La
espera es larga. El futuro es un artefacto en el cual ciframos nuestras
esperanzas, pues sin ellas, no podríamos vivir.
Peleas
con tu esposa, luego te reconcilias. Ya estás acostumbrado. Los conflictos se
desatan por motivos anodinos. Un chifita, un pollito a la brasa, una película
en la tele o una ocurrencia graciosa de tu hijita, disuelve por completo la
conflagración. No te imaginas vivir sin esa cómoda y antagónica rutina. Ya has
vivido sin ella un tiempo, y te dolió en el alma.
Te
acercas a la biblioteca y decides leer otra novela de uno de tus escritores
favoritos: Stefan Zweig. Los ojos del
hermano eterno narra la evolución espiritual del guerrero Virata. El matar
por error a su hermano mayor, Belangur, lo marcaría para siempre. Jamás,
Virata, olvidaría la mirada yerta, y viva al mismo tiempo, del cadáver de su hermano.
Virata,
favorito del rey de su pueblo, renuncia a guerrear, se hace juez, luego abandona
a su familia y se exilia en el bosque. Virata solo quiere ser un hombre sin
culpas. La muerte de su hermano le pesa. Ve en aquellos que sufren al hermano
que ha matado. Virata cree que aislándose evitará causarles problemas a sus
semejantes.
Sin
embargo, se dará cuenta de que el no actuar es casi tan peligroso como el blandir
un arma para cegar una vida. Sabio y avejentado, concluye que el servir a los
demás, sin esperar pago alguno, es la única manera de vivir en paz.
Los ojos del hermano
eterno puede no ser la
mejor novela de Zweig, pero ello no le quita su atractivo narrativo ni la
capacidad de brindarle al lector momentos de reflexión.
En
el mismo libro, casi de contrabando, hallo una pieza teatral de Zweig: El sublime peregrino. Esta pieza es la continuación
que Zweig pergeñó de El poder de las
tinieblas, obra teatral inconclusa de
Tolstoi. El novelista austríaco, luego de recopilar documentos fehacientes, se
embarca en la construcción de esta pieza teatral en la que nos entrega a un
Tolstoi que tiene ya las pelotas hinchadas luego de soportar por varios años un
matrimonio que, en lugar de ensanchar su libertad, más bien la constriñó. Sofía
Andreievna Tolstoi aparece como una mujer muy cuidadosa de las apariencias y las
máscaras sociales. A sus 84 años, el viejo Tolstoi, luego de encomendarle a su
médico que sus obras sean donadas a la humanidad, escapa de su hogar, que era
para él el mismo infierno, para, al menos, morir en libertad. Muere, pues, a
los pocos días, días en los cuales gozó de esa tranquilidad que jamás había
conocido.
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