A mi tío Roger, admirador de Pedrito desde aquellos años noventa.
Quiero suponer que las personas que nacimos en 1983, o alrededor de ese año, hemos disfrutado de nuestra adolescencia con más de una canción de Pedro Suárez-Vértiz. Escuchar algunos de sus éxitos nos transportan a esa época de transformaciones y descubrimientos.
Ese fue un motivo suficiente para comprar Yo, Pedro y leerlo prontamente. Pero hay algo más detrás de las canciones que nos hacen evocar tiempos que creemos felices; está el cantante, el artista. Y Pedro Suárez-Vértiz es un artista singular, con ideas, con una personalidad franca, abierta, inquisitiva. Sobre todo, un artista que posee un espíritu sencillo y empático, que le ha permitido ganarse la amistad incondicional de miles de peruanos, peruanos quienes, justamente por las razones antedichas u otras de diversa índole, agotaron el tiraje de su libro en la reciente feria.
Yo, Pedro es desenfadado, es diverso, es religioso, discurre y gana tangentes para luego regresar al cauce original. Está escrito por alguien que ha alcanzado esa etapa serena de la vida, luego de mucho experimentar, fracasar, vivir, y que te escribe desde allí, sin pretender ser un sabio infalible. Es decir, te aconseja como lo haría tu pata. Pedrito expone sus ideas de una manera muy cool. Cuando habla sobre la ansiedad en las relaciones interpersonales, en la página 138, dice: «Si no eres ansioso, eres de los que recibirán propuestas. Los gringos le llaman a eso ser cool. Lamentablemente, no hay traducción exacta en español para esa palabra que explica tan bien el perfil de quien es estable emocionalmente.» Líneas después, como en este caso, nos dice verdades que, quienes nos hemos enamorado, o simplemente vivido con intensidad, ya sabemos o intuimos: «Quien te sepa jugar al vacío te hará extrañarlo. Y esa es la gente no ansiosa. No se debilitan como tú con su propio carácter. No se desesperan». Y, definitivamente, Pedrito se hace querer.
Si solo compraste el libro para saciar tu morbo sobre el problema que Pedro afronta actualmente, él te lo explica en las primeras páginas. Pero si lo compraste para conocer un poco más al artista que nos ha regalado un sinnúmero de canciones indelebles, puedes leer esta mezcla de anécdotas y máximas de vida en las páginas posteriores.
Pedro habla de todo, pero principalmente del amor. Uno puede discrepar de sus opiniones, pero no podrá negar que se trata de la sabiduría que te ofrece alguien muy recorrido y ducho en ese tema, alguien que posee la peculiaridad de ver la aguja en el pajar. Como nos sucede a todos luego de que hemos sufrido algún importante revés en nuestras vidas, analizamos con calma lo que hemos hecho hasta el punto actual. Sacamos conclusiones. La veta filosófica de Pedrito se muestra ahora, lúcida y serena, cool, cuando atraviesa uno de los momentos más «inesperados», según él, por su rara disartria. Al respecto dice, en la página 24: «Yo estaba preparado para todo, menos para un problema muscular que se manifestaba en el habla; jamás lo imaginé. Tomé seguros para todo, accidentes, infecciones, muerte, pero no para esto». Pero Pedro es un ganador nato, no se desanima, la vida le ha enseñado a ser cool: «No estaba preparado, pero asumí el reto y tomé la decisión de no darle ni media vuelta más. Nunca me dio lástima, nunca derramé una sola lágrima. Simplemente me lo eché al hombro y me dispuse a que nada inmutara mi felicidad de tantos años».
Son imperdibles los encuentros de Pedrito con personajes tan disímiles como Hernando de Soto, Roque Benavides y Luisa María Cuculiza. O aquel cuando conoció a Emilio Estefan, gracias a un amistoso gesto de Jaime Bayly.
Pedro es agradecido. Característica tan notable en estos tiempos de atropellos y desvergüenzas.
Pedro es un gran conversador. Los grandes conversadores son aquellos que se interesan por lo que el otro tiene que decir. Aquellos que muestran empatía. No son grandes conversadores esos que pretenden imponer sus ideas. Así transcurrió la conversación entre él y Hernando de Soto en un avión. Pedro, humilde, como un alumno, buscó la sabiduría que aquel baquiano y experimentado caballero podía darle. Así, recibió varias y útiles lecciones: «Tú habrás visto los miles de congresos y convenciones que se hacen en Estados Unidos. Bueno, resulta que muchas veces las cosas que se exponen ahí o las conferencias que se hacen no son el principal motivo por el que la gente va. Hay momentos importantísimos en esos eventos que poco o nada tienen que ver con las materias que los expositores ofrecen. Son los momentos del coffee break, las esperas en grupo del ascensor, las búsquedas del baño, los caminos de ida o de vuelta al hotel. Porque ahí interactúas socialmente con otras personas que, como tú, también han asistido a estas convenciones y generas contactos muy importantes para el desarrollo de lo que estés haciendo. […] Todos quienes van a estas convenciones son unos tontos si solo lo hacen para regresar con un certificado para colgarlo en la pared». Más adelante, De Soto remata: «Porque en este mundo hay algo tan o más importante que el know-how, y ese es el know-who».
Pedro es un tipo genuino que no estudió en la universidad para conseguir un trabajo, sino por un mero «escozor intelectual», como llama el autor a ese afán desinteresado por descubrir aquello que captura tu atención.
A ver, a continuación, y con el permiso de Pedro, extraeré de su libro algunos de las frases que me dejaron pensando. Yo, Pedro contiene muchas ideas. Puedes estar a favor de ellas o no, pero, sin duda, este libro te invita a reflexionar. Y eso se agradece. Leamos, pues, algunos fragmentos del Bob Dylan peruano, tal como lo bautizó Jaime Bayly (autor del prólogo de Yo, Pedro) en alguno de sus programas.
«Lamentablemente, el estrés siempre busca salidas rápidas, y eso solo está en los placeres: comer, dormir, sexo, shopping, cash, trago. Pero los placeres satisfacen solo por momentos. No proyectan nada. Tendrás nuevamente sueño, ganas de sexo, de comprar, etcétera. […] No hay que buscar la felicidad a través de la satisfacción, de los placeres. Hay que hacerlo a través de algo más durable: el gozo».
«Con una mujer solo funciona el diálogo, jamás la discusión. Si ella está alterada, no debe haber discusión en lo absoluto, sino solo estarías apagando fuego con gasolina. Dialogar es querer oír al otro, discutir es solo querer ser escuchado».
«Y no es que no exista la felicidad, sino que la felicidad es muy simple y elemental. Si la piensas mucho, se escurre. Una mente amplia no la ve. Siempre la deja ir. La inteligencia y el conocimiento solo te complican. “El árbol de la ciencia –le decía Dios a Adán y Eva-. Aléjense de él”.»
«Háganme caso: un taxista viejo puede saber más de la vida que un doctor en Filosofía. Pero el mundo no lo ve así y por eso está de cabeza».
«Porque, según él (Hernando de Soto), el destino tiene mucho para uno, pero hay que dejar que éste te arrastre con confianza».
«El matrimonio debe ir de menos a más, no de más a menos. Sexo y dinero se cuidan, se ahorran. La meta no son ustedes, mirarse a los ojos y tortolear, porque eso acaba en divorcio. La meta es construir, emprender, planear, amoblar la casa, soñar, sufrir por falta de plata. Eso es bello y los une intrínsecamente. Crezcan, tengan hijos, llévenlos al cole, preparen loncheras, vean tele juntos, planeen cositas nuevas para la casa, escojan de a dos.»
«Todo satura. Tanto las relaciones como la soltería. […] Pasar de una pareja a otra sin hacer espacios es un error, es sucio, es traicionero y, lo peor, no deja que uno se conozca, no deja que estés contigo a solas. Postergas el conocerte todo el tiempo, el saber quién eres, y no llegas a ningún lugar».