“El
héroe discreto” tiene dos héroes, dos personas que forjaron sus fortunas con
esfuerzo, dos personas de culturas distintas, dos peruanos que son víctimas de
su propio éxito.
Felícito
Yanaqué es un piurano de orígenes muy humildes, que posee una empresa
transportista, “Transportes Narihualá” (me suena como el apelativo que se le
puede endilgar a un narizón”), cuya prosperidad será el motivo perfecto para
que inescrupulosos traten de apoderarse de una parte de su fortuna mediante la
extorsión.
Ismael
Carrera es un limeño mazamorrero, dueño de una prestigiosa empresa de seguros, cuyos
hijos mellizos desean verlo muerto para adueñarse de su fortuna. Ismael, hombre
longevo y de salud delicada, les agua la fiesta casándose con Armida, su
empleada, una infinidad de años menor que él. Armida será la única heredera de
la fortuna del viejo Carrera, y este hecho tiene muy jodidos a los hermanos, no
solo porque perderán su riqueza sino porque su viejo, un limeño de la más alta
sociedad, se ha casado con la empleada, una provinciana sin mejores pergaminos
que un físico envidiable.
Vargas
Llosa les añade a estas dos historias paralelas personajes que ya conocíamos de
sus anteriores producciones: don Rigoberto y la señora Lucrecia, Fonchito, el
sargento Lituma, el capitán Silva, los inconquistables.
Cuando
leí el capítulo 7, pude por fin entender una parte del argumento de “La casa
verde”, novela que jamás terminé por enrevesada y densa. Lituma le relata al
capitán Silva su historia por la selva y su añorada Piura.
Si
bien Vargas Llosa ambienta su novela en la actualidad, y procura poner en boca
de sus personajes jóvenes las jergas de hogaño, falla en contadas ocasiones,
como cuando Escobita, uno de los díscolos hijos de Ismael Carrera, emplea ante
don Rigoberto la siguiente expresión: «No me cabe en la tutuma que te prestaras
a esta payasada de lo peor» ¿Tutuma? ¿Qué joven dice tutuma en estos tiempos para
referirse a la cabeza? A pesar de estos dislates, la novela de Vargas Llosa no
deja de ser muy entretenida.
Aunque,
pensándolo bien, ¿cuál es la importancia de que la jerga empleada sea de ahora
o de hace sesenta años? ¿Acaso los lectores del año 2200 sabrán si tutuma era
jerga de los años 1950, 1980 o 2013? A esos lectores les dará lo mismo. Lo que
es más probable que perdure es el entretenimiento y, me atrevo a decir, el suspenso de esta
novela. Por supuesto que “El héroe discreto” no está a la altura de sus clásicos (“La ciudad y
los perros”, “Conversación en La Catedral”, La guerra del fin del mundo”), pero
está mucho más entretenida y mejor lograda que las últimas novelas que ha publicado.
“El héroe discreto” es de esas obras que coges y no sueltas hasta llegar a la
última página.
Uno
de los personajes de esta nueva entrega vargasllosiana que ha concitado mi simpatía
es, sin duda, Edilberto Torres, el presunto diablo peruano, quien se le aparece
a Fonchito, el hijo de don Rigoberto, en más de una ocasión, provocando la
angustia y preocupación de don Rigoberto y su esposa Lucrecia, quienes jamás
llegan a conocer al misterioso caballero. Al principio, la pareja cree que se
trata de un espantoso pedófilo; luego, las historias de sus apariciones
imposibles, relatadas por Fonchito, les hace creer que podría tratarse de un
espíritu demoníaco, de una especie de íncubo.
Según
lo ve Fonchito, Edilberto Torres es un señor atildado, de pulcro vestir, que se
expresa correctamente. Su dicción es encantadora y sus maneras son pausadas y
refinadas. Todo un personaje. Su solo nombre es pegajoso. No sé si Vargas Llosa
planificó cuidadosamente a este personaje o si lo creo a medida que
desarrollaba la historia, pero, a mi parecer, las escenas en las que aparece “el
diablo peruano” son las que llevan el humor y el suspenso.
En
resumen, esta novela te atrapa y te mete en su juego, gracias a la infinidad de
intrigas y suspensos que su autor sembró a lo largo de las 392 páginas que la
componen.
En
esta novela, porque no es precisamente del tipo filosófico o existencial, no
hallé ninguna frase perdurable, de esas que lo ponen a pensar a uno. Apenas me
topé con unos pocos extractos que me atrajeron por otros motivos menores.
(Roberto
Bolaño decía que compraba libros, tantos libros, que sabía que no llegaría a
leer muchos de ellos. Pero le reconfortaba estar rodeado de ellos,
acariciarlos, hojearlos de vez en cuando. Aquí Vargas Llosa nos revela su porqué
de una biblioteca.)
«-Bueno, todos no,
todavía –“Este es el más bruto”, decidió-. Algunos son libros de consulta, como
los diccionarios y enciclopedias de ese estante del rincón. Pero mi tesis es
que hay más posibilidad de leer un libro si lo tienes en casa que si está en
una librería.»
(Una
opinión muy reveladora sobre la Biblia. Apenas la leí, cogí la que tengo en mi
estante y comprobé que, efectivamente, el Cantar de los Cantares es una especie
de cortejo muy sensual, poético y estilizado entre Salomón y su esposa o amante
Sulamita.)
«-La Biblia es el libro
más erótico del mundo –lo oyó decir, afanoso-. Ya verás, cuando leamos el
Cantar de los Cantares y las barbaridades que hace Sansón con Dalila y Dalila
con Sansón, ya verás.»
(Mabel
es la amante de don Felícito Yanaqué. A continuación, cómo le gusta a Mabel ser
cortejada)
«Mabel, para acostarse,
tenía que sentir al menos alguna simpatía por el hombre, y, además, rodear el
cache, como decían los piuranos en vulgar, de ciertas formas: invitaciones,
salidas, regalitos, gestos y maneras que adecentaran la acostada, dándole la
apariencia de una relación sentimental.»
(Yo
no sabía en qué creían los calvinistas. Don Rigoberto me da una ayuda al
respecto, cuando reflexiona sobre todos los embrollos que le han traído a la
última parte de su vida los mellizos Carrera y Edilberto Torres.)
« ¿Podían ser sus días
una secuencia preestablecida por un poder sobrenatural como creían los
calvinistas?»
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