Ya me enteré
que encerraste a tu señora madre en un asilo, chico. ¿Qué procede?
¿Que
procede de qué?, se defendió Groover. Lo que yo haga con mi madre
no es asunto tuyo. Tu asunto es pagarme mes a mes el alquiler. Es más,
continuó, echándole una mirada a su reloj, ya estamos a dos días de fin de
mes. Ve preparando mi plata.
Justo de
eso te venía a hablar, chico, dijo Eleodoro, el cubano, inquilino de uno de los
dos cuartos que Groover arrendaba y con los que se proveía unos cuantos
centavos muy necesarios. No te voy a poder pagar la renta este mes, chico.
Groover
zanjó el tema rápidamente: Bueno, ya tú habrás leído el documento que yo
mismo les entrego a todos los inquilinos que he tenido. En ese documento
claramente está escrito que, si no se puede pagar una renta, se paga al
siguiente mes la renta actual más la atrasada con el treinta por ciento de
interés. Así que el próximo mes me cancelas lo de ese mes más este mes que no
vas a poder pagarme y el treinta por ciento adicional. Así de simple, dijo
Groover y se dispuso a cerrar la puerta de su departamento.
No, chico, replicó
el cubano metiendo la mano en el menguante resquicio de la puerta para evitar
que se cerrara. No me has entendido, chico. Tan fácil no es la cosa.
Yo la veo
muy fácil, dijo Groover, tajante, volviendo a extender la
puerta para plantarse firmemente ante el cubano.
No, pues,
chico, es que no me entiendes. No te voy a poder pagar ni este mes ni el otro
ni el próximo. Al menos, me tendrás que esperar unos cinco meses, calculo yo.
Lo que pasa es que luego de ese tiempo puede que me salga un negocito, y
entonces ahí te pago tus intereses y todos esos costos tramposos de tu contrato.
Groover no
podía creer la desfachatez del tipo.
Oe, compare, dijo
Groover, ya furioso, yo no te voy a estar esperando tu gana o tus negocios.
Si no me pagas en dos meses y con los intereses estipulados en el contrato que
firmaste, te voy a echar a la migra y ahí te quiero ver. Tú haz lo que quieras.
Si no me pagas, ni te molestes en tocarme la puerta. Ya las autoridades se
encargarán de hacer su chamba. Groover retomó la acción de cerrar la
puerta, pero el pie del cubano, clavado en el umbral, se lo impidió.
No,
hermano, eso no va a ser así. Si no te acomodas a mis tiempos, entonces ahora
mismo te denuncio por haberte adueñado de las propiedades de tu madre y por
haberla mandado a un asilo en contra de su voluntad, amenazó
tranquilamente el inquilino.
Groover si
rio en su cara. Anda nomás, hijito. Aquí voy a estar esperándote, a ti y a
la policía.
El tipo
aprovechó un descuido de Groover, quien había creído que con su sola
impertérrita actuación había hecho recular al demandante, para ingresar a la
fuerza en el departamento. Con su manazo de negro balsero, amortajó la boca de
Groover y de un certero rodillazo en el estómago lo dobló. Tras ver a su
arrendatario disminuido e indefenso, el cubano se bajó los pantalones. Ahora
vas a saber lo que es bueno, acotó.
Si no
juegas según mis reglas, añadió mientras le despojaba los calzoncillos a un
apenas consciente Groover, te voy a hacer esto muy seguido, chico. Así,
sin ningún prólogo amoroso o tierno, Eleodoro hizo que Groover empezase a
gemir, tal cual lo hacía en las trasnochadas de su programa “Cuchillos Largos”.
Al cabo de
una media hora de gemidos y palmadas en las nalgas, la tortura que, en ciertos
momentos, Groover no podía mentirse a sí mismo, fue más bien placer culminó. Groover
quedó tendido en el suelo de la salita de su departamento. Apenas podía oír el
rumor de los bocinazos en las afueras.
Ya lo
sabes, chico. Si me he enterado que me has denunciado por no pagarte la renta o
por haberte dado un poquito de mi amor, te lo voy advirtiendo desde ahora, volveré
a partirte el culo.
Tras decir
eso, se marchó.
Varias
horas después, con las fuerzas algo recuperadas, Groover intentó moverse, pero
el dolor que partió su alma y provino de sus caderas lo detuvo. ¡Carajo!,
pensó, angustiado: me quebraron las caderas. Tras acopiar varios kilos
de energía, se arrastró hasta alcanzar su celular que, en los forcejeos
perpetrados por el cubano, había salido disparado hacia otro punto de la sala.
Llamó al 911. Pidió ayuda. Me rompieron las caderas. Ayúdenme, por favor,
dijo y exhaló el último hálito de consciencia.
***
Marly es un
tipo que necesita atención, dijo Cambrito.
¿Sí?, dijo Román,
su tío peluquero, quien, situado detrás de él, se la embocaba.
O sea, no
es un tema que tenga que ver con el dinero, porque su hermana se lo provee a
manos llenas. Él mismo lo ha dicho en todas sus intervenciones, dijo
Cambrito. Es un tema, me atrevería a barruntar, de identidad. Es decir, el
tipo no sabe qué hacer con su vida.
¿Pero no
era cocinero? ¿No se dedicaba a la cocina? ¿No era un gran chef?, preguntó
Román, que enfocaba la mayor parte de su atención en empujarle los intestinos a
su sobrino.
Sí, pero es
inconstante. Está un rato cocinando, luego se aburre y dice que quiere recorrer
Australia. Se compra o le regalan o no sé una combi y nunca la usa, y ahora se
le ha dado por aprender a soldar. Pero siempre está pregonando todo lo que hace
en sus intervenciones en el canal de Montes o en el que se ha abierto
recientemente. O sea, hace las cosas para que los otros nos hagamos una idea de
él, la idea de un tipo exitoso. Pero, en realidad, es un pobre huevón. Da pena.
Da asco, a veces. Es tan pobre que lo único que tiene es dinero, sentenció
Cambrito.
Dices unas
cosas muy elevadas, sobrino. Por eso te tengo aquí, aquí, dijo
Román y procuró que su sobrino sintiese la cabeza de gato. ¿Y cómo es eso de
que ahora está aprendiendo a soldar? Porque yo he sido soldador, sobrino. Me gané
la vida soldando varios años antes de descubrir que mis manos tenían el
prodigio de arreglar cabezas, de cambiar vidas.
Sí, se ha
metido a soldar. Como te digo, estimado tío, ese Pelao Cabeza de Gampi no sabe
qué hacer con su vida. Se siente inferior y por eso necesita mostrar las cosas
que hace o logra con dinero ajeno para llenar el vacío de su discurrir vital.
Si no muestra, no existe. Y ese es su calvario. Busca atención porque, en
realidad, no es nada ni nadie en la vida, a diferencia tuya o mía.
El tío le imprimió
más saliva al miembro para que este siguiese resbalando con suavidad en las
profundidades de su dilecto sobrino.
¿Y tú que
eres sobrino? No te subas al coche de las que hemos logrado ser alguienes en
esta vida. Porque yo sí soy una coiffure que se respeta y muy decente. ¿Y tú?
Yo, yo,…, tartamudeó
Cambrito. Bueno, yo no soy nada al igual que el Pelao. Solo que no tengo
plata para hacer las huevadas que él hace. Si tuviera a alguien que me diese
plata, créeme que la invertiría muy bien. No haría huevadas y desaparecería del
mundo de la Brutalidad. Pero debo reconocer que también me gusta llamar la
atención. Me gusta que la gente hable de mí y que se me nombre. Por eso siempre
le pido link al Viejo para parlamentar con él en su canal, en su programa “Cuchillos
Largos”. A pesar de que me ridiculiza y me minimiza, es el único modo que tengo
de ser visto y escuchado, de que la gente sepa que al menos leo y expongo mis ideas
con un vocabulario excelso.
Eres una
cagada, sobrino. Tu vida es una basura. Si no fuera porque me procuras ciertos
placeres, no te clavaria ni el perro. Pero te concedo que tienes madera de sociólogo.
Estoy muy orgulloso de ti.
Mira, ya va
a empezar el programa del Viejo. ¿Con qué locura nos saldrá ahora el Viejito
Lindo? De repente, me deja entrar. Le voy a pedir link a ese enfermo
psicopático, dijo Cambrito.
Oye, ¿pero tú
no dices que ese viejo está loco y que es un caso clínico grave? Ahorita mismo
lo acabas de confirmar. ¿Por qué entonces te gusta verlo y por qué entras en su
programa y por qué cuando te bota como perro quieres volver a entrar? No te
entiendo, sobrino, dijo Román, empujándosela esta vez con furia. Cambrito,
sin embargo, no gemía. Era estoico como el Profe Puty.
Porque, ya
te lo expliqué, querido tío. Ya te hice una exégesis. Porque necesito que la
gente vea que soy un tipo culto. Si no hay camarita encendida, entonces ¿cómo
se entera la gente de mi verbo florido? ¿Y cómo lleno este vacío existencial
mío?
Yo te lo
voy llenando con mi morcillón; no te preocupes, dijo
Román y, ¡plaj!, le hizo sentir su humanidad entera como nunca antes.
***
Viejo, dijo Eva.
Voy al baño un rato. Me estoy cagando. Llevaba más de dos botellas de
vino encima. Ese era el limite de su cabeza para el trago. Por ello, su
vocabulario, de común sosegado, estaba ahora salpicado de lisuras aquí y allá.
Groover era
pragmático: le pagaba a Eva para que se emborrachase en vivo.
Ya, pero no
te demores. Sin ti, se me caen las vistas, dijo Groover, quien, en el
decurso de su show televisivo, solía conversar con Eva sin guardarle un mínimo
respeto. Era común que la llamase bruta, puta, desgraciada, maldita entre otros
oprobios de similar jaez. Eva, a cambio del dinero que recibía de él por
participar en el programa, aceptaba con resignación su rol. Ella vivía en un
cuartito muy humilde y muy estrecho. Sus ideas comunistas la habían llevado a la
catástrofe económica.
La cámara
de la computadora enfocaba directamente al bañito donde hacia sus necesidades. Los
televidentes podían ver cómo Eva se despojaba de sus prendas y se sentaba a
cagar.
Groover,
excitado, hizo zoom y empezó a tocarse. Sí, Evita, sí, gemía, así, bótalo
todo, eso, eso. Y cuando se oyó el sonido del tronco cayendo al agua del
wáter, Groover pegó un brinco en su asiento y eyaculó. Así, así, bótame más
caca, Eva, vamos, tú puedes, hazlo por tu Groover, por tu Viejito Lindo.
Los
comentarios de sus seguidores se mostraban horrorizados. Le indicaron a Groover
con urgencia que expectorase a Eva de la transmisión. Viejo cojudo, sácala
del vivo. La idiota no se ha dado cuenta de que su cámara da al baño. Algo
de indulgencia y buenas costumbres quedaba, a modo de fino sedimento, en las
almas de los consumidores de la Brutalidad.
Sin
embargo, Groover, inmerso en la contemplación de Eva, de su culito de araña, de
sus piernas delgaduchas, ignoró las demandas. Continuó zamaqueándose el pene
para lograr otra eyaculación: Así, así, dame más caca, Evita, me como tu
caca, Evita, yo siempre te ame.
Cuando Eva
procedió a limpiarse el trasero, Groover lamentó que el zoom de la cámara
estuviese al máximo y no pudiera captar más detalles del proceso. Eva tomaba un
cuadradito de papel y limpiaba su suciedad.
Groover no
tenía cómo saber que, dos días después, el destino castigaría su blasfemia voyeurística
enviándole a su inquilino cubano para que le rompiese las caderas.
***
Soy yo,
Viejo, dijo el Tío Marly, ahora sí me voy con todo.
Groover
había sido llevado de emergencia al hospital más cercano para ser tratado con
urgencia. No podía caminar. El cubano, con su tremenda chala, le había quebrado
las caderas. Ahora, medio consciente, veía ante sí al mismísimo Marly, su feroz
enemigo en las redes sociales.
Mira,
Viejo, me dieron mi título de soldador.
Se le veía
muy feliz. Había logrado terminar algo en la vida: ya era soldador. Sí, aún
carecía de experiencia, pero por algo se empezaba. A pesar de la falta de
trabajos aplicados en su curriculum vitae, el primer ministro de Australia
decidió enviarlo a Estados Unidos como líder del personal médico del programa de intercambio sostenido con dicho país. El Primer Ministro había dicho: Ese
Trump está bien huevón si cree que nos vamos a quedar de brazos cruzados ante
el aumento del 50% en las tarifas de exportación de nuestras mejores carnes
australianas. Yo les voy a mandar la ayuda médica que necesitan, carajo. Marly
había sido enviado en calidad de experto en soldadura de uniones óseas.
Te voy a
soldar las caderas, Viejo, dijo Marly e hizo chispear su máquina soldadora.
Groover
estaba calatito, las caderas rotas expuestas.
Marly miró
al doctor: Usted dígame a qué hora procedo, doctor. Estoy listo. Me voy con
todo.
Ya, cuando
gustes, dijo el doctor. El paciente está listo.
Marly se
caló la careta protectora y se acercó temerariamente a los huesos expuestos de
Groover. Trató de recordar lo que el maestro le había enseñado cuando él, en
lugar de prestar atención, hacía programa en su canal de YouTube. Ni
siquiera fui capaz de entender las huevadas más básicas que decía el profe,
se lamentó.
Vamos,
operario, proceda, alentó el doctor. Demuéstrenos que el personal
australiano es el mejor del mundo.
Groover,
con mucho esfuerzo, protestó: Que no me toque, doctor, que no me toque ese
huevón.
Calla,
Viejo, cojudo, dijo Marly. Y alentado por el desprecio de Groover,
le colocó las pinzas calientes en la boca. A ver si así se te quita lo
soplete.
El doctor
empezó a transmitir tan magna operación en su canal de YouTube cuando, de
pronto, se atolondró: el Pato había empezado a llenarlo de bots.
Marly,
extasiado, prorrumpió: Fue él, fue él, doctor. Groover le está mandando bots,
dijo, señalando al paciente. Groover les manda bots a todos los canales de
Youtube porque es aprista y es envidioso.
El doctor
se quedó en una pieza. ¿Era esto un sueño o era realidad? Estos australianos
sí que saben hacer su chamba, concluyó.