jueves, 11 de diciembre de 2025

Sweating out the booze - Story 06 - "AUSSIE FLASH STORIES" Book by Daniel Gutierrez Hijar

 

When he woke up, lying on the sand, he remembered he had to show up at the Macca’s in that part of the Gold Coast for the job interview his dad had lined up for him. If you don’t come back hired, I’ll kick you out of the house, he’d warned. You want me to pay for uni? Then go get a job for at least six months. I want you to know what it’s like to bust your guts every day for a few coins. I haven’t mortgaged my life so you can just stroll into your studies that easily.

He dragged himself up off the sand, took a few clumsy steps, and went down again, his whole face covered in tiny grains. How was he going to turn up to the interview this drunk?

The mates he’d come to the Gold Coast with, to celebrate being freed from school – that twelve–year yoke – looked like corpses, their bodies licked by the clear ocean water. The night before, the last night of Schoolies week, those days when Aussie teenagers celebrated the end of an era with booze and debauchery, had finished in an epic bender.

Schoolies was over now, and he had to focus on getting the alcohol out of his system in the few hours left before the interview.

He remembered that back in Year 11 he’d gone to a party at Kim’s place, with her parents away. Even though he’d drunk pretty much everything on offer, the dancing had kept him off the floor, unlike several of his mates who ended up face–down.

I’ve gotta dance, he thought. He tried, but the moment he went for a little spin, he sank back into the sand.

There was no way he was getting anywhere like that.

I’ll start by walking, and once I’m steady enough, I’ll dance, even if people think I’m nuts.

Staggering, he made it off the beach and walked a block along the footpath, where he came across a sign for the first ever Schoolies running club: Finish your last day of Schoolies doing something healthy. We start at 6 am. What are you waiting for? Sign up.

Zac headed to the address listed as the starting point, hoping it was close to six already. When he arrived, there was no one there. Swaying on the spot and reeking of booze, he wondered if everyone had already taken off.

You here for the running club?, a guy in lycra asked him.

Yeah, I saw the sign. Have they all left already?

No, actually it’s almost seven and you’re the first one keen.

Seven?, Zac blurted out.

Yeah. Something wrong?

Let’s start running, said Zac quickly, already picturing the beating he’d cop from his old man.

Sure, let’s get going. But first, let me introduce myself. I’m Brock. I started this club.

After an hour and a half on the move, Zac and Brock were back where they’d begun.

Thanks heaps for joining this first attempt to bring a bit of health and sport to this week full of chaos and excess. You’ve been the only one who’s believed in this crusade, said Brock, giving a friendly pat on the sweaty back of a Zac now free of alcohol. His movements were clear and steady. He only needed a good shower and he would be ready for the interview. He had a little over an hour left.

But who comes up with organising a healthy run in the middle of Schoolies when what people want is to get drunk to forget twelve years of school torture?, said Zac, eager to leave.

And why did you show up if you don’t believe in the mission of this crusade?

I have to go, Zac concluded. Another day I’ll gladly answer your question. And he trotted off towards the beach showers, not without first taking, taking advantage of a moment of carelessness from Brock, his backpack with the change of clothes he had inside.


Sudando el alcohol - Cuento 06 - "AUSSIE FLASH STORIES" Libro de Daniel Gutiérrez Híjar

 

Cuando despertó, tendido en la arena, recordó que debía presentarse en el Maccas de ese lugar, de Gold Coast, para la entrevista de trabajo que su padre le había conseguido. Si no regresas contratado, te boto de la casa, le había advertido. ¿Quieres que te pague la universidad? Entonces ponte a trabajar al menos seis meses. Quiero que sepas qué es partirse el lomo todos los días por unas cuantas monedas. Yo no he hipotecado mi vida para pagarte así de fácil los estudios.

Se levantó con esfuerzo de la arena, dio unos torpes pasos, y volvió a caer al suelo, todo el hocico cubierto por diminutas partículas calcáreas. ¿Cómo iba a presentarse a la entrevista así de borracho?

Los amigos con los que había llegado a Gold Coast a celebrar la emancipación de la escuela, de ese yugo impuesto durante doce años de sus vidas, parecían cadáveres, cuerpos lamidos por las claras aguas del mar. La noche anterior, la última de la semana de Schoolies, días en los cuales los adolescentes australianos celebraban con desafueros alcohólicos y libertinos el fin de una era, había terminado en una borrachera sin igual.

Los Schoolies habían terminado y ahora debía enfocarse en cómo librarse del alcohol en las escasas horas que lo separaban de la entrevista.

Recordó que, cuando estaba en el décimo primer año, asistió a una fiesta en la casa de Kim, con sus padres de viaje, en donde a pesar de haber bebido de todo, el baile lo mantuvo sobrio y alejado del suelo en el que fueron a parar varios de sus amigos.

Tengo que bailar. Intentó hacerlo, pero volvió a hundirse en la arena ni bien emprendió una pirueta.

No lograría nada en esas condiciones.

Empezaré caminando y cuando logre cierta estabilidad, bailaré, aunque la gente me crea loco.

Tambaleándose, salió de la arena y caminó una cuadra por la acera cuando se topó con el anuncio del primer club de corredores Schoolies: Termina el último día de Schoolies haciendo algo saludable. Partimos a las seis de la mañana. Qué esperas. Apúntate.

Zac se acercó a la dirección del punto de partida del club, confiando en que estuvieran a punto de ser las seis de la mañana. Al llegar, no vio a nadie. En su sitio, bamboleante y despidiendo un potente olor a trago, se preguntó si ya todos los inscriptos habían partido.

¿Vienes por lo del club de corredores?, le dijo un tipo en licra.

Sí, vi el anuncio. ¿Ya salieron todos?

No; de hecho, son ya casi las siete y eres el primer interesado.

¿Las siete?, se alarmó Zac.

Sí. ¿Pasa algo?

Empecemos a correr, dijo Zac, apresurado, avizorando los palazos con los que sería recibido por su padre.

Claro, empecemos; pero antes deja que me presente. Me llamo Brock. Soy el creador de este club.

Al cabo de hora y media de recorrido, Zac y Brock se encontraban de vuelta en el punto de partida.

Muchas gracias por haberte unido a este primer intento de traer un poco de salud y deporte a esta semana repleta de descontrol y excesos. Has sido el único que ha creído en esta cruzada, dijo Brock, dejando caer una cariñosa palmada en la espalda sudada de un Zac ya liberado del alcohol. Sus movimientos eran claros y definidos. Solo le hacía falta un buen baño y estaría listo para la entrevista. Le quedaba poco más de una hora.

Pero a quién se le ocurre organizar una corrida saludable en plenos Schoolies cuando lo que la gente quiere es emborracharse para olvidarse de los doce años de martirio escolar, dijo Zac, ansioso por irse.

¿Y por qué te presentaste si no crees en la misión de esta cruzada?

Me tengo que ir, zanjó Zac. Otro día con gusto te respondo la pregunta. Y trotó hacia las duchas de la playa, no sin antes llevarse, aprovechando un descuido de Brock, la mochila de este con el traje de civil que allí llevaba.


viernes, 21 de noviembre de 2025

Quemado - Cuento 05 - "AUSSIE FLASH STORIES" Libro de Daniel Gutiérrez Híjar

 


Mi jefa Natalie llega al trabajo a las once de la mañana. Entra rauda a su oficina sin saludar a nadie. Ha dejado una estela de perfume caro. Llevaba consigo el tazón plástico de su infaltable ensalada.

Su día está a punto de empezar, y el mío lleva cuatro horas de iniciado. Terminará después de las seis de la tarde. El de ella acabará ni bien dé cuenta de su ensalada mientras se telefonea con todos los que pertenecen a su mundo.

Ninguno de los que trabajamos en la oficina más de once horas al día -porque no tuvimos la suerte de ser hijos del dueño de la empresa- pertenece al mundo de la jefa. Solo somos los roídos engranajes que sostienen su imperio familiar.

Mi vida transcurre en la oficina. Muchos están quemados o a un paso de estarlo. Pero siguen arrastrándose a la oficina porque no conocen otra forma de hacer dinero. Yo no estoy quemado porque supe hacer que las más de once horas de oficina se sientan diferente: desde hace un año sostengo una relación amorosa con una compañera. Ella está casada; yo, también. Sin embargo, es como si no lo estuviésemos ya que pasamos más tiempo en la oficina que en casa.

Dawson, uno de los empleados más sacrificados, se acerca a la oficina de Natalie. Estoy quemado, le dice. Ya no puedo con tanto trabajo. Te pido, por favor, en consideración a los siete años que llevo trabajando aquí o que me aumentes el sueldo o que contrates a un par de personas que pueda aliviarme la carga.

Óyeme bien, dice Natalie, y no cierres la puerta porque esto quiero que lo escuchen todos. Tú no eres un foco de luz para que te quemes, ¿ok? Solo los focos se queman. Tú eres una persona. Y si te sientes frustrado -que es otra cosa muy distinta de estar quemado- es porque no tienes la paciencia para observar todo lo que has conseguido con tu esfuerzo en los… ¿cuántos años dices que estás trabajando para esta empresa que trata a sus empleados como a una gran familia? Sin esperar una respuesta, Natalie continúa: Aprende de Leo que me produce muy bien y sin quemarse, ya que no es un foco y lo sabe muy bien.

Dawson furioso, me delata: Pero es que él tiene una aventura en el trabajo. Así cualquiera sobrelleva esta tortura.

¿Qué?, se encabrita la jefa. ¿Leo tiene una aventura con alguien de la oficina?

, reafirma Dawson, con Grace.

¿Ambos no están casados? Las venas de su frente se hinchan. Estrella su ensalada caprese contra los vidrios de su oficina. Al poco rato, entre airadas reconvenciones éticas y morales, Grace y yo somos echados del Edén empresarial. Las políticas de Natalie no podían permitir que dos de sus empleados se relacionen íntimamente sin hacerle daño a nadie.


Burn Out - Story 05 - "AUSSIE FLASH STORIES" Book by Daniel Gutiérrez Híjar

 

My boss Natalie rocks up to work at eleven in the morning. She darts straight into her office, not bothering to say hi to anyone. There’s a waft of fancy perfume trailing behind her, and she’s got her ever-present plastic bowl of salad in hand.

Her day’s just kicking off, but mine’s already four hours deep and won’t wrap up until after six in the evening. Hers will be done as soon as she polishes off her salad while chatting to everyone in her own little world.

None of us in the office, slogging away for more than eleven hours a day—just because we weren’t lucky enough to be born the owner’s kid—really belong to her world. We’re just the worn-down cogs that keep her family’s empire ticking along.

Life for me happens in the office. Most blokes here are burnt out, or pretty bloody close, but they keep dragging themselves in because they don’t know any other way to make a quid. I’m not burnt out, though. I managed to make those endless hours in the office feel different: for the past year, I’ve been seeing a colleague. She’s married; so am I. But it’s like we’re not, really, because we spend more time at work than at home.

Dawson, one of the hardest-working fellas in the place, walks up to Natalie’s office. I’m burnt out, he tells her. I just can’t keep up with all this work. I’m begging you, seeing as I’ve been slogging my guts out here for seven years now, could you either bump up my pay or hire a couple of people to lighten the load?

Listen here, Natalie snaps, and leave the door open, I want everyone to hear this. You’re not a bloody light bulb, alright? Light bulbs burn out. You’re a person. And if you’re feeling frustrated—which is totally different from being burnt out—it’s because you haven’t got the patience to see everything you’ve achieved with your hard work over… how many years did you say you’ve worked for this company, which treats its employees like family? She doesn’t wait for an answer and ploughs on: You ought to take a leaf out of Leo’s book—he does a great job and hasn’t burnt out, because he knows he’s not a light bulb.

Fuming, Dawson dobs me in: Yeah, but he’s got an office fling. Anyone could handle this hell if they had that.

What? Natalie bristles. Leo’s got a fling with someone here?

Yep, Dawson says. With Grace.

Aren’t both of them married? Her forehead veins bulge. She chucks her caprese salad against her office window. Not long after that, with her firing off a storm of moral and ethical lectures, Grace and I are punted out of that corporate Eden. Natalie’s rules just wouldn’t stand for two employees getting involved without hurting anyone.


sábado, 15 de noviembre de 2025

El primer ministro de la Joy Division - Cuento 04 - "AUSSIE FLASH STORIES" Libro de Daniel Gutiérrez Híjar

 

Una niña judía de catorce años es raptada por un comando nazi y enviada a un campo de concentración. Al poco tiempo, es trasladada a una zona reservada para el solaz de los soldados, a una “División de la alegría” o “Joy Division”. Este es el comienzo de “La casa de las muñecas”, escrita por el polaco y sobreviviente del Holocausto Yehiel De-Nur, quien se basó en las anotaciones de un auténtico y desgarrador diario de la época, así como en sus propias y funestas experiencias, para pergeñar esa novela de culto.

Los miembros de Warsaw, una banda punk inglesa, desean distinguirse de otra que usa el mismo nombre en el circuito londinense. Entonces, deciden adoptar el de “Joy Division”, nombre que no deja de resonar en sus cabezas desde que lo leyeron en la novela “La casa de las muñecas”. Además de sonoro, el nombre presentaba una oportunidad para la reflexión sobre las atrocidades de las que eran capaces los seres humanos.

El primer ministro desea ponerse más cómodo mientras vuela de regreso a casa. Ha tenido unos tres intensos días de negociaciones con el presidente de los Estados Unidos y ha logrado acuerdos que, está seguro, beneficiarán a la economía del país que lidera. Lleva casi un día en el aire, a bordo de un Airbus de la Real Fuerza Aérea Australiana. Está harto del saco, la camisa y la corbata.

Un polo le sentará muy bien. Le había encargado a su esposa, en quien confía plenamente, que le pusiera en la maleta de mano un par de ligeros politos. Y no le falló. Lamentablemente, son polos con logotipo, aunque son los de dos de sus bandas favoritas: Joy Division y Jane’s Addiction. En su condición de primer ministro, no debe marcar favoritismos por tal o cual marca, por tal o cual producto, por tal o cual banda. Pero, ni modo. Ya está harto del saco, la camisa y la corbata. Entonces, ¿qué polo usará? En ese momento, se siente contestatario e introspectivo. La decisión es sencilla.

Elige el de Joy Division. ¿Sabe el primer ministro la historia del nombre de esa banda? ¿Sabe que era el nombre de un área, en los campos de concentración nazi, donde las mujeres judías eran forzadas a ser esclavas sexuales de los soldados? Sí, lo sabe.

Reclinado sobre el sofá presidencial, sopesa la decisión de lucirse, descendiendo las escalinatas del avión, con el polo de Joy Division cuando, en esos momentos, la población australiana judía enfrenta un aumento del antisemitismo.

Su rostro refleja la firmeza de su decisión: se lucirá con el polo de la banda inglesa porque los australianos, el mundo en general, deben aprender a diferenciar entre el arte, la protesta y la apología del terror.


Prime Minister of the Joy Division - Story 04 - "AUSSIE FLASH STORIES" Book by Daniel Gutiérrez Híjar

 

A fourteen-year-old Jewish girl is kidnapped by a Nazi commando and sent to a concentration camp. Shortly after, she is transferred to an area reserved for the soldiers' pleasure, a “Joy Division”. This is the beginning of the “House of Dolls”, written by the Polish Holocaust survivor Yehiel De-Nur, who based it on the notes of a real and heartbreaking diary from the time, as well as his own grim experiences, to craft this cult novel.

The members of Warsaw, an English punk band, wish to distinguish themselves from another band using the same name in the London scene. So, they decide to adopt the name “Joy Division”, a name that kept resonating in their heads since they read it in the novel “House of Dolls”. Besides sounding good, the name provided an opportunity for reflection on the atrocities humans are capable of.

The Prime Minister wants to get comfortable while flying back home. He's had about three intense days of negotiations with the President of the United States and has achieved agreements he is sure will benefit the economy of the country he leads. He has been in the air for nearly a day on board an Australian Royal Air Force Airbus. He is fed up with the jacket, shirt, and tie.

A polo shirt will suit him well. He had asked his wife, whom he trusts completely, to put a couple of light polo shirts in his carry-on bag. And she didn't fail him. Unfortunately, they are logoed polos, but they are from two of his favourite bands: Joy Division and Jane's Addiction. As Prime Minister, he must not show favouritism to any brand, product, or band. But no way. He's already sick of the jacket, shirt, and tie. So, which polo will he wear? At that moment, he feels rebellious and introspective. The decision is simple.

He chooses the Joy Division one. Does the Prime Minister know the story behind the name of that band? Does he know that it was the name of an area in Nazi concentration camps where Jewish women were forced to be sexual slaves to soldiers? Yes, he knows.

Reclining on the presidential sofa, he weighs the decision to show off, descending the stairs of the plane wearing the Joy Division polo when, at that moment, the Jewish Australian community faces a rise in anti-Semitism.

His face reflects the firmness of his decision: he will show off the polo of the English band because Australians, and the world in general, must learn to differentiate between art, protest, and the apology of terror.


domingo, 9 de noviembre de 2025

Los intensos días de la Señora K - Cap 04 - "MENTIDERO" Novela Peruana de Daniel Gutiérrez Híjar

 

Un grito la despertó. Era el berrido de un bebé que, ella sabía, no era el suyo, porque hacía tiempo que sus hijas se habían hecho señoritas. Entonces, ¿de quién era ese mocoso infiltrado en su habitación? ¿A qué irresponsable madre le pertenecía ese pequeño monstruo?

Con los ojos resistiéndose a abrirse del todo, tanteó por el celular en la mesita de noche, pero no había mesita de noche. Tampoco celular. El grito volvió a reverberar; esta vez más fuerte que antes.

Saltó de la cama y descubrió, con un estupor que ahora sí le abrió los ojos, que el lugar donde estaba no era su habitación, que ese no era su piso, que esa no era la suave oscuridad de su residencia en el distrito de San Borja, una de las zonas más acomodadas de Lima.

El piso era de tierra. Sintió a un ejército de bichos trepándosele por los dedos, recorriendo sus tobillos desnudos y desparramándose, en bárbaro festín, por todo el resto de su cuerpo tres veces presentado a la presidencia del Perú. 

Con el andar de los segundos, pudo reconocer, clavado en una viga de madera, la forma de un interruptor de luz. De un salto, porque la habitación era estrecha, lo encendió.

La humilde luz amarillenta la cegó un momento, pero luego reconoció, con horrendo pavor, que se había convertido en una de las señoras a las que ella solía regalarles tapers con papas fritas y polos baratos anaranjados a cambio de rabiosos aplausos en los mítines y votos masivos en las elecciones.

A más tapers, más votos y más posibilidades de ser presidente; aunque esa fórmula no le funcionó en ninguna de las tres veces en que se postuló, pero sí que le fue útil y rentable para que la mayoría congresal fuese solo suya, gobernando al país sin la necesidad de que sea la cara visible y usualmente denostada.

Así, desde aquella vez en que perdió en segunda vuelta contra el viejito lobista de apellido polaco, derrocó a un presidente tras otro -aunque había que reconocer que cada uno de esos especímenes había contribuido grandemente con sus tropelías, desidias y sorderas a su propia destitución-, logrando que el Perú tuviese, en promedio, un mandatario al año.

Con horror, se vio a sí misma correr hacia la caja de leche reforzada con pedazos de madera en cuyo interior un crío de no más de un año chillaba enloquecedoramente. Lo tomó en sus brazos y, con asco, se vio a sí misma sacarse, por debajo de un ancho y viejo polo de Fortaleza Popular, su partido político, una teta marrón de pezón oscuro que fue succionado con desespero por la famélica boca infantil, enmudeciendo inmediatamente.

Conteniendo la avidez por echar a la basura a ese niño extractor, giró sobre su sitio con lentitud para descubrir conscientemente en qué clase de agujero había despertado. Se preguntó, mientras observaba las paredes de triplay, el techo de calamina agujereado y los objetos prácticamente sacados de la basura, dónde había quedado su lujosa y cómoda residencia de San Borja, mantenida y sustentada con el dinero del partido político que le era provechoso no para servir al Perú sino para vivir de él con unos ingresos que superaban al de cualquier presidente de directorio de empresa minera. Porque hasta alguno de ellos también le giraba, muy por debajo de la mesa, casi subterráneamente, como las galerías que construían para extraer el mineral, generosas y abultadas bolsas de oro.  

Entonces vio que un niño descalzo y semidesnudo se le acercó y le tironeó del polo. Le aproximó una mano huesuda que descubrió entre sus dedos unas monedas y un par de billetes fruncidos. Le explicó que era el resultado de las ventas de la noche anterior. Se lo estaba entregando todo. Se vio a sí misma coger el dinero con una mano mientras que con la otra continuó sosteniendo al infante que no paraba de chuparle la teta aguada. Se oyó a sí misma decirle que durmiera un poco porque dentro de poco tendría que volver a salir para vender esa otra bolsa de caramelos.

Sin poder ejercer el respectivo control sobre su cuerpo, se dejó arrastrar por el papel que desempeñaba en la sociedad de los que no tenían ni voz ni rostro y preparó unas cincuenta manzanas acarameladas con un almíbar hecho con el agua de lluvia recogida en un balde, en donde se mezcló también mucho de su sudor de madre luchona.

Desayunó una de las manzanas, que compartió con el niño que ahora se despertaba tras un par de horas de sueño para volver a la calle a vender otra bolsa de confites. Tras él, salió ella. Recorrió todo el Centro de Lima vendiendo las manzanas con su bebé a cuestas.

Entre las ocho y las diez de la noche, entró al ruedo de los cómicos ambulantes del anfiteatro Chabuca. Uno de ellos la ayudó a vender algunas manzanas a cambio de unas burlas que giraron en torno de su gordura y su choledad.

Hacia la una de la madrugada, vendió el resto de su melosa mercadería y emprendió el regreso a casa.

Sí que había sido un día intenso, agotador. Y todavía faltaba otro y otro y otro; entonces despertó.

***

Cuando terminó de grabar el TikTok en el que no apareció el ejército de empleadas que le hacían de todo en la casa y en el que afirmaba que sus días eran intensos porque debía atender a las reuniones en las que ella ideaba las nuevas formas en las que su partido político debía extorsionar y coercer al país, se repantigó en un sillón y se alivió al saber que el ser una menesterosa vendedora de manzanas solo había sido una pesadilla.

Ese no fue un día intenso, pensó, recordando su sueño; eso fue un infierno.