Los perros
están cerca. Te van a morder mañana. Fuga al toque. Me mandas mi centro la
próxima semana, escribió el Jefe del Estado Mayor General de la Policía
del Perú, el señor Omar Urbiola. Con su grueso dedo de gorila blanco, presionó
“enviar” y se guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón para continuar
disfrutando tranquilamente de la dominguera cuchipanda familiar.
***
Primo, te
invito un caldo de gallina, propuso Gonzalo tras haberle visto el culo desnudo a
su primo Mas Reynoso Chivas mientras este tomó una ducha en su cuarto de
soltero; más bien, de separado.
Hacía meses que Gonzalo no se deslechaba y las ganas eran
una cuerda asfixiante que se iba cerrando con calculada maldad sobre su negro
cuello.
Gracias a los
alevosos oficios de su exproductor, el veinteañero Homero Lorna, quien le
desmonetizó el canal de YouTube, dejó de percibir importantes ingresos
económicos, dineros con los cuales se permitía el costeo de alguna que otra
puta, de preferencia tiernas gemelitas.
Por otro
lado, llevaba separado de su mansa mujer un poco más de la cantidad de meses
que vivía en ese cuartito irrespirable de Lince, buhardilla que era parte de
una especie de colmena de miseria y abandono, una casa de cuatro pisos cuyo
dueño había subdividido, con peruana y muy capitalista tacañería, en minúsculas
ratoneras.
Entonces,
ignorante de cómo diablos se había enterado de su astroso nuevo domicilio,
recibió la visita de ese su pretérito primo de lejanos jugueteos en las
calientes sabanas chinchanas al sur de Lima, Mas, Mas Reynoso Chivas.
No pudo
invitarle un vasito de agua porque en ese cuarto apenas si cabía su cama y una
pequeña mesita plástica sobre la que plantaba su laptop -que sería destruida
por su esposa unos meses después, luego de haber reanudado la relación tras
varias súplicas suyas- y transmitía sus comentarios deportivos a través de su
canal de YouTube, a sabiendas de que no monetizaría y de que el público, su
público, ya no lo seguía como antaño. Su popularidad había sufrido un doloroso
declive.
No te
preocupes, primo, yo también he roto palitos con mi familia por no aceptarme
como soy, dijo Mas.
Gonzalo se
preguntó para su coleto cómo estaba eso de que no lo aceptaban como era. Él lo
veía perfectamente normal.
Tras poner
su mochila sobre la cama de Gonzalo, Mas se quitó el polo, descubriendo unos
pechos incipientes. Mas se los tocó, como masajeándolos, procurándoles un
respiro liberador.
No sabes lo
que sufrieron mis pechos aplastados tantas horas de viaje por los cosos esos de
la mochila, primo. Además, había tanta gente, parecíamos pescados, todos
aplastados. Estoy pegajoso de sudor.
A pesar de
no ser un experto en fisicoculturismo, Gonzalo podía asegurar de que la
hinchazón de esos pechos no era varonil ni se condecía con la hechura de cien
planchas diarias. Esos pechos parecían senos de mujer, de mujer tierna, de
mujer que empieza a perfilarse como tal.
Como si
estuviera en la familiaridad de su casa, Mas se bajó y quitó el pantalón para
alejarlo, de una coqueta patadita, unos centímetros de su corporalidad.
El trasero
lo tenía redondito, paradito e hinchadito; detalles que Gonzalo percibió no
necesariamente en ese mismo orden, pero sí con un peligroso despertar de la
criatura entrepernera a la que estaba castigando con un ya largo e inasible
ayuno sexual.
¿Me llevas
al baño, primito?, pidió Mas. Gonzalo creyó haber sentido el tono y
sofisticación de una ardorosa mujer en la suave voz de su pariente.
***
Chimuelo,
líder del temible Cartel de la Muela, era minuciosamente buscado, en teoría,
por todas las autoridades peruanas. Sus fechorías, que iban desde la extracción
con alicate de los dientes frontales de aquel que se negara a pagar los altos
cupos que él exigía hasta la rotura a pingazos de toda la dentadura de aquellos
que se atrasaran con los pagos de los prestamos gota a gota que ofrecía con
intereses leoninos, le habían hecho merecedor del lógico temor ciudadano y de
la denuncia de todos los medios de comunicación.
El Reinado
del Terror del Chimuelo, a diferencia del encabezado por Robespierre a finales
del siglo XVIII, no parecía tener fin. Las críticas, acerbas y urentes, en
contra de la presidente del país, Lina Balearte, habían obligado al General
Urbiola a declarar, en podcasts y canales de televisión, que cazarían
indesmayablemente al Chimuelo. No voy a parar hasta dar con él y encerrarlo
para que responda ante la justicia de mi amado país, que se desangra, por la
culpa de todos sus crímenes, declaraba el General, siempre llevándose una
mano al pecho, como si estuviese entonando el himno nacional.
***
¿Te vas a
quedar ahí parado, primo?, dijo Mas, calatito, recibiendo agradecidamente las
gélidas aguas que se desprendían de un basto tubo que protruía de la pared de
la ducha. El interior del baño era miserable y que hubiera una cortina plástica
que brindase cierta privacidad a quien tomaba un duchazo habría sido un
completo e inimaginable lujo.
Apoyando la
espalda contra la puerta, Gonzalo le miraba el culo a su primo, así como alguna
vez le miró desvergonzada e inocultablemente los senos a la conductora
deportiva Maju Caldas mientras esta lo entrevistaba en su podcast “Pelotas y
Tetas Plásticas”. Días después, en su propio programa, Gonzalo, convertido en
el inefable Profe Puty, se jactaría la boca de que solo él y nadie más que él tuvo
la oportunidad de estar tan cerca de las codiciadas tetas de Maju y que sus
seguidores debían conformarse con jalarse la tripa viéndolas desde sus pedorros
celulares.
Primo, te
estoy hablando, repitió Mas, pasándose una mano por los pechos
tiernos y gráciles, de tetillas y pezones gruesos y amarronados, y la otra por
el falo empequeñecido, semejante a una oruga tímida y cobarde.
¿Ah? ¿Qué?
¿Qué?, despertó Puty.
¿Te vas a
quedar ahí parado?
Sí, es que
tengo que cuidar la puerta para que no entre nadie. ¿No ves que esta puerta no
tiene seguro? En esta casa, todos los inquilinos son unos enfermos. Te podrían
hacer algo si te ven bañándote.
¿Pero no
puedes cuidarla desde afuera? Como que me da un poquito de roche bañarme
delante de ti. Las palabras de Mas no estaban exentas de cierta provocación.
No, no;
tengo que cuidarla desde acá para apoyar mi peso contra la puerta, como si
fuera una tranca. Tú sigue bañándote nomás. Yo me voy a quedar aquí sin hacerte
nada.
Enseguida,
adoptó un aire indignado, como cuando se ofuscó, haciéndose el inocente, luego
de que una señora, que compartía fila con él en un bus de transporte
interprovincial, le reclamara por contarles a sus seguidores de su canal de
YouTube, en una transmisión en vivo, y con una voz que podía ser oída hasta por
el conductor del vehículo, ubicado diez metros adelante, que había tenido sexo
con una loquita, una charapita, en el baño de un colegio, pero que eso había
sido hacía años.
El muy
caradura de Puty, ante el reclamo de la señora, que viajaba al lado de su menor
hija, se defendió argumentando que no estaba diciendo nada malo. El rostro
falsamente indignado de Gonzalo, sobre todo la región maxilar, era semejante al
de los australopitecos que también habían cachado con loquitas, pero en las
copas de los árboles, hacía más de dos millones de años.
Carajo,
primo, somos familia, ¿cómo se te ocurre que tendría pensamientos eróticos por
ti? Además, a mí me gustan las mujeres, aclaró Puty, sin quitar la mirada del poto macizo,
tierno, esféricamente curvo y provocador de Mas.
Consumido
por el juego de las intenciones soterradas, no confesadas, Mas le dio la
espalda a Puty para que pudiera apreciar mejor otro ángulo de sus protuberantes
músculos posteriores.
La lengua
de Puty humectó alocadamente sus gruesos labios afroamericanos, imaginándose
que podría hundirla en medio de esas dos nalgas semejantes a los albos cráneos
que Ed Gein, el Monstruo de Plainflied, había desenterrado a finales de 1940 en
los cementerios de su natal Wisconsin, en los Estados Unidos, para hacerse
vasijas en las cuales beber malteadas de fresa.
***
¡Qué rico,
primo! No recuerdo haber probado un caldo de gallina tan delicioso como este, dijo Mas
y volvió a hundir la cuchara en el tazón humeante y oloroso.
Gonzalo se
echaba grandes paladas de caldo en el esófago, y, sí, como siempre, el caldo
del Cholo Shagui no le fallaba. Estaba de la putamadre. Además, como ya era
costumbre entre ellos, Shagui, por indicaciones de Puty, le había echado unas
cuantas gotitas de yohimbina al caldo del primo.
Generalmente,
los efectos erupcionaban al cabo de una hora. Apenas llevaban dos minutos
degustando del caldo, así que todavía restaba muchísimo tiempo para terminar el
potaje, regresar al paraje y darle con todo al culeaje.
Pienso en
tu sexo ante el hijar maduro del día, había escrito Vallejo. Gonzalo pudo haber escrito
ahí, en una de las miserables servilletas del Cholo Shagui, pienso en el
poto de mi primo con la pija dura esta tarde.
***
¿Qué? ¿Capturaron
al Chimuelo?
El General Urbiola
no podía creer lo que leía en el celular.
Como todas
las madrugadas, a eso de las dos de la mañana, se había levantado de la cama
para ir al baño y cagar. Desde que le hubieron extirpado la vesícula, hacía un par de años, cada madrugada, a las dos en punto,
el ano lo despertaba por arrojar una cuantiosa dosis de mierda aguachenta,
grumosa y naranja.
Pasaba
media hora sentado, repasando las noticias más frescas soltadas en X. Después,
se limpiaba y volvía a cama, al lado de su mujer, a continuar durmiendo cuatro
horas más.
Ahora, debido
a la noticia de que el criminal más buscado del Perú acababa de ser capturado
en el Paraguay era muy posible que no volviera a conciliar el sueño.
Buscó otras
noticias sobre la captura del Chimuelo, que provinieran de otras fuentes, para
estar totalmente seguro de que lo que había leído era tan cierto como la
puteada que estaba seguro recibiría de la presidente del país ni bien se
impusiera de la mala nueva.
Tras unos
minutos de gélida tembladera, comprobó angustiosamente que, sí, el huevón del
Chimuelo ya estaba en manos de la policía; peor aún, de una policía que no
estaba bajo su control.
En esos
momentos de desesperada inquietud, lo importante era, antes de recibir la inevitable
puteada presidencial, saber cómo chucha había caído el Chimuelo, si él mismo
jamás había descuidado el avisarle oportunamente sobre cada redada que se le
aproximaba.
Claro, no
era que él le avisaba directamente al Chimuelo. No era tan cojudo para que,
ante cualquier intromisión de la prensa no aceitada, se descubriese que había
un vínculo directo e inequívoco entre él y el criminal sobre quien él declaraba,
en podcasts y noticieros, que capturaría lo más pronto posible.
Para confundir
cualquier tipo de conexión, empleó la ayuda de un muchachito, un cabrito, al que
había conocido hacía un tiempo en Chincha, un flaquito con quien sostuvo una
relación homosexual y hasta le hubo pagado un tratamiento hormonal para que se
convirtiese por fin en la mujer que tanto deseaba ser.
Se limpió
el culo y, así, en ropa interior -ya que no solía vestir pijama alguna- salió
al jardín de la casa. No quería que su mujer oyese la conversación que estaba a
punto de sostener con Mas Reynoso Chivas.
***
Cuando
despertó, encontró a Gonzalo gritando como loco delante de una laptop. Tomó su
celular y se fijó en la hora. Eran las cuatro de la mañana.
Se preguntó
desde qué hora estaría Gonzalo dando de alaridos ante la pantalla.
Tras
observarlo unos momentos, se dio cuenta de que estaba transmitiendo sus gritos
a un público en vivo. No le había conocido esa faceta de youtuber al primo.
Gracias a las abundantes zanahorias que comió de niño, pudo leer las letras y
números en la pantalla de Gonzalo que desde la cama se veían pequeñas: lo veían
trescientas personas.
Se
sorprendió de la popularidad del primo.
Minimizó el
sonido de sus pulsos vitales para escuchar con atención el contenido del
programa de Gonzalo.
Ahora entiendo
por qué Lina Balearte es nuestra presidenta. ¿Saben por qué lo digo? ¿Quieren
que les muestre la repetición de la entrevista que me dio la presidenta,
putyanos? Yapeen, pues, yapeen. El vídeo lo tengo solo para miembros, pero si
empiezan a yapear, haré la reacción en vivo.
Yape, yape, cantó su
celular.
¡Eso! ¡Así!, celebró
Puty, tomando su celular y revisando la cifra que le habían enviado. ¡Cincuenta
soles! Yapeen más, yapeen más, para que tomen nota de la solución que la
presidenta me dio en exclusiva para acabar con las extorsiones.
Mas, desde
la cama, también se interesó en lo que Gonzalo tenía que contar. El primo no
solo tenía un don entre las piernas, sino que también sabía cómo engancharte
con una historia. Se colocó en una posición algo más cómoda y esperó a que Puty
empezara a hablar.
***
Había medio
escuchado lo que dijo el maestro, ya que el juguetear con el aro de su Rolex o
los dijes dorados de su collar le resultaba mucho más entretenido y redituable.
Además, la historia del profesor era la misma cantaleta que venía oyendo de la
boca de miles de ciudadanos que la odiaban con calculada minuciosidad.
No es
posible que por el solo hecho de trabajar honradamente, reciba este tipo de
amenazas, dijo Puty, quien harto de los mensajes extorsivos que recibía del
Cartel de la Muela, empleó sus influencias como youtuber afroperuano para
conseguir una cita con la presidenta. Y no hablo solo por mí. Las
extorsiones las sufrimos todos los peruanos, señora presidenta. Usted tiene que
hacer algo. Yo tengo miedo de perder mis muelas, de que un buen día salga a
trabajar y los esbirros del Chimuelo me secuestren y no la cuente.
Un
asistente, que se movió con la misma velocidad y sigilo de un chorro de
diarrea, le alcanzó un pedazo de papel a la mandataria.
Oiga,
profesor, aquí dice que usted dijo que me pondría en cuatro uñas y me bancaría.
¿Así se expresa un maestro que tiene miedo de que le arranquen las muelas por
no pagar una deuda que contrajo al ingresar voluntariamente en una página
pornográfica?
Presidenta,
por favor, esa es una falacia ad hominem. Usted no puede quitarle gravedad a mi
denuncia enrostrándome esas declaraciones que hice en el calor de la brutalidad
que me caracteriza en mi popularísimo canal de YouTube. Una cosa no tiene nada
que ver con la otra. Gonzalo, que no era un buen polemista, se sorprendió
de lo que acababa de decir. Aparentemente, el seguir atentamente los programas políticos
del Viejo Groover lo habían educado en el arte del debate y de hallar la
respuesta justa a la pregunta desorientadora. Como diría Groover, se estaba
convirtiendo en un astuto revesero.
Profesor…
Puty,
presidenta, Puty, así se me conoce en el mundo del YouTube, así me hice famoso.
Bueno,
profesor Puty, déjeme decirle primero que las extorsiones y las amenazas no
nacieron con mi gobierno. Esas cosas malas vienen desde muy, muy atrás. Nadie
podría decirle exactamente cuándo empezó toda esa tontería.
Pero yo no
le estoy preguntando con quién empezó todo esto, presidenta; yo le estoy
pidiendo, en nombre de todos los peruanos, que haga algo para detener esa ola
de criminalidad. Yo ya no puedo ir a enseñarles a mis alumnos porque los
enviados del Chimuelo me pueden estar esperando a la vuelta de cualquier
esquina para desmuelarme. Gonzalo empezó a transpirar. La vena que cruzaba su
frente comenzó a saltar y desfigurarse, pronunciando su primigenia fealdad.
¿Su celular
está transmitiendo esta conversación?, dijo Lina, señalando el teléfono de Puty con una
mano sofocada por el cargamontón de pitucas joyas.
Claro,
presidenta, estoy transmitiendo para mi canal de YouTube. Fue parte del trato
que hice con su asistente. Él me dijo que usted aceptó, explicó
Puty, limpiándose el sudor de la frente con la corbata.
Disimulando
el gesto, Lina miró al aludido, empequeñecido, casi soterrado, a unos pasos de
la conversación. Le dedicó una severa mirada. Voy a hacer que te agarren a
correazos, le dijeron sus ojos de cuervo.
Mire,
profesor. El rostro de Lina era ahora suave y hasta optimista; el mismo con el
cual había entonado El Gato Que Toma Ron frente a un grupo de preescolares en
una presentación donde, enfrentada a un grupo de alumnos del quinto de
secundaria, intentó hablar en inglés sin conseguir decir al menos un “hello”.
Voy a
aprovechar su cámara para hablarle a todo el Perú. Voy a darles un consejo a
mis compatriotas para frenar las muertes por sicariato. Con esto, la extorsión
se frena mañana mismo.
Gonzalo
reacomodó el culo sobre su asiento. Esto me va a traer una tonelada de
suscriptores a mi canal, pensó.
Lina
Balearte continuó: Cuando las fuerzas policiales no pueden darse abasto para
frenar las extorsiones y los sicariatos, somos nosotros, los peruanos de a pie,
los que…
Pero usted
no es un peruano de a pie, por favor, presidenta, usted es…
¡Cállese la
boca, mierda, que no he terminado!, protestó la presidente, cuyo rostro, gracias al marcial
estiramiento que un inescrupuloso doctor le acometió, no se ajó en lo más
mínimo.
Recuperado
el silencio, la presidente volvió a adoptar el aire idealista con el que solía
decirle huevadas al pueblo con acojudante frecuencia.
Decía que
somos los peruanos y peruanas de a pie los que debemos detener a los
extorsionadores. Escúchenme bien la fórmula que les voy a dar y que ni al
comandante general de la policía se le ha ocurrido.
El
asistente, con un ojo que sobresalía del cuello de un traje demasiado grande
para su ineptitud, aguardaba con vergüenza ajena la venida de una nueva
bestialidad capaz de alborotar los cascos al más frío.
Cuando los
extorsionadores les envíen mensajes extorsionadores, no los abran. Así de
simple, no los abran. Porque una vez que los abres, ya te fregaste. Ya te
almuerzan con todo y zapatos, profe.
La alegría
que sobrecogió la humanidad del Profe Puty no pudo ser captada en todo su
esplendor por el lente de su cámara.
Presidenta,
cómo no se nos ocurrió antes. Claro, usted tiene toda la razón. Si no contesto,
entonces el delincuente no podrá extorsionarme. Pero ¿cómo sé que el que me envía
el mensaje es un extorsionador?
Usted no
parece profesor, ah, apuntó Lina, haciendo una mueca que pretendía ser
una risita cachacienta. Le falta esto, esto le falta, dijo,
hinconeándose el cerebro con el índice. ¿Cómo sabe usted que, en estos
momentos, pongamos un ejemplo, lo está llamando su tía?
El docente,
también enloquecido YouTuber, se rascó la coronilla con un par de dedos. Estaba
ante una pregunta que retumbaba las murallas de su cultura y comprensión.
La
presidente le concedió un acto de caridad: Porque lo tiene grabado como
contacto, pues, profe.
Claro,
claro, reaccionó Puty. Claro, presidenta, tiene razón. Usted es súper
inteligente. Por eso yo me hice lapicito, seguidor del Profe Castilla, por eso,
para que se me pegue un poco de su sapiencia.
Los halagos
de muertos de hambre eran pan cuotidiano para Lina Balearte, así que no se dejó
apapachar por las zalamerías de cincuenta centavos del Profe. Más bien,
prosiguió con sus recomendaciones.
Entonces,
usted va a ver un número en la pantalla. Eso quiere decir que no lo tiene
grabado, sino diría “tía”, “papá”, “esposa”. Una vez que reciba la llamada del
extorsionador, anote el número y vaya a la comisaría más cercana a poner su
denuncia. La policía se encargará de dar con el criminal en tiempo récord.
A mí
todavía no me ha llamado el Chimuelo, solo me ha dejado mensajes. Pero haré lo
que usted brillantemente nos ha aconsejado, presidenta. No le voy a contestar a
ese criminal cuando llame.
Luego de
unos intercambios exaltados de naderías, Gonzalo y Lina se despidieron con un
abrazo.
***
Mas,
alarmado, volvió a tomar su celular. Revisó sus mensajes. Había un mensaje de
su amante, el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor
Omar Urbiola. Se fijó en la hora del mensaje. El policía se lo había enviado
hacia unas horas. Mientras lo hacía con el primo, recordó. Mientras
el primo me atravesaba con su mazo.
Lo que Mas
tenía que hacer era muy simple: servir de nexo entre su amante, el Jefe del
Estado Mayor General de la Policía del Perú, el caballero Urbiola, y el más
despiadado y buscado delincuente de los últimos tiempos, el fiero Chimuelo. La
transmisión instantánea de las alertas de Urbiola era crucial para evitar que
la policía paraguaya capturase al Chimuelo, fugitivo en ese país.
Ni bien te
envíe el mensaje, ¡plaj!, al toque, tú se lo tienes que reenviar al Chimuelo, le había
indicado muy seriamente Urbiola en el cuarto de un hotel iqueño. Así, la
policía paraguaya fracasaba cada que se aprestaba a tenderle las garras al
fugitivo criminal.
Rápidamente,
reenvió el mensaje al Chimuelo.
Casi al
instante, recibió una respuesta: Identifíquese por las buenas o ya estaremos
detectando quién es usted por las malas.
El terror
que sobrecogió a Mas le instigó la exclamación de un ahogado grito.
¿A quién se
están cachando en su cuarto, Profe?, trolearon los comentarios.
Puty,
mirando hacia la cama, la cara descompuesta, le lanzó un gesto severo a su
primo: No hagas bulla.
A nadie, a nadie,
idiotas. Yo les paso una excelente entrevista con la presidenta y ustedes
empiezan a hablar huevadas. Es increíble, se hizo el estrecho Puty.
Cuando Mas
revisó las noticias, se dio cuenta de que la había cagado en grande.
***
Calma, pidió la
presidente.
El Jefe del
Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola,
despellejaba con dentelladas alumbradas de incertidumbre y miedo los dedos de
su mano derecha.
A mí
siempre se me ocurren grandes ideas, dijo la presidente.
¿Qué se le
ha ocurrido, presidenta? Yo solo sé que mi carrera ha terminado. Las penas
convertidas en agua salobre pretendían consumir las pretéritas esperanzas de
Urbiola.
Justo ahí
te equivocas, querido. Es tu carrera la que nos va a salvar.
¿Cómo así?, dijo
débilmente Urbiola. No esperaba ninguna gran idea de la presidente. Aunque no
podía negar que, para alguien con tan escasos reflejos intelectuales, el
haberse sostenido en el poder tanto tiempo, a pesar de que el país tremolaba
como edificio clavado en la cuesta polvorienta de un cerro cadavérico, era de
admirar.
Mañana
mismo voy a hacer que mi ministro te nombre Comandante General de la Policía
Nacional del Perú por haber logrado la captura del Chimuelo, dijo muy
resuelta la presidente.
¿Qué? Pero pronto
se va a revelar que nosotros no ayudamos para nada en la captura, dijo
Urbiola, los pies muy clavados en la tierra.
Es que eso
solo lo sabes tú. Y lo sé yo. Los paraguayos tienen su verdad. Y nosotros
también. ¿Por qué va a tener que ganar la de ellos? Nosotros vamos a decir que
siempre hemos estado colaborando y que por eso ahora eres el nuevo jefe máximo
de la Policía, porque gracias a tu cargosidad, a tu persistencia, el Chimuelo
ahora esta tras las rejas.
Pero cuando
a ese pata lo extraditen, va a cantar toda la verdad.
Pero, pero,
pero, solo sabes decir eso, ¿no? Él puede decir lo que quiera. Además, aquí
tiene muchos enemigos. Y estoy muy segura de que una vez que ponga un pie aquí,
en el Perú, esos enemigos se encargarán de desmuelarlo y dormirlo para siempre,
¿no crees?
Urbiola había
dejado de llorar. Sus ojos amanecieron ante un remozado panorama.
Presidenta,
déjeme que bese sus manos. Es usted un genio.
Ya, ya,
papito, vete nomás. Déjame sola, que tengo que darles solución a temas más
urgentes. Cierra la puerta cuando salgas.
Lina se tiró
en su cama y se dejó arrullar por aleatorios vídeos de TikTok cuando el
algoritmo le interpuso uno en el que aparecía el moreno maestro con quien había
conversado hacia un par de días. Protagonizaba una infausta noticia. No se
mostraban las imágenes fuertes, pero se afirmaba que el maestro había volado
por los aires cuando le lanzaron una granada en la puerta del colegio donde
dictaba clases de Literatura. El video narraba que los extorsionadores, que lo
tenían cogido de los huevos, hartos de que no le contestasen las llamadas, le lanzaron
el artefacto de guerra a modo de mensaje final.
La
presidente deslizó el pulgar sobre la pantalla de su celular para dejarse adormecer
por vídeos menos lamentables. Se aseguró de que el algoritmo de TikTok no le
volviera a recomendar nada ligado a ese maestrucho.
Él se lo
buscó, pensó después la presidente. Para qué sale de su casa, pues.
Hubiera dado sus clases por Zoom, zanjó muy seriamente.