Alonso Cueto (Lima, 1954) ha publicado “Cuerpos Secretos”, novela que narra las circunstancias en las que un romance, atípico y vetado por la sociedad, se gesta y se complica. Es la historia del amor que surge entre dos amantes muy improbables: una señora de cuarenta años, económica y socialmente muy acomodada, y un muchacho de veinticinco años, cuzqueño, que reside buena parte de su vida en Los Olivos, dedicado a la enseñanza de matemáticas en un instituto sanisidrino. Sus nombres: Lourdes Paz y Renzo Lozano.
Lourdes es una empresaria que se dedica al negocio de las telas. Está casada con el empresario José Schon, personaje que desempeña un cargo ministerial en el gobierno peruano. Ambos viven en una lujosa casa en la urbanización Camacho. Además, como toda familia de boato y poder, tienen una casa de playa en Asia. Es ese balneario el escenario del encuentro entre Lourdes y Renzo, quien viaja hasta allí para darles clases particulares de matemática a los hijos de la vecina de aquella. En uno de los azares creados por el escritor, Paula –nombre de la vecina- le pide a Lourdes que le dé un aventón a Renzo, quien tiene que ir a San Isidro para impartir clases de matemática en un instituto. Durante ese aventón, Lourdes se sentirá atraída por aquel joven, por “el dibujo largo de las cejas, los hombros altos, la tez de color tierra, y en el centro de toda esa larga oscuridad, sus ojos cristalinos.” Previamente, el escritor nos ha narrado la vida monótona y predecible del matrimonio de Lourdes y José, de quien ella sospecha que le es repetidas veces infiel con invariables mujeres. Entonces, el señuelo para justificar el posterior comportamiento adúltero de Lourdes está claramente establecido: una mujer abandonada sentimentalmente que encuentra aquello que cree que carece en Renzo. Desde ese momento, Renzo y Lourdes permanecerán juntos, conversando, conociéndose y citándose en diferentes hoteles, de los cuales, el que más frecuentan es el hotel Cazorla en la avenida Colmena del Centro de Lima. El amor va medrando a escondidas de los respectivos familiares de los protagonistas. Solamente Félix, amigo de Renzo, es eventual testigo de ese amor furtivo gracias a los retazos episódicos que Renzo le cuenta buenamente. Aquel le aconseja a su amigo dejar de ver a Lourdes, pues el marido podría matarlo fácilmente. Un romance erigido por tales protagonistas debe ser descubierto –de lo contrario, la novela no tendría sentido- y obligado a deshacerse por aquellos que nunca estuvieron a favor de semejante enlace. El autor coloca algunos personajes que ayudarán a que el sino de la unión espiritual de Renzo y Lourdes continúe vivo. El final de la historia resulta algo irreal y, al menos desde mi parcializado punto de vista, pobre. Da la impresión de que el autor no sabía cómo terminar su historia. El final escrito contradice los arrestos emprendedores de los protagonistas, cuyos perfiles han sido tenuemente dibujados por el escritor. Además, el final es mediana y mediocremente feliz, lo cual cimienta su pobreza literaria.
El estilo de Cueto es el mismo que sus lectores le conocen a través de sus varias novelas. Uno reconoce esas descripciones lírico-telegráficas que abren párrafos y que compelen al lector a imaginarse los ambientes que usa el escritor a través de aquellos corpúsculos rápidos y precisos con que los pinta. Algunos ejemplos:
“La iglesia en misa de once, las bancas llenas y tantos recuerdos. Una sala con paredes de ladrillos rojos, una fila de bancas, flores en el altar de plomo.”
“La hierba y el muro y la masa serena y furiosa del mar a sus pies, el promontorio de San Lorenzo, la línea que corta el agua en el cielo, el territorio violento y armónico del agua.”
Aquello que causa cierta desazón en la historia narrada es la poca profundidad con la que son retratados los personajes centrales de la novela –ni qué decir de los periféricos-. Una apropiada sumersión en las interioridades de Renzo y Lourdes, por lo menos, explicaría el por qué dos personas tan disímiles y de mundos completamente alejados llegan a amarse con tal furor. Lo sólito, en cualquier latitud del globo, debiera ser que dos personas, al margen de sus etnias o creencias, se quieran o amen; lo insólito, en un país como el Perú, es que dos personas como Lourdes y Renzo se amen con semejante fogosidad. Es decir, en muy poco tiempo –es decir, durante el trayecto de Asia a San Isidro-, años de prejuicio se esfumaron. En una sociedad como la peruana, el individuo de las esferas más altas desdeña al peruano cuyos rasgos físicos son muy semejantes a los de los indios e incas retratados en los libros, rasgos semejantes a aquellos que portan con orgullo los pobladores de las serranías, rasgos como los que posee el que esto escribe. Y este desdén no es propiedad exclusiva de las clases blancas adineradas –uno de los leitmotiv de la novela de Cueto es la diferencia cromática entre sus personajes: lo blanco y lo trigueño-. Si hablamos claro, un cholo con plata comienza a ver a sus “congéneres” por encima del hombro y apuntará siempre, mientras más dinero y estatus acumule, a “emparentarse” con blancos con plata. Basta con echarle un ojo a esta sociedad para enterarse cabalmente de esto que escribo. Lourdes ve a Renzo como un chico de cejas largas, hombros altos, tez de color tierra y ojos cristalinos. La apariencia que Cueto le confiere a Renzo no es muy precisa y parece distar mucho de aquella que caracteriza al peruano de las serranías. Que una señora como Lourdes se hubiese enamorado de un Renzo cuyo rostro se asemejara al de un cerámico mochica propicia, sin lugar a dudas, una verdadera historia de amor dentro de una atmósfera hostil. Por la vaga descripción que hace Cueto de Renzo, parece que ese no es el caso. Es, pues, “Cuerpos Secretos”, una historia que no transgrede ninguna tara social peruana, ya que el autor no tuvo la valentía o el tino de crear personajes más reales ni de explorar en las conciencias de los que ya había creado. Un ejemplo de esto es que Renzo no es un personaje complicado o sinuoso, si tenemos en cuenta que, según el autor, aquel fue violentado sexualmente cuando tenía ocho años de su edad por un tío en el Cusco. Un hecho de ese calibre definitivamente remece a cualquiera y genera un gran impacto en su vida futura. No obstante, Renzo parece haber crecido al margen de las consecuencias de ese funesto episodio y, por el contrario, se relaciona muy bien con las mujeres y con su entorno. Así las cosas, el hecho de la violación se lee como una carga que el autor quiso endilgarle a su personaje para dotarlo de cierto drama que luego no sabe cómo usar ni desarrollar.
El que esto escribe ha vivido en Los Olivos mucho tiempo. Cueto cumple con la descripción de los sitios más conocidos de ese distrito. Menciona, incluso, a la conocida parroquia “El Buen Pastor”, lugar al que acude la atribulada madre de Renzo para rezar por el destino de su hijo y a donde Lourdes llega para entablar con ella una conversación decisiva en la novela. Cueto se tomó, al menos en ese aspecto, el trabajo de investigar aquellos ambientes olivenses que, supongo, no le son muy familiares. Así como no le son familiares, al que esto escribe, los entornos del balneario de Asia.
“Cuerpos secretos” hubiera quedado mejor si la relación de amor que cuenta se limitaba a ser protagonizada por un jovenzuelo que se involucra con una señora mayor y casada, perteneciendo ambos a la misma alta clase social. Un lector, que ha vivido en Los Olivos y que ha padecido diariamente la marginación por el rostro incaico que tiene y por el color terroso de su piel, difícilmente podrá tragarse el cuento de Cueto. ¿Y no es acaso la misión de toda buena ficción convencer a su lector de que las mentiras que cuenta son verdades palmarias?