miércoles, 5 de noviembre de 2025

Cerveza Traicionera - Cuento 02 - "AUSSIE FLASH STORIES" Libro de Daniel Gutiérrez Híjar

 

El hombre abrió la lata de cerveza y yo dije ya explotamos todos.

El alma se me devolvió al cuerpo cuando comprobé que seguíamos vivos y en una pieza.

La lata quedó expectante sobre la mesa. El sujeto que pretendía beberla consideró más urgente intercalar una opinión en el diálogo que sostenía con su acompañante, con quien, de tanto en tanto, intercambiaba ardorosos besos.

Bien, me dije, todavía tengo tiempo de evitar una desgracia.

Me acercaría a la mesa en cuestión y, sin decirle nada a la pareja, tomaría la lata y me la llevaría para desecharla con sumo cuidado, tal cual indicaba la noticia que acababa de leer.

Luego les explicaría, si todavía tenían la paciencia de escucharme, el porqué de mi extraño actuar. Les mostraría la noticia en el celular: la muy popular cerveza lager Big Creatures había enviado al mercado un lote defectuoso que contenía un exceso de carbonatación, convirtiendo a las latas en pequeñas pero devastadoras bombas de guerra. Una advertencia final indicaba que, si la lata no explotaba al ser abierta, de todas maneras, lo haría en el estómago del bebedor, propagando sus ondas destructivas varios metros a la redonda.

La pareja me agradecería el salvarles la vida.

Cuando estuve cerca de su mesa, sin proponérmelo, reconocí a la mujer. Era la novia de mi mejor amigo. Y hasta donde yo sabía, ya que él me contaba todas las mañanas en el trabajo lo que había hecho con ella el día anterior, seguían más juntos que nunca y con la intención de casarse.

Entonces, me detuve, tomé el vaso de cerveza de la mesa que me quedaba más cerca y, mirando al tipo primero y luego al resto de ocupantes del bar, y también a quien le acababa de tomar prestado el vaso, dije: Voy a ser papá y quiero celebrarlo con todos ustedes. ¡Salud! Noté que la cara del sujeto de cuya cerveza me había apropiado se relajó al escuchar mi proclama. Y pareció querer invitarme un vaso más.

Enseguida, vi al amante de la novia de amigo tomar la lata para llevársela al cogote. Entonces, salí corriendo del lugar a toda prisa y, como en las películas, justo al momento de cruzar el umbral de la puerta me tiré un clavado en el asfalto.

Del interior del bar se liberó una bola de fuego que hizo volar la estructura como si estuviera hecha de papel, encapotando el despejado cielo de Brisbane con un gris de infidelidad y malas noticias.


Treacherous Beer - Story 02 - "AUSSIE FLASH STORIES" Book by Daniel Gutiérrez Híjar

 

The man cracked open the can of beer and I thought that’s it; we’re all goners.

My soul slipped back into my body when I realised we were still alive and in one peace.

The can sat there on the table, waiting. The bloke who’d meant to drink it seemed more interested in chiming in on the chat he was having with his date, with whom he exchanged the occasional passionate kiss.

Good, I thought, there’s still time to stop a tragedy.

I’d walk up to their table, grab the can without saying a word, and take it away to dispose of it carefully, just as the news article I’d read had instructed.

Then, if they still had the patience to listen, I’d explain why I’d acted so strangely. I’d show them the article on my phone: the very popular Big Creatures lager had released a dodgy batch with too much carbonation, turning the cans into tiny but deadly warheads. And even if the can didn’t blow up when opened, the warning said it could still explode inside the drinker’s stomach, sending destructive shockwaves several meters around.

They’d thank me, no doubt, for saving their lives.

When I got close to the table, I suddenly recognised the woman. She was my best mate’s girlfriend. And as far as I knew, since he told me every morning at work what they’d been up to the day before, they were still going strong and planning to get married.

So I stopped, picked up a nearby glass of beer, looked at the man who was with my mate’s girl, then at the bloke whose drink I’d just claimed, and finally at the rest of the bar, and said I’m going to be a dad, and I want to celebrate with all of you. Cheers! I noticed the face of the guy who owned the beer relax at my announcement. He even looked like he might shout me another one.

Just then I saw my mate’s girlfriend’s lover pick up the can and raise it to his lips. That’s when I bolted for the door, running flat out, and, just like in the movies, dove onto the asphalt the moment I crossed the threshold.

A fireball erupted from inside the bar, sending the whole place sky-high as if it were made of paper, cloaking Brisbane’s clear sky in a smoky grey of infidelity and bad news.


Tendero - Cuento 01 - "AUSSIE FLASH STORIES" Libro de Daniel Gutiérrez Híjar

 


El hombre tomó un paquete de jamón y lo escondió en el interior del abrigo largo que lo cubría y que era incongruente con los treinta grados de temperatura en el exterior del mercado.

Sus ojos examinaron los míos. ¿Me atacaría para que no lo delate? ¿Me insinuaría unos fieros puños?

Supo que bastaba con clavarme la mirada para asegurarse de mi silencio. Entonces, continuó su búsqueda entre los otros anaqueles del lugar, dejándome ahí, con mi canasto de cosas a medio llenar.

Tras reponerme de la impresión, decidí seguirlo. ¿Se llevaría más cosas?  

Sí, tres bollos de pan, un botellón de jugo, unos quesos, un filete, un six-pack de gaseosas personales, y más.

Agazapado tras los anaqueles, observaba cómo se le iba hinchando el abrigo, que de por sí era de una tela muy delgada, de modo que las formas de los objetos que el sujeto iba escondiendo delataban sus curvas y perfiles a cualquiera que se topase con él.

Una de las cosas que me asombraba era que el hombre no parecía apurado o temeroso, por el contrario, elegía con paciencia y minuciosidad las marcas y la calidad de los productos. Parecía determinado a no comer cualquier tipo de jamón.

Luego de casi una hora de aprovisionamiento, el hombre decidió que había terminado su periplo.

Cuando se acercó a la salida, estuve seguro de que sería detenido, aporreado y encerrado en prisión. Entonces, un chico de aspecto amable se le acercó con una gran sonrisa en el rostro.

¿Todo bien, señor?

El tipo, que parecía que llevaba escondido a cuatro o cinco personas dentro del abrigo, respondió con un ligero movimiento de cabeza y se marchó tan campantemente.


sábado, 1 de noviembre de 2025

T. Ruco frente al pelotón de fusilamiento - Cap 03 - MENTIDERO Novela Peruana de Daniel Gutiérrez Híjar

 

El balón de gas estaba a punto de estallar y Gerardo Santa María, el sudor chorreándole la cara y descorriéndole el maquillaje que lo había convertido en un cholo protestante, solo podía imaginarse, con sofocante pavor, que su cuerpo galán y fuerte quedaría reducido a irreconocibles pedacitos de carne. Estaba convencido de que esta vez su novia, la actriz Mariela Menacho, había destrozado todos los linderos de la razón y del amor.

Listo, gordo, dijo al fin Mariela. Ya puedes apagar la hornilla y venirte para la cama. Estoy muy caliente.

Pero se me ha descorrido el maquillaje, anotó Gerardo, aliviado porque los alfiles de la muerte se habían marchado, pero responsable aún del rol que le tocaba desempeñar en el acto ritual que él y su novia celebraban, sobre todo por demencial insistencia de ella, cada vez que había en Lima una marcha popular en contra del gobierno.   

Ya no hay tiempo para que te repases la pintura marrón en la cara, gordo. Vente rápido a la cama que ya no aguanto. Me muero de ganas de hacerle el amor a mi fabricador de bombas mata-policías, a mi protestante cholo de la Facultad de Sociales de la Católica; ven, papito, que te quiero comer ahorita mismo.  

Mientras caminaba al cuarto, Gerardo Santa María, joven gerente de Google para Latinoamérica, graduado de la Universidad de Pensilvania, sopesaba la idea de acabar esa misma noche con las fantasías subversivas de su novia. Si la dejo continuar, la próxima no la cuento.

***

¿Estás con la izquierda?

No, no soy ni de izquierda ni de derecha. Yo soy apolítico, pero estoy en contra de la corrupción de los comechados del congreso, dijo el cantante.

¿Cuba y Venezuela son dictaduras?

No sé, oe. No digas tonterías. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que sí son dictaduras?

Claro, lo son, ¿o no?

No, no son dictaduras, son gobiernos del pueblo que tienen como figura símbolo al gran Simón Bolívar. Justamente, estoy creando unas líricas que van a resaltar la memoria de Bolívar y que van a reivindicar a los gobiernos populares y bolivarianos de Cuba, Venezuela y Bolivia, enfatizó el cantante.

Entonces no estás yendo a la protesta para echar a los congresistas.

También. Estoy yendo para que se vayan todos esos corruptos y para que repongan al presidente bolivariano Castilla, que está secuestrado por haber querido reformar al Perú sin incluir a la misma argolla que nos ha mantenido pobres y pisoteados durante más de doscientos años.  

¿Vas a llevar eso a la marcha?

¿Esta camiseta? Es mi camiseta bolivariana. Aquí está Bolívar de fondo y, delante, las caras de los líderes de Cuba, Venezuela y Bolivia.

No, me refiero a eso.

Ah, las bombas. Es para tirárselas a los tombos y para quemar el congreso.

¿Pero no que la protesta va a ser pacífica?

Hermano, con la paz nunca se ha conseguido ningún cambio social. Solo con nuestra sangre, con la de nuestros hermanos, lograremos el cambio verdadero que este país necesita.

***

El oficial a quien usted escupió y golpeó es parte de la Guardia Nacional que yo mismo fundé para mantener el orden entre la población. Faltarle el respeto a uno de sus integrantes es como si me lo faltara directamente a mí, dijo el dictador del Perú Simón Bolívar. Es decir, siento como si ese escupitajo suyo me hubiera dado aquí en la mera cara y como si ese palazo que usted esgrimió me hubiese partido la tibia en dos.

Este era el cabecilla, el agitador, Libertador, informó Sucre. Este desgraciado espoleaba al resto de sus camaradas a avivar el desorden y a aventar piedras y palos a los oficiales. Varios de ellos resultaron con los huesos quebrados y las cabezas rotas.

¿Cómo te llamas? La mirada de Bolívar abrasaba.

Respóndele al Libertador, so pedazo de majadero, demandó Sucre.

El prisionero, las manos sojuzgadas e inmovilizadas por una basta serpiente de cáñamo, y de pie, altivo, la espalda desnuda rozando la pared de adobes de su celda, mantenía la mirada fija en sus propios pensamientos.

Tampoco importa cómo se llame, observó Bolívar, porque alguien que le falta el respeto a su guardia, instantáneamente pierde su condición de persona, de ser humano, y se convierte en una cosa, un objeto cualquiera sin nombre al que se le puede, por ejemplo, llenar la guata con varios plomazos.

Llegamos a sustraerle una carta conspirativa, informó Sucre, entregándole un pedazo de papel al Dictador. Ahí figura el nombre de este rebelde.

Bolívar leyó el nombre: T. Ruco.

Será Teófilo, Teodoro, Tadeo, sabrá Dios. No se atreve a abrir la boca este infeliz, se impacientó Sucre.

General, con tipos como este no vale la pena gastar paciencia sino balas. Fusile a este T. Ruco y a todos sus apandillados. Reúname a todo el pueblo en la plaza y delante de ellos descerrájeles a estos rebeldes todo el furor de sus fusiles. La gente tiene que aprender que a la Guardia Nacional se la respeta. 

Como usted diga, su Excelencia, se despidió Sucre, chocando los talones y llevándose una mano de acero a la frente.

***

Ya me dio hambre, gordo, dijo Mariela. Gerardo no era gordo, pero era una costumbre, entre las jóvenes bien de Lima, llamar “gordos” a sus novios o esposos, lo fuesen o no.

Un molesto escrúpulo royó la conciencia de Gerardo cuando se percató de que las sábanas y el cubrecama habían quedado manchados con la pintura marrón que empleó para transformarse en el típico cholo universitario que protestaba en contra de la corrupción en el gobierno. Cada generación juvenil creía que su gobierno era el más corrupto de la historia, ignorando que, desde antes de su fundación incluso, el Perú y la corrupción eran dos conceptos casi indesligables.  

Las sábanas quedaron mugres, apuntó Gerardo con existencial inquietud.

Ay, gordo, tengo hambre. No me hables de las sábanas. La chola viene mañana y las lava. Para eso se le paga. Y si te molesta dormir con las sábanas mugres, en el closet hay tres juegos más. Pero, ya, no te preocupes por eso. Ni que fueras la muchacha. Llama más bien y pide comida.

Desconcertado y derrotado, Gerardo tomó el teléfono y pidió comida.

¿Una pizza hawaiana estará bien?

Yo estaba pensando en unos anticuchitos, deslizó Mariela, juguetona.

Colgó y marcó el número del restaurante criollo que atendía a cualquier hora del día.

Dos porciones de anticuchos. ¿Con ají?

Marie, ¿con ají?

Oye, gordo, ¿tú crees que soy serrana o chuncha para comer mis anticuchos con ají? Sin ají, caramba.

¿Con emoliente?

¡Agh! Gordo, no me conoces, ¿no? Ya te dije que no soy chola. Yo tomo Coca Cola. El solo nombre “emoliente” me da vómitos.

Una Coca helada, por favor.

El pedido tardaba y Mariela, ya duchada, al igual que Gerardo, se moría de un hambre ahora redoblada.

¿En cuánto tiempo te dijo?, preguntó por quinta vez la mujer.

En media hora, dijo Gerardo, con la misma paciencia servicial.

¿Tanto? Si estos cholos hicieran bien su chamba, llegarían volando. Ni se te ocurra dejarle propina.

Claro, amor, no te preocupes. No le voy a dejar nada.

Cuarenta minutos después, los anticuchos estaban servidos en un plato y las Coca Colas recuperaban su gelidez gracias a los cubos de hielo que Irma, la empleada cama afuera, siempre alistaba con incaica previsión en la hielera de la refri.

Prendieron el televisor.

Jóvenes lanzando piedras a la policía que se defendía con escudos, cascos, tibias, peronés, cúbitos y radios. Y un muerto.

Malditos policías. Son unos cerdos. Siempre en contra del pueblo. Deberían levantarse en armas y botar de palacio al títere improvisado que la hija del dictador ha puesto ahí. Y para colmo de males es un violador de mujeres. No es justo para mi país. ¡Cómo me duele mi Perú! Pero ya se fregó ese violador. Ya hay un muerto para botarlo, así como hicimos con Marino, que no duró ni una semana como presidente.

¿Eran genuinas las expresiones de su esposa? ¿O era tan buena actriz que ya hasta la realidad le salía muy bien? Sin abandonar el gesto ulcerado, Mariela se llevó a la boca un palo de anticucho y con unos dientes blancos y acerados cercenó un pedazo de corazón.

¿Llegaste a ir a esa marcha?, dijo Gerardo aludiendo a las crepitantes escenas en la tele.  

No, gordo. Apuró un trago de gaseosa. Hay mucho cholo.

Harto de las apariencias, Gerardo protestó: Cómo que mucho cholo si tú tienes una fijación con ellos.

Sí, pero con los cholos que están al frente peleando contra los policías, aguantando, resistiendo, desactivando las bombas lacrimógenas y lanzando las molotov. Esos me encantan. Pero esos siempre están adelante; y atrás están los cholos sin ética, sin patria ni moral, los que se apachurran como parte de la masa que no piensa. Esos son los que me dan asco.

Y siempre voy a tener que disfrazarme de cholo lanza-bombas para hacerte el amor.

Por el momento sí. Tú sabes que eso me pone. Y ya no seas tan cargoso, amor. Más bien, dime si este finde nos vamos a Aruba.

, dijo Gerardo. Mi asistenta ya compró los pasajes.

Regio, amor, lo abrazó Mariela. Luego, para animarlo, le dijo: Gordo, lo de los cholos que se dejan matar por la Patria es solo un gustito. Yo solo soy tuya. Porque jamás me dejaría tocar por un cholo. ¡Qué asco!

Dejaron los platos y los vasos en el lavadero. La señora empleada debía llegar temprano al día siguiente y dejaría la cocina tan reluciente como cuando compraron la casa. Sin embargo, la joven pareja de esposos ignoraba que aquella señora acababa de perder a un hijo en una inútil protesta que no cambiaría nada en el gran orden de las cosas. Los platos y los vasos permanecerían sucios un día más.


Shoplifter - Story 01 - "AUSSIE FLASH STORIES" Book by Daniel Gutiérrez Híjar

 

The man picked up a pack of ham and tucked it inside the long coat that covered him, a coat completely out of place in the thirty-degree heat outside the market.

His eyes met mine. Would he come at me to stop me from ratting him out? Would he throw a few hard punches?

He realised that just locking eyes with me was enough to guarantee my silence. Then he went on browsing the other shelves, leaving me there with my half-empty shopping basket.

After getting over the shock, I decided to follow him. Was he going to take more stuff?

Yes, three bread rolls, a big bottle of juice, some cheese, a steak, a six-pack of soft drinks, and more.

Crouched behind the shelves, I watched as his coat began to bulge. It was made of thin fabric, so the shapes of the items he was hiding showed clearly to anyone who happened to walk past.

One thing that amazed me was that the man didn’t look rushed or scared. On the contrary, he selected the brands and product quality with patience and care. He seemed determined not to settle for just any old ham.

After almost an hour of stocking up, the man seemed done with his round.

As he headed for the exit, I was sure he’d be stopped, bashed, and locked up. Then, a friendly-looking young bloke approached him with a big smile.

All good, sir?

The man, who looked like he was hiding four or five people under the coat, gave a slight nod and calmly walked out.


sábado, 25 de octubre de 2025

Novela Peruana "MENTIDERO" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 02: Lima, potencia mundial

 


Santa Rosa de Lima puso su mano aquí, ¿ya?, en mi cabeza y me pidió, ¿ya?, que sea el presidente del Perú. Tal como te lo cuento ocurrió, Berto. Tengo testigos, ¿ya? Los mofletes del alcalde brincaron con ardoroso temor de Dios.

Berto era el conductor del programa dominguero donde el alcalde acababa de expresarse de manera excepcional, ya que los elementos que solían eviscerarse obscenamente allí pertenecían más bien al desmedrado zoológico del espectáculo y no al tremebundo bestiario de la política. Las elecciones presidenciales se aproximaban y resultaba más rentable adentrarse en las miasmas interiores de los candidatos que en las someras profundidades de los repetidos rostros cabareteros.

Las próximas ediciones del programa recibirían solamente a los candidatos y políticos mas polémicos, brutos y achorados del espectro peruano, esos que provocaban o bien las náuseas o bien las palmas desinformadas de las acéfalas multitudes.

Pero, Ismael, ¿cómo vas a decir eso? ¿Cómo puedes afirmar tan sueltamente que Santa Rosa te pidió que seas presidente?, dijo Berto, acomodándose la pajarita que le estrangulaba el grueso y moteado cuello. O sea, por favor.

Ah, cómo que cómo voy a decir eso, Berto. Tú sabes que yo siempre digo la verdad, ¿ya? De mi boca nunca ha salido una mentira, ¿ya? Todo lo que digo es palabra de Dios.

Ismael, tú y nuestros televidentes saben que este programa siempre sale grabado; pero, por esta vez, estamos haciendo una excepción transmitiéndolo en vivo. Por eso, las respuestas que nos da Ismael no han pasado por el polígrafo como solemos hacer cuando los programas salen grabados y los artistas que vienen confiesan, por ejemplo, que han fumado las cenizas de sus madres difuntas y el polígrafo dice si estamos ante una mentira o una verdad. Entonces, hoy, por no ser este programa grabado, no tenemos manera de constatar que fue realmente Santa Rosa de Lima quien visitó aquí al alcalde para pedirle que sea presidente.  

No es necesario, Berto, rio confiadamente Ismael, todavía alcalde de Lima, porque aquí tengo una prueba de lo que digo, ¿ya?

El lente de una de las cámaras del programa agrandó los movimientos de una de las manos del mofletudo invitado; se movía buscando algo en los bolsillos de su saco.

¿Qué buscas, Ismael?

La prueba fehaciente. Espérame que la tengo por aquí. ¿O en este otro bolsillo? ¿O la dejé en el carro? La lengua del alcalde tropezaba con las ideas incompletas que se le agolpaban en la cabeza y nacían truncas.

¿Una prueba?, dijo Berto, suspicaz; y porque el cerebro era un órgano que rescataba recuerdos -algunos indeseables, otros gratos- ante la mención de una palabra, la detección de un movimiento o la absorción de algún aroma, Berto evocó al infausto “Doctor Pruebas”, cirujano plástico que, a finales de los noventa, se grabó copulando con populares bailarinas luego de que las sedaba alevosamente. Tengo las pruebas, tengo las pruebas, solía amenazarlas a cambio de más sexo.

Aquí está, dijo triunfante Ismael, tras haberse levantado de la silla donde se lo entrevistaba, mostrando a las tres cámaras del programa una panza desaliñada y unos zapatos maltratados por la desidia. Su mano regordeta sostenía en alto un sobre blanco.

***

Quiero hablar con el alcalde Ismael Lope Waters, por favor, dijo una mujer de manta y sayo. Su vestimenta denunciaba la humildad de su condición vital y delataba la opresión de varios años soportando la angustia de existir.

¿Quién es usted? ¿Tiene cita con él?, dijo secamente el vigilante del palacio municipal luego de haberla mirado de pies a cabeza. ¿Esta vieja se habrá escapado de un convento? A la firme que se parece a Santa Rosa, rumió el vigilante para sus adentros.

Sí tengo cita, dijo certeramente la mujer.

A ver, dijo desconfiado el vigilante, cuyo mórbido vientre era prueba contundente de que moriría de un infarto si se lanzase a correr apenas dos cuadras, muéstreme la cita.

¿Cómo se la voy a mostrar? ¿Qué cosa le voy a mostrar?

El papel donde diga la hora y el día que tiene cita con el alcalde.

Qué papel ni qué ocho cuartos. Solo tengo mi palabra, señor. Déjeme hablar con él. Tengo que conversar con el alcalde. Es muy urgente.

No, señora. ¿Usted cree que hablar con el alcalde es así de fácil? Ya, pues, no joda. Lárguese. No me haga perder el tiempo.   

Se oyó un alboroto proveniente del fondo de la boca resguardada por la panza disfrazada de vigilante. ¡Chucha, el alcalde!, se alarmó el hombre.

¿El alcalde?, se interesó la anciana. ¡Alcalde, alcalde!, gritó, buscando capturar la atención de la figura edil.

A los segundos, Ismael Lope asomó por la puerta del Palacio Municipal lo que podía ser la cabeza cruda de un lechón recién sacrificado.

¿Qué está pasando aquí, ah? ¿Por qué grita esta señora, ah?

Señor alcalde, soy la señora Zoila Cuadra, vecina del Centro de Lima. He venido porque ya me cansé de esperar que cumpla su promesa. Usted nos paseó diciendo que por su mamacita no va a postular a la presidencia, pero bien que lo va a hacer. El pueblo será despistado, pero no cojudo, oiga usted. 

¿De qué promesa me habla, ah?, dijo Ismael. El vigilante, que tuvo que hacerse a un lado para que la voluminosa humanidad del alcalde se acomodase tranquilamente bajo el marco de la puerta, miraba de reojo, con impotencia y vergüenza ajena, a la explosiva mujer.

Señor alcalde, usted prometió en su campaña que los maricones y las prostitutas ya no harían sus cochinadas en la puerta de mi casa. Y qué ha hecho hasta ahora, le pregunto.

¿Qué he hecho?, dijo Ismael.

Nada, pues, nada. Y va a seguir haciendo nada porque he escuchado que usted va a dejar la alcaldía y va a presentarse para presidente. No es justo, señor. Cumpla su promesa antes de largarse a hacer otra cosa. Termine lo que ha empezado, caramba. Por eso estamos como estamos. Arrancada de caballo, parada de burro.

Ismael se rascó la cabeza. Unos cuantos pelos se adhirieron a las uñas largas de sus dedos, dejándolo mas calvo.

Señora, por favor, dígame qué promesa le hice. Si no la he cumplido, mi sucesor, ¿ya?, el experimentado y joven Enzo Gallardo se encargará de que, en el añito que nos queda de mandato a nuestro partido Remoción Popular, ¿ya?, Lima sea potencia mundial.  

¿Entonces si va a renunciar para ser presidente?, emparó la anciana.

Claro que sí. Estoy en el pico de mi popularidad, señora, ¿ya? Es ahora o nunca.

¿Y usted cree que en un año su partido va a convertir a Lima en una potencia mundial?

Fe, señora, usted debe tener fe, ¿ya? Yo soy un hombre católico, devoto de todos los santos, pero sobre todo de Santa Rosa de Lima, ¿ya?  -de pasada, ¿le han dicho que se parece bastante a ella? Una Santa Rosa vieja, la abuela de Santa Rosa, pero tiene un aire, ah-, y si ella pudo, como le iba diciendo, conversar con mosquitos y detener en plena caída a los que se desbarrancaban de las escaleras, yo también, bueno, en este caso, mi sucesor Enzo podrá hacer de Lima una ciudad comparable a Nueva York, por ejemplo, ¿ya?

Ahí está. Justamente ese era el nombrecito: “Nueva York”. Usted dijo que me iba a reubicar y que iba a convertir al jirón Zepita, donde vivo, en un parque como el de Nueva York, que no se dónde quedará, pero que de todas maneras usted terminaba con la prostitución. Sin embargo, todos los días tengo que dormir con los gemidos de los maricones y las prostitutas que son clavados y clavadas contra la puerta de mi casa todas las noches, sobre todo los sábados a cualquier hora. Hasta los policías, porque los he visto, se clavan a los maricones con más gusto que cualquier otro cholito. Dígame, ¿su amigo Menso, Tenso, o como se llame, va a darme plata para reubicarme en un departamento bonito en San Miguel y va a hacer de Zepita un parque lindo en donde no haya más prostitución?

Mire, ve, señora. La fe es como un grano de mostaza que…

Mostaza es lo que veo, respiro y escucho todos los santos días del Señor, alcalde. Deje de palabrearme y dígame que hoy mismo va a mandar a su sucesor a reubicarme o a terminar con la prostitución de una vez por todas. ¿Tan difícil es? Ni que esos maricones y esas putas se escondieran o se camuflaran. Vaya ahorita mismo y va a ver toda mi cuadra con varios potos al aire.   

Ya, señora, ya. Voy a coordinar con mi equipo ese tema para…

No, señor, ya estoy cansada de los “voy a coordinar”, “voy a hablar”, “voy a ver”. Caramba, señor alcalde, usted, en su campaña, me dio la mano y, mirándome a los ojos, me dijo clarito que ni bien llegara a la Municipalidad, al día siguiente nada más, se acababa la prostitución en Zepita. Usted me dio su palabra de creyente, de católico, de fe, y mire, me palabreó, se salió con la suya. Ya fue alcalde. Y ahora quiere ser presidente. Y la puerta de mi casa, mientras hablamos, se sigue llenando de condones con leche.

¿Condones?, se sorprendió Ismael.

El vigilante, ante tanto desmán verbal, evaluaba la conveniencia de meterle un cachiporrazo en la cabeza a la abuela para terminar con tanta falta de respeto.

La furibunda mujer abrió su bolso y vomitó sobre el alcalde su encorajinado contenido: un amasijo de jebes alargados, mustios y lánguidos, cohesionados con una pasta gris que se desparramaba por entre sus dobleces y junturas.

Esos son condones, alcalde, sépalo bien. Sienta el sabor y el olor de esas porquerías que en solo una noche se acumulan en la puerta de mi casa. Todas las madres de los políticos de su partido van a hacer sus cochinadas en la bendita puerta de mi casa. A ver si con eso se ponen las pilas usted y el títere de su sucesor, que seguro que es un trepador arribista que también se va a lanzar para presidente si es que no se lanzó ya alguna vez.

Con la boca abierta por el hórrido espectáculo del alcalde cubierto por millones de espermatozoides momificados, el vigilante reaccionó y cachiporreó a la anciana protestante.

Las cachiporras ya no eran las de goma, las de antes; la del vigilante era de un metal de fino estrépito y sólida rotura de cráneos.

***

Fue como un bálsamo, Berto, ¿ya?, dijo Ismael, blanqueando los ojos, rememorando el momento en que Santa Rosa le derramó su bendición luego de que este hubo aceptado el desafío de ser candidato a la presidencia del Perú, lugar que aún no daba la talla para ser un país sino apenas un paisaje. Todo su poder bendito, ¿ya?, recorrió mi ser, mi saco, mis pantalones.

Berto aún tenía, en una de sus manos, la carta que le había compartido Ismael.

Ismael, la carta es conmovedora y es clara. O sea, se puede decir que acabo de leer una misiva de puño y letra de la mismísima Isabel Flores de Oliva, nuestra querida Santa Rosa, dijo Berto, blandiendo el papel prolijamente doblado.

Claro, claro, Berto. No cabe duda, ¿ya? Lástima que no me pude tomar una foto con ella, pero, como te digo, tengo también testigos que la vieron, como por ejemplo el vigilante del palacio municipal, ¿ya?

Oye, y aquí en la carta Santa Rosa dice que te dejó un presente para que siempre conserves la humildad y el buen corazón en tu futura gestión presidencial, recordó Berto.

Claro, dijo Ismael, casi lo olvidaba, ¿ya? Mira, aquí te lo muestro. El todavía alcalde se remangó la pernera derecha de su pantalón exponiendo ante los ojos chismosos de los peruanos una pierna fofa que llevaba enroscada una cinta corrediza de púas metálicas. Está nuevecita, dijo Ismael, con orgullo, acariciando con sensual suavidad ese instrumento de dolor. La misma Santa Rosita se la sacó de su piernita, ¿ya?, y me la puso. Fue para mí un momento de mucha calentura.

Ismael, por favor, se escarapeló Berto, quien, a pesar de su ateísmo, no pudo evitar escandalizarse por la sugerencia erótica de Ismael; estás hablando de una Santa a quien los peruanos veneran con mucho afecto, devoción y respeto.

Pero, Berto, dijo Ismael, enarcando las cejas, indignándose; yo soy el primero en defender a Santa Rosa porque yo la amo, ¿ya? Ella es mi novia, ¿ya? Es mi hembra. Siempre que yo veo a una mujer guapa, digo “quieto pecador”, “vade retro Satanás”, y me ajusto este cilicio, ¿ya?, y pienso en mi Santa Rosa bailándome un villancico, despojándose de sus velos con un “Alabaré”, ¿ya?, y todos los pelos se me paran en señal de oración. Y me arrodillo, así con la pierna sangrando, como me la estás viendo, ¿ya?, y le agradezco al Cielo por haberme dado como esposa a la mujer más bella del mundo, a Santa Rosa, ¿ya?

La palidez de la delgaducha pierna del alcalde realzaba la rojura de su sangre, que hacía un círculo perfecto alrededor de su figura hincada en una sola rodilla sobre el proscenio del programa de Berto.

Luego de que el alcalde, con el rostro fraudulentamente compungido y desierto de lágrimas, retomó la postura de entrevistado en su asiento, un muchacho vestido de negro trapeó velozmente el piso y desapareció cual saeta.

Ya recompuesto, Ismael volvió a dirigirle unas palabras al conductor del programa: Quiero anunciar en tu programa, en calidad de primicia, Berto, que renuncio, ¿ya?, hoy mismo, a la alcaldía, y me convierto automáticamente -así nada más, sin esas burocráticas elecciones internas del partido- en el candidato presidencial por Remoción Popular, ¿ya? El joven y entusiasta Enzo Gallardo terminará, en el añito que queda, de hacer que Lima sea la potencia mundial que prometimos en nuestro plan de gobierno municipal.

¿Crees que Enzo lo logrará en ese poco tiempo?, receló Berto.

Por supuesto, Berto, lo que no hicimos en tres años, lo haremos en uno, ¿ya? Más que suficiente, ¿ya? Luego, parándose, y con el manejo de un viejo zorro televisivo, se dirigió a una de las tres cámaras que registraban la entrevista: Gracias a que mi mujer Santa Rosa le brinda paz y seguridad a mi corazón, prometo que cuando sea presidente aniquilaré a la izquierda caviar y terruca, ¿ya?, que no ha nacido para trabajar ni cooperar con el crecimiento del país. Esa gente solo busca joder al ciudadano conservador y católico de bien, ¿ya? Con amor, fe y paz, Berto, cambiaremos el rumbo del Perú para bien.

La pequeña camarilla de apandillados y ganapanes que había llegado con el ahora exalcalde, y que ocupaba un penumbroso lugar detrás de los reflectores, aplaudió con furor las palabras de su jefe.

Berto le estrechó la mano a Ismael, señal de que era buena idea cerrar con esas conclusivas palabras. Te deseo buena suerte, Ismael, dijo el presentador.

Fe, Berto, fe, ¿ya?, dijo medio apresurado Ismael, sin mirar al conductor a la cara, perdiendo su atención en algún punto del lugar donde se ubicaba su collera. Parecía recibir indicaciones de alguien de ese grupo, de alguien que le decía “muévete un poquito a la derecha, otro poquito a la izquierda”.

¿Qué pasa, Ismael? Solo quedémonos quietos para que nos saquen una foto.

Entonces, como estimulado por un tubérculo que le hubiese sido traicioneramente zampado por atrás, Ismael extendió, acusador, uno de sus dedos largos y regordetes.

Me quieren matar, me quieren matar, gritó, arrojándose al suelo. Es un comunista, es un caviar, agárrenlo, continuó vociferando desde su cobarde postura.

Berto no vio a nadie, aunque luego de unos segundos fueron notorios los movimientos de alguien que, desde la penumbra, se acercaba hacia donde estaba con Ismael. Sin embargo, a poco más de un metro antes de que se aproximara del todo, dos de los gorilas que componían el cuerpo de seguridad del alcalde se le fueron encima.

¡Calma, calma! ¿Qué ha pasado? ¿Ha salido esto en cámara?, preguntó Berto, ya que un pequeño escandalete siempre podía magnificar la audiencia, y a más rating, más publicidad y más plata.

, le indicó el pulgar del productor. La cámara continuaba registrando al subversivo siendo neutralizado por los robustos agentes de Ismael, las manos a la espalda, la cabeza besando rabiosamente el suelo, dejando una baba insubordinada.  

Berto vio los zapatos cansados del presunto atacante, el pantalón humilde, la camisa grasienta, los pelos de la cabeza lacios de pobreza y, a su lado, una pistola que uno de los vigilantes acababa de deslizar con prisa y sagacidad.

Viendo al potencial magnicida neutralizado, Ismael volvió a erigirse sobre el podio y, sabiéndose receptor de la atención de las tres cámaras del programa, expresó su rabioso sentir: Ahí lo tienes, Berto. La izquierda y los caviares no pudiendo soportar que me lanzo a la presidencia, me han mandado a ese esbirro para aniquilarme de la manera más cobarde posible. Mírale la pistola con la que me iba a liquidar ese miserable caviar.

¡Vivan los caviares, abajo la derecha bruta y achorada!, prorrumpió el contrarrestado hombre.

¡Calla, caviar!, ordenó Ismael.

¿Cómo ese tipo va a ser caviar, Ismael?, dijo Berto. ¿No ves que es un mugriento?

Uno de los engorilados agentes le pisó la cabeza al potencial homicida para que cerrara la boca.

Es caviar, es caviar, enfatizó Ismael. Así son los caviares, Berto, ¿ya? Se hacen los pobrecitos, pero son capaces de cualquier cosa. Eso va a cambiar en mi gobierno porque los voy a liquidar, ¿ya?

Me dicen que está llegando la policía para que se lleven a ese criminal, lo interroguen y lo metan preso a él y a los que planearon esta bajeza, dijo Berto.

¿La policía?, balbuceó Ismael.

Claro, para que se llegue hasta el fondo de este asunto, dijo Berto, indignado.

Este…, bueno…, Berto, creo que ya quedó claro que me lanzo para la presidencia. Y eso, eso, eso es todo, amigos. Nos vemos.

Pero, Ismael, no te vayas, quédate un rato más.

Ismael ya había descendido del proscenio, seguido por los gorilas que le guardaban las espaldas y, cerrando la fila, por el presunto asesino, quien tras dar unos apurados pasos alcanzó a Ismael y fue abrazado por este para luego decirle algo en voz baja, tras lo cual ambos rieron, provocando también las risas cómplices de los sebosos custodios.


viernes, 17 de octubre de 2025

Novela Peruana "MENTIDERO" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 01: ¿Me violaste, presidente?

 


Su día arrancó siendo uno de los tantos y tontos anodinos congresistas del parlamento peruano que se masturbaba muy temprano por la mañana, estimulado por los más recientes estrenos de las actrices porno que seguía cual acólito en Instagram. Poco más de dieciséis horas después, estaba a un minuto de convertirse en el nuevo presidente del Perú.

Los ojos tumefactos por el horror y la incredulidad, Mónica, arrebujada dentro de su cama, se asqueaba con la escena que su televisor de ochenta y cinco pulgadas le transmitía sin rubor alguno. El hombre que la había violado hacía unos meses nada más -estaba segura de ello. ¿O no? ¿O había sido el otro imbécil?- y contra el que luchó en los tétricos y demorosos ambientes del Poder Judicial controlaría su destino y el de los peruanos y venezolanos que sumados hacían ya casi treinta y cinco millones.

Ahora cualquier mierda puede ser presidente del Perú, bufó.

¿O siempre había sido así la cosa? Quizá la diferencia con antaño radicaba en que los políticos ya no se tomaban la molestia de ocultar el estercolero, de brindarles una mínima pátina de decencia.

Recordó cuando el tipo que veía en el televisor -muy erguido, muy camisa blanco-pureza, asumiendo una postura a lo veintiocho-de-julio, mientras el bigotón de Hernando Rospigliolo le ponía, el muy huevón, la banda rojiblanca al revés- bailó reggaetón con ella, hasta abajo y todo, en vísperas de ese mismo 2025 en que lo van a hacer presidente a este mañoso.

***

Ahora me toca a mí, celebró Mario, amiguísimo, yunta de Jorge Jara, congresista peruano fogoso y ardoroso no por lo inflamado de sus discursos -que eran inexistentes- sino por su afición desmedida al porno de revista y brazalete. Ahora voy yo.

Antes de reemplazarlo en la improvisada pista de baile, le lanzó una advertencia visual: tu short, compare.

Removido por los piscos, Jorge, la cara un lienzo dedicado al jolgorio y la parranda, tomó borrosa nota de la indicación de Mario: el short era incapaz de embozar la hinchazón provocada por el sinuoso baile.

Reconoció la hidalguía de su amigo. De no habérselo advertido, Mónica podría haberse asustado -nunca se sabía cuándo una mujer se hacía la estrecha- y la cancha hubiera quedado despejada para que Mario metiese la pelotita en ese arco seguramente recién afeitadito y liso para recibir una buena tunda. Entonces, se lanzó a la piscina. Las aguas tibias le aplacarían al monstruo ese que se perfilaba para convertirse en el goleador de la noche.

Mónica y Mario, ajenos al quejido de las aguas que recibieron el cuerpo alicorado de Jorge, encontraron la perfecta sincronía entre la pelvis de él y la nalgamenta de ella. Mario la tocaba con el grosor del animal que -él sí- no se molestaba en disimular, y ella le sonreía con lo mejor de su vasto imperio posterior.

Esta situación no le gustó nadita a Jorge quien, si bien había sido sosegado un algo por las aguas de la piscina, mantenía todavía el fulgor por hacerse de Mónica, la coqueta empresaria y amiga a quien hacía un par de meses nada más, fíjate tú, condecoró en el congreso.

Recordó cuando, con la ayuda de su pandilla de asesores, en un chifita de la avenida Abancay, inventó las categorías de las premiaciones, ya que no solo condecoraría los voluminosos talentos empresariales de Mónica, también los del huevón que estaba ya bailando muy rico y húmedamente ahí con ella, a unos metros de sus celosos ojos, el también empresario Mario Cardona.

“Empresaria joven de la cuarta semana de octubre 2024” y “Empresario de entre treinta y cuarenta años que ha perdido dos kilos en el mes de octubre del 2024”, estallaron en risas, chocando en alto sus vasos de Inka Kola contagiada de salsa de tamarindo y pedacitos de wantán. 

Era facultad de cualquier congresista peruano premiar a nombre del Estado a quienes ellos quisieran, bajo el amparo de que así se felicitaba y estimulaba los mejores comportamientos cívico-empresariales de los ciudadanos más destacados de la nación.

Cualquier clase de comportamiento cívico-empresarial podía caber en ese bolsón.

Mónica tenía un emprendimiento de venta de empanadas y se había abrochado con el despacho de Jorge Jara para la provisión de desayunos post reuniones de coordinación -las cuales raras veces ocurrían, aunque el desayuno se pagaba sí o sí-. Desde que la vio, Jorge supo que Mónica pasaría por sus armas más temprano que tarde.

Mario Cardona había heredado el negocio de reciclaje de su escurridizo padre y ahora facturaba miles de soles gracias a los contactos que Jorge le facilitó en el gobierno.

Ah, no se olviden de chequear si Marito ya depositó su agradecimiento del mes, apuntó Jorge, devorando el muslo de un generoso langostino desenterrado de una montaña de arroz graneadito. Los asesores, que conocían las leyes para sacarles el mejor provecho, asintieron pícaramente.

***

Con los brazos cruzados sobre el borde de la piscina, Jorge decidió que Mario y Mónica no podían continuar así, punteándose y dejándose puntear delante de él y bajo la mirada inocentona de ese cielo nocturno tachonado de estrellas que parecían luces de navidad.

Auxiliado por la fuerza de empuje arquimediana y la potencia de sus brazos entrenados, eso sí, con sana regularidad en el gimnasio que el Congreso de la República le pagaba -obra y gracia de una leguleyada de sus asesores- salió de la piscina, tomó una manguera cercana a los bailarines y los bañó. Hace mucho calor, chicos. Refrésquense.

No te juegues así, Jorgito, dijo Mario, la entrepierna pronunciada, entre carcajadas exageradas por el pisco.

Ay, Jorge, qué pesado eres, rio coquetamente la mujer.

El congresista, ajeno a los reproches amicales, ensañó el chorro de la manguera contra los pechos de su amiga. Volvió a erectarse ante la visión esplendorosa de esos pezones marrones que destacaban sin lugar a duda por debajo de esa blusita blanca ya transparentada por la astuta intervención del agua.

***

¿Jura, ciudadano Jorge Jara, por Dios y por la patria, ser un honesto presidente del Perú?, pronunció solemnemente el camaleónico congresista Rospigliolo.

Por frenar la mentira, la corrupción y, sobre todo, la delincuencia que está matando a mis compatriotas, sí juro.

La voz del recién juramentado resonó en medio del apandillado silencio que los tribunos habían hecho para dejar que las palabras del imberbe presidente pudieran engatusar debidamente a un Perú que ya se estaba volcando en las redes sociales con todo su descontento e impotencia.

Sus palabras fueron breves, y cuando culminaron, venales aplausos embargaron el recinto congresal. Al mismo tiempo, en esas mismas redes sociales, hinchadas de beligerancia y hastío ciudadano, empezó a conocerse que el presidente veía en una mujer el mejor destino para su falo treintañero. Varios mensajes hechos desde sus cuentas oficiales fueron exhumados en tiempo real. Uno de ellos decía: Las chicas doradas italianas qué tetotas tienen. Mejor me voy a Italia. Mamma mia. Otro, no menos agudo, rezaba: Lo que me gusta de toda fiesta infantil son las animadoras. ¿No les gustaría conocer a mi payaso?

***

Despertó desnuda hacia la una de la tarde del día siguiente. Se llevó una mano, casi mecánicamente, hacia la vagina. Iba tomando conciencia de que yacía sobre una cama en ropa interior, abrumada por un desalmado cataclismo de preguntas. El aterrizaje de la sola yema de sus dedos sobre sus labios menores fue como el dolor de un incauto meñique estrellado contra la arista de una perversa puerta.

¿Qué me han hecho? ¿Qué paso? ¿Por qué?

No había respuestas inmediatas; pero sí la culpa de saber que no debió tomar tanto, la culpa de que cualquier cosa que le haya pasado pudo haberse evitado. No era la primera vez que se extralimitaba con las copas, con el consiguiente y aparentemente reparador juramento de que jamás vuelvo a chupar.

Sin embargo, esta era la primera vez que le regresaba la conciencia acompañada de un fuego que le hostigaba la vagina. La cosa ardía. Era el fuego impío de la mala noche y las malas juntas.

¿Qué no había estado con Mario y Jorge anoche?

Los piscos puros, sin la intromisión apaciguadora del azúcar o del limón o del hielo, la habían nublado rápidamente. ¿Recordaba algo? Trató de exprimirse la memoria en tanto que luchaba tenazmente contra la desesperación de sentirse violada ¿Me violaron? ¿Me han violado? ¿Me está pasando esto a mí?

La suciedad la envolvió en sus visiones de náuseas, auto desprecio y lágrimas sin apaciguamiento maternal post parto. Desesperadamente, se aferró a las dos centésimas de ecuanimidad que aún se escondían, tímidas, en medio de ese caos que era su alma.

Unos brazos. Sí. Me cargaron. ¿Fue Mario? ¿Fue Jorge?

Volvió a tocarse la vagina, esta vez por debajo del calzón que cubría con silente vergüenza ajena un crimen sin nombre. Alguien había estado ahí dentro sin su consentimiento.

Entonces vio el mismo bividí que llevaba Jorge cuando bailaron reggaetón muy cachondamente a orillas de la piscina. Tomó la prenda entre sus manos. Los poros de su piel eran esporas que buscaban una verdad que se deshacía como las gotas de agua que, ahora tibias, corrieron por sus brazos cuando estrujó furiosamente el bividí.

Me violó ese hijo de puta.

***

Ahora era el presidente del país, con tan solo treinta y ocho años. Treinta y cuatro votos congresales habían sido suficientes para consolidarlo en el sitio del cual acababa de ser defenestrada la mujer que le había recomendado al Perú no contestar las llamadas de los extorsionadores, desconociendo que estos recurrirían a los balazos a domicilio como definitivo y mortal recordatorio de que a nadie se le dejaba con el puñal en la boca.

Las preguntas que demolieron su cabeza hacía algunos meses volvieron a acosarla en sus puntos cardinales, jugueteando en lo ancho de la aorta de su vida.

¿Es presidente este miserable que me ha violado? ¿O la ultrajó el otro idiota que se mandó a largar burlándose del proceso que aún se aireaba en los mohosos pasillos judiciales?

Aturdida, sacó de las honduras del cajón de su mesita de noche una de las pastillitas que hacía algunos meses la ayudó a dormir como si nadie la hubiese violentado jamás.

Aunque, mejor, para asegurar la cosa, sacó tres píldoras más. Quería despertar cuando el imbécil que ahora se pavoneaba con la banda presidencial cruzándole el pecho con la concha distintiva de un buen político peruano dejase de ser el ciudadano más importante, privilegiado e inmune de este país. Quizá ese día llegase mañana, en una semana…

Ya no quiero volver a despertar.