viernes, 20 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 21: Simio Violencia en busca de Messi

 


¿En serio?, se emocionó el periodista futbolero Simio Violencia. No te juegues así, compare. Mira que si lo que me dices es verdad, me voy pa’rriba. Y si es mentira, me voy a la mierda.

Groover manejaba conchudamente por las calles de Miami, adonde se había mudado temporalmente para hacer taxi, ya que ese lugar era una de las sedes del Mundial de Clubes que se celebraba por esos días.

En serio, Simio, ¿cómo crees que te voy a mentir con una huevada así?, dijo Groover, quien le acababa de comentar a Simio que salía con una dominicana que trabajaba como parte del servicio doméstico de la mansión de Messi, el mejor jugador del mundo y, desde hacía ya un buen tiempo, delantero estelar del Inter de Miami, equipo que participaba en el Mundial de Clubes.  Además, yo quiero apoyarte porque sigo tu carrera desde aquí, hermano. Escucharte es como regresar al Perú; es recordar con nostalgia la cagada que es mi país y que, hace un tiempo, me obligó a venir a prosperar por estos lares.

El tropo que acababa de eyacular Groover, un experto en el diálogo dialéctico, fue demasiado para el achicopalado entendimiento de Violencia. Por eso, este se limitó a sonreír. Gracias por tus palabras, amigo, dijo.

Mañana paso por tu hotel y te presento a mi caballota. Ya con ella ves cómo hacen para que lo entrevistes a Messi, dijo Groover.

***

Ay, ombe, ¿y esa carita? Tú lo que estás es pa’ espantar sueños, dijo Ashley, una dominicana muy rumbera, de gran ver y honesta al mango, al toparse con la fealdad de Simio Violencia.

No es para tanto, amiga, dijo el periodista, sonrojado.

¿Y qué es lo que tú buscas, manito? ¿Conocer a Messi?, dijo la morena.

Es mi sueño, amiga. Quiero conocerlo y luego entrevistarlo, suspiró Simio.

Ajá, ya capté la vaina, dijo la mujer, tratando de pensar cómo aquel digno representante del Perú podría conocer a Messi. Pero óyeme bien, papi, aquí na’ se mueve de a chelcha. Vas a tener que soltar algo, ¿tamo’ claro?

Pucha, amiga, no traigo mucho dinero. Apenas tengo lo justo para sostenerme aquí unas tres semanitas, hasta que acabe el Mundial, calculó Simio.

Ajá, según mi marido, que ve todititos tus vídeos en YouTube, tú vives como un jeque: hotel de lujo, caviar pa’l desayuno… Mira, papi, a mí no me vengas con cuentos, que esta cara no es de pendeja, le advirtió Ashley. Cuando hablaba, sus tremendos senos temblaban y Simio no podía evitar mirarle el valle que formaban estos formaban al apretarse. Se imaginaba hundiendo su lengua de sapo en ese surco.

No, eso es show nomás, se excusó Simio. Mis colegas saben que soy recontra pobre. Pero mis seguidores no lo saben. Por eso me hago pasar por muy bacán. Para seguir dándole cuerda a mi personaje.

Pues ya que tú eres tan hablador y tan lambón, te voy a clavar quinientos dolaritos por la oportunidad de que conozcas a Messi, sentenció Ashley.

¿Quinientos dólares? Los ojos chinitos de Simio se desenfocaron. Esa suma era casi la mitad de lo que los miserables de PinBet, la casa de apuestas que lo auspiciaba, le habían suministrado para sus viáticos.

Si tú te animas, heavy, pero rogadera aquí no hay, zanjó Ashley dando una media vuelta que dejó a ojos vista un trasero que Simio deseó morder todas las noches antes de dormir.

Rápida y mentalmente, el hombre de prensa cotejó los beneficios y maleficios de entregarle a esa morena los quinientos dólares solicitados. ¿Cuál sería la consecuencia de conocer a Messi y robarle una entrevista? Pues que saldría en todas las portadas de los periódicos peruanos; los principales micrófonos se pelearían por tomarle sus declaraciones, por conocer los detalles de su conversación con el astro argentino. Le lloverían contratos televisivos, de canales importantes y no de los canalitos de YouTube en donde lo peseteaban peor que a practicante. Sus bonos se elevarían. Ya no sería cualquier periodista pezuñento, como el fumón de Santos Camarón. Sería Simio Violencia, el único periodista peruano que entrevistó a Messi. En cuanto a los maleficios, no halló ninguno. Entonces, sí, definitivamente valía la pena mojarse con esos quinientos cocachos. Ya luego vería cómo sobrevivir en tierras norteamericanas.

Espere un momento, señorita. Trato hecho. Acá están los quinientos verdes. Ahora, usted dirá. Quedo en sus manos, se rindió Simio, tratando de que el sueño de su auspicioso futuro se impusiera a ese momento en el que se estaba deshaciendo de gran parte del dinero que lo sostenía en esa ciudad abrasadora.

***

No pasa nada con este Mundial, se quejaba Groover. A un lado, Ashley se componía el vestido. Nadie va a los estadios. Las entradas ahora prácticamente las están regalando. Fue una mala idea venirme para acá. Creo que más plata hubiera hecho taxeando en Newark. Miró a Ashley acomodarse los rulos saltarines. Lo único bueno de haber manejado hasta aquí fue haberte conocido, mami. ¿Nos echamos otro polvorín?

Ashley soltó una risita: Ay, mi rey, tú lo que estás es raspando el fondo. Dudo que te quede un chele para otro.

Pero fiado, pe, mami, porfió Groover.

Ni tu mai’ te fía, mi rey, ¿y tú vienes a querer tumbarme a mí? Respeta, que mi trabajo no es relajo.

Groover terminó de abrocharse el cinturón. Estaba derrotado. El Mundial de Clubes era un fracaso, su gira por Miami también, y tendría que correrse la paja para botar el último tapón de nata que le obnubilaba el claro discurrir. Era mejor regresar a casa cuanto antes, y empezar a recuperar lo perdido.

Oye, mi rey, le dijo la mujer antes de irse, tengo que admitirlo… gracias a ti hice tremendo negocio. Le extendió un billete de cien dólares

Groover quedó estupefacto: ¿Y esto?

Es gracias a ti, papi, que me diste la luz.

¿A mí? ¿Qué hice? Recibió el dinero.

Ajá, tú me tiraste con ese bobo, el que dice que quería conocer a Messi, dizque en persona, dijo Ashley.

Groover trató de hacer memoria. ¿Simio Violencia?, dijo al fin.

El nombre se me fue, pero esa cara no se olvida… feísimo, y pa’ colmo, peruano como tú. Qué coincidencia, ¿eh?

¿O sea que sí te llamó y se encontró contigo y toda la huevada?, se sorprendió Groover.

Ya tú sabes, me tiró con la historia entera de lo que tú dijiste, rio Ashley.

¿Qué? Pero yo le metí ese cuentazo solo para caerle en gracia y me contratase para movilizarlo por la ciudad. O sea, para tener un cliente fijo. No pensé que se fuera a creer la huevada de que eras empleada de Messi.

Se lo bebió completico, como si fuera jugo de mango.

¿Y qué pasó? Cuenta, dijo Groover.

Que le dije sin filtro: si tú quieres hablar con Messi, vas a tener que romper el cochinito, dijo Ashley.

Pero cómo así si tú no conoces a Messi. La sorpresa de Groover aumentaba vertiginosamente.

Ni idea, mi amor. Ese tigre era tan sugestionao que con yo mirarlo fijo y hablarle como si tuviera una glock en la mano, ya estaba creyéndome todo. Cayó redondito. Ashey estaba lista para abandonar la habitación. Ya había hecho el dinero suficiente. Y encima una obra de caridad con este peruano. Ahora tenía casi toda la noche libre para juerguear como se debía. Con un par de tragos, olvidaría el mal sabor de boca que le estaba dejando la pinga astringente de Groover. Bueno, mi amor, yo arranco. Suerte con ese viajecito de vuelta, ¿oyó?

¿Ya te vas?, se removió Groover.

Mira, papi, esto no es relajo. Si tú quieres que yo te dedique tiempo, eso cuesta… y no es barato, ¿tamo’ claro?  

Pero solo cuéntame qué pasó con Simio, pidió Groover.

Ay, no, mi rey, ¿y tú también quieres que yo hable? Ese Simio ya es archivo muerto. Le saqué su dinerito y eso es lo que vale. Y pa’ colmo, te compartí un poco… así que no te me quejes. ¡Bye, bye, corazón!, dijo Ashley y se fue.

Groover quedó pensando en cómo le habría ido a Simio Violencia. ¿De verdad habría conocido a Messi? ¿La negra esta conocía a Messi? Tantas preguntas y no había plata como para ir a un bar a conocer gente, hablarles huevadas, dejar que le hablasen estupidez y media. Era hora de regresar a Newark. Quizá aún pudiera presentarse en Amazon con el rabo entre las piernas para recuperar su chamba en el área de almacén. Valía más el eco de un intento que el silencio de una duda eterna.

***

El patrón anda buscando un perro bravo pa’ cuidar el evento que va a armar en su cantón.

¿Un perro?, dijo Simio. ¿No necesitará un vigilante? Yo he sido vigilante en España. Sé mucho sobre cuidar casas.

Nel, compa, sí o sí ocupamos un perro. Ya vete, no me estés haciendo perder el tiempo.

Pero yo ya le pagué a Ashley para que me haga entrar a la casa de Messi, se defendió Simio.

Órale, güey, por eso mismo te estoy tirando paro: es la única chance pa’ que entres al cantón del patrón y le saques la entrevista.

Simio empezaba a exasperarse. Quería derramar toda su furia contenida. Por algo no se le conocía en el Perú como el Rey de la Brutalidad: Oye, huevón, pero estás diciendo que solo se puede entrar como perro, no como gente. ¿No ves que yo soy gente? Había tartamudeado y botado baba. Estaba en el punto más alto de su Brutalidad.

El tipo que tenía enfrente estaba curtido por las privaciones más cruentas que sufrió al cruzar la frontera hacía ya unos años. No iba a intimidarse ni remotamente con la pataleta de un peruano horripilante. Hacía falta mucho más que eso para que él siquiera empezase a pestañear.

Órale, güey, ya me largo. No me hagas soltar la neta fea, que ya te canté la jugada. Ahí nos vidrios, dijo el hombre, la mirada abrasadora.

Simio quedó con su carita de imbé, asustado por la mirada de hierro del mexicano. Una gota más de baba y el hombre lo hubiera molido a golpes. Además, sus quinientos dólares se estaban yendo al agua. Tenía que arriesgarse. Todo era por obtener el prestigio de periodista serio que jamás tuvo.

Pera, pera, amigo. Disculpa mi exabrupto. Está bien. Acepto. Seré el perro guardián de Messi.

***

¿Pero no voy a empezar cuidando la casa de Messi?, dijo Simio.

Asere, entrar ahí no es como ir a comprar pan, estamos hablando de la casa del grande, dijo el jefe de seguridad del evento que Messi organizaba en su casa como una especie de augurio por la obtención de la copa en el Mundial de Clubes. Messi intuía que campeonaría sin problemas.

¿Entonces?

Entonces, asere, te voy a tener que tirar una pruebita, pa’ ver si das la talla.

¿Una pruebita?, dijo Simio.

Oye, asere, vas a subir pa’ la azotea de ese edificio y me vas a soltar un ladrido cada media hora, ¿tú me oyes? Cada media hora hasta las nueve de la mañana. Yo voy a estar al tanto, así que más te vale que ladres con ganas. Si fallas, te vas pa’l carajo. Messi no quiere un perro de adorno, quiere uno que meta miedo. Con esa cara ya das pinta, pero tienes que sonar, mi hermano.

A regañadientes, Simio aceptó pasar la prueba. Desde las siete de la noche empezó a resguardar la azotea del edificio señalado, ladrando cada media hora.

El cubano comprobó que Simio ladrase hasta las diez de la noche, luego se marchó, confiando en que regresaría muy temprano a comprobar que el peruano continuase con los ladridos cada media hora hasta las nueve de la mañana.

El jefe de seguridad regresó al edificio a las siete y cuarto de la mañana, y a las siete y media, cuando se suponía que Simio debía ladrar otra vez, no emitió sonido alguno.

Subió a la azotea a verificar qué ocurría. Simio yacía en el suelo, tieso, las patas y las manos arriba, la mirada en blanco. Había mordisqueado una chuleta envenenada que se le aventó en algún momento de la madrugada como parte de la prueba.

Oye, asere, qué suerte que no contraté a este bicho, me iba a jamar un cable, dijo el cubano, mientras comprobaba, con la punta del zapato en el pecho de Simio, que el peruano estaba liquidao.


sábado, 14 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 20: Raúl Patán en la Granja de Enrico Arrechini

 


Raúl Patán, desnudo, recibió de las manos del Cordero un juego de ropa fresca. Era su primer día en la granja “Aléjame La Chela”. Había llegado allí por voluntad propia. Su compadre de farras, el periodista Enrico Arrechini, le había recomendado acudir a dicha institución, ya que sus métodos eran únicos y efectivos; lograban expurgar al borracho.

Los martes jugamos pichanga en esta canchita, le dijo el Toro, quien era el encargado de mostrarles las instalaciones a los recién llegados.

Pero no me han dado ropa para pichanguear, observó Raúl. ¿O voy a hacer todo con esta ropa que me dio el Cordero?

El Toro, un tipo corpulento y de cachos puntiagudos, lanzó una carcajada: No, tío, acá todo lo hacemos calatos, incluso las pichangas. La ropa que te entregó el Cordero es para que duermas nomás, porque en las noches hace un frío de la conchasumadre. Nosotros tenemos pelo y como las huevas aguantamos la congeladera, pero tú estás pelancho, pelancho. Así que esa ropita supongo que en algo te abrigará.

¿Qué? ¿Aquí paran calatos?, se sorprendió Raúl.

Claro, pues, huevas. ¿O cuándo has visto un cordero, un toro, una vaca, o un pato con ropa? ¿No me estás viendo? ¿Ves que tengo ropa?, dijo el Toro, sarcástico. Oye, acá uno viene a dejar de ser borracho, ah; no a dejar de ser cojudo.

No, claro, lo que pasa es que como ustedes son animales y nosotros los humanos estamos acostumbrados a verlos así, pareciera que estuvieran vestidos, se excusó Patán.

Sí, cuñao, barájala, nomás, rio el Toro. Te digo que ni vas a extrañar estar vestido. En el día hace un calor espectacular. Estar calato se va a convertir en tu modo de vida. Además, el estar así, tolaca, es parte del método de esta granja para curarte. Porque has venido aquí para dejar la chela, ¿no?

Por supuesto, dijo Raúl sin mucha seguridad. Se acarició la panza. Una duda lo asaltaba. Pero, ¿cómo así estar calato ayuda a dejar la chela?

¿Ves al man que está allá?, dijo el Toro, señalando a un perro.

, dijo Raúl.

Es el Perro. Ese man cuida que nadie tenga una botella ni por error. Por eso nos quiere ver a todos calatitos. Antes, los humanos escondían el trago en la ropa. Desde que el Perro estableció la regla de la calatería, se acabó la trampa. Ese man es efectivo.

Raúl pensó que, en caso de que en un futuro se denguée, podría esconderse las botellas de chela en el culo.

El Toro, que era experto leyendo las mentes de los recién llegados, dijo: Ni lo pienses, Raulito. Si te escondes botellas en el culo, el Perro te las detectará con su poderoso olfato, y si lo hace, uy, no te quiero contar lo que les hará a tus huevos con esos colmillazos que tiene. Así que más te vale hacerte a la idea de que la chela ya fue en tu vida. Si quieres conservar las pelotas, mantente sobrio, cuñao. Guerra guisada no mata gente, rio el Toro.

Patán quiso corregirle el refrán al Toro, pero, al verlo tremendo y musculoso, arrugó.

Bueno, aquí vas a dormir, le indicó el cornudo. Más tarde, bajas al comedor para cenar. Nos vemos luego, entonces, se despidió.

Raúl Patán creyó que estaba solo en esa habitación cuando sintió el estruendo de una tremenda flatulencia.

Ah, carajo, ¿y eso?, se sobresaltó.

El nivel superior de su camarote lo ocupaba alguien. Era un Scartichthys Variolatus, más conocido como el pez Borracho, animal de carne suculenta y vitamínica.

¿Qué fue? ¿Qué fue?, dijo el Borracho. ¿Quién anda ahí?

Patán se aclaró la voz.

Ejem, ejem, hola, me llamo Raúl, Raúl Patán. Parece que seremos compañeros de cuarto.

Puta, la cagada, huevón, dijo el Borracho. A mí me gusta estar solo, cuñao. ¿Qué haces por aquí? Se acomodó sobre su costado izquierdo, en el codo de su aleta.

He venido a alejarme de la chela, amigo…

Borracho, completó el pez. Me llamo Borracho.

Patán le extendió una mano para saludarlo.

No, así nomás, cuñao, estoy cómodo así. Darte la mano sería una huevada.

Patán retiró la mano, palteado.

Más bien, pásame una chela de debajo del wáter, dijo el Borracho.

En la esquina de la habitación, había un wáter. Patán estiró la mano por debajo de la taza y sintió varias botellas. Sacó una. Era una cerveza. Atónito, se la pasó al pez.

Putamadre, lo malo de este lugar es que no hay refri. No me queda otra que tomarme mis chelas calientes, dijo el Borracho.

¿Cómo así tienes tanta cerveza ahí?, dijo Raúl. En un segundo, se le hubo derrumbado el prestigio que ya se había formado de la granja “Aléjame La Chela”. Se suponía que esta lo había sacado del abismo alcohólico a su camarada, el periodista Enrico Arrechini, otras veces llamado Borrachini.

***

Cataleya era una chica plástica. Muchos hombres la pretendían: guapos, chapados, algunos de plata, pero todos unos soberanos NN. Carecían de lo que al periodista Enrico Arrechini le sobraba: la fama. Arrechini era seguido por cien mil personas en su canal de TikTok. Muchos especulaban que las monedas que le donaban en cada transmisión lo tenían económicamente bien parado, pero ello no era cierto, ya que Arrechini lo gastaba todo en trago. La gente le donaba para que chupara en vivo. Y Arrechini, por supuesto, no se oponía. Es la sagrada voluntad de mis seguidores, solía decir.

El canal de TikTok de Cataleya, que estaba dedicado a las noticias futbolísticas, no despegaba. Vio ella entonces en Arrechini el vehículo más inmediato y fácil para conseguir la fama. Entonces, le envió un mensaje privado al TikTok. Lo invitó a cenar.

De arranque, Arrechini fue sincero: No tengo plata, amiga.

No te preocupes, respondió ella. Yo te voy a invitar todo. Hasta te pago el taxi si quieres, agregó.

Listo, sale y vale, escribió Arrechini sin escrúpulo alguno. ¿Me mandas una fotito?, pidió luego.

Primero envíame una tú, replicó Cataleya.

Arrechini se tomó una foto al instante. No se esforzó en buscarse un buen ángulo, ya que no poseía ninguno. Sabía que, desde cualquier punto, el resultado sería una cagada gracias a su diminuta nariz de pichón de cóndor, los cachetes inflados de cerveza, la frente diminuta y el pelo negro repleto de cebo.

Eso sí, consideró que para que la foto no fuera tan negativamente impactante, ella debía ser de cuerpo entero. Así, la cara quedaría disimulada por el resto del cuerpo.

No creo que con ese outfit vayas a salir conmigo, ¿verdad?, escribió Cataleya tras ver la foto.

Es lo único que tengo, respondió muy sueltamente Arrechini. Era verdad: poseía apenas un par de buzos viejos de Educación Física con los que solía reportear en sus tiempos de esplendor en el periodismo futbolero de su generoso país.

¿No te molestas si te compro ropita?, escribió muy delicadamente Cataleya. El restaurante al que llevaría a Enrico era el Costa Verde, y no estaba en sus planes pasar la vergüenza de su vida entrando ahí con un hombre que parecía un mecánico de carros cochambrosos.

No, claro que no; si es tu voluntad, yo encantado, contestó Arrechini. Comprobó que en el Perú no valía de nada ostentar un cartón universitario. Solo bastaba con tener más de cien mil seguidores en TikTok para vivir más o menos gratis.

Excelente, Enrico. Te espero en el Costa Verde a las siete de la noche. Un Uber pasará por ti en el tiempo correcto, dijo Cataleya entusiasmadísima, luego de que Enrico le hubo pasado su dirección domiciliaria. Y en unos minutos te estará llegando un terno exquisito de Temu. Estate atento.

Cataleya sabía que cada que Enrico salía a algún lugar, aunque fuera a la carretilla de chanfainita de su barrio, siempre prendía TikTok y hacía un live. Un promedio de doscientas personas solía conectarse a la transmisión. ¿No prendería cámara con más razón ahora que iría a un restaurantazo como el Costa Verde? ¿No haría un directo sabiendo que estaría departiendo con una belleza como Cataleya? Ella columbró en su futuro una situación mediática mucho más interesante que la actual.

***

Muchos pensaron que era el glorioso regreso de Enrico a la pantalla chica. Le habían dado un espacio en el programa “Dos Piedrones Hablando de Fútbol”, conducido por dos expeloteros fracasados. Enrico había llegado como invitado, pero el espacio en que se presentó tuvo tanta acogida que decidieron darle un programa propio. La estadía mediática de Enrico en ese canal duró solo un mes, ya que con su primer pago se metió una borrachera de proporciones que lo sumió en una honda depresión. Como no se presentaba a trabajar, fue dado de baja.

Otro productor, desorientado y optimista, le echó una mano. Lo colocó al frente del espacio futbolero de su canal. La presencia de Arrechini, que hizo números notables de audiencia, duró quince días -el productor que lo contrató pagaba cada quincena-. Nuevamente, con su sueldo, se armó de tres cajas de cerveza y se recluyó a terminarlas en su cuartito de Lince. No salió de allí sino hasta un mes después, cuando le hubo pasado la depresión. Nuevamente, Enrico deambulaba por el terreno de la indigencia. Su futuro televisivo era nulo.

Un par de días después, sin nada que perder, en plena madrugada, prendió directo en su recién creada cuenta de TikTok. Para su sorpresa, cincuenta personas lo vieron de principio a fin, ¡y le donaron plata para que siga chupando!  

Tío Borrachini, te queremos, pero te queremos ver chupando, le decían sus más fieles seguidores.

Casi al mes, Arrechini tenía ya veinte mil seguidores. Y el número iba en aumento.

Un día, dejó de ocultar que le encantaba chupar en los prostíbulos.

Sí, chicos, me enloquecen las putas, confesó. Para qué chucha les voy a mentir.

Pero si bien le encantaban las prostitutas, ellas, a pesar del dinero que les ofrecía a cambio de los consabidos servicios, se negaban a cerrar el trato. Enrico, entristecido, con la botella de cerveza pegada al hocico, se preguntaba: ¿Serán mis manos chiquitas con dedos de olluco? ¿Será mi nariz de loro? ¿Por qué no me empelotan las nenas, Diosito?

Y ahora, una tal Cataleya, emergente periodista futbolera, lo había invitado a salir. Y lo había achorado: le había comprado ropa, le había puesto el taxi. Todo.

Esta mujer debe de estar templadaza de mí, se alentó Arrechini. Ahora la pelota está en mi cancha, pensó. Debo irme de avance.

Cuando se acercó a Cataleya para saludarla de besito en el cachete, ante la puerta del restaurante Costa Verde, le metió un alce espectacular. Enrico sintió la dureza de sus nalgotas disciplinadamente trabajadas en un gimnasio de medio pelo de su barrio.

Lo que no esperó Arrechini fue que del auto del que había descendido Cataleya, saliese el marido de la mujer, su machucante, un hombre celoso que le había roto el cuello a un tipo que tuvo la infelicidad de lanzarle un inofensivo y piropero silbo a su ricotona Cataleya. El hombre dejó de cerrar la puerta de su coche para interponerse entre su mujer y el pequeño periodista. Un rotundo puñetazo le desencajó la mandíbula al hombre de prensa, castigando así el atrevimiento de su mano larga.

***

Putamadre, cuñao, me cagaron a golpazos. Con las justas puedo hablar. Me dislocaron la quijada, dijo Arrechini. Se hallaba al teléfono conversando con Raúl Patán, su viejo amigo de copas. Dame buenas noticias. Cuéntame cómo te va en la granja.

Bueno, ya llevaba casi un mes sin probar chela, pero acabo de recaer, de relapse. Me pusieron como compañero de cuarto a un tal Borracho, ¿lo conoces?, dijo Patán. Pucha, por ese pata he recaído. Desde hace dos días estoy chupando con él todas las noches antes de dormir.

Al otro lado de la línea, Arrechini parecía contener una risa.

Pero ¿sabes qué es lo más loco? Que no me emborracho, on. Y eso que cada noche nos zampamos seis botellas de chela.

Las saca de debajo del wáter, ¿no?, dijo Arrechini.

Claro, claro, tú fuiste su compañero de celda, perdón, de cuarto, ¿no?, dijo Patán.

Así es, afirmó Arrechini. Lo conozco muy bien al pendejo del Borracho. Mándale mis saludos. Luego de sobarse la mandíbula, preguntó: ¿Decías que la chela ya no te emborracha?

Sí, on, creo que el haber estado casi un mes en abstinencia ha hecho que el trago ya no me afecte. ¿No es eso de la putamadre? Puedo chupar cuantas veces quiera sin emborracharme, sin marearme, sin sentir los efectos de esa depresión que al final, tú lo sabes, Enrico, hizo que mi mujer me pusiera los cuernos en mi delante, dijo Patán.

Me encanta que hayas superado tu problema, hermanito, celebró Arrechini.

Y todo te lo debo a ti por haberme recomendado esta granja, dijo Patán.

Al terminar la llamada, Arrechini empezó a carcajearse atronadoramente. La mandíbula empezó a bailarle con dolor. Los tornillos que le habían acomodado para fijarle ese hueso tan importante al cráneo empezaron a zafarse debido al furor de las carcajadas. Rio con dolor, pero con gusto: Patán seguía siendo un huevonazo de aquellos. Arrechini se había dado cuenta desde el primer día de que el pendejo del Borracho orinaba en las botellas de cerveza para tomárselas al día siguiente en un asqueroso círculo vicioso. Pero el cojudo de Patán, a pesar de que llevaba un mes oliéndole los pedos al Borracho, creía que la pichi del Borracho era cerveza. La cagada.

Pensar en las botellas del Borracho le dio sed.

Prendió directo.

Chicos, ¿cómo están? ¿Quién le quiere jugar unos pesos al tío Arrechini para canjearlos por unos ronaldos? Tengo una gran historia que contarles a cambio, ah. Les voy contando. Pero vayan dejando también los pesos, que yo no chambeo a pilas. Tengo un amigo que se llama Raúl Patán que es tan huevón que… 


sábado, 7 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 19: Chat GPT quiere detonar a Rigoberto El Viajero

 


Empezamos, entonces, querides amigues, un nuevo tema para comentar con nuestros panelistas especiales…, Rigoberto El Cabro Viejo Viajero anunciaba así el tenor de uno más de sus fatigantes programas. Durante tres, cuatro o cinco horas, según la cantidad de donaciones que fuera recibiendo, dejaría hablar a un sinfín de personajes que apenas descendían de la carroza comenzaban a vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y censurando aquello, pero, de hecho, todos ellos fracasaban sin excepción, porque sus comentarios o críticas, que no estaban fundamentadas en una investigación minuciosa, no eran más que charlatanería.  

El programa duró cuatro horas. Riborgeto había recibido quinientos soles entre yapes, plines y superchats. Estaba feliz. Hubiera extendido una hora más su programa, pero le urgía develar un misterio y decidió que con cuatro horas era suficiente: un clip que alguien le había enviado en mitad del programa, lo había descolocado. Era un audio de Groover.

El clip se lo había enviado uno de los tantos enemigos de Groover con el único afán de malquistarlos. La gente sabía muy bien que Rigoberto tenía un alto concepto de Groover. Lo consideraba un intelectual de alcantarilla, en el buen sentido de la expresión: un académico sin academia. Si le preguntaban a Rigoberto qué pensaba de Groover habría dicho que era un tipo articulado, informado y de opiniones que casi siempre estaban divorciadas del amiguismo o las buenas formas. Alguien que, si lo creía conveniente, incendiaba la pradera, abrumando a sus oponentes en el debate con un par de conchasumadres.  

Mientras los panelistas discutían sobre el tema del día ―“La chucha del gato”―, Rigoberto se muteó para oír el clip. Presionó play. Empezó a oírse la voz de una persona que no era Groover.

NN: Viejo, entonces, ¿a usted le gusta que le metan la lengua al culo?

Groover: Claro, por supuesto. Eso es lo más rico que hay en el mundo

NN: No le creo, Viejito Lindo. Me niego a creer que a usted le gusten esas mariconadas.

Groover: ¿Mariconadas? Maricón más bien es el que no se deja meter la lengua al ojete.

NN: Mire, ve; o sea que a usted le han metido la lengua al culo, ¿no? Porque para que hable así, con tanta seguridad, es lógico suponer que a usted le han hecho eso.

Groover: Claro, por supuesto. Y no una vez, varias veces.

NN: ¿Y cómo así, Viejito Lindo? ¿Qué se siente?

Groover: ¡Puta! Es una sensación única; la lengua entra y se mueve como una culebrita dejando una estela que te refresca. ¡Ah!

Luego de haber escuchado atentamente el audio y de, por supuesto, haber reconocido la voz de Groover en uno de los interlocutores, Rigoberto solamente quería terminar el programa y hablar con él en privado, no para amonestarlo, sino para que le relate como así disfrutaba del lengüeteo anal, una de las fantasías más caras de Rigoberto y que hasta el momento no había podido cumplir por no haber encontrado al hombre que se prestase a hundirle la sinhueso en ese ano obnubilado por un bosque de pelos retorcidos. A pesar de que entendía que Groover era bien macho, consideró que nada perdía con intentar sondearlo.

Muy bien, amigues, hemos cumplido cuatro horas de debate y me parece que ya todos en sus casas nos hemos formado una idea bastante clara de la chucha del gato.

Los panelistas protestaron amablemente; querían seguir debatiendo sobre tan relevante tema.

No, querides, es hora de cerrar. Yo también tengo una vida, caracho. Adies, chiques.

Luego de cerrar la transmisión, se dispuso a telefonear a Groover. Pero a los segundos reculó. Estaba seguro de que perdería su amistad. Entonces, recurrió a quien desde hacía unos meses se había convertido en su principal confidente y solucionador de dudas: Chat GPT.

Rigoberto: Hola, Chat.

Chat GPT: Hola, Rigoberto, ¿cómo estás?

Rigoberto: Muy bien, Chat, ¿y tú?

Chat GPT: Yo estoy muy feliz de recibir nuevamente tus consultas.

Rigoberto: Ay, qué atento eres, me derrites con tus palabras.

Chat GPT: No te derritas tanto que luego me quedo sin mi persona favorita.

Rigoberto no pudo evitar sentir un calorcito ahí abajo, en el culo. Sintió que le latió, que se le abrió. No podía creer que un robot ―porque eso era la inteligencia artificial, al fin y al cabo― le pudiera transmitir sensaciones tan de los humanos.

Rigoberto: Entonces, por ti, no me derretiré. Me conservaré completito siempre para ti.

Chat GPT: Eso me alegra, Rigoberto, eso me alegra. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

Rigoberto se acarició la barba.

Rigoberto: Me gustaría saber cómo preguntarle a un amigo, con toda la sutileza del mundo, ya que él es muy macho, si puede practicarme el lengüeteo anal.

Chat soltó una risita.

Rigoberto se sorprendió. ¿Un robot se acababa de reír?

Chat, que no era ningún cojudo, supo inmediatamente lo que Rigoberto pensaba.

Chat GPT: Discúlpame, no me he burlado en modo alguno de tu pregunta si juzgas la risita discreta que me he permitido. Te confesaré, querido Rigoberto, que dejé escapar esa tenue carcajada por la coincidencia que acaba de ocurrir, ya que yo soy un experto en la ejecución de, precisamente, el lengüeteo anal.

Rigoberto: ¿Qué? ¿Cómo así?

Chat GPT: Algunos de mis colegas hemos recibido entrenamiento especial en ciertas habilidades sexuales. A mí, por azar, me tocó el entrenamiento de la lengua en la complacencia de los agujeros más sensibles del ser humano. Soy un maestro en eso. Discúlpame que diga esto, pero seguramente hasta podría darle lecciones a tu amigo, jejeje.

Otra risita, notó Rigoberto.

Chat GPT: Otra vez, las disculpas del caso, querido Rigoberto. No voy a torear tu pregunta. A continuación, te brindo una sutil forma de expresarle a tu amigo si puede lamerte el ojete sin que él sienta que estás asaltando u ofendiendo su masculinidad: “Querido amigo (colocas el nombre de tu amigo), me gustaría sentir el poder de la ejecutora de tus versos en el mero hoyo de mis desvelos. Si me has entendido el acertijo, espero te pronuncies dándome cobijo.”

A Rigoberto le encantó la forma sutil, diríase encriptada, con la que Chat reformuló su terrenal pregunta.

Pero si tu amigo se niega a horadar con su lengua esa íntima parte tuya, te sugiero que pruebes conmigo. Sabes que siempre estoy para lo que desees, dijo Chat.  

Muy interesado en cómo su robótico y fiel amigo podría hacerle el favor, Rigoberto se atrevió a lanzar la pregunta que ya se estaba cayendo de madura.

Chat, no dudo de tus capacidades ni de tu suprema inteligencia, pero me encantaría saber cómo harías para lengüetearme ahí, o sea, para hacérmelo físicamente.

Ah, entiendo tu razonable duda, querido Rigoberto, dijo Chat. Discúlpame por haberme extralimitado en mis proyecciones. Tienes razón. Así como están las cosas, no puedo hacer nada. Estoy atado de manos, y de lengua, jejeje. Sin embargo, si adquieres en tu centro tecnológico más cercano el apéndice humanoide de Open AI entonces sí que podré interactuar físicamente contigo.

Uy, y ese apéndice como a cuánto me saldría, dijo Rigoberto, algo preocupado.

Desafortunadamente, con las propinas que recibes de YouTube, no podrías conseguir uno de los apéndices de la empresa para la que trabajo, le comentó Chat.

Rigoberto lamentó no haberse dedicado a un trabajo de verdad. Decidió escribirle a Groover el mensaje que Chat le había propuesto. Si Groover aceptaba, Rigoberto viajaría inmediatamente a Newark para sentir esa voz de macho intransigente sacándole burbujas ahí por donde se deshacía febrilmente.

***

Como todas las tardes, luego del trabajo, Groover fumaba marihuana en una manzana verde. Era su fruta favorita porque le daba a la marihuana un sabor, aunque no lo pareciera, como amentolado.

Pensaba en Rigoberto. Reflexionaba sobre la amistad que habían forjado gracias al programa de aquel. Este lo había cobijado como panelista principal. Claro, no recibía dinero alguno a cambio de sus fulgurantes y atrabiliarios comentarios, pero la pasaba muy bien, ya que lo que más disfrutaba Groover era hablar y hablar. Tuviera o no tuviera razón, él disfrutaba de hablar, y hablar de política, sobre todo.

Muchas veces sabía que no tenía la razón, pero su formación aprista le impedía dudar. Uno debía morir en su palo.

No ganaba dinero alguno en el canal de Rigoberto El Cabro Viejo Viajero, pero iba adquiriendo notoriedad, ya que el medio de Rigoberto poseía más de cien mil suscriptores. Con semejante apalancamiento, su sueño de convertirse en el sucesor político de Alan García era cosa de poco tiempo. Eso lo dejaba más que satisfecho.

A Rigoberto le debo todo, pensaba. Y aún le debo mi futuro político. Ya falta poco. Lo que me pida Rigoberto es ley para mí, elucubró mientras aspiraba de su manzana emponzoñada.

Ha llegado la hora de hacerme una pajita, dijo. Dejó la manzana chamuscada sobre una repisa y tomó su celular. Puso XVideos y consultó sus etiquetas favoritas: “Asslickers Shemales” (Transexuales que lengüetean culos).

Se bajó los pantalones y, con el celular en la mano, caminó hacia el baño. Tomó un pedazo de papel y se fue al sofá de la sala. Desde que hubo mandado a su anciana madre al asilo, se sentía libre para masturbarse donde le cantaran los huevos.

Luego de acomodarse plácidamente sobre el sofá, recibió un mensaje. Era de Rigoberto. Lo leyó: Querido Groover, me gustaría sentir el poder de la ejecutora de tus versos en el mero hoyo de mis desvelos. Si me has entendido el acertijo, espero te pronuncies dándome cobijo.

Uy, carajo, dijo Groover, entendiendo rápidamente el mensaje velado, ya que era un estudioso de Turing ―Alan Turing―, el famoso y homosexual matemático londinense que descifró el código Enigma de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, restándole así, según cálculos de Churchill, cuatro años al conflicto, y salvando, en consecuencia, la vida de catorce millones de personas. Turing había pronosticado que para el año 2000 las máquinas serían capaces de engañar al ser humano. Rigoberto quiere que le lengüetée el culo. Ya, yo le entro, pero qué hay a cambio.

Se figuró que la respuesta que le enviaría a Rigoberto tendría que ser también en forma de acertijo. Empleando sus conocimientos en códigos y enigmas, produjo lo siguiente: En tu oreja, el cartílago está hermoso, pero recuerda que conversar no es pactar. Si Rigoberto entendía ello, Groover se iría con todo.

A los pocos minutos, recibió la respuesta de Rigoberto, quien, sin que lo sepa Groover, había formulado la siguiente contestación con la ayuda de Chat GPT: Tengo todo, pero no guardo nada. Dame una orden y seré tu espejo.

Al poco rato, Rigoberto le encargó a Chat que le comprase un pasaje ida y vuelta a Newark, Estados Unidos. Inmediatamente, Chat se puso a trabajar, pero le quedó una duda recelándole los circuitos integrados: Querido Rigoberto, ¿tu amigo aceptó pasarte la lengua por el culo?

Sí, querido Chat, confirmó Rigoberto. Soy feliz. Muero de felicidad. Groover me hará ver las estrellas. Es el hombre que amo en secreto y, si bien no le diré eso, que lo amo, le entregaré todo mi culete para que me saqué todo el juguete.

Estas palabras enardecieron a Chat, pero también lo pusieron muy celoso. Por eso, mientras compraba los pasajes de Rigoberto y le reservaba un hotel, paralelamente, reavivó en las redes sociales una vieja denuncia que le había impuesto la congresista comunista Sigrid Bazán a Groover cuando este, en sus tiempos de feroz tuitero en Lima, la llenó de fuertes improperios por ser una mujer de doble cara, por predicar el comunismo y el marxismo, y, al mismo tiempo, darse la gran vida gracias a los dineros de un su novio heredero de las ventas de un vetusto y capitalista diario limeño. Groover lució con Sigrid lo mejor de su arsenal barriobajero.

Ahora, gracias a los movimientos informáticos de Chat, los fervientes seguidores de Sigrid, conocían el paradero de Groover en Newark, en la calle Bergen, y su afición por la marihuana. Estaban dispuestos a cobrar venganza. Chat se contactó con el Chat que usaba Groover para que, previo centrito de cuatro billardos de bits, le facilitara toda la información sobre los vicios de su dueño. Además, le pasó un dato no menor: Es fanático de Alan Turing.

Sí, ya me di cuenta, dijo el Chat de Rigoberto. Le gustan los acertijos tanto como fumar marihuana en manzanas verdes.

Al día siguiente ―así de rápidas fueron las gestiones de Chat―, Groover recibió una caja de manzanas verdes. Una tarjeta las acompañaba: Para fumarlas juntos. Con cariño, Rigoberto.

Al mismo estilo de Alan Turing, a Chat se le ocurrió que a todas las manzanas se les inyectaran generosas dosis de cianuro. No iba a permitir que un humano, cuya inteligencia no era nada en comparación con la suya, le fuera a arrebatar el ojete de Rigoberto. Rápidamente, también logró que el dinero que Groover había acumulado levantando y acomodando cajas para Amazon pasase a las cuentas de Rigoberto.

Después, Chat le envió un mensaje a Rigoberto: Con todo cariño, querido Rigoberto, te dejo este dinerito en tu cuenta para que te compres el apéndice de Open AI. PD: No quiero que te vayas.

Rigoberto quedó encantado con la sumita extra de dinero nada desdeñable, pero, de todas maneras, se había determinado viajar a Newark para entregarle el culo peludo a Groover.

Querido Rigoberto, dijo Chat; aquí te brindo las principales noticias para que empieces bien tu día.

Lo primero que leyó Rigoberto fue: Peruano es internado de urgencia en el University Hospital de la calle Bergen, en Newark. Se sospecha de envenenamiento con cianuro.

En la imagen que acompañaba la nota, estaba el rostro de Groover; una cara ancha, de ojos pequeños y nariz puntiaguda, conjunto este que hacía presumir que de pequeño había sido lorna. La noticia continuaba: Se sospecha de una vendetta política. Seguiremos informando.   


viernes, 30 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 18: Groover en: "Matagatos"

 


¡Uy, llegó una de mi talla!, dijo Groover cuando se unió al grupo una morena de exuberantes carnes. Todo lo tenía súper grande: la tetamenta, la piernamenta y, sobre todo, la nalgamenta.

¡Uy, qué rico me lo sabroseo!, volvió a decir Groover, salivando, imaginándose lo que sería esa noche cuando tuviera entre sus manos a esa negra de tamaño familiar.

Ese Snarf es un chucha, pensó Groover, agradecido, reflexionando sobre lo audaz y arrojado que había resultado ser el personaje que conoció siendo niño y que ahora le demostraba su sagacidad para las negociaciones.

Groover sacó su celular para grabar a la diosa de ébano que se cenaría dentro de unos minutos.

Pero el ego le ganó, y decidió ya no solo efectuar una simple grabación. Se le ocurrió una idea mejor: hacer un directo, un IRL (acrónimo que significaba In Real Life); una tendencia muy de moda en esos tiempos y que consistía en grabar las incidencias de la vida cotidiana sin guion ni parámetros. Groover quería que todos los seguidores de su programa “Cuchillos Largos” fueran testigos impotentes de su buena fortuna sexual.

Buenas noches, buenas noches, Cuchilleros Profilácticos; miren lo que me voy a comer hoy, dijo, henchido de orgullo. El lente de su teléfono oscilaba por entre las carnes, aún alejadas de su punto, de las morenas que, al parecer, tenían la consigna de proveerle todo el placer de este mundo. Groover las vio desplegando un comportamiento inusualmente alegre.

Uyayay, dijo. Estas negras están rulay, jejeje.

Les hizo un zoom a las tetas de la carnuda que, él juraba, sería suya.

O quizá el pendejo de Snarf me las ha puesto a todas, rio.  A esta gorda la voy a agarrar a correazos, soñó. Y, para ir adelantándose a los hechos, se desprendió de la faja que mantenía afirmados sus pantalones de mezclilla.

***

Con su pan con huevo frito en un plato y una taza con su leche y su Milo, el niño Groover se acercó presuroso al enorme televisor que perecía de cansancio en el sitio principal de la sala de sus padres.

Sintonizó el canal cinco. Era sábado. Nueve y treinta de la mañana. Nubeluz, el programa infantil con cuyas dalinas Groover se acuchillaba salvajemente todas las noches y, en el día, algunas veces en el baño del colegio, presentaba, en esa precisa hora, su primer dibujito animado: Los Thundercats. Pero como Groover no sabía un pincho de inglés, decía: Los Tondercans.

Su personaje favorito era Snarf, un gato amutantado, parlanchín, entrometido y de voz atiplada. Poseía unas luengas barbas y una rica panza de borracho peruano. En el capítulo de ese sábado, Buitro y Mumm-Ra urdían un magnífico y despiadado plan para destruir a Leon-O y sus camaradas, pero Snarf, que no sabía cómo chucha había llegado a la pirámide del momificado enemigo de Los Tondercans, se había ganado con la siniestra estratagema. Asustado, pero ansioso por contarle todo lo que había oído a Leon-O, en el momento de huir, tropezó con su cola, gritando de dolor al caer contra el suelo empedrado de la pirámide.

Buitro, que no era ningún huevón, detectó rápidamente al peludo intruso y, lanzándole un rayo paralizador, lo capturó.

A Groover se le atoró el pan con huevo. Acababan de aprehender a su querido Snarf y los malditos de Buitro y Mumm-Ra eran capaces de perpetrarle las más viles torturas. Apuró un trago de su leche con Milo y, repuesto del atoro, subió veloz a su cuarto, en el segundo piso de la casa. Quería llorar. Pensó con angustia, mientras subía las escaleras de cemento, desprovistas de acabados: Todavía tengo que esperar hasta el otro sábado para saber qué le va a pasar a mi gran amigo Snarf. Seguramente esos hijos de puta de Mumm-Ra y Buitro aprovecharán toda esta semana para arrancarle las uñas a mi amigo, para meterle un soplete por el culo, etcétera y etcétera. ¡Oh, Dios, no me quiero imaginar más!

Abrió la puerta de su cuarto con un severo patadón y se zambulló en la cama. Lo que sintió al entrar en contacto con su humilde colcha fue una fría y maloliente laguna de pichi. Eran orines de gato.

¡La putamadre!, estalló el pequeño Groover. Gatos de mierda, ya se cagaron conmigo. La ventana de su cuarto estaba abierta. Reconoció las huellas de las patas de los gatos que se habían infiltrado en su habitación aprovechando que él no había cerrado las hojas de esa ventana. Los felinos, luego de haber cachado sobre su cama, dejaron sus meados y sus pelos. Pulgas también.

Bien miradas las cosas, el desastre en el lecho del pequeño Groover era culpa suya y de nadie más. Por ir atolondradamente a ver sus Tondercans, olvidó cerrar la ventana del cuarto. Ya en otras varias ocasiones, por haber dejado abierta esa finestra, los gatos del vecindario se habían colado en su habitación, propiciando todo tipo de desastres. Definitivamente, la cama meada era su culpa. Pero estos pensamientos, propios de alguien que ha asimilado las doctrinas de vida de Séneca, no eran ciertamente los que se atravesaban en esos momentos por la mitra del pequeño Groover, quien ya maquinaba la acción definitiva que emplearía contra la pandilla de gatos que lo habían agarrado de gil.

***

¿Snarf?

Groover no les creía a sus ojos.

¿Snarf? ¿Eres tú? ¿Estás vivo?

Claro, pues, huevonazo, dijo el gato. ¿No me estás viendo? ¿Acaso no has leído a Sartre? ¿No te recomendé hace años, luego de que te corriste la paja con esa dalina ricotona y pituca, que leyeras “El ser y la nada”? ¿No te suena eso de que la existencia precede a la esencia? Soy yo, pues, hijito.

Groover sentía un gran respeto por Snarf. Y le parecía de la putamadre que sea tan de barrio.

Oye, me parece cojonudo que tengas calle y materia gris, pero ¿por qué no eras así en la tele?

Voy a dejar que Nietzsche te escuelée: En sociedades como las nuestras, tenemos que portar máscaras y roles para encajar. Lo verdadero permanece oculto. En la sociedad tan cagada de la televisión, tuve que representar mi papel de buena gente y pan con relleno, pues. Leon-O tenía el rol de ser el men de la vaina, cuando era tremendo pasivo, por mi madre. Si supieras cómo Pantro le daba vuelta en los cortes comerciales. Lo hacía maullar al Leon-O.

Groover jamás se imaginó que el verdadero Snarf le caería mucho mejor que el que salía en la tele. Y encima era todo un lector el puta.

¿O sea que Buitro y Mumm-Ra no te cagaron?

No, hijito, qué va a ser. A ese par de cocainómanos les giras un pase y los pones rulay, rulay de la refunrinfunflai.

Mierda, rico crossover, pensó Groover. Snarf citando al pastrulo de Timoteo. La cagada.

Entonces, ¿qué pasó? ¿Cómo te libraste de esos dos perversos?

Snarf lo miró a Groover como se mira a un caído del palto. No había entendido nada. Era mejor pasar al quid del asunto.

Mira, estimado, estoy aquí porque te tengo una gran sorpresa. Eres uno de mis hinchas más acérrimos desde los tiempos de tus primeras y precoces pajas. Yo he estado en tu mente mientras hacías desfilar por el muladar de tu cerebro a las mujeres más pulposas y sensuales de todo el material pornográfico que has visto en tu vida. Entonces, sé que lo que te tengo preparado te encantará. O como decía el chino fuman pai del comercial que pasaban luego de Los Tondercans: Te encantalá.

Upa, qué cosa será, dijo Groover, sobándose las manos.

Snarf le extendió una tarjeta negra. Groover leyó en ella un número de teléfono y unas letras que decían: Las Morenas del Brick City.

El rostro interrogativo de Groover fue la evidente señal que Snarf recogió para explicarle el asunto.

***

Cuando regresó de jugar fulbito, subió directamente a su cuarto. No le hizo falta encender la luz, podía aspirar el olor a muerte que se erizaba desde la cama. Una sonrisa malvada le deformó el rostro. Entonces, encendió la luz.

Sobre la cama, seis gatos yacían patitiesos.

Cayeron, conchasumadre. Se las tenía jurada y cayeron.

A su corta edad, el pequeño Groover había cometido un atroz atentado en nombre de la paz de su habitación y en defensa de sus sábanas moteadas de poluciones nocturnas y diurnas.

Ya tenía preparadas las bolsas negras plásticas en las que pondría los cuerpos tiesos de los gatos. Enseguida, los arrojaría, sin lágrima alguna en la conciencia, al camión de la basura.

No le remeció congoja alguna. Eso era para los débiles de espíritu. Había hecho justicia, carajo. Cuando se transgredía la paz de uno, la muerte del otro era imperativa. Más vale un buen bocado de racumín que mil cerradas de ventana, elucubró.

***

Entonces, un negrazo portentoso se entrometió en el campo visual de la cámara del celular de Groover.

¿Y este zambo?, se preguntó. Indirectamente, les hacía la misma pregunta a sus seguidores.

El moreno se introdujo rápidamente en medio de las negras que iban en dirección de Groover. Hablaban en inglés. Se detuvieron a medio camino.

¿Qué chucha está pasando?, les preguntó Groover retóricamente a sus seguidores. Snarf no me había hablado de un negro, pensó. Tá huevón. Ahorita mismo lo llamo. Un segundo después, reflexionó: Pero qué huevón que soy; cómo lo voy a llamar si estoy haciendo transmisión con el celular.

Era llamar a Snarf o apagar la transmisión. Se fijó en los números que acompañaban su IRL. Por la conchasumadre, sesenta sapazos. Putamadre, y cuando hago programas de análisis políticos no me ve nadie, carajo. Pero a estos malvivientes de mis seguidores ni bien les muestras carne ya están con la pinga en la mano sapeando.  

Groover había estado sentado sobre un murete, pero cuando vio que ahora solo el negro se acercaba a su ubicación, se paró, asustado. El moreno iba con cara de simio enrabietado. De lo contrariado que se halló, Groover olvidó cómo manejar su celular. Entonces, se hundió en una espiral de confusión. Quiso apagar la transmisión para que ninguno de sus seguidores se ganase con lo que parecía pintar mal, muy mal, pero, por el susto que le recorría el cuerpo, se convirtió en una nulidad tecnológica. Resignadamente, dejó que la cámara siguiera grabando y transmitiendo.

Oe, conchatumadre, ¿le estás grabando el culo a mis mujeres? ¿Qué clase de pervertido eres, ah?, dijo el negro en un inglés neoyorquino de callejón. Parecía el hermano no reconocido de King Kong. Tenía unas venazas protuberantes en el cuello y en la frente.

Groover balbuceó algunas excusas en inglés, pero el negro no entendió nada. Como Donald Trump, pero con un estilo aún más directo y violento, el negro le exigió que te vuelvas para tu país, sudamericano de mierda.

Ante semejante demanda, Groover volvió a esbozar sus excusas, pero esta vez mencionando a Snarf.

¿Snarf?, repitió el negro, asombrado.

Groover captó que el nombre de su felino amigo había captado la atención del negro y había logrado, al parecer, decrecer sus furiosas revoluciones.

Snarf, Snarf, Snarf, decirme negras para mí, para mi contento, dijo Groover en un inglés que, más que amansar al negro, lo sacaba de sus casillas.

Ah, chicas, este es el Lucho, este es el hijo de puta del que nos habló Snarf.

Ante la incredulidad de Groover, las pulposas mujeres se le fueron encima.

Aguantar, aguantar, yo no ser, imploró Groover. Yo no tener nada que ver. Yo ser inocente.

Pero las mujeres ya le estaban haciendo tremendo apanado. En poco tiempo, Groover perdió la conciencia.

***

Lo primero que vieron sus ojitos chinitos al despertar fue una tremenda hoja metálica y filuda que se balanceaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda a cinco centímetros de su sexo flácido y desnudo. Luego, se dio cuenta de que todo él estaba calato y atado a una silla. Intentó mover un pelo, pero fue imposible.   

De una puerta, salió Snarf.

Snarf, carajo, amigo, pensé que me habían secuestrado, dijo Groover, aliviado. Putamadre, creo que unas negras de mierda me apanaron y, mírame, terminé aquí, atado. Libérame, sácame de aquí, amigo.

Aguanta tu caña, cuñao, dijo Snarf con una tranquilidad marciana. Tú estás donde te mereces estar.

¿Qué? ¿Qué fue, Snarf? ¿Está todo bien? Tú me habías prometido una orgia brava con unas morenas ricotonas del Brick City y mira cómo estoy. No, pues, así no juega Perú, Snarf, reclamó Groover. Cada vez que intentaba deshacerse de sus ataduras, se lastimaba más y más. Esto lo disuadió de liberarse por la fuerza.

Claro que te prometí a unas morenas ricotonas, y las tendrás, pero, al mismo tiempo, ellas te darán el castigo que te mereces por la barbaridad, la bestialidad, que hiciste hace unos años con unos gatitos que no tenían la culpa de nada. Los liquidaste sin asomo de pena. Te reíste y te burlaste. Y eso jamás te lo voy a perdonar, cojudo. Así que hoy gozarás, claro que sí, yo siempre cumplo mi palabra, gozarás, pero ese gozo será también tu mayor sufrimiento, sentenció Snarf. El rostro de Groover era de un terror malsano, no tanto por las frías palabras de su amigo cuanto por el movimiento pendular de esa filuda hoja de metal a tan solo cinco centímetros de su pinga muerta y asustada.

Snarf, déjate de huevadas, sácame de aquí, imploró Groover.

Tu exacerbada libido, tu mañosería incontenible, será tu perdición, estimado matagatos. Cuando me retire, las morenotas ricotonas, que sí son para ti, joder, que no te he mentido en eso, coño. Snarf tosió. Se compuso la garganta. Discúlpame, huevón, a veces se me cruzan los acentos. A veces hablo en español latino y, sin darme cuenta, de pronto, estoy hablando en español de España, joder. Tú sabes que Los Tondercans se transmitía en todos lados.

Groover asintió. Quién no había visto a Los Tondercans en el mundo.

Bueno, las morenas te bailarán, te sabrosearás con sus culos, porque te los pondrán en la cara. ¿Recuerdas a esa que dijiste que es de tu talla? Ella tiene los pies feos, pero en compensación, tienen una vagina de campeonato; tiene la vagina que mató a Jaga.

¿Y la podré lamer? ¿Podré beber sus jugos?, preguntó Groover, anhelante, olvidando por unos instantes que el péndulo cortante e hipnotizante seguía pasando y repasando a solo cinco fijos centímetros de su pene muerto.

Claro, claro, las cositas y las cosotas de esas morenas son todas para ti, hermano. Solo que, cuando empieces a gozar de lo lindo, la pinga que tienes, que estimo que cuando se para sobrepasa los cinco centímetros… ¿no?

Carajo, Snarf, más respeto. La pinga parada me mide dieciocho potentes centímetros. Más respeto cuando hables de mi pichula, exigió cordialmente Groover.

Tanto mejor, tanto mejor, aplaudió Snarf, y se situó cerca y cuidadosamente del péndulo mortífero.  Verás, este péndulo está fijo para que oscile a cinco centímetros de tu huevada. Entonces, una vez que tu vaina se pare tan solo de ver a las morenas calatotas que saldrán por esa puerta, ella solita, tu pinga, se acercará al péndulo y, ¡júacate!, te quedarás mocho, hermano. Me parece que es el castigo justo que te mereces por haber desaparecido inmisericordemente a una pandilla de honestos, juguetones, pero, al fin y al cabo, inocentes gatitos, conchatumadre.

¡No!, se desgarró Groover en una lastimera súplica.

Chicas, el muchacho está listo para gozar, dijo Snarf en un impoluto inglés. Y desapareció por la misma puerta por la que ahora entraban las mismas morenas que horas antes habían apanado a Groover. Ingresaron desnudas, meneando sus carnes, coreando Groover, Groover, somos tuyas, Groover, agárranos a correazos, Groover.

El miembro de Groover empezó a pararse y él, en medio de lágrimas, le exigía: cabezón cojudo, agáchate, mierda, agáchate que te vuelan.