Si
solo se me permitiera usar una palabra para describir a Ernest Hemingway
(21/07/1899 – 02/07/1961), usaría «intrepidez». ¿Por qué?
A
ver, ¿cómo se ha definido oficialmente la palabra intrepidez? De acuerdo con la
vigésima segunda edición del diccionario de la lengua española, intrepidez
posee dos acepciones. La primera dice que intrepidez significa: «arrojo, valor
en los peligros»; la segunda, «osadía o falta de reflexión». Ambas acepciones
vivieron dentro de este gigante amante de la «Fiesta Brava» y de «la mar».
Porque
hay que ser intrépido para asistir, por voluntad propia, a la Primera y Segunda
Guerra Mundial, y a la Guerra Civil Española además; hay que ser intrépido para
casarse más de una vez; hay que ser intrépido para haber escapado de la muerte
innumerables veces; hay que ser intrépido para coger la escopeta favorita,
aplicársela en la boca y apretar el gatillo, adelantando una muerte que
llegaría de todos modos, pero de una manera alambicadamente dolorosa, pues
padecía de cáncer a la piel.
Se
lo dijo el mismo Hemingway a Singer unos meses antes de eliminarse: «Todavía
estoy muy fuerte. Condenadamente fuerte. Al menos, así lo creo. Me gusta vivir
ahora más que nunca. Pero si alguna vez me sintiese mortalmente enfermo, deseo
acabar pronto. Mi padre se suicidó. Cuando joven pensé que era una cobardía,
pero desde entonces he aprendido a enfrentarme con la muerte. Hay en ella
cierta belleza, reposo, una transfiguración que no me asusta. No solo he visto
la muerte, sino que soy una de las pocas personas que han leído su propia
esquela de defunción. Esto me ocurrió después de mi accidente de aviación en
África. Es como pescar merlines. Los merlines nacen para ser pescados. Un
hombre nace para morir. Pero, mientras vive, debe hacerse lo mejor que se
pueda. Vivir significa hacerlo plenamente».
Kurt
Singer, en su libro Hemingway: The life
and death of a giant, ofrece el retrato de un hombre que vivió para
experimentar grandes pasiones. El autor iba a publicar este libro mientras el
hagiografiado aún vivía. Sin embargo, la muerte de este grande de la
literatura, no solo sorprendió a Singer, sino a medio mundo.
Hemingway
fue un tipo sincero con su naturaleza; por tanto, su literatura debía ser tan
franca y llana como él. Muy joven, huyó de casa para trabajar como periodista
en el Kansas City Star, diario de
Kansas City, ciudad que en 1918 era, según Singer, «una ciudad de corrupción y
pecado, con más prostíbulos que Honolulú durante sus peores días. Era un ciudad
donde pululaba el crimen, henchida de corrupción, y a la sazón se agitaba a
causa del reclutamiento de soldados para la guerra».
En
el Kansas City Star, Hemingway
aprendió dos reglas básicas que emplearía en sus escritos «usar frases cortas»
y «emplear un estilo brillante». Además, se debía huir del uso de adjetivos
literarios como quien huye de una enfermedad. Así, «adjetivos como espléndido,
maravilloso, grande, bellísimo, eran tachados con lápiz rojo». Aprendió que
debía usar verbos. «Usen verbos: hay que dar acción; no adjetivos. No hay que
criticar, sino ser positivos. ¿Por qué diablos hay que despistar a los
lectores?».
Papá,
como se le conocía también, fue galardonado con el premio Pulitzer y el Nobel.
Singer
cuenta que el Nobel William Faulkner declaró acerbamente en contra de la
literatura de su compatriota: «El mundo de Hemingway es limitado. No tiene
valor; nunca ha dejado de arrastrarse por los suelos. Nunca ha usado una
palabra que obligue al lector a echar mano del diccionario para comprobar si el
término está bien empleado». Sin embargo, a Ernest le tuvo sin cuidado la
opinión de Faulkner pues había escrito sus libros sin compromisos y con el
estilo sencillo que siempre buscó.
Rescato
el siguiente pasaje del libro, en el cual Hemingway dirige un consejo a aquellos
autores noveles: «El joven autor, a causa de las enormes dificultades que halla
para escribir bien, debe ahorcarse. Luego debe cortar la cuerda de un solo
golpe y esforzarse en escribir lo mejor que pueda por el resto de sus días. Al
menos, para empezar, ya tendrá la historia de su ahorcamiento».
Hemingway: The life and
death of a giant es
una obra escrita con objetividad y detalle, que nos familiariza con el
legendario escritor de «El viejo y el mar» y «Por quién doblan las campanas».
Singer anota: «No, el mundo no ha terminado con la leyenda de Hemingway.
Continuará aumentando. Hemingway no se aventuró al matarse. Empleó una escopeta
de cañón doble, con incrustaciones de plata, su favorita, especialmente
fabricada para él».
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