lunes, 11 de abril de 2011
GENTE III
El alto mando militar, un hombre de barriga montubia y pelada brillante, que está vestido con una camisa de seda celeste, unas bermudas beige y unas alpargatas marrones, está a punto de girar la manija de la puerta del baño de la sala. Al otro lado de la puerta, el ingeniero apitucado se prepara para aspirar la última línea de su ración de coca. Está bien riiiica esta coca, conchesumare.
El brazo militar se va extendiendo hacia la puerta. Una mano trigueña se posa rápidamente sobre el brazo peludo del cachaco: es la Eulalia, la chola de la casa, la empleada, la mujer con la que el militar sostiene relaciones sexuales en repetidas noches. Y la esposa de este mierda lo sabe, pero se hace la loca porque luego ¿quién chucha la va a mantener y regalar las comodidades a las que está acostumbrada?
Oye, tu hija necesita útiles pa su colegio. Dame algo, pue. Eulalia tiene tetas enormes y una niña con el alto mando militar. Por esas colosales y riquísimas tetas el capitán es capaz de cortarse los huevos. La existencia de la hija bastarda del coronel es un tema que la esposa del cachaco ignora totalmente. ¿Y si esa mujer supiera que su esposo tiene una hija con la chola, lo aguantaría? Puta, no sé, cuñao, creo que no, quién chucha la mantendría sino.
¿Y por qué no revelas el nombre del milico para que no sigas usando sinónimos de su profesión? Muy fácil pues, sobrino, porque todavía no se me ocurre ninguno ¿Estás seguro que es por eso? Bueno, tengo muchas ganas de escribir el verdadero nombre de este personaje y dejar al descubierto sus miserias, pero si lo hago, mañana aparezco muerto de todas maneras, mi cuerpo flotando sobre las turbias aguas del río Rimac. Ya después me invento un nombre, sobrino. Por el momento lee nomás y no me jodas más. Puta, por las huevas eres “confrontador” entonces. Calla, sobrino, y lee.
El militar no lleva plata consigo. Se dirige a su habitación. Detrás de él va la chola. Para el militar no es problema desembolsar mil soles diarios de sus arcas. Habría que ver cómo y cuánta plata ha robado en estrecha complicidad con el círculo de militares más afín al mandatario nacional. Le da dos mil soles a la chola. Cómprale lo mejor, ya sabes. El mes que viene te doy más. Ya lo sabes muy bien, chola de mierda, para mi hija lo mejor de este mundo ¿Quieres que vaya a tu cuarto hoy noche? Ya me corte los pelos de abajo como querías. No, chola, hoy no. Hoy es el aniversario de mi mujer. Ya quedé para tirar en el Marriot. Primero vamos a cenar en este restaurante que un amigo acaba de abrir en San Isidro. Ojalá que no se le llene de cholos como el local de mi amigo Hernán. A pesar de que ese huevón puso bien altos los precios de los platos, los cholos arribistas le cayeron como manada.
La Eulalia pone el fajo de billetes dentro de su sostén. Da media vuelta y se retira. El militar le queda mirando el culo. Ya no lo ve con el mismo ardor con que lo veía antes ¿no ves que ese culo ya es de él? Si o no, brother: Cuántas veces le habrá roto el culo a la chola ese generalote. El militar se agarra la verga y recuerda que tiene que echarse un par de píldoras de viagra para responderle debidamente a su señora. Pero, primero lo primero: a cagar.
El general abre la puerta del baño y ya no encuentra al ingeniero apitucado. Éste va al volante del auto de su enamorada con rumbo a la reunión amical. Maneja el auto con tal desparpajo, con tal concha, como si fuera de él. Conduce el carro con una velocidad inusitada, como si estuviera siendo perseguido por un contingente policial. Su blonda enamorada lo observa fascinada. No tiene idea de lo duro que está su enamorado, no tiene puta idea de que su joven ingeniero en esos momentos se cree Flash.
En un semáforo, el auto se ha detenido. Ah, chucha, después de todo, el ingeniero engreído era consciente, causita. Noooo, nada que ver: ha parado porque quería rascarse la ñata. Le picaba mucho. Hay otro auto, igual de lujoso, al lado. Un chico rubio, guapo, de cabello largo está al volante. Ay qué cabro para decir que el chico está guapo, sao!!! Oe, qué tienes, compare. Era guapo el pata, pes. Déjame contar, carajo. Ya, está bien, pero no te me sulfures.
La enamorada del ingeniero acomplejado lo ha reconocido: es su ex enamorado de la época del colegio. Está más guapo de lo que era. Está lindo. Por la puta primera vez en su vida, ha dejado de admirar a su ingeniero y está mirando, todavía con algún disimulo, a ese ex enamorado que está como ella –y todas- quieren. El chico tiene la cabeza tirada hacia atrás. El cabello le cae con cierto glamour y estilo. Está churrísimo. Ve a su ingeniero medio acholado y ya no lo está encontrando tan atractivo.
La luz del semáforo va a cambiar a verde. El ingeniero se dispone a poner primera. Su enamorada sigue mirando al otro chico. El otro chico endereza su cabeza y una chica emerge del regazo de él: una morena guapa que se pasa la mano por la boca como para limpiarse algo.
¿Se la estaban chupando? Así parece, causa. La rubia no se iba a quedar con la curiosidad. No arranques, no arranques, le grita la rubia al ingeniero. Éste reacciona como si se despertase de un sueño y quita el pie del acelerador. La rubia baja del auto. Va a encarar a su ex.
El brazo militar se va extendiendo hacia la puerta. Una mano trigueña se posa rápidamente sobre el brazo peludo del cachaco: es la Eulalia, la chola de la casa, la empleada, la mujer con la que el militar sostiene relaciones sexuales en repetidas noches. Y la esposa de este mierda lo sabe, pero se hace la loca porque luego ¿quién chucha la va a mantener y regalar las comodidades a las que está acostumbrada?
Oye, tu hija necesita útiles pa su colegio. Dame algo, pue. Eulalia tiene tetas enormes y una niña con el alto mando militar. Por esas colosales y riquísimas tetas el capitán es capaz de cortarse los huevos. La existencia de la hija bastarda del coronel es un tema que la esposa del cachaco ignora totalmente. ¿Y si esa mujer supiera que su esposo tiene una hija con la chola, lo aguantaría? Puta, no sé, cuñao, creo que no, quién chucha la mantendría sino.
¿Y por qué no revelas el nombre del milico para que no sigas usando sinónimos de su profesión? Muy fácil pues, sobrino, porque todavía no se me ocurre ninguno ¿Estás seguro que es por eso? Bueno, tengo muchas ganas de escribir el verdadero nombre de este personaje y dejar al descubierto sus miserias, pero si lo hago, mañana aparezco muerto de todas maneras, mi cuerpo flotando sobre las turbias aguas del río Rimac. Ya después me invento un nombre, sobrino. Por el momento lee nomás y no me jodas más. Puta, por las huevas eres “confrontador” entonces. Calla, sobrino, y lee.
El militar no lleva plata consigo. Se dirige a su habitación. Detrás de él va la chola. Para el militar no es problema desembolsar mil soles diarios de sus arcas. Habría que ver cómo y cuánta plata ha robado en estrecha complicidad con el círculo de militares más afín al mandatario nacional. Le da dos mil soles a la chola. Cómprale lo mejor, ya sabes. El mes que viene te doy más. Ya lo sabes muy bien, chola de mierda, para mi hija lo mejor de este mundo ¿Quieres que vaya a tu cuarto hoy noche? Ya me corte los pelos de abajo como querías. No, chola, hoy no. Hoy es el aniversario de mi mujer. Ya quedé para tirar en el Marriot. Primero vamos a cenar en este restaurante que un amigo acaba de abrir en San Isidro. Ojalá que no se le llene de cholos como el local de mi amigo Hernán. A pesar de que ese huevón puso bien altos los precios de los platos, los cholos arribistas le cayeron como manada.
La Eulalia pone el fajo de billetes dentro de su sostén. Da media vuelta y se retira. El militar le queda mirando el culo. Ya no lo ve con el mismo ardor con que lo veía antes ¿no ves que ese culo ya es de él? Si o no, brother: Cuántas veces le habrá roto el culo a la chola ese generalote. El militar se agarra la verga y recuerda que tiene que echarse un par de píldoras de viagra para responderle debidamente a su señora. Pero, primero lo primero: a cagar.
El general abre la puerta del baño y ya no encuentra al ingeniero apitucado. Éste va al volante del auto de su enamorada con rumbo a la reunión amical. Maneja el auto con tal desparpajo, con tal concha, como si fuera de él. Conduce el carro con una velocidad inusitada, como si estuviera siendo perseguido por un contingente policial. Su blonda enamorada lo observa fascinada. No tiene idea de lo duro que está su enamorado, no tiene puta idea de que su joven ingeniero en esos momentos se cree Flash.
En un semáforo, el auto se ha detenido. Ah, chucha, después de todo, el ingeniero engreído era consciente, causita. Noooo, nada que ver: ha parado porque quería rascarse la ñata. Le picaba mucho. Hay otro auto, igual de lujoso, al lado. Un chico rubio, guapo, de cabello largo está al volante. Ay qué cabro para decir que el chico está guapo, sao!!! Oe, qué tienes, compare. Era guapo el pata, pes. Déjame contar, carajo. Ya, está bien, pero no te me sulfures.
La enamorada del ingeniero acomplejado lo ha reconocido: es su ex enamorado de la época del colegio. Está más guapo de lo que era. Está lindo. Por la puta primera vez en su vida, ha dejado de admirar a su ingeniero y está mirando, todavía con algún disimulo, a ese ex enamorado que está como ella –y todas- quieren. El chico tiene la cabeza tirada hacia atrás. El cabello le cae con cierto glamour y estilo. Está churrísimo. Ve a su ingeniero medio acholado y ya no lo está encontrando tan atractivo.
La luz del semáforo va a cambiar a verde. El ingeniero se dispone a poner primera. Su enamorada sigue mirando al otro chico. El otro chico endereza su cabeza y una chica emerge del regazo de él: una morena guapa que se pasa la mano por la boca como para limpiarse algo.
¿Se la estaban chupando? Así parece, causa. La rubia no se iba a quedar con la curiosidad. No arranques, no arranques, le grita la rubia al ingeniero. Éste reacciona como si se despertase de un sueño y quita el pie del acelerador. La rubia baja del auto. Va a encarar a su ex.
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Daniel Gutiérrez Híjar,
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Elecciones - ¿Por qué llegamos a este punto?
No todo pueblo es sabio. Depende de qué tipo de pueblo se está considerando. Un pueblo que ha sido debidamente educado, aquél que no tiene carencias de primera necesidad sino aquel cuya máxima preocupación es saber qué tipo de automóvil va a adquirir al cabo de cinco años, sabrá escoger, apropiada y acertadamente, a los gobernantes que les propongan la continuidad del modelo económico y social que desean seguir llevando.
Un pueblo como el peruano, cuya tercera parte de su población sólo piensa en saber cómo conseguirá los dos soles diarios, si acaso, que le permita subsistir, no escogerá al candidato que le hable de bonanza macro económica a futuro, ni mucho menos a aquel que reciba el respaldo de connotados intelectuales que aparecen en cenas de lujo u en ceremonias fastuosas, que hablan de democracia y estado de derecho, cosas que esa tercera parte de la población no entiende porque eso no les sirve para vivir.
Ese sufridísimo sector del país es calificado por muchos de los que sí entienden de democracia y macroeconomía como ignorantes y bestias salvajes. Estos que sí entienden de cosas como privatizaciones, redes sociales y encuestas a boca de urna, desconocen que aquellas gentes que les parecen bestias y salvajes jamás, a través del tiempo, tuvieron acceso a una buena educación porque ningún gobierno procuró acercarse a ellos. Toda esta desconexión tiene orígenes muy remotos y ello no cambiará instantáneamente.
Los más pobres del Perú votaron por aquellos que les ofrecieron solucionar sus problemas inmediatos y urgentes. No por aquellos que se parecían mucho a aquellos que jamás hicieron algo por escucharles siquiera.
Un pueblo como este no puede ser sabio. Es, simplemente, un pueblo ávido de cambios que le son urgentes, primarios y perentorios.
PPK hubiera sido un excelente presidente del Perú. Estoy seguro que si buen manejo político le hubiera procurado al país el bienestar económico y social tan anhelado en estos tiempos. Sin embargo, su propuesta, llamémosla “intelectual” y “técnica” no calaría en esa población que sólo quiere que alguien le asegure que va a dejar de ganar dos soles diarios el día de mañana.
Un pueblo descontento, desilusionado y no ilustrado (porque sus antepasados siempre fueron relegados y conminados a hacer duras labores si quería seguir viviendo) escoge a aquel que le dice lo que quiere escuchar. Populismo. Por ello, es que el Perú ha llegado a un punto en el que el votante pensante (porque ha tenido la oportunidad de estudiar y progresar) evaluará más de dos veces su intención en marcar un aspa sobre la O o sobre la K.
Como diría el malvado y simpático Billy The Puppet de la sangrienta película Saw: “The choice is yours. Let the game begin”.
Un pueblo como el peruano, cuya tercera parte de su población sólo piensa en saber cómo conseguirá los dos soles diarios, si acaso, que le permita subsistir, no escogerá al candidato que le hable de bonanza macro económica a futuro, ni mucho menos a aquel que reciba el respaldo de connotados intelectuales que aparecen en cenas de lujo u en ceremonias fastuosas, que hablan de democracia y estado de derecho, cosas que esa tercera parte de la población no entiende porque eso no les sirve para vivir.
Ese sufridísimo sector del país es calificado por muchos de los que sí entienden de democracia y macroeconomía como ignorantes y bestias salvajes. Estos que sí entienden de cosas como privatizaciones, redes sociales y encuestas a boca de urna, desconocen que aquellas gentes que les parecen bestias y salvajes jamás, a través del tiempo, tuvieron acceso a una buena educación porque ningún gobierno procuró acercarse a ellos. Toda esta desconexión tiene orígenes muy remotos y ello no cambiará instantáneamente.
Los más pobres del Perú votaron por aquellos que les ofrecieron solucionar sus problemas inmediatos y urgentes. No por aquellos que se parecían mucho a aquellos que jamás hicieron algo por escucharles siquiera.
Un pueblo como este no puede ser sabio. Es, simplemente, un pueblo ávido de cambios que le son urgentes, primarios y perentorios.
PPK hubiera sido un excelente presidente del Perú. Estoy seguro que si buen manejo político le hubiera procurado al país el bienestar económico y social tan anhelado en estos tiempos. Sin embargo, su propuesta, llamémosla “intelectual” y “técnica” no calaría en esa población que sólo quiere que alguien le asegure que va a dejar de ganar dos soles diarios el día de mañana.
Un pueblo descontento, desilusionado y no ilustrado (porque sus antepasados siempre fueron relegados y conminados a hacer duras labores si quería seguir viviendo) escoge a aquel que le dice lo que quiere escuchar. Populismo. Por ello, es que el Perú ha llegado a un punto en el que el votante pensante (porque ha tenido la oportunidad de estudiar y progresar) evaluará más de dos veces su intención en marcar un aspa sobre la O o sobre la K.
Como diría el malvado y simpático Billy The Puppet de la sangrienta película Saw: “The choice is yours. Let the game begin”.
miércoles, 6 de abril de 2011
GENTE II
El joven ingeniero que se cree pituco tiene la piel blanca. Su piel no es tan blanca como la de un gringo norteamericano, pero tampoco es oscura como la de un trigueño; y esto último, él lo agradece infinitamente a la naturaleza. Siempre que puede, da gracias a Dios por no haber heredado el color de piel de su padre, sino el de su madre. Se considera muy afortunado de no haber adquirido los rasgos aindiados de su madre, sino los de su viejo, que son más bien anglosajones. Su viejo puede ser trigueñísimo, oscurísimo; pero para nada tiene los rasgos de un cholo. El joven ingeniero apitucado se ve a sí mismo como la mezcla perfecta de las mejores características de sus padres.
El ingeniero que se cree pituco habla como los pitucos: ha copiado ese dejo en la voz, entre medio estirado y despreocupado, que suelen emplear los chicos y chicas adinerados de su país.
Seguro que ese huevón vive en La Molina o San Isidro. No, señor. El ingeniero apitucado no mora en ninguno de esos distritos; el tipo vive en Carabayllo. Chucha, bien pendejo es ese ingeniero: habla como pituco, se rodea de gente blanquita, pero el muy mierda vive en el culo del mundo, con la gente pobre. La cagada.
Así es ese ingeniero: jamás dejará que lo vean con alguien que no sea blanquito o blanquita y que viva en los distritos de clase A. Por eso no tiene amigos en su barrio, el cual es uno populosísimo, situado en el mismísimo corazón de Carabayllo: ¡Asu! ¡qué piña que es esa mierda! Y, pa’ concha, todos sus vecinos son marroncitos. O sea que el ingeniero apitucado, en su adolescencia, no cruzó palabra con ninguno de sus vecinos; ellos salían a jugar fulbito en la cancha de tierra del barrio, y él se quedaba practicando y copiando el tono de voz y la entonación que usaban los amigos que conocía en el costoso instituto en donde aprendió a hablar inglés.
Este joven siempre dice que tiene plata; y la tiene, pero no en las cantidades que la gente puede pensar. Míralo, sin embargo, cómo habla de que se va a comprar un carro, que va a estrenar departamento y cosas por el estilo. Bien florero me había resultado este ingeniero.
No tendrá la plata para comprarse un departamento; pero no cabe duda alguna de que tiene muchas ganas de irse de su casa. Él quisiera invitar a sus amigos blanquitos a la casa, pero se contiene por muchas razones: uno) su casa queda en Carabayllo, dos) sus viejos, según él, son impresentables; su mamá por india y su papá por marrón, tres) sus “brothers” comprobarían que su casa no tiene los lujos de los que él se ufana.
Conocido cabeceador es el ingeniero que se cree pituco. A varios de sus compañeros del trabajo les ha metido cabeza con veinte y treinta soles. Sus compañeros nunca le cobran porque piensan que si lo hacen, el ingeniero apitucado podría pensar de ellos que son unos misios de mierda que cobran deudas ridículas de veinte soles. Claro, es que sus compañeros de trabajo le han comprado el cuentazo de que él es un pituco de verdad. Y ellos, no pueden quedar como misios ante un pituco.
Fue por ósmosis que el joven ingeniero apitucado conoció la cocaína. La mayoría de sus amigos de clase alta la conocía muy bien y la consumía mejor, desplegando una maestría espectacular al momento de su inhalación. Una vez que el ingeniero apitucado cobraba su salario, corría adonde el negro del cajón para comprarle cocaína. El negro le aseguraba que era coca de la mejor calidad. Purita, varón.
Ahora el ingeniero apitucado está jalando harta coca en el baño de la casa de su enamorada, quien resultó ser una guapa modelo limeña, hija de un alto mando del ejército peruano. Ella lo está esperando en el auto de su papá (del papá de ella, porque el ingeniero no tiene auto; menos su papá). Van a una fiesta en la casa de una amiga de ella. El alto coronel tiene el estómago flojo y se dispone a hacer uso del baño de la sala. En ese baño está el ingeniero, aspirando coca por ambas fosas nasales. Está tan a gusto en su festín que ha olvidado echarle seguro a la puerta. El alto mando del ejército, que ha robado más plata que el presidente de la república, estira su mano para girar la manija de la puerta.
El ingeniero que se cree pituco habla como los pitucos: ha copiado ese dejo en la voz, entre medio estirado y despreocupado, que suelen emplear los chicos y chicas adinerados de su país.
Seguro que ese huevón vive en La Molina o San Isidro. No, señor. El ingeniero apitucado no mora en ninguno de esos distritos; el tipo vive en Carabayllo. Chucha, bien pendejo es ese ingeniero: habla como pituco, se rodea de gente blanquita, pero el muy mierda vive en el culo del mundo, con la gente pobre. La cagada.
Así es ese ingeniero: jamás dejará que lo vean con alguien que no sea blanquito o blanquita y que viva en los distritos de clase A. Por eso no tiene amigos en su barrio, el cual es uno populosísimo, situado en el mismísimo corazón de Carabayllo: ¡Asu! ¡qué piña que es esa mierda! Y, pa’ concha, todos sus vecinos son marroncitos. O sea que el ingeniero apitucado, en su adolescencia, no cruzó palabra con ninguno de sus vecinos; ellos salían a jugar fulbito en la cancha de tierra del barrio, y él se quedaba practicando y copiando el tono de voz y la entonación que usaban los amigos que conocía en el costoso instituto en donde aprendió a hablar inglés.
Este joven siempre dice que tiene plata; y la tiene, pero no en las cantidades que la gente puede pensar. Míralo, sin embargo, cómo habla de que se va a comprar un carro, que va a estrenar departamento y cosas por el estilo. Bien florero me había resultado este ingeniero.
No tendrá la plata para comprarse un departamento; pero no cabe duda alguna de que tiene muchas ganas de irse de su casa. Él quisiera invitar a sus amigos blanquitos a la casa, pero se contiene por muchas razones: uno) su casa queda en Carabayllo, dos) sus viejos, según él, son impresentables; su mamá por india y su papá por marrón, tres) sus “brothers” comprobarían que su casa no tiene los lujos de los que él se ufana.
Conocido cabeceador es el ingeniero que se cree pituco. A varios de sus compañeros del trabajo les ha metido cabeza con veinte y treinta soles. Sus compañeros nunca le cobran porque piensan que si lo hacen, el ingeniero apitucado podría pensar de ellos que son unos misios de mierda que cobran deudas ridículas de veinte soles. Claro, es que sus compañeros de trabajo le han comprado el cuentazo de que él es un pituco de verdad. Y ellos, no pueden quedar como misios ante un pituco.
Fue por ósmosis que el joven ingeniero apitucado conoció la cocaína. La mayoría de sus amigos de clase alta la conocía muy bien y la consumía mejor, desplegando una maestría espectacular al momento de su inhalación. Una vez que el ingeniero apitucado cobraba su salario, corría adonde el negro del cajón para comprarle cocaína. El negro le aseguraba que era coca de la mejor calidad. Purita, varón.
Ahora el ingeniero apitucado está jalando harta coca en el baño de la casa de su enamorada, quien resultó ser una guapa modelo limeña, hija de un alto mando del ejército peruano. Ella lo está esperando en el auto de su papá (del papá de ella, porque el ingeniero no tiene auto; menos su papá). Van a una fiesta en la casa de una amiga de ella. El alto coronel tiene el estómago flojo y se dispone a hacer uso del baño de la sala. En ese baño está el ingeniero, aspirando coca por ambas fosas nasales. Está tan a gusto en su festín que ha olvidado echarle seguro a la puerta. El alto mando del ejército, que ha robado más plata que el presidente de la república, estira su mano para girar la manija de la puerta.
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sábado, 2 de abril de 2011
GENTE I
El negro del cajón ha subido a un microbús en la avenida Tacna. Obviamente, tiene su cajón consigo. La gente en el bus, con sólo verlo, ya sabe a qué ha subido el negro: a cantar para pedir limosna. Otra gente -la mayoría- no está muy segura de ello e intuye, más bien, otra cosa; como esa señora que ha visto el recio color del moreno y, como por un impulso natural, ha sujetado con más firmeza su bolso, “no vaya a ser que este negro de mierda sea un choro”.
El negro se ubica en un cuarto de la longitud del pasillo del bus. Coloca su cajón sobre el suelo y se sienta sobre él. El negro ha obstruido el angosto pasillo del bus para entregar su incomprendido arte musical a las acaloradas y achicharradas gentes del vehículo. El negro dice, con total conchudez: “Si quieren salir pasen por este costadito o bajen por la puerta de atrás. Yo aquí voy a tocar”. Es que este negro es un conchesumadre. Tiene calle, pe.
Le solicita aplausos adelantados a la gente. Anima a los podridos pasajeros a seguirle en lo que va a cantar. Un poquito de criollismo para reforzar nuestras raíces, señores. Comienza a darle unos estudiados golpeteos con las yemas de los dedos al cajón. Está cantando “peeroooo regresaaaa, paaara llenar el vacííío que dejaste al irte regresa…”.
Un cholo de mierda, que lleva desabrochados los tres primeros botones de su camisa bamba, dejando al descubierto un pecho sudoroso, comprueba que el negro es mucho más sabroso y más quimboso que él. Le ve el par de aros dorados que lleva colgando de su negruzca oreja derecha.
La señora gorda de mierda, que tiene el pelo pintado y cuyo marido está tirado en la cama de su casa porque no le da la gana de hacer nada, ve que el negro está quedándose pelado. Observa, también, que el negro tiene un cuerpo bonito para su edad, que puede ser la misma edad del bueno-para-nada de su marido. Debe tener una pichulaza este negro de mierda, piensa la gorda; pero, a pesar de ese juicio laudatorio hacia el negro, sostiene con más fuerza el bolso que apenas tiene cinco soles en su interior.
El cantante solicita palmas y nadie le hace caso. Muchos piensan –y ruegan-: “¿a qué hora se baja este negro chuchesumadre?” Tienen miedo de pasar cerca del negro. “No vaya a ser que, con astucia y rapidez, me quite la billetera”, piensa el profesor de academia pre universitaria de bigotes retorcidos. Este profesor que, en sus horas libres, es frecuente visitante de los puteríos del Centro de Lima.
El negro ha terminado. “Tienen suerte porque hoy les he regalado lo mejor de mi repertorio”, dice. Tiene unas Adidas originales el negro chuchesumadre, ¿a quién se las habrá robado, este mierda? “Voy a pasar por sus respectivos asientos para que me regalen un nuevo sol, señores. Mi arte no se vende por menos. Ni cagando”. Este negro es la cagada, pe. Pide un sol como bueno. Ya quisiera ser tan conchán como este moreno.
Mira, causa, la gente le está dando un sol. Puta, que los ha trabajado bien el negro. Va a salir billetón de este bus.
Sin sus vitaminas, el negro del cajón no hubiera podido despachar esas dosis histriónicas y poderosas de energía y picardía mientras le daba duro, y con clase, a su ¿nuevo? cajón: pucha, este negro se pasa, ¿a quién le habrá choreado ese cajón?
Antes de salir de su cuarto, el negro había aspirado un par de líneas de la coca (“vitaminas”) que el apitucado joven ingeniero le había separado con anticipación. Es que el negro necesita pilas para cantar todo el día, pe.
El negro del cajón cuenta las monedas que ha recibido: doce soles. Nada mal. El día recién ha comenzado. Cruza la avenida Tacna. Ve sobre parar un bus lleno que va en el sentido contrario del que había tomado. De nuevo, a tocar cajón, caracho.
El negro se ubica en un cuarto de la longitud del pasillo del bus. Coloca su cajón sobre el suelo y se sienta sobre él. El negro ha obstruido el angosto pasillo del bus para entregar su incomprendido arte musical a las acaloradas y achicharradas gentes del vehículo. El negro dice, con total conchudez: “Si quieren salir pasen por este costadito o bajen por la puerta de atrás. Yo aquí voy a tocar”. Es que este negro es un conchesumadre. Tiene calle, pe.
Le solicita aplausos adelantados a la gente. Anima a los podridos pasajeros a seguirle en lo que va a cantar. Un poquito de criollismo para reforzar nuestras raíces, señores. Comienza a darle unos estudiados golpeteos con las yemas de los dedos al cajón. Está cantando “peeroooo regresaaaa, paaara llenar el vacííío que dejaste al irte regresa…”.
Un cholo de mierda, que lleva desabrochados los tres primeros botones de su camisa bamba, dejando al descubierto un pecho sudoroso, comprueba que el negro es mucho más sabroso y más quimboso que él. Le ve el par de aros dorados que lleva colgando de su negruzca oreja derecha.
La señora gorda de mierda, que tiene el pelo pintado y cuyo marido está tirado en la cama de su casa porque no le da la gana de hacer nada, ve que el negro está quedándose pelado. Observa, también, que el negro tiene un cuerpo bonito para su edad, que puede ser la misma edad del bueno-para-nada de su marido. Debe tener una pichulaza este negro de mierda, piensa la gorda; pero, a pesar de ese juicio laudatorio hacia el negro, sostiene con más fuerza el bolso que apenas tiene cinco soles en su interior.
El cantante solicita palmas y nadie le hace caso. Muchos piensan –y ruegan-: “¿a qué hora se baja este negro chuchesumadre?” Tienen miedo de pasar cerca del negro. “No vaya a ser que, con astucia y rapidez, me quite la billetera”, piensa el profesor de academia pre universitaria de bigotes retorcidos. Este profesor que, en sus horas libres, es frecuente visitante de los puteríos del Centro de Lima.
El negro ha terminado. “Tienen suerte porque hoy les he regalado lo mejor de mi repertorio”, dice. Tiene unas Adidas originales el negro chuchesumadre, ¿a quién se las habrá robado, este mierda? “Voy a pasar por sus respectivos asientos para que me regalen un nuevo sol, señores. Mi arte no se vende por menos. Ni cagando”. Este negro es la cagada, pe. Pide un sol como bueno. Ya quisiera ser tan conchán como este moreno.
Mira, causa, la gente le está dando un sol. Puta, que los ha trabajado bien el negro. Va a salir billetón de este bus.
Sin sus vitaminas, el negro del cajón no hubiera podido despachar esas dosis histriónicas y poderosas de energía y picardía mientras le daba duro, y con clase, a su ¿nuevo? cajón: pucha, este negro se pasa, ¿a quién le habrá choreado ese cajón?
Antes de salir de su cuarto, el negro había aspirado un par de líneas de la coca (“vitaminas”) que el apitucado joven ingeniero le había separado con anticipación. Es que el negro necesita pilas para cantar todo el día, pe.
El negro del cajón cuenta las monedas que ha recibido: doce soles. Nada mal. El día recién ha comenzado. Cruza la avenida Tacna. Ve sobre parar un bus lleno que va en el sentido contrario del que había tomado. De nuevo, a tocar cajón, caracho.
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Daniel Gutiérrez Híjar,
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viernes, 1 de abril de 2011
Ebony girl
I want
To tell all the people
That you are the one
Seen through my heart’s peephole
I have the right
To ride
Your tide
Magic insight
That slow and precious melody
Enjoying your skin, ebony
Girl, sweet agony
Adoring you, my blasphemy
My door, you are
Evolving into these creatures
My door, you are
I know all your sinful features
To tell all the people
That you are the one
Seen through my heart’s peephole
I have the right
To ride
Your tide
Magic insight
That slow and precious melody
Enjoying your skin, ebony
Girl, sweet agony
Adoring you, my blasphemy
My door, you are
Evolving into these creatures
My door, you are
I know all your sinful features
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Daniel Gutiérrez Híjar
Spike Bike
My sweet baby is waiting for me
She doesn’t know
I’m not coming home
Tonight
My sweet baby
She holds her bike
She is holding her bike
Tight
It has no brakes
And I cannot take
Not to see my baby
Today
I’m so far away
Drinking and laughing
But inside
I’m
Screaming
Crying
Dying
For her
For my sweet baby
She doesn’t know
I’m not coming home
Tonight
My sweet baby
She holds her bike
She is holding her bike
Tight
It has no brakes
And I cannot take
Not to see my baby
Today
I’m so far away
Drinking and laughing
But inside
I’m
Screaming
Crying
Dying
For her
For my sweet baby
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