma popularidad del negro Speed para juntar treinta mil soles en tres meses.

Sosteniendo el celular en su mano, parado en medio de su habitación, conmocionado, imaginándose con las muelas arrancadas una a una con un oxidado alicate accionado por el líder criminal Chimuelo, Groover se meó. Sabía muy bien que el único camino que le esperaba era el que hacía mucho tiempo había señalado el gran dramaturgo William Shakespeare en su obra la Tempestad, en la escena II del acto III, cuando Esteban le dice a Caliban: Solo el que se muere paga todas sus deudas.   


lunes, 18 de agosto de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 28: La Camarada Eva pelea con su madre en la Noche Morada

 


Luego de que su mamá, una anciana de casi noventa años, le interrumpió una de sus transmisiones en Kick, toc, toc, toc, Groover, Groover, ¿todavía sigues despierto y gritando? ¿A qué hora te vas a dormir?, el mencionado Groover la depositó en un asilo, castigándola y, de paso, apropiándose de su modesta casa. Quedó profundamente resentido con ella porque debido a esa maternal intervención, sus seguidores, pero sobre todo sus enemigos, le perdieron el respeto y el temor, empezándolo a tratar como un meme.

Su resentimiento se extendió hacia toda aquella madre autoritaria, entrometida y huelepedos que le recordara a la suya; como la madre de Eva, la camarada.

***

¿Ya te compraste tu vino?, dijo Groover, el productor del programa de Eva.

Sí, viejo lesbiano, ¿aquí no ve?, dijo Eva, mostrando una botella a medio consumir.

¿O sea que recién vamos a empezar el programa y ya te has tomado media botella?, sospechó Groover. No me quieras ver la cara de huevón, conchatumadre.

Oye, viejo maricón, usted a mí me respeta, ah. Y no; esta botella recién la he abierto. Solo que me he tomado un par de vasos mientras prendía mi computadora para hacer el programa. Llegué con sed de haber caminado tanto buscando trabajo. ¿Me cree o no?, se defendió Eva.

Bueno, ya, concedió Groover, te creo. Ojalá nomás no me estes viendo la cara de huevón. No quiero creer que yo, don cojudo, te esté mandando veinte soles para que te compres un vino nuevo para el programa y tú me estés estafando, quedándote con los veinte soles para que mantengas al gordo vago de tu enamorado y muestres en pantalla la botella que dejaste a medias el programa pasado.

Si quiere, me cree, Viejo. Yo no voy a decir nada más, dijo Eva, rendida de discutir con Groover.

Ya, mamita, pasemos a otro tema mejor. Cuenta. ¿Qué fue de tu belleza esta semana? ¿Qué has estado haciendo? Sabes que tienes tus seguidores, ¿no? Desde que te vieron el chonchón por nuestras pantallas (yo, por supuesto, tuve que hacer el zoom respectivo para el regocijo de tus fanáticos), hay una larga lista de pajeros que me piden tu presencia a través de nuestras ondas.

Qué palabrero eres, Viejo. Bueno, les puedo contar a todos esos pajeros que me siguen que, para dejar de decir huevadas cuando hable de política, he empezado a estudiar por mi cuenta. Estoy leyendo todo sobre cómo y cuándo surgió la derecha y la izquierda en el Perú.

Putamadre, ya era hora de que leyeras un poquito para que des tus opiniones con una basatura sólida. Porque te diré que yo me declaro maoísta en un punto muy concreto, pontificó Groover; y es en el siguiente. Los televidentes podían oír las hojas de un libro que Groover manipulaba detrás de su cámara siempre apagada. Tengo aquí un libro de la edición de Pekín del año 72, Citas del presidente Mao Zedong. Este libro ha circulado mucho aquí, de modo que te cito esta edición, página 244. ¿Qué dice Mao? Dice: ‘Quien no ha investigado no tiene derecho a hablar. Aunque esta afirmación mía ha sido ridiculizada como empirismo estrecho, hasta la fecha no me arrepiento de haberla hecho; al contrario, sigo insistiendo en que, sin haber investigado, nadie puede pretender el derecho a hablar. Hay muchos que apenas descienden de la carroza comienzan a vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y censurando aquello, pero de hecho todos ellos fracasan sin excepción porque sus comentarios o críticas, que no están fundamentados en una investigación minuciosa, no son más que charlatanería’. Eso decía Mao. Amén.

¿Quién? ¿Meao? ¿Quién será ese huevón, viejo lesbiano? Usted siempre me saca nombres raros para apantallarme, dijo Eva y se secó otro vaso de vino. ¡Ay, qué rico! Así me gusta mi vino, heladito.

Así, chupa, chupa, tienes que darnos chow, ah, exigió Groover. ¿Y qué sabes hasta ahora de la derecha y la izquierda?

Ah, ya, bueno, como le decía, dijo Eva, entusiasmada, he aprendido que la derecha nació en la guerra de independencia contra los realistas. Ellos eran de derecha, Viejo.

¿Quiénes?, se sorprendió Groover.

Los realistas, pues, los realistas. Ellos fundaron el partido de la derecha bruta y achorada en el Perú. Eva coronó su comentario llenándose el vasito de vino.

Mira la huevada que hablas, se carcajeó Groover. O sea que la derecha nació con los realistas. ¿Y la izquierda?

La izquierda ya existía, Viejo. La izquierda nació con los incas. ¿No ve que ellos eran colectivistas? ¿O sea comunistas? Vivían en comunidad. Los incas fundaron el partido comunista antes de que vinieran los realistas brutos y achorados, expuso Eva con determinación. Y todavía sigo leyendo más. Quiero hacerme una experta en el tema político para que nadie me refute mis opiniones.

¡Ahhhh, ahhhh! Groover estaba a punto de colapsar. No podía comprender que una sola persona pudiera decir tantas huevadas de un tirón y dándoselas de culta para concha. Puta, Eva, si hablas cojudeces leyendo, ¿cómo sería si estuvieras en un estado de pura brutalidad?

Ay, usted solo me critica, viejo lesbiano. A propósito, ¿ya se cambió de pañal? Jus jus jus, rio Eva.

 Ya, chupa, nomás, cojuda, danos más brutalidad, más cojudeces.

***

Toc, toc, toc. Era la puerta del cuarto de Eva.

Eva, Eva, estás gritando, baja la voz, carajo. Era la exigente y rigurosa voz de la veterana madre de Eva.

Mamá, no jodas; estoy trabajando, putamadre, gritó Eva. Iba ya en las postrimerías de su segunda botella de vino.

¿Trabajando?, insistió la señora, estás gritando, cojuda. Tu papá necesita descansar. Mañana tiene que levantarse temprano para ir a trabajar.

¿Trabajar?, dijo Eva, sarcástica. Sus padres eran muy mayores; hacía tiempo que habían pasado los ocho cheques. Apenas si podían moverse. Ya está viejo; qué va a trabajar ese huevón. No jodas, pues, mamá.

Tiene que trabajar, pues, cojuda, ¿cómo crees que pagamos las cuentas? ¿Crees que el internet que usas para emborracharte se paga solo? Tu papá, con sus ochenta y tantos años, todavía tiene que ir a la oficina.

Ay, mamá, yo también estoy trabajando. Me están pagando por emborracharme en vivo. Deberías estar orgullosa de mí, y lo único que haces es quejarte y venir a interrumpirme. No me dejas crecer profesionalmente. Cierren bien la puerta de su cuarto y no me jodan.

Los televidentes del programa de Groover, mejor conocidos en el mundo de las redes sociales como Los Dibujitos, disfrutaban de la discusión entre Eva y su mamá ya que el productor, Groover, en lugar de haber silenciado el micrófono de Eva, le subió todo el volumen. Quiso registrar hasta el más mínimo susurro. Esta situación fue similar a la vez en que Groover maximizó la imagen de la cámara de Eva, cuando esta, en un programa anterior, por lo borracha que estaba, defecó en una esquina de su cuarto, sin haber tomado la precaución de apagar la cámara. Groover se solazó maximizándole el culo y la panocha.

¿A emborracharte le llamas trabajar? ¿Quién es el maldito que te paga para que hagas esa clase de trabajo? Eres una ladina, eres una caradura.

Ya cállate, mamá. Viejo, ¿en qué estábamos?

Putamadre, ¿dónde está tu profesionalismo, carajo, Eva?, dijo Groover, sardónico. Yo te pago para que des un buen chow y te vienen a interrumpir. ¿Dónde estamos? ¿Qué se habrá creído tu vieja para interrumpir así el programa? ¿Que acaso no ve que tienes miles de seguidores impacientes por verte y oírte?

Sí, pues, mi vieja es una mierda, gritó Eva, quien creía estar hablando con un tono de voz neutral cuando en realidad su borrachera le impedía darse cuenta de que todo el vecindario, en especial sus ancianos padres, martirizaban sus oídos con sus destemplados desafueros.

Ya me cansé, muchachita de miércoles, dijo la madre, tratando de tumbarse la puerta del cuarto de Eva.

No hagas fuerza que te vas a morir de un infarto, mamá. Con todos los kilos que tienes encima, se te va a parar el corazón. Y luego yo no me voy a estar haciendo cargo, ah.

Te voy a sacar la mierda, hija de puta, dijo la señora. Ábreme la puerta. A mí me vas a respetar, carajo. Abre, abre. La desvencijada mujer golpeaba la madera con toda la indignación que le causaba tener una hija tan desconsiderada como la legendaria musa de la Brutalidad: Eva.

Cojuda, se me acaba de ocurrir una idea de la putamadre, en la que saldremos ganando los tres: mi canal de Kick, tu mamá y tú, dijo Groover.

Eva, que estaba apoyando su peso contra la puerta de su cuarto para evitar que su madre se la tumbara y le sacara la mierda, contestó: Métete al culo tu idea, viejo lesbiano, ¿no ves que mi vieja se ha vuelto loca?

Uno de los dibujitos del programa comentó: Oye, terruca, ¿por qué tratas así a tu madre? Respeta a tu viejito que todavía trabaja para darte todo.

¿Qué hablas, huevón?, se indignó Eva. ¿Crees que porque mi papá, con sus ochenta años, sigue trabajando para mantenerme yo le debo algo? Nada que ver. Estás mal de la cabeza. ¿Para qué me tuvo, pues? Que se joda. Si traes una hija al mundo, tienes que ver por ella hasta el fin de tus días.

Qué bonita manera de pensar, Evita. No esperaba menos de ti, dijo Groover. Pero te cuento…

La madera de la puerta de Eva empezó a gemir como si se la estuvieran culeando: la mamá se había recostado sobre su superficie, y su inmenso peso le estaba ganando la batalla a las esmirriadas fuerzas de su hija.

Hable rápido, pues, viejo lesbiano, ¿no ve que la pesada de mi mama está a punto de sacarme la mierda?

Vamos a cortar ahorita la transmisión y el próximo fin de semana, en un ring de box, tu señora madre y tú se van a agarrar a guantazos. Vamos a transmitir por mi canal de Kick esa pelea. En el cuadrilátero, se van a decir sus verdades a puño limpio, y la ganadora se llevará un rico premio en dinero.

Los dibujitos celebraron el anuncio. El ciudadano de estos tiempos, como los romanos de la antigüedad, caían rendidos ante un buen espectáculo de sangre.

***

Gracias al apoyo de su socio PelHambre, exitoso empresario de las apuestas del bitcoin, Groover pudo levantar un colosal ring de box, iluminado por unos rocambolescos juegos de luces controlados desde un centro inteligente que estaba listo para transmitir para sus seguidores la gran pelea entre Eva y su principal saboteadora, su mamá.

Para el evento, se había alquilado el viejo Coliseo Amauta, en Lima, y Groover se había forrado con las entradas. Si uno quería ver cómo se volaban las muelas y se tironeaban las mechas madre e hija, debía pagar entre cuarenta y cien dólares.

Bienvenidos al evento central de esta Noche Morada, anunció Groover cuando llegó la hora de la pelea estelar: Eva contra su madre. Con esta contienda, le estaremos poniendo punto final a una noche que sé que ha sido muy grata para ustedes, una noche que me recuerda a aquella noche en que mi líder Alan García regresó de su exilio dorado parisino para volver a tomar las riendas de nuestro convulso país, recitando para ello las inolvidables líneas de Calderón de la Barca que decía…

Se escucharon unas pifias. La gente no quería más floro. Antes de cada una de las peleas preliminares, Groover se había mandado con unos largos soliloquios que disminuían el esperado rating. La gente quería ver el desenlace de una historia de amor y desamor, quería ver un fin sangriento.

Millones de adolescentes vivaban por Eva, por alguien que les sacara la mierda a esas madres castrantes y castigadoras, a esas señoras que les decían todo el tiempo que eran unos inútiles de mierda, unos buenos para nada, madres que se negaban a jugarles un centrito para salir con sus flaquitas o sus flaquitos.

Y, del otro lado, estaban los millones de madres que apoyaban a la mamá de Eva. Por intermedio de ella, querían vengarse de esos hijos sangrones que se aparecían en los eventos familiares solo para picar comida, de esos hijos que pasados los cuarenta todavía seguían succionándoles plata y cariño sin siquiera darles un mínimo agradecimiento, de esos hijos que querían el desayuno en la cama servido a la hora.

Que se saquen la mugre de una vez, gritaban desde la tribuna las gentes sedientas de violencia y sana justicia.

Vamos, Eva, vivaban los jóvenes.

Vamos, mamá de Eva, vociferaban, como diría la misma Eva, las madres cacheras del Perú.

Eva y su madre, cada una por su lado, hicieron un ingreso estrambótico y enloquecedor. Eva vestía una trusa azul; su madre, una señora de más de ochenta años, un pañal rojo. Ambas llevaban guantes que lucían inmensos en sus esmirriadas manos, guantes forrados con lija de construcción para propinar severos raspones al rozar la piel.

***

El referí estaba a punto de dar la señal del inicio de la pelea y Groover, el maquiavélico organizador del evento, se lo sabroseaba en su asiento. Ateo como era, rezaba para que el combate terminase en un cruento empate: muerta la madre, muerta la hija, con harto sangregorio, y mucho chow del bueno dejado como muestra de su desprecio para la posteridad de la humanidad.  

Sin que el propio Groover lo viese venir, con la agilidad de una rata que esquivaba los certeros escobazos que pretendían eclipsarle la vida, se trepó en el ring el streamer KristoRata. Llevaba puesto el mismo short con el que había sido vencido por su rival Kañita de Pescar en la primera edición de la Mecha de Streamers, organizada a su vez por un conocido streamer que se injertó pelo de la zona púbica en la cabeza para no quedarse calvo.

KristoRata quería ganar algo en su vida, como si no hubiera sido suficiente que ya haya ganado notoriedad y mucho dinero en un Perú que premiaba a sus más conspicuos huevones antes que a sus vástagos más ilustrados.

No voy a permitir que una señora de esta edad pelee, mucho menos con esta persona que no merece llamarse su hija. Hazte a un lado mamita, le pidió KristoRata a la mamá de Eva, yo me voy a encargar de poner en su sitio a esta vaga que te ha estado chupando la sangre desde que nació.

La madre de Eva, que era una mujer que cuando se comprometía con una causa iba hasta el final, miró directamente a los ojos del famoso streamer y le dijo: Fuera chuchetumare; esa vaga es mi hija y la única que puede sacarle su mierda soy yo, su madre, así que vete a la mierda. Y de un furibundo izquierdazo logró lo que Kañita de Pescar no pudo: noquear a KristoRata.

La multitud se enardeció. Volaron muchas botellas de cerveza en señal de respeto por el coraje de la anciana. Ya quisiera que así fuera mi madre, decían muchos.  Esta señora no se anda con huevadas, murmuraban otros.

Gracias a semejante despliegue de poder y contundencia, varios de los adeptos de Eva se pasaron a las filas de su señora madre. Ahora era ensordecedor el aliento dedicado a la octogenaria.

***

Entonces el referí no demoró más el comienzo. Eva y su madre chocaron los puños en honor al juego limpio. Empezaron a medirse lanzando fintas. Tanteaban el terreno. Se estudiaban. Buscaban el vacío en la defensa opuesta por el cual pudieran conectar un deleterio izquierdazo o un fulminante derechazo.

Un poderoso remezón musical resonó por todo el auditorio y las gladiadoras volvieron a desconcentrarse. Era la fanfarria que anunciaba el ingreso en la lona del presidente de Colombia, Gustavo Petro. Su visita se debía a las virales declaraciones que había vertido Eva sobre el gobierno peruano y su desidia para con la limítrofe isla Santa Rosa.

Si el Perú tiene olvidada a esa isla, si no la usa para nada y la mantiene en la pobreza, que se la dé a Colombia, pues. Si yo viviera ahí, y veo que las zonas cercanas que le pertenecen a Colombia viven mejor, me hago colombiana. Que me den oro y me hago colombiana. Ni cagando me quedaría donde me tratan mal.

Eso dijo esta pensante muchacha, dijo Petro, abriéndose paso entre las dos mujeres, luego de haber reproducido el clip viral con las declaraciones que Eva vertió en uno de los programas de Groover.

Gracias a esas declaraciones, los peruanos de esa isla recapacitaron sobre el olvido en que los tienen y han elevado su voz al gobierno de la presidenta Boluarte para pasar a ser colombianos. He venido a agradecerle a esta influencer peruana, Eva, que haya expresado de corazón su sentir, el cual se puede resumir muy bien en: si no utilizas algo, cédelo, regálalo.

Petro le pasó el micrófono a Eva para que ratificara sus palabras.

, dijo Eva, yo apoyo que esa isla sea de Colombia, ya que la cachera de la presidenta la tiene abandonada y sin usarla. No la usa, carajo.

Ahí quédese, dijo Petro, ahí quédese.

Eva detuvo sus palabras ahí. Con el rostro sorprendido, miró al presidente colombiano, quien apenas le llevaba una cabeza de ventaja. Eva, desubicada como siempre, no sabía que estaba ante el mismísimo presidente colombiano. Se figuró que era un advenedizo más, un perdido, un inopinado, un espontáneo a lo Augusto Ferrando, alguien que quería chow.

En Colombia, necesitamos más propuestas como la tuya, Eva. Por eso hemos venido a colombianizar tu cerebro, ya que es algo que no usas. Tu cerebro es como la isla Santa Rosa y tú como el gobierno peruano. Lo tienes descuidado, no lo irrigas, no lo cultivas, ni siquiera sabes hablar inglés y te consideras profesora. Entonces, como ese cerebro está limpiecito, sin mantenimiento, yo, Petro, lo pido para Colombia. Aquí está tu oro.

Eva recibió con la boca abierta un pequeño saquito de monedas.

Y, ahora, por favor, acompaña a nuestro médico a la sala de operaciones. Desde hoy, nuestra querida Colombia se hará de un cerebro nuevo que sí será cultivado en las ciencias y en las artes como es debido.

Eva fue sacada del ring y llevada a una sala de operaciones.

Groover se había quedado sin chow.

La putamadre, este terrorista de mierda me ha cagado mi pelea. Esto no se queda así. Síganme las cámaras, carajo, ordenó Groover, llevándose sus cámaras a la sala de operaciones. El unboxing del cerebro de Eva le daría las vistas que necesitaba porque, como dijo Woody Allen, el cerebro era su segundo órgano favorito después de su pichulita.