¿En serio?, se
emocionó el periodista futbolero Simio Violencia. No te juegues así,
compare. Mira que si lo que me dices es verdad, me voy pa’rriba. Y si es
mentira, me voy a la mierda.
Groover
manejaba conchudamente por las calles de Miami, adonde se había mudado temporalmente
para hacer taxi, ya que ese lugar era una de las sedes del Mundial de Clubes
que se celebraba por esos días.
En serio,
Simio, ¿cómo crees que te voy a mentir con una huevada así?, dijo Groover,
quien le acababa de comentar a Simio que salía con una dominicana que trabajaba
como parte del servicio doméstico de la mansión de Messi, el mejor jugador del
mundo y, desde hacía ya un buen tiempo, delantero estelar del Inter de Miami,
equipo que participaba en el Mundial de Clubes. Además, yo quiero apoyarte porque sigo tu
carrera desde aquí, hermano. Escucharte es como regresar al Perú; es recordar
con nostalgia la cagada que es mi país y que, hace un tiempo, me obligó a venir
a prosperar por estos lares.
El tropo
que acababa de eyacular Groover, un experto en el diálogo dialéctico, fue
demasiado para el achicopalado entendimiento de Violencia. Por eso, este se
limitó a sonreír. Gracias por tus palabras, amigo, dijo.
Mañana paso
por tu hotel y te presento a mi caballota. Ya con ella ves cómo hacen para que
lo entrevistes a Messi, dijo Groover.
***
Ay, ombe,
¿y esa carita? Tú lo que estás es pa’ espantar sueños, dijo
Ashley, una dominicana muy rumbera, de gran ver y honesta al mango, al toparse
con la fealdad de Simio Violencia.
No es para
tanto, amiga, dijo el periodista, sonrojado.
¿Y qué es
lo que tú buscas, manito? ¿Conocer a Messi?, dijo la morena.
Es mi
sueño, amiga. Quiero conocerlo y luego entrevistarlo, suspiró
Simio.
Ajá, ya
capté la vaina, dijo la mujer, tratando de pensar cómo aquel digno
representante del Perú podría conocer a Messi. Pero óyeme bien, papi, aquí
na’ se mueve de a chelcha. Vas a tener que soltar algo, ¿tamo’ claro?
Pucha,
amiga, no traigo mucho dinero. Apenas tengo lo justo para sostenerme aquí unas
tres semanitas, hasta que acabe el Mundial, calculó Simio.
Ajá, según
mi marido, que ve todititos tus vídeos en YouTube, tú vives como un jeque:
hotel de lujo, caviar pa’l desayuno… Mira, papi, a mí no me vengas con cuentos,
que esta cara no es de pendeja, le advirtió Ashley. Cuando hablaba, sus tremendos senos
temblaban y Simio no podía evitar mirarle el valle que formaban estos formaban
al apretarse. Se imaginaba hundiendo su lengua de sapo en ese surco.
No, eso es
show nomás, se excusó Simio. Mis colegas saben que soy
recontra pobre. Pero mis seguidores no lo saben. Por eso me hago pasar por muy
bacán. Para seguir dándole cuerda a mi personaje.
Pues ya que
tú eres tan hablador y tan lambón, te voy a clavar quinientos dolaritos por la
oportunidad de que conozcas a Messi, sentenció Ashley.
¿Quinientos
dólares? Los ojos chinitos de Simio se desenfocaron. Esa suma era casi la mitad
de lo que los miserables de PinBet, la casa de apuestas que lo auspiciaba, le
habían suministrado para sus viáticos.
Si tú te
animas, heavy, pero rogadera aquí no hay, zanjó Ashley dando una media
vuelta que dejó a ojos vista un trasero que Simio deseó morder todas las noches
antes de dormir.
Rápida y
mentalmente, el hombre de prensa cotejó los beneficios y maleficios de
entregarle a esa morena los quinientos dólares solicitados. ¿Cuál sería la
consecuencia de conocer a Messi y robarle una entrevista? Pues que saldría en
todas las portadas de los periódicos peruanos; los principales micrófonos se
pelearían por tomarle sus declaraciones, por conocer los detalles de su
conversación con el astro argentino. Le lloverían contratos televisivos, de
canales importantes y no de los canalitos de YouTube en donde lo peseteaban
peor que a practicante. Sus bonos se elevarían. Ya no sería cualquier
periodista pezuñento, como el fumón de Santos Camarón. Sería Simio Violencia, el
único periodista peruano que entrevistó a Messi. En cuanto a los maleficios, no
halló ninguno. Entonces, sí, definitivamente valía la pena mojarse con esos
quinientos cocachos. Ya luego vería cómo sobrevivir en tierras norteamericanas.
Espere un
momento, señorita. Trato hecho. Acá están los quinientos verdes. Ahora, usted
dirá. Quedo en sus manos, se rindió Simio, tratando de que el sueño de su
auspicioso futuro se impusiera a ese momento en el que se estaba deshaciendo de
gran parte del dinero que lo sostenía en esa ciudad abrasadora.
***
No pasa
nada con este Mundial, se quejaba Groover. A un lado, Ashley se componía el
vestido. Nadie va a los estadios. Las entradas ahora prácticamente las están
regalando. Fue una mala idea venirme para acá. Creo que más plata hubiera hecho
taxeando en Newark. Miró a Ashley acomodarse los rulos saltarines. Lo
único bueno de haber manejado hasta aquí fue haberte conocido, mami. ¿Nos
echamos otro polvorín?
Ashley
soltó una risita: Ay, mi rey, tú lo que estás es raspando el fondo. Dudo que
te quede un chele para otro.
Pero fiado,
pe, mami, porfió Groover.
Ni tu mai’
te fía, mi rey, ¿y tú vienes a querer tumbarme a mí? Respeta, que mi trabajo no
es relajo.
Groover
terminó de abrocharse el cinturón. Estaba derrotado. El Mundial de Clubes era
un fracaso, su gira por Miami también, y tendría que correrse la paja para
botar el último tapón de nata que le obnubilaba el claro discurrir. Era mejor regresar
a casa cuanto antes, y empezar a recuperar lo perdido.
Oye, mi rey, le dijo
la mujer antes de irse, tengo que admitirlo… gracias a ti hice tremendo
negocio. Le extendió un billete de cien dólares
Groover
quedó estupefacto: ¿Y esto?
Es gracias
a ti, papi, que me diste la luz.
¿A mí? ¿Qué
hice? Recibió el dinero.
Ajá, tú me
tiraste con ese bobo, el que dice que quería conocer a Messi, dizque en persona, dijo
Ashley.
Groover
trató de hacer memoria. ¿Simio Violencia?, dijo al fin.
El nombre
se me fue, pero esa cara no se olvida… feísimo, y pa’ colmo, peruano como tú.
Qué coincidencia, ¿eh?
¿O sea que sí
te llamó y se encontró contigo y toda la huevada?, se
sorprendió Groover.
Ya tú
sabes, me tiró con la historia entera de lo que tú dijiste, rio
Ashley.
¿Qué? Pero
yo le metí ese cuentazo solo para caerle en gracia y me contratase para
movilizarlo por la ciudad. O sea, para tener un cliente fijo. No pensé que se
fuera a creer la huevada de que eras empleada de Messi.
Se lo bebió
completico, como si fuera jugo de mango.
¿Y qué pasó?
Cuenta, dijo Groover.
Que le dije
sin filtro: si tú quieres hablar con Messi, vas a tener que romper el cochinito, dijo
Ashley.
Pero cómo
así si tú no conoces a Messi. La sorpresa de Groover aumentaba vertiginosamente.
Ni idea, mi
amor. Ese tigre era tan sugestionao que con yo mirarlo fijo y hablarle como si
tuviera una glock en la mano, ya estaba creyéndome todo. Cayó redondito. Ashey estaba
lista para abandonar la habitación. Ya había hecho el dinero suficiente. Y
encima una obra de caridad con este peruano. Ahora tenía casi toda la noche
libre para juerguear como se debía. Con un par de tragos, olvidaría el mal
sabor de boca que le estaba dejando la pinga astringente de Groover. Bueno,
mi amor, yo arranco. Suerte con ese viajecito de vuelta, ¿oyó?
¿Ya te vas?, se removió
Groover.
Mira, papi,
esto no es relajo. Si tú quieres que yo te dedique tiempo, eso cuesta… y no es
barato, ¿tamo’ claro?
Pero solo cuéntame
qué pasó con Simio, pidió Groover.
Ay, no, mi
rey, ¿y tú también quieres que yo hable? Ese Simio ya es archivo muerto. Le
saqué su dinerito y eso es lo que vale. Y pa’ colmo, te compartí un poco… así
que no te me quejes. ¡Bye, bye, corazón!, dijo Ashley y se fue.
Groover
quedó pensando en cómo le habría ido a Simio Violencia. ¿De verdad habría
conocido a Messi? ¿La negra esta conocía a Messi? Tantas preguntas y no había
plata como para ir a un bar a conocer gente, hablarles huevadas, dejar que le
hablasen estupidez y media. Era hora de regresar a Newark. Quizá aún pudiera
presentarse en Amazon con el rabo entre las piernas para recuperar su chamba en
el área de almacén. Valía más el eco de un intento que el silencio de una duda
eterna.
***
El patrón
anda buscando un perro bravo pa’ cuidar el evento que va a armar en su cantón.
¿Un perro?, dijo
Simio. ¿No necesitará un vigilante? Yo he sido vigilante en España. Sé mucho
sobre cuidar casas.
Nel, compa,
sí o sí ocupamos un perro. Ya vete, no me estés haciendo perder el tiempo.
Pero yo ya
le pagué a Ashley para que me haga entrar a la casa de Messi, se
defendió Simio.
Órale,
güey, por eso mismo te estoy tirando paro: es la única chance pa’ que entres al
cantón del patrón y le saques la entrevista.
Simio
empezaba a exasperarse. Quería derramar toda su furia contenida. Por algo no se
le conocía en el Perú como el Rey de la Brutalidad: Oye, huevón, pero estás
diciendo que solo se puede entrar como perro, no como gente. ¿No ves que yo soy
gente? Había tartamudeado y botado baba. Estaba en el punto más alto de su
Brutalidad.
El tipo que
tenía enfrente estaba curtido por las privaciones más cruentas que sufrió al
cruzar la frontera hacía ya unos años. No iba a intimidarse ni remotamente con
la pataleta de un peruano horripilante. Hacía falta mucho más que eso para que él
siquiera empezase a pestañear.
Órale,
güey, ya me largo. No me hagas soltar la neta fea, que ya te canté la jugada.
Ahí nos vidrios, dijo el hombre, la mirada abrasadora.
Simio quedó
con su carita de imbé, asustado por la mirada de hierro del mexicano. Una gota
más de baba y el hombre lo hubiera molido a golpes. Además, sus quinientos
dólares se estaban yendo al agua. Tenía que arriesgarse. Todo era por obtener el
prestigio de periodista serio que jamás tuvo.
Pera, pera,
amigo. Disculpa mi exabrupto. Está bien. Acepto. Seré el perro guardián de
Messi.
***
¿Pero no
voy a empezar cuidando la casa de Messi?, dijo Simio.
Asere,
entrar ahí no es como ir a comprar pan, estamos hablando de la casa del grande, dijo el
jefe de seguridad del evento que Messi organizaba en su casa como una especie
de augurio por la obtención de la copa en el Mundial de Clubes. Messi intuía que
campeonaría sin problemas.
¿Entonces?
Entonces,
asere, te voy a tener que tirar una pruebita, pa’ ver si das la talla.
¿Una pruebita?, dijo
Simio.
Oye, asere,
vas a subir pa’ la azotea de ese edificio y me vas a soltar un ladrido cada media
hora, ¿tú me oyes? Cada media hora hasta las nueve de la mañana. Yo voy a estar
al tanto, así que más te vale que ladres con ganas. Si fallas, te vas pa’l
carajo. Messi no quiere un perro de adorno, quiere uno que meta miedo. Con esa
cara ya das pinta, pero tienes que sonar, mi hermano.
A
regañadientes, Simio aceptó pasar la prueba. Desde las siete de la noche empezó
a resguardar la azotea del edificio señalado, ladrando cada media hora.
El cubano
comprobó que Simio ladrase hasta las diez de la noche, luego se marchó,
confiando en que regresaría muy temprano a comprobar que el peruano continuase
con los ladridos cada media hora hasta las nueve de la mañana.
El jefe de
seguridad regresó al edificio a las siete y cuarto de la mañana, y a las siete
y media, cuando se suponía que Simio debía ladrar otra vez, no emitió sonido
alguno.
Subió a la
azotea a verificar qué ocurría. Simio yacía en el suelo, tieso, las patas y las
manos arriba, la mirada en blanco. Había mordisqueado una chuleta envenenada
que se le aventó en algún momento de la madrugada como parte de la prueba.
Oye, asere,
qué suerte que no contraté a este bicho, me iba a jamar un cable, dijo el cubano,
mientras comprobaba, con la punta del zapato en el pecho de Simio, que el
peruano estaba liquidao.