jueves, 7 de noviembre de 2013

Bel ami - Guy de Maupassant



En la variedad está el gusto. Las últimas novelas que estoy leyendo son, más bien, clásicas. Su estilo es lineal, pero esto no les resta poder de persuasión. ¿Por qué? Porque las personas que las escribieron las contaron con franqueza y pericia. Sus páginas exudan realismo.

Hace un mes leí “Bel ami”, del genial, y no menos atormentado, escritor francés Guy de Maupassant.



“Bel ami” es la historia de George Duroy (en la edición que poseo, George es Jorge), un humilde ex soldado francés que, gracias a su hermosura y a la ayuda de ciertas mujeres que conoce en París, sale del anonimato y la pobreza para conquistar y establecerse en la sociedad aristocrática de su tiempo.

George Duroy supo relacionarse muy bien y procuró sacar ventaja de las mujeres con las que estuvo. No solo se casó con la mujer de su amigo Forestier, quien fue quien le proporcionó el aventón necesario para hacerse notar en el mundo del periodismo parisino, sino que mantuvo amoríos con la esposa del dueño del periódico para el cual trabajaba. Además, fue amante de Clotilde de Marelle, mujer que supo pagarle algunos gastos para mantenerlo libre de preocupaciones. Pero no se crea que Duroy era un sinvergüenza; él sabía lo que les debía a cada una de esas mujeres, y ansiaba pagarles todos los favores una vez que su ascenso a la cumbre de la sociedad fuese una realidad.

Uno debe leer el libro para entender a Duroy, un personaje rico, muy humano. Tacharlo de arribista sería obliterar la construcción minuciosa, real, con la que Maupassant edificó a su personaje. Guy nos hace parte de Duroy, nos lo hace familiar, próximo, partícipes de sus triunfos y de su harapiento comienzo. Y sí, hay mujeres que sufren por él, él les rompe el corazón, pero porque ellas se lo entregan en bandeja, sin tomar sus precauciones.

Las amantes de Duroy saben que él está comprometido y, a pesar de eso, aceptan con feliz resignación su condición de segundas o terceras mujeres. Duroy no es solo una cara bonita; es astucia, agudeza, inteligencia. Cuando llega a París, no sabe lo que es capaz de hacer. Es inconsciente de su talento. Las mujeres, sus mujeres, le ayudarán a descubrirse. Y él les pagará con una lección que jamás olvidarán: si te entregas sin reservas, estarás perdido.

Uno de los momentos tensos de la novela es aquel en el que Duroy y la hija del dueño del periódico, que acaba de hacerse multimillonario gracias a una especulación en unos negocios bélicos –especulación que llega a ser favorable gracias, en gran parte, a Duroy-, deciden casarse, a pesar de la negativa de los padres de ella. La negativa de la madre es la más desgarrada, pues ella todavía ama al joven y apuesto periodista, con quien ya sostenía una prolongada relación extramarital.

En esta historia hay de todo: cornudos, cornudas, timadores, prostitutas.  You name it. Maupassant retrata con finas cinceladas su tiempo, la Francia de mediados del siglo XIX.

Nunca se sabe, al menos yo no lo pude saber, si Duroy actúa fríamente. El realismo que Maupassant le confiere a ese personaje es tal que el lector no podrá etiquetar sin duda alguna a Duroy como bueno o malo. Simplemente, es un ser humano.
   
Hay una parte del libro que jamás olvidaré, pues me identifiqué instantáneamente con la situación. George Duroy todavía es pobre. Hace cálculos para estirar su poco dinero. Ha gastado un tanto en esto, le queda otro poco para esto otro. Todo lo calcula al milímetro. No puede permitirse un gusto, pues podría arriesgar el sustento del día siguiente. Leer, experimentar la penuria y el ajuste matemático que Duroy hace con su dinero me resultó familiar, pues esto es algo que yo hago todos los días: tratar de estirar el poco dinero que tengo. No hay día en que yo no lleve la cuenta de los pocos centavos que porto en mi bolsillo. Leer que Duroy hacía lo mismo capturó mi simpatía hacia ese desdichado personaje y hacia su creador, el genial Guy de Maupassant.    

A continuación, transcribo algunos pasajes interesantes –según mi parecer- de la novela:

(Forestier a Duroy): Bien. En principio, nadie sabe nada, a excepción de veinte imbéciles que no sirven para otra cosa. Además, no es difícil pasar por entendido. La cuestión es no dejarse coger en flagrante delito de ignorancia. Se va maniobrando, se esquivan las dificultades, se sortean los obstáculos y se apabulla a los otros por medio del diccionario. Todos los hombres son tontos como patos e ignorantes como peces. 

(Saint Potin a Duroy): Sí, pero nada reporta tanto como los ecos. A menudo disfrazan reclamos.

(Duroy a la pareja Forestier y a madame de Marelle): Veamos, ¿no es cierto lo que digo? ¡Cuántas no se abandonarían a un deseo súbito, al capricho brusco y violento de un instante, a un antojo amoroso, si no temiesen pagar con un escándalo inevitable y con dolorosas lágrimas una ligera y fugaz dicha!

(Descripción de la relación entre Duroy y su esposa Magdalena –la ex esposa de su amigo Forestier): Era la lucha íntima de dos seres que vivían juntos, uno al lado del otro, y se desconocían siempre, se sospechaban, se olfateaban, se acechaban, pero nunca se conocían hasta lo más fangoso de sus almas.

(Descripción del nuevo status social del dueño del diario La Vie Française, el señor Walter, luego de ganar unos millones por cierta especulación algo ilegal): En muy pocos días se había convertido en uno de los amos del mundo, uno de esos financieros omnipotentes, más poderosos que los mismos reyes, que obligaban a  inclinarse las cabezas a su paso, a tartamudear a las bocas y a que brotase todo lo que hay de bajeza, de cobardía  y de envidia en el fondo del corazón humano.


(Duroy a la señora Walter): Querida, el amor no es eterno. Viene y se va. Pero cuando se prolonga, como sucede entre nosotros, se convierte en un horrible grillete. Yo no quiero más. Esa es la verdad.

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