Prende tu cámara
un ratito, pues, le pidió Santos.
Seducida
por el carisma de su bonhomía, de su pícaro sentido del humor, Ana Lucía activó
la cámara de su celular y le mostró los pechos.
¿Todo eso
va a ser mío?, dijo Santos Camarón al ver el bamboleo de semejantes
melones.
Solo si
vienes hasta Chihuahua a visitarme, dijo Ana Lucía, sobrevolando el lente de la cámara
de un pezón al otro.
A Santos
Camarón se le mojó el calzoncillo. Se imaginó el serpenteo de su lengua
mentirosa y atrevida por esa piel que parecía fabricada de leche.
Óyeme, dijo Analú,
como también se la conocía en otros círculos, pero a mí me han chismeado que
te dicen El Diablo, Satanás, El Cuernudo. ¿Por qué? Cuéntame.
Santos Camarón
era un tipo de piel marrón, cara afilada, una frente grande y despejada que le iba
ganando terreno al cuero cabelludo, unas orejas puntiagudas, como de duende, y
una barbita ladina, en candado, conjunto todo que lo hacía idéntico a Mefistófeles,
el demonio que no amaba la luz.
Ah, se relamió
Santos, quien parecía haber estado esperando esa pregunta. Me dicen así
porque tengo una colaza, pero por delante.
No te creo, jugueteó
Analú.
¿No me
crees? ¿Quieres creerme? ¿Quieres verla?
Santos Camarón
comenzó el descenso lúdico de su cámara hacia el sur de su humanidad.
***
Torbe
estaba agotado. Acababa de copular con la gatita blanca de la casa de enfrente
y había corrido cientos de metros para evitar que ella lo fileteara tras el
postrer orgasmo. Ambos desgarraron el cielo con sus maullidos; los de él de
placer, los de ella de dolor e inmediata venganza.
Por la
angosta ventana, volvió a filtrarse en el cuarto de su dueño, el periodista
deportivo Enrico Arrechini, quien, sentado sobre su cama, bebía los rezagos de
su tercera botella de ron, al tiempo que propalaba por su canal de YouTube los sentimientos
que Cataleya, la mujer que porfiadamente se negaba a ser su enamorada, le
inspiraba.
¿Sigues
chupando, tío?, le dijo Torbe tras aterrizar de un salto sobre la
cama. Arrechini leía los comentarios de sus seguidores y detractores.
Chupo por
Cataleya, Torbe. Cataleya no quiere estar conmigo. Yo reconozco que soy poco
hombre para ella, que no puedo ofrecerle lo que sí le ofrecen esos jovencitos
que se le acercan: plata, carros, estabilidad económica. ¿Pero sabes qué sí le
puedo ofrecer, qué sí le puedo dar?
Pulgas,
huevón, se quejó el gato. Siempre que llego al cuarto me empiezan a picar
tus pulgas. El animal olfateó el ambiente. ¡Pala! ¿Hace cuánto que no te
metes a la ducha, tío?
Llevo tres
días bebiendo por Cataleya. Chupo por ella, lloró Arrechini.
No seas
huevón, pe, tío, dijo Torbe. Tú chupando por ella y ella chupando
la gampi de Johncito, el jovencito que la saca a pasear los fines de semana. Y
a mano cambiada, encima. Torbe dejó escapar una risita. Los seguidores,
atentos a la conversación, descargaron toneladas de jajajas.
Vamos, tío, volvió
Torbe, no te pongas en plan de víctima. Haz algo con tu vida. Mírate, estás
hasta las huevas. El único animal que te soporta soy yo. Puta, si no fuera por
que hay una gata afuera que me está buscando para sacarme la gramputa, me
largaria y te dejaría. Aquí huele a muerto.
Quiero
morir, Torbe. La vida no tiene sentido sin Cataleya. Arrechini
miró a la cámara de su celular para hablarles a sus seguidores. Eran doscientas
personas conectadas en vivo. Chicos, díganle a Cataleya que la amo muchísimo,
que haría cualquier cosa por ella, cualquier cosa por tenerla a mi lado. Luego,
como si esa cámara súbitamente se hubiese convertido en la mujer de sus
borracheras, mirándola, más bien contemplándola, dijo: Cataleya, te amo, te
adoro, enana diabólica, enana rica y apretadita.
Tío, usted
ha sido el mejor periodista deportivo de su generación; ha paseado su registro
vocal, sus opiniones y sus comentarios perspicaces por cuatro Mundiales, seis
Copas América, diez torneos de sapito y dos mundiales de globos, ¿cómo va a
estar diciendo que quiere morir? ¿Qué
chucha le pasa, tío?
Quiero
morir, pues, Torbe. Tú mismo lo has dicho. Yo ya he conseguido todo lo que
cualquier periodista deportivo pichirruchi solo puede soñar. Ya le di lo mejor
de mí a esta ingrata profesión que ahora me niega o malpaga sus mejores sets de
televisión porque soy un borrachito. Ya no tengo más metas que cumplir. Lo logré
todo. La única meta que me falta es estar con mi enana diabólica. Y si no estoy
con ella, que estas botellas de ron me lleven consigo al tacho de basura.
Mirando a
la cámara, desenroscó otra botella de ron y se llenó su legendario vaso azul de
plástico, cuyos bordes ya blanquecinos se deshacían en finos hilillos de
asbesto.
¡Salud por
ella, Torbe!
Torbe, en
lugar de brindar con su dueño, se mordisqueó ferozmente la cola; las pulgas que
se multiplicaban en la gruesa colcha de la cama de Arrechini no perdonaban a
nadie que hollara sus vastas comarcas. Ellas adoraban el fuerte olor a queso
que la manta desprendía y el calorcito que los pedos de Arrechini generaban. Así,
sus huevecillos medraban y producían populosas camadas.
Muchachos,
ya saben que tenemos un número de Yape; a ver, ¿quién me puede mandar para un
pancito con pollo allí en el chat?, pidió Arrechini luego de secarse el
contenido de su vaso. Llevaba cuatro días bebiendo. No se había llevado nada
sólido a la boca. En su cuartito de dos por dos, no existía ningún insumo que
pudiese cocinar en su estufita Surge, que había encontrado en un botadero de
chatarra. Y si hubiera existido, tampoco habría tenido el vigor ni los ánimos
de cocinarlo. Había extendido sus exiguas fuerzas todo lo que pudo, pero ahora
el hambre apretaba. Sentía mareos. Un pan con pollo fue lo primero que se le
vino a la mente; lo primero y lo más rico.
Puentini
Borrachini, usuario que se dedicaba a generar clips en TikTok resaltando los
segundos o minutos más jugosos de las largas transmisiones en las que Arrechini
exhibía su tortuosa vida, le yapeó cinco soles. El mensaje que acompañó al
dinero, y que Arrechini leyó para sus doscientos conectados, rezaba: Para
que te compres dos panes con pollo, tío.
Gracias,
Puentini conchatumadre. Eres una mierda conmigo. Siempre me cagas en TikTok
mostrando lo peor de mí, pero, después de todo, veo que eres humano. Al menos,
me mandas cinco soles. Te lo agradezco, malparido.
Arrechini
se encasquetó su conocido chullo en la cabeza, no se miró al espejo -porque no tenía-
y se envolvió en su única casaca.
No te
olvides que hoy se me acaba la comida, tío, le recordó Torbe mientras se
hacía un agujerito acogedor en la
frazada, en medio de tanto olor a pata y pulgas asesinas. A mí también me
sabe dar hambre, eh.
Aunque no
lo crean, muchachos, dijo Arrechini a sus seguidores, que comentaban y
comentaban sin cesar calificándolo de feo, vago, borracho y pedigüeño, este
gatito también es un gasto para mí. A pesar de mi enfermedad del alcoholismo,
tengo que salir a conseguir comida para mí y para él. ¿Verdad, amor mío?
Putamadre, tío, se
incomodó Torbe, siempre que te emborrachas se te sale lo cabro. Yo creo que
el día menos pensado me vas a dar vuelta. Tendré que estar vigilante si quiero
conservar el invicto.
No seas así,
Torbe. Yo soy un tipo cariñoso. Y mi Cataleya no valora eso. Yo podría darle
mucho amor. Algo que ya no se da en estos tiempos. Ahora solo te dan plata. Los
chicos solo quieren darles dinero, carros y joyas a sus chicas. Y yo digo, ¿dónde
quedó el amor?
Ya aburres
con tu floro, tío, dijo Torbe lamiéndose el ano. Ahora que te compres
tu sánguche, no te olvides de comprarme mis croquetas, eh.
Arrechini
se aseguró de que sus llaves estuvieran en los bolsillos de esa casaca con la
que había transmitido para todo el Perú el último de sus mundiales, el de
Rusia, en el 2018, y se detuvo ante la puerta. La cara se le agrió.
Torbe lo
miró atentamente. Esa cara en el enano no era habitual en sus borracheras.
Y,
efectivamente, Arrechini se partió en dos hacia adelante y vomitó los cuatro
días que llevaba sin comer. En el suelo, quedaron desperdigados un poco de sus
pulmones, un tanto de sus intestinos y unos pedacitos de su maltrecho, pero todavía
rendidor, hígado.
Puta, tío,
te maleaste, se asqueó Torbe.
Ay, Satanás,
dame paciencia, dijo Arrechini, limpiándose la boca con la manga de
su casaca. Aunque pensándolo bien, creo que me vino bien este buitre. Así
hay espacio para los pancitos con pollo.
Luego de
pasarse los dedos de olluco por los pelos sebosos que escapaban a la compresión
de su chullo, se despidió del gato: Ya regreso, Torbe. Cuídame el cuchitril.
Oe, tío, no
me vas a dejar encerrado con tu buitre que huele a mierda. Suficiente tengo con
soportar la pezuña de tu colcha y ahora tengo que aguantar la ponzoña de tu
huaico. No seas pendejo, pues, tío. Me vas a encontrar muerto cuando regreses.
Pero
Arrechini ya se había ido.
***
Ana Lucía quedó ilusionadísima. Luego de lo
que había visto, estaba determinada a hacer cualquier cosa por ese hombre.
¿Podrías
prestarme doscientos dolaritos, Analulita?
Apenas
llevaban conversando dos días y Santos Camarón considero que ya era tiempo de picarle
plata a su nueva amiga.
¿Doscientos
dólares?
A pesar de
haber comprobado visualmente por qué a Santos le decían El Diablo, Ana Lucía quedó
sorprendida ante la pronunciación de tal monto. Sí, estaba determinada a hacer
lo que fuere por semejante hombre, pero darle así, de buenas a primeras,
doscientos dólares, era otra cosa, eran palabras y cifras mayores. Sin embargo,
Santos, un nigromante del verbo y la locución callejera, era capaz de convencer
a un inocente de que era culpable.
Analú, mi
prestigio de periodista me precede; soy conocido en todos lados y mis
reportajes y programas, que dan la hora en el acontecer deportivo, los puedes
disfrutar cuando gustes en YouTube. En ese portal, puedes comprobar la calidad
de mi trabajo. Yo siempre dejo que mi trabajo hable por mí. Esa es la garantía
indubitable de que te pagaré los doscientos dólares al término de dos semanas.
Sin falta.
La solidez
y el garbo con los que fueron expresadas esas palabras terminaron por convencer
a Ana Lucía de soltarle el dinero solicitado.
No te voy a
fallar, Analú. Yo soy un hombre de palabra.
Las dos
semanas concluyeron y Santos no se manifestó. Ana Lucía temía escribirle para
hacerle recordar el préstamo. Sentía que se vería como una interesada en el
tema monetario. ¿Recordarle a una persona que le devuelva una plata prestada?
No, eso era una indelicadeza. Esperaría a que Santos Camarón cumpliese su
palabra, así fuese a destiempo. Y si no le devolvía los doscientos dólares,
bueno, al menos habría aprendido una valiosa lección: no le prestes dinero a
nadie, porque cuando les cobras se convierten en tus enemigos, pero para pedir
hasta lágrimas derraman.
Saber que
Santos Camarón era un tipo en quien no se podía confiar le había costado la
friolera de doscientos dólares. Pudo haber sido peor.
***
Puta,
cojudo, no me has hecho la publicidad que quedamos. Yo te pago como gran huevón
para que publicites mi lavandería y no te apareces en la radio. Eres una caca,
Arrechini. Eso no se les hace a los amigos.
¿O sea que
no puedes ayudarme, Santos?
Ta qué tal
concha tienes, oe. Yo ya te ayudé para que me hagas la publicidad y, encima, no
vas a la radio toda la semana en que se supone que debías decir la publicidad
de mi lavandería. Eres la cagada, Arrechini. Que te ayude tu abuela, cojudo. No
me vuelvas a llamar. O me devuelves los cien soles de publicidad que te pagué o
te olvidas de que fuimos patas.
Santos
Camarón había sido duro y cortante. Era lo menos que merecía el sinvergüenza de
Enrico Arrechini.
Asimilando
que no todo en su vida era lo mejor que alguien pudiera desear, Enrico continuó
su camino hacia la sanguchería de la esquina. Había perdido órganos internos
vitales cuando vomitó en su cuarto y necesitaba de un buen pedazo de carne metido
entre dos tapas de pan para cubrir el vacío dejado.
Dos panes
con pollo, lanzó Arrechini, como si hubiera amanecido,
almorzado, cenado y cachado con la señora que vendía hamburguesas.
Oiga,
salude primero.
Dos panes
con pollo con mayonesa. Y voy a pagar con yape, por si acaso, devolvió
Arrechini, pasándose por las bolas la reconvención de la señora. Tiene yape,
¿no?
Tengo plin, dijo la
señora, tajante como saludo de cabro resentido.
No, pues,
putamare, se quejó Enrico, tiene que tener yape. Todo el mundo usa yape.
Carajo. Abandonó malhumorado el lugar en busca de otro puesto al paso en
donde satisfacer su hambre perruna. En eso, recibió un mensaje al celular. Era
un mensaje de Santos Camarón. Por un momento, se le atravesó la idea de no
revisarlo. Probablemente se trataba de algún insulto de último minuto que le
dedicaba Santos a modo de cruel y despechada despedida.
Ay, carajo,
vamos a ver qué envió este conchasumadre de Santos Camarón, le dijo
Arrechini a sus seguidores del YouTube que lo acompañaban a todos lados,
incluso al baño a cocinar, porque, sí, Arrechini lavaba las verduras donde se
afeitaba, hacía el arroz en el wáter y cocía los fideos en las mismas ollas que
usaba para lavar sus medias pezuñentas y sus calzoncillos ahuecados. A esos
momentos, en YouTube, Arrechini los intitulaba “Del Ano a la Boca con el Chef
Arrechini”. Esas ediciones eran las que acogían a un gran número de
televidentes, logrando que Arrechini pudiera cobrar de YouTube unos doscientos
dólares al mes que tenían un destino fijo: la pensión de su vástago. En el último
episodio de “Del Ano a la Boca con el Chef Arrechini”, Enrico había enseñado a
cocinar “Calzoncillos al Pesto”.
¡Chucha!, exclamó
Arrechini al ver lo que Santos le había enviado al WhatsApp. La sorpresa fue
tal que le evaporó en un santiamén la amargura que le había producido la
negligencia de la vieja de mierda de la hamburguesera por no manejar una cuenta
de yape.
Uy,
muchachos, si les contara lo que me acaba de mandar el Diablo Camarón, se les
parte el culo. Si quieren que les muestre estas fotitos, ya saben, tenemos un número
de yape. El que puede apoyarnos nos apoya y el que no, que me chupe el huevo
izquierdo que lo tengo más grande que el derecho. Al que me dé el mejor yape,
le paso este rico pack.
***
Con lo que
nos ha yapeado el señor Olivo, que fue quien nos donó la mayor cantidad de
plata y, por tanto, a quien le reenvié el material que nos envió Santos Camarón,
tal cual lo prometí, compramos todo esto para mejorar nuestro cuartito, les dijo
Arrechini a sus doscientos conectados. Mostró con la cámara una serie de
víveres, frazadas nuevas, y aparejos para mejorar sus transmisiones.
Cuenta qué
te envió Camarón, suplicaron los comentarios.
Ya, pe, no
te cierres, Arrechini relojero, vago de mierda,
reclamaron.
Muchachos, contrólense
o bloqueo a esos que se están yendo de boca. Yo prometí pasarles las fotos que
me envió Camarón solo a aquel que nos yapeara generosamente. Y el señor Olivo
fue quien nos cumplió como era debido. Así que no jodan. Ahora, vamos a
cocinarnos un caldito de pollo aquí en el wáter.
Uno de sus
celulares, aquel con el cual no transmitía, empezó a vibrar descontroladamente.
Era Santos Camarón.
***
Olivo era
el sobrenombre con el que Groover solía ver las transmisiones de Arrechini. Ni
bien oyó la oferta que propuso Arrechini para compartir las misteriosas fotos
enviadas por Camarón, efectuó un irresistible yape. Lo que Kick le generaba por
sus transmisiones le permitían ahora ser un manirroto donante. Inmediatamente,
las fotos le fueron entregadas. Al comprobar el fuerte y sustancioso contenido
de esas imágenes, le envió a Arrechini, a través de uno de sus emisarios en el Perú,
seis latas de atún, cuatro paquetes de fideos, y dos rones, a modo de
agradecimiento. Arrechini mostró los dos rones. Al poco rato, volvería a ahogarse
en la turbulencia de sus anhelos truncos, vómitos y olvidos.
Tengo en
mis manos un material exclusivo. Picaña, chuleta. Eso que, a ustedes,
miserables, les encanta, celebró Groover en su programa de Kick “Cuchillos
Largos”. Cierta señora, que yo creía que me era fiel, lo mostró todo. Y aquí
tengo las pruebas de su arrechura. ¿Cómo una señora de su casa, de su edad,
puede prestarse a estas huevadas, miren, ve?
Groover
puso en pantalla un par de tetas.
Y no solo
eso, sino que esta señora, que solía ser mi musa inspiradora, con la que yo
solía masturbarme mientras oía su voz, intercambió las fotos de sus tetas por
la de una pichula negra y sucia, una chala sucia. Miren, ve.
¿Y de quién
es la chala?, comentó el Mano Santa, ferviente seguidor de
Groover.
No tengo
identificado al poseedor de ese gran maso castigador, pero sí a la persona a la
que le pertenecen las ricas tetas que están viendo, porque el pack que me han
pasado tiene, en una de las imágenes, la cara de la susodicha. Y una gran pena
ha sido para mí saber que esa mujer, esa mujer a la que yo adoraba, a la que yo
virtualmente le lamía los pies, el poto y me comía su caca, era mi musa
inspiradora. Y fue una gran pena comprobar que le muestra sus tesoros más
íntimos a cualquier tipejo con una buena pinga. Eso me merece el menor o
ninguno de mis respetos.
Sin que alguno
de sus seguidores pudiera verlo, porque siempre transmitía con la cámara
apagada, Groover le pegó un sorbo a su vaso de whisky y aspiró una sinuosa línea
de fentanilo.
Groover
continuó mostrando las fotos contenidas en el pack de Arrechini: tetas, pezones
y un falo amenazador, negro como la traición de Judas.
Eso,
Groover, así, danos chow. Eso es lo que queremos: potos, tetas, fichas Reniec,
insultos al por mayor. Danos chow, Viejito lindo, apostilló
Alex Broca Oficial, otro seguidor fanático de Groover.
Voy a dejar
el link al vivo en los comentarios para conversar con alguno de los más de
cincuenta conectados en todas mis multiplataformas. Quiero saber qué opinan
sobre las fotos bastante chocantes que acabamos de mostrar. Quiero sus
opiniones.
Santos
Camarón cliqueó en el link y esperó a que Groover lo transmitiera.
A ver, aquí
tengo a alguien que se hace llamar El Diablo. ¿Quién será? A ver, pan con
relleno, estás al aire. Habla. ¿Qué opinas de las mujeres que intercambian
fotos de sus ubres a cambio de la foto de un pene venoso y asqueroso?
Oye,
huevonazo, quién te ha autorizado a pasar esas fotos íntimas, detonó
Camarón.
Y quién
chucha eres tú para decirme lo que debo pasar o no en mi programa.
Camarón,
que participaba sin prender la cámara, estaba encolerizado. No entendía cómo
diablos las fotos que intercambió con Analú habían dado a parar en ese oscuro canalito
de YouTube.
Dime cómo
has conseguido esas fotos, huevón, o ahorita mismo te meto una denuncia.
Groover rio a
mandíbula batiente.
Denúnciame,
pe, chuchetumare. Acá voy a esperar tu denuncia. No te demores. Es más, qué te
digo, te recomiendo una comisaría en donde el suboficial panzón te toma la
denuncia usando un pad de Hello Kitty.
Era en
vano. Camarón sabía que Groover jamás le diría cómo diantres se había hecho de sus
fotos porno. Decidió terminar su participación lanzando una última amenaza: Algún
día la vida nos va a poner en la misma vereda, huevón, y ese día te vas a
acordar de mí.
Groover
jamás había mostrado el rostro en sus transmisiones, ¿cómo mierda lo
reconocería en la calle entonces? Santos se acababa de dar cuenta de que había
dicho una estupidez. La furia solía ponerlo más estúpido que de costumbre.
Luego de masturbarse
para despejar la mente y pensar mejor las cosas, analizó la situación al mismo
estilo de Hércules Poirot, el héroe de Agatha Christie: Las fotos solo pudieron
salir de su celular. Y él solo manejaba dos aplicaciones, Facebook y WhatsApp.
Revisó los mensajes del Facebook. Nada. No estaban las fotos por ahí. Revisó WhatsApp.
Repasó las últimas conversaciones. Bajo el nombre de Arrechini, se desplegaba
el icono de que se habían enviado unos archivos. Horrorizado, ingresó a la
conversación. Efectivamente, él era el único culpable de que su negra pinga y
las abultadas tetas de Analú se hubiesen visto públicamente. Accidentalmente,
le había enviado todo el pack porno al chato Arrechini, y ese muerto de hambre,
seguramente a cambio de una buena cantidad de plata, se las dio al imbécil que
conducía ese programete de YouTube.
Ahora sí me
va a conocer ese enano y la reconchasumadre, prometió Santos.
***
Dios ha
muerto, había escrito Nietzsche, y Arrechini, en su directo, decía que Dios
estaba vivo, pero que era un cabrón porque no asesinaba a la persona que se
había hecho pasar por él para bloquear por robo la línea del celular con el que
organizaba sus entrevistas y recibía los yapes para sobrevivir.
Si de
verdad existes, Dios de mierda, mata a esa persona ahorita mismo. ¿Por qué no
la castigas y sí me cagas a mí que no le hago daño a nadie? ¿Ven?, les dijo
a sus seguidores. Su Dios no hace nada para reparar esta injusticia. Seguro
el idiota que me bloqueó la línea se está persignando al salir de su casa y
Dios lo premia. Claro, porque no existe. Si existiera, ahorita le estaría
partiendo el poto con un rayo. ¿Ahora cómo voy a hacer para recuperar mi línea?
Con ese número yo trabajaba, me movía. ¿Y ahora?
Arrechini
empezó a llorar.
El Dios del
que ustedes hablan no existe. Miren lo que me ha hecho.
A pesar del
crudo momento que vivía, Arrechini no dejaba de transmitir. Doscientas personas
lo veían llorar y renegar de Dios.
Putamadre,
Dios, si de verdad existes, si de verdad estás de mi lado como dicen los
creyentes, mata a todo aquel que me haga daño, mata a ese conchasumadre que me
ha bloqueado la línea, retó Arrechini.
No,
señores, yo así no puedo hacer programa. Volveré a tomar un poco de ron con
gaseosa para calmarme y dormirme profundamente. Y ojalá que Dios o Satanás,
quien corresponda, me deje dormido para siempre. No quiero despertar. Ya no
quiero vivir. Estoy harto de la vida que me tocó.
Aunque Arrechini
lo ignorara, Santos Camarón iba en su búsqueda para desahuevarlo. Justo en el
momento en que este último cruzaba la pista para alcanzar la otra orilla y
tomar un taxi que lo llevara a La Victoria, distrito donde malvivía Arrechini,
sin darse cuenta, pisó un buzón que llevaba la tapa medio floja. Cayó libremente
treinta metros. Dios, incomprendido por Arrechini, muy a su pesar, seguía
ayudándolo, aunque él jamás se lo reconociera y lo tildase de cabrón.
Si supieras
de todas las que te he salvado, Enrico, creerías en mí, pensó
Dios. Pero no es mi estilo manifestarme abiertamente. Prefiero protegerte anónimamente
a pesar de que me tires toda tu mierda y me endilgues todo tu vulgar
vocabulario.
Cuando
regresó a su cuarto, se topó con la sorpresa de que su gato Torbe había roto,
seguramente harto de estar encerrado en ese cuarto, las dos botellas de ron que
le había regalado Groover, o su alter ego, el señor Olivo.
¿Ves,
enano?, dijo Dios. Fui yo quien rompió tus botellas para que no te vuelvas
a intoxicar porque tu hígado está a una nada de irse a la mierda. No me lo vas
a agradecer, pero quiero que sepas que te quiero, cabrón malagradecido.
Mientras Dios decía estas cosas, Enrico lloraba su desgracia, tirado en su cama de, al menos, frazadas nuevas.