En
la variedad está el gusto. Las últimas novelas que estoy leyendo son, más bien,
clásicas. Su estilo es lineal, pero esto no les resta poder de persuasión. ¿Por
qué? Porque las personas que las escribieron las contaron con franqueza y
pericia. Sus páginas exudan realismo.
Hace
un mes leí “Bel ami”, del genial, y no menos atormentado, escritor francés Guy
de Maupassant.
“Bel
ami” es la historia de George Duroy (en la edición que poseo, George es Jorge),
un humilde ex soldado francés que, gracias a su hermosura y a la ayuda de
ciertas mujeres que conoce en París, sale del anonimato y la pobreza para
conquistar y establecerse en la sociedad aristocrática de su tiempo.
George
Duroy supo relacionarse muy bien y procuró sacar ventaja de las mujeres con las
que estuvo. No solo se casó con la mujer de su amigo Forestier, quien fue quien
le proporcionó el aventón necesario para hacerse notar en el mundo del
periodismo parisino, sino que mantuvo amoríos con la esposa del dueño del
periódico para el cual trabajaba. Además, fue amante de Clotilde de Marelle,
mujer que supo pagarle algunos gastos para mantenerlo libre de preocupaciones.
Pero no se crea que Duroy era un sinvergüenza; él sabía lo que les debía a cada
una de esas mujeres, y ansiaba pagarles todos los favores una vez que su
ascenso a la cumbre de la sociedad fuese una realidad.
Uno
debe leer el libro para entender a Duroy, un personaje rico, muy humano.
Tacharlo de arribista sería obliterar la construcción minuciosa, real, con la
que Maupassant edificó a su personaje. Guy nos hace parte de Duroy, nos lo hace
familiar, próximo, partícipes de sus triunfos y de su harapiento comienzo. Y
sí, hay mujeres que sufren por él, él les rompe el corazón, pero porque ellas
se lo entregan en bandeja, sin tomar sus precauciones.
Las
amantes de Duroy saben que él está comprometido y, a pesar de eso, aceptan con
feliz resignación su condición de segundas o terceras mujeres. Duroy no es solo
una cara bonita; es astucia, agudeza, inteligencia. Cuando llega a París, no sabe
lo que es capaz de hacer. Es inconsciente de su talento. Las mujeres, sus
mujeres, le ayudarán a descubrirse. Y él les pagará con una lección que jamás
olvidarán: si te entregas sin reservas, estarás perdido.
Uno
de los momentos tensos de la novela es aquel en el que Duroy y la hija del
dueño del periódico, que acaba de hacerse multimillonario gracias a una
especulación en unos negocios bélicos –especulación que llega a ser favorable
gracias, en gran parte, a Duroy-, deciden casarse, a pesar de la negativa de
los padres de ella. La negativa de la madre es la más desgarrada, pues ella
todavía ama al joven y apuesto periodista, con quien ya sostenía una prolongada
relación extramarital.
En
esta historia hay de todo: cornudos, cornudas, timadores, prostitutas. You name it. Maupassant retrata con finas
cinceladas su tiempo, la Francia de mediados del siglo XIX.
Nunca
se sabe, al menos yo no lo pude saber, si Duroy actúa fríamente. El realismo
que Maupassant le confiere a ese personaje es tal que el lector no podrá
etiquetar sin duda alguna a Duroy como bueno o malo. Simplemente, es un ser
humano.
Hay
una parte del libro que jamás olvidaré, pues me identifiqué instantáneamente
con la situación. George Duroy todavía es pobre. Hace cálculos para estirar su
poco dinero. Ha gastado un tanto en esto, le queda otro poco para esto otro. Todo
lo calcula al milímetro. No puede permitirse un gusto, pues podría arriesgar el
sustento del día siguiente. Leer, experimentar la penuria y el ajuste
matemático que Duroy hace con su dinero me resultó familiar, pues esto es algo
que yo hago todos los días: tratar de estirar el poco dinero que tengo. No hay
día en que yo no lleve la cuenta de los pocos centavos que porto en mi
bolsillo. Leer que Duroy hacía lo mismo capturó mi simpatía hacia ese
desdichado personaje y hacia su creador, el genial Guy de Maupassant.
A
continuación, transcribo algunos pasajes interesantes –según mi parecer- de la
novela:
(Forestier
a Duroy): Bien. En principio, nadie sabe nada, a excepción de veinte imbéciles
que no sirven para otra cosa. Además, no es difícil pasar por entendido. La
cuestión es no dejarse coger en flagrante delito de ignorancia. Se va
maniobrando, se esquivan las dificultades, se sortean los obstáculos y se
apabulla a los otros por medio del diccionario. Todos los hombres son tontos
como patos e ignorantes como peces.
(Saint
Potin a Duroy): Sí, pero nada reporta tanto como los ecos. A menudo disfrazan
reclamos.
(Duroy
a la pareja Forestier y a madame de Marelle): Veamos, ¿no es cierto lo que
digo? ¡Cuántas no se abandonarían a un deseo súbito, al capricho brusco y
violento de un instante, a un antojo amoroso, si no temiesen pagar con un
escándalo inevitable y con dolorosas lágrimas una ligera y fugaz dicha!
(Descripción
de la relación entre Duroy y su esposa Magdalena –la ex esposa de su amigo
Forestier): Era la lucha íntima de dos seres que vivían juntos, uno al lado del
otro, y se desconocían siempre, se sospechaban, se olfateaban, se acechaban,
pero nunca se conocían hasta lo más fangoso de sus almas.
(Descripción
del nuevo status social del dueño del diario La Vie Française, el señor Walter, luego de ganar unos millones por
cierta especulación algo ilegal): En muy pocos días se había convertido en uno
de los amos del mundo, uno de esos financieros omnipotentes, más poderosos que
los mismos reyes, que obligaban a
inclinarse las cabezas a su paso, a tartamudear a las bocas y a que
brotase todo lo que hay de bajeza, de cobardía
y de envidia en el fondo del corazón humano.
(Duroy
a la señora Walter): Querida, el amor no es eterno. Viene y se va. Pero cuando
se prolonga, como sucede entre nosotros, se convierte en un horrible grillete.
Yo no quiero más. Esa es la verdad.
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