domingo, 26 de septiembre de 2021

Poesías - Manuel Acuña - Lectura terminada 1551




A pesar de haber vivido tan solo 24 años, Manuel Acuña logró asentar su nombre y, sobre todo, sus poemas, en el escaparate literario de la literatura mexicana.

Los poemas del volumen editado por la Librería de los Hermanos Garnier, en 1890, ofrece lo mejor de la producción de Acuña. Los poemas del mexicano son candorosos, sentidos, y revelan la tragedia del autor en cuanto a la vivencia no edulcorada de las batallas que perdió en el terreno amoroso. Fue justamente una de esas batallas perdidas y definitivas la que lo llevó a quitarse la vida en 1873, año en el que empezaba a madurar su voz poética.
«Nocturno a Rosario» es el punto máximo en el repertorio de Acuña. Ese canto es la despedida del autor. Basta con leer algunos versos para concluir, conociendo el temperamento de Acuña, el luctuoso sino que se le aproximaba:
«Esa era mi esperanza…
mas ya que a sus fulgores
Se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
Mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!»

martes, 21 de septiembre de 2021

Víctor Humareda - Maestros de la pintura peruana - Lectura terminada #1550




Mientras viví en el cuarto del jirón Zepita -desde el que escribí mi novela-, me fue inevitable sentirme identificado con uno de mis pintores favoritos, el puneño Víctor Humareda, quien a sus treinta y pocos años vivió en un cuartito tan pequeño como el mío: la mítica habitación 283 del extinto Hotel Lima, en La Parada, habitación que abandonó definitivamente en 1986, cuando el cáncer acabó con su vida.
Los borrachines, travestis e intelectuales decadentes que pululaban en Zepita fueron el material que necesité para darle algo de vida a mi novela. Así, traté de emular al gran Humareda, quien afincó su caballete y su colchón en aquella zona de La Victoria, el centro mismo en el que se sacaban la mierda los cholos y serranos que llegaban en mesnadas desde el interior del país con la ilusión de hallar un destino vital. Humareda no pudo hallar la belleza en otro lugar que no fuera el Centro de Lima y sus alrededores, los cuales dejaban de ser blancos y adquirían, más bien, la tonalidad chaufística de mi piel.
«Veo color en el esfuerzo de esta gente, en sus penurias y alegrías», decía Humareda y, por eso, la mayoría de sus lienzos, retratos vívidos de nuestra Lima, bullen en colores armónicamente chillones, en un estilo similar al de su admirado Henri Matisse. Desde 1950, Humareda captó en sus cuadros la evolución de la Lima criolla y ambulante. Así, prueba de ello, la carpeta pictórica del puneño alberga al cerro de San Cosme, un puesto de venta de ropa en La Parada, el Queirolo, la Quinta Heeren, entre otros lugares que hasta ese momento eran ignorados y desdeñados por la elite intelectual.
Acompañado de un Beethoven que resonaba siempre en su cabeza, o de un Sócrates que le hablaba desde el sillón destripado en la azotea del hotel, y enamorado de la diosa Marilyn Monroe, Humareda, influido fundamentalmente por el estilo de su respetado Henri Matisse, nos ha dejado particular constancia del crecimiento de una Lima que es, ahora sí, el reflejo del país.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Vox horrísona - Luis Hernández - Lectura terminada # 1549





El eco vital del famoso poeta (y médico de profesión) de Jesús María es, en esta antología preparada por Mirko Lauer, un tanto barroco en cuanto a sus figuras. No hallé al Luchito juguetón de otros trabajos. Sin embargo, en medio de la espesura de este alambicamiento, mi poco entrenado cerebro pudo refocilarse con versos como los siguientes:

«Puedo llegar al mar

con la sola alegría

de mis cantos».

«Ezra:

Sé que si llegaras a mi barrio

Los muchachos dirían en la esquina:

Qué tal viejo, che’ su madre».

«Soy Luisito Hernández

CMP 8977

Ex campeón de peso welter

Interbarrios; soy Billy

The Kid, también,

Y la exuberancia

De mi amor

Hace que se me haga

Un nudo en el pulmón».

 

Y, para las almas libres, creadoras, aunque de corazón más bien tímido y de voluntad siempre recta, Luchito escribe “Dedicatoria”:

«A todos los prófugos del mundo, a quienes quisieron

contemplar el mundo,

a los prófugos y a los físicos puros, a las teorías

restringidas y a la generalizada.

A todas las cervezas junto al mar.

A todos los que, en el fondo, tiemblan al ver un guardia.

A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el

tiempo hace florecer en el alma».

 

«Chanson d’amour» es el canto que le dedicarías a la persona cuya sola presencia eterniza tu paz.

«Solo tuve

Un Amor humano

Porque el Amor

No es el cielo

Por eso tengo

Algunas astillas

En el corazón.

Y por qué no decirle a esa persona especial:

Yo conozco de ti

La forma cómo

Besas el tiempo».

 

Risueño, hierático, clásico, Luis Hernández es el poeta que debe ser leído en medio de los paisajes limeños que lo inspiraron.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Ismael - Eduardo Acevedo Díaz - Lectura terminada # 1548

 



Me costó terminar la lectura de esta novela. En lugar de cuatro, invertí seis días en culminar este texto de casi cuatrocientas páginas, obra del uruguayo Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921). Y es que la prosa de un naturalista suele abundar y redundar en descripciones. Leo con facilidad aquellas historias que suceden en la urbe, pero me desaniman las que ocurren en la naturaleza. Acevedo Díaz, el primer escritor en crear una saga literaria concerniente a la etapa emancipadora del Uruguay, nos narra en su Ismael (1888) la historia de los gauchos y matreros uruguayos, tipos duros que solían vivir al margen de la ley y que combatieron contra los españoles en cruentas y súbitas embestidas. Acevedo describe piedra por piedra el ambiente en que viven los gauchos, así como sus costumbres, indolentes y prácticas.

Además, es minucioso en el detalle de los enfrentamientos que sostienen con los españoles que dominaban al Uruguay. Así, por ejemplo, nos presenta con vívida prolijidad el machetazo que le endilgan a un matrero y este, con la ceja colgándole del ojo, continúa el combate, del cual resulta victorioso.

No solo de varones estaba compuesto el acervo gaucho; también hubo mujeres, comúnmente llamadas amazonas, féminas que preferían siempre estar a caballo rompiendo cráneos del foráneo invasor.