Yo creé la
voz de Homero, Lorna. Tienes que agradecerme a mí, pongo de mierda. Porque eso
es lo que eres, un pongo de mierda. Alguien sin talento, sin oficio y sin beneficio
que agacha la cabeza ante el patrón.
Lorna,
mientras rebanaba la pota que serviría al día siguiente en los platos de
ceviche y chicharrón, siempre en trozos muy pequeños para la obtención del
mayor rendimiento posible, escuchaba atentamente la catilinaria que le dedicaba
Groover en su programa “Cuchillos Largos”. Este viejo siempre está inventando
huevadas, pensaba. Para que la pota pudiese cortarse con facilidad, había
que someterla a intensos y prolongados hervores. La que estaba cortando Lorna no
había sido sometida a esa buena práctica. Qué chucha. No es la primera vez
que comen la pota dura estos serranos, decía, picando con esfuerzo al
molusco y refiriéndose a los clientes que solían consumir la limitada carta de
platos marinos de la cevichería de su tío putativo, don Prudencio Cascajo. En
realidad, la cevichería le pertenecía a su tía Castañita Choca, pero Prudencio,
su conviviente, se había adueñado del negocio a los pocos meses de
arrejuntados. Doña Castañita Choca había hecho todo cuanto estuvo en sus manos
para criar y educar a Lorna. Arturo -que ese era el nombre de Lorna- quería
inmensamente a doña Castañita, la adoraba como a la madre que nunca tuvo o que
no llegó a conocer debido a imponderables de la vida.
Con esa voz
de cabro que tiene, sabía que no llegaría lejos en este mundo de la Brutalidad.
Por eso yo, yo, Groover, al verlo disminuido y desvalido, le recomendé,
prácticamente le exigí, que usara un modulador de voz. ‘Usa una voz que sea
pendeja, una voz gruesa y cachacienta. Solo así serás algo en este mundo. Solo
así impondrás respeto, huevonazo’, recuerdo clarito que le reconvine. Y no me
vas a dejar mentir, Lorna conchatumadre. Yo sé que me estás escuchando. La cosa
es que el huevón me hizo caso. A los pocos días, empezó a intervenir en el
programa de Montecito, pero con la voz de Homero Simpson. Puta, a pesar de que
no aportaba sustancia a las conversaciones, su sola nueva voz, la de Homero, ya
trasuntaba esa picardía que Dios no le dio, porque lo que natura no da,
Salamanca no presta.
Suéltame,
Prudencio, suéltame, gritó una mujer.
Arturo dejó
el cuchillo sobre la mesa y corrió en dirección a la fuente de los alaridos. Al
parecer, como ya se había hecho costumbre, Prudencio, nuevamente ebrio, golpeaba
a Castañita, cuyos gritos provenían de la habitación de la pareja. Cuando
Arturo ingresó en ella, halló a Prudencio propinándole a su tía severos
puntapiés en el estómago. Mientras la pateaba, Prudencio gritaba, con la
modulación vocal de un narrador deportivo de antaño: Fuentes se la pasa
Mifflin (patada), Mifflin a Chale (patada), Chale a Baylón
(patada), Baylón a Cubillas (patada) y ¡goooool! (patadón). Los
vecinos que pasaban por la cevichería y oían las exclamaciones futboleras de
Prudencio se preguntaban si estaban pasando algún partido importante por la
tele a esas horas de la noche.
Ya deje de
pegarle a mi tía. Ya estoy cansado de sus maltratos, dijo
Arturo.
Cubillas no
se cansa, quiere meter otro gol, dijo Prudencio y corrió hacia Arturo. Cubillas
quiere meter un doblete, Cubillas quiere coronar y ¡goooool! A pesar de sus
setenta años y de que Lorna era muchísimo más corpulento y alto, Prudencio
logró incrustarle el zapato en la boca del estómago.
Si vas a
pararle el macho a alguien, mocoso de mierda, asegúrate de tener voz de macho.
Tu voz de cabro solo me hace cagar de la risa.
Prudencio
volvió el cuerpo y la mirada hacia su mujer. Aún estaba consciente. Se tomaba
la barriga con ambas manos. Al parecer, Castañita no se encontraba en el estado
que Prudencio deseaba. Entonces, antes de reanudar su empresa, exclamó: Y empieza
el segundo tiempo del partido, Fuentes se la pasa a Mifflin (patada),…
***
Déjenme
solo con este conchasumadre, exigió Groover. Los panelistas del programa “Cuchillos
Largos” mutearon sus micrófonos y solícitamente se dispusieron a saborear la
pulla que protagonizarían Groover y Arturo Lorna.
Por si
acaso, tu voz no me va a intimidar, pedazo de vago, empezó
Groover.
Lorna
decidió debatir con su voz natural, con la de fábrica, con la de cabro. Dijo: Siñurs,
nu vuy a permitir que ustid mi diga cusas duras.
Calla,
payaso, ahora vas a saber lo que es bueno, lo cortó Groover y empezó a
detallarle las desgracias de su vida que se habían filtrado gracias a los
soplones de la Brutalidad, personajes anónimos que pululaban en cualquier bando,
el de Montes o el de Groover, con tal de que generar confrontación. El mundo de
la Brutalidad estaba al tanto de los conflictos hogareños de Arturo Lorna;
específicamente, de la beligerancia con la que Prudencio, el tío político,
trataba a su tía. Se sabía que Prudencio había llegado al extremo de asemejar a
su señora a una pelota de fútbol. La Brutalidad le había colocado a la señora
el mote de Viniball, extinta y conocida marca de balones.
Los
calificativos de Groover afectaron muy seriamente a Lorna, tanto así que este empezó
a sollozar, pero se muteó oportunamente para que nadie lo oyera.
Dejas que
tu tío use a tu tía de pelota, carajo. ¿Dónde se ha visto eso? ¿Acaso no tienes
los huevos para defenderla? Pero, claro, con esa voz de cabro que tienes, tu
tío seguro también te agarra de balón. Lo puedo jurar, conchasumadre.
Las
palabras de Groover fueron como el dedo que apachurraba el grano de pus. Lorna
cayó al fondo de un pozo colmado de dolor. Lo que el Viejo acababa de intuir no
era nada más que la pura y cruel verdad: Prudencio abusaba de su tía y de él.
Arturo llegó
a la impajaritable conclusión de que no podía vivir sin la voz de Homero
Simpson. Esa voz le daba calle, le otorgaba prestancia, le confería autoridad. Pensó
responderle a Groover encendiendo la diminuta cajita electrónica que trastocaba
su amariconada y apaisanada voz para convertirla en la pendeja y estentórea de
Homero Simpson; pero eso hubiera sido volver a usurpar una identidad. Arturo
decidió que tenía que poseer la voz de Homero para siempre. Entonces, fue a la
cocina y tomó el cuchillo con el que picaba la pota. No temió abandonar la
transmisión, ya que una vez que Groover hablaba no había forma de callarlo. Ese
cojudo estaba enamorado de sí mismo y de las tremendas huevadas que rebuznaba.
Ni cuenta se daría de que Arturo lo dejaría hablando solo.
Antes de
clavarse el cuchillo en el cuello para incrustarse la cajita con la voz de
Homero, meditó por última vez su decisión: Sí, era la única forma de
cambiar, de ser alguien seguro de mí mismo. Claro, se le ocurrió, por
eso Groover es así como es: moralmente indestructible. Gracias a su potente voz.
A ese huevón lo han acusado de todas las bajezas posibles, le han enviado
pizzas-bomba a su casa, le han dicho que tiene sida, el amor virtual de su
vida, Bafi, la cazamaridones, se ha reconciliado con él, y todo por su poderosa
voz. Y siempre que he aparecido en el “Habla Montecito” con la voz de Homero he
generado muchas vistas, la gente se pega al programa así no diga nada, porque
saben que cualquier cosa que diga con esa voz será algo interesante. Cuando
habla Arturo, todo se va a la mierda. Desaparezco. Cuando soy yo mismo, soy la
invisibilidad del pobre, soy el reclamo de un Quispe, de un Ataucusi, de un cholito
que nadie quiere ver. Robustecido en su decisión, reafirmó el cuchillo en
su mano y se abrió un agujero en el cuello. La sangre le salió a borbotones,
ensuciando la cocina que hacía un par de horas había terminado de limpiar y
fregar el buen don Prudencio, quien ya se encontraba descansando en su
habitación porque debía levantarse a las tres de la mañana para comprar en el
terminal pesquero de Trujillo los pescados más frescos que ofrecería al día
siguiente en la cevichería.
Con
precisión de cirujano, se ensartó el aparatito de la voz de Homero justo en las
conexiones medulares de las cuerdas vocales. Soportando el dolor, probó la voz.
Au, conchatumadre, au, conchatumadre, decía tentadora y pungentemente. Oírse
ya como Homero Simpson fue todo un triunfo, una redentora transformación. Había
logrado una cirugía de la putamadre.
Dejando de
lado el éxtasis que le producía ser otro, alguien infinitamente superior al
deslucido Arturo Lorna, tomó el hilo de pescar, que sabía estaba en uno de los
cajones cercanos al punto en donde se realizó la tamaña proeza quirúrgica, y se
suturó el agujero.
Volvió a
probar su nueva voz luego de haberse echado un paracetamol: Ahora sí, Viejo
reconchatumadre, ahora vas a saber quién es Homero Lorna. En ese momento,
había dejado de llamarse Arturo para ser por siempre Homero, Homero Lorna.
Mataría con acritud e impíamente a todo aquel que se atreviera a llamarlo
Arturo, empezando por el viejo Groover, quien, seguramente, seguía despotricando
contra él sin darse cuenta, el muy huevón, de que estaba hablando in absentia
adversarii.
Arturo,
hijo de la gran puta, qué has hecho, carajo. Prudencio, como nunca, había
bajado a la cocina en busca de un trago de agua. Estaba dándose con el infausto
escenario de su lugar de trabajo inundado en sangre y mierda. Arturo, qué
has hecho, cojudo, qué has hecho, responde. Pero Arturo ya no era Arturo;
era Homero, y no estaba dispuesto a ser llamado con el nombre de ese pusilánime
que acababa de morir hacía unos minutos, mucho menos por el desalmado este que
le pega a la señora que yo considero como si fuera mi verdadera madre.
Don
Prudencio empezó a calentar las piernas a lo Maradona. Iba a replicar con Lorna
el partido que el Perú le ganó al Uruguay en el estadio Centenario el 23 de
agosto de 1981 bajo la dirección del gran Tim. Terminada la calistenia, se
acercó a Lorna exclamando, como poseso: Ahí está Julio César Uribe frente a
Barrios, sigue Julio César, Juan Carlos Oblitas, consigue descontarlo, Juan
Carlos Oblitas, Juan Carlos Oblitas, vamos Perú, Juan Carlos Oblitas para La
Rosa, La Rosa libre para tirar y…
Un
cuchillazo en la frente terminó con los delirios de don Prudencio, evitando que
La Rosa conquistara el primer tanto para el Perú. Homero Lorna tomó el cuerpo
del muerto, lo desnudó y lo picó. Del cuerpo rendidor, aunque algo duro, de Prudencio
no solo salió material para los ceviches de pota del día siguiente, sino
también para los pulpos a la parrilla, las leches de tigre con chicharrón y los
infaltables chupes de camarón. Homero Lorna pensó que el sabor de la carne de
don Prudencio, parecido al de la suela rancia de un zapato, podría ser
fácilmente disimulado con los sachets de mayonesa Alacena que había en
abundancia. Ahora voy por ti, Groover conchatuabuela.
***
…o sea,
eres un administrador de empresas sin empresa, sin ni mierda de experiencia,
sin oficio, sin beneficio, un administrador de empresas que solo es bueno para
hacer memes. Cuando vayas a buscar trabajo te van a decir: ‘¿Qué sabes hacer,
oe, imbécil?’ ¿Y qué vas a contestar? ‘Siñurs, yu sulu sí hacirs mimis muy graciusus,
siñurs’. ‘¡Fuera conchatumadre!’, te van a decir, y te van a botar a ti y a tu
curriculum por la cloaca de la ignominia, te van a echar por...
Ya,
cállate, huevonazo, irrumpió Homero Lorna. Al menos, yo no sangro a
mi mamá; yo no le succiono la pensión como zancudo. Tampoco prendo programas
solitarios en Kick esperando que mi patrón me deje caer unas limosnas. Tampoco
me endulzan diciendo que voy a protagonizar un programa político con el coquero
de Cocavel para que luego me dejen botado como caca en el rincón del corral. Al
menos, con mis veintiséis añitos, soy joven, soy una guagua, y tengo toda la
vida por delante. En cambio, tú tienes sida y casi cincuenta años, tu familia
te repudia y estás al borde de la muerte, y encima das pena haciendo un
programita de YouTube que nadie ve, y hablas solo como loco toda la madrugada,
y te quedas jato babeando, roncando, con semen en la mano luego de haber
alucinado con las tetas de Bafi. Eso es dar pena. Y le doy gracias a Dios que
no soy tú.
Groover no
pudo hacer nada contra la voz potente y pendeja de Homero. Había estado denigrando
a Lorna durante tres horas consecutivas y Lorna, Homero Lorna, en tan solo un
minuto, lo había destruido por completo. Groover abandonó la transmisión con el
rabo entre las patas.
Buena,
Homero; ya el Viejo se estaba pasando de pendejo.
Excelente,
Homero, ánimos; yo tengo ochenta años y no he hecho nada con mi vida, pero ahora
que me has descubierto la realidad de Groover, me alegra al menos no ser él. Eran
algunos de los comentarios.
El programa
terminó hacia las seis de la mañana. Doña Castañita tocó la puerta del cuarto
de su casi hijo. Le consultó si no había visto a su tío. Creo que se fue
temprano a buscar pescado. Seguro se quedó tomando con sus amigos. No te
preocupes que yo me encargo del restaurante hoy, dijo con dulzura y
severidad.
¿Y esa voz,
hijito?, se sorprendió la tía. Ella, que siempre solía instigarlo con que
busque trabajo, sintió un terror cerval y no agregó más; por el contrario, se
ofreció a prepararle un suculento desayuno.
Está bien,
tía, pero que sea un buen desayuno, por favor, tronó Homero. Más bien, si
va a usar la carne de la refri, échele harta mayonesa Alacena. No vaya a ser
que me sepa hasta el culo.