Ensayículo en torno al poemario “Chicos, chicas y chiques” (2023)
Renzo Miranda, escritor y turismólogo
Buenas tardes, todos.
Agradezco, en primer lugar, a Daniel por su voto de confianza y la deferencia de su invitación para acompañarlo en esta presentación. Quiero, asimismo, reconocer a Rodolfo Moreno por la gestión de este espacio mítico de los Jueves de Poesía y Narrativa, que, como dijo un amigo poeta, es ya un epicentro de todas las sangres, aquí en el corazón de la Feria Amazonas.
Sin lugar a dudas, es una apuesta
temeraria la de Daniel Gutiérrez con este poemario a su modo disruptivo desde
el título y su portada, y por supuesto en el contenido mismo; pero Daniel es un
escritor sin fronteras morales a la hora de ponerse los húmeros a la fuerza,
que, desde sus inicios, aprendió a copular con la diversidad de la urbe, a
deambular gozoso por Lima redescubriéndola como escenario del caos y de
belleza, de esta Lima con cuerpo malicioso y seductor, siempre promiscua para
el pecado y la nostalgia. En ese sentido, Gutiérrez sigue fiel a su exploración
de la fauna limeña. Ahora lo hace desde el ejercicio poético.
Lo que ofrezco esta tarde es mi
testimonio como lector de un libro al cual considero bien expuesto en su verdad
literaria, dueño de un latido poético propio y por eso capaz de ser releído,
sentido y, más aún, estudiado. Esto último lo enfatizo porque es realmente
saludable que la poesía peruana explore nuevos caminos, como lo hace Daniel,
trazando insospechadas líneas de desarrollo para el poeta joven, que muchas
veces es deudor hasta el tuétano y hasta la fatiga de la música urbano marginal
de Hora Cero o burdo imitador de las voces rebeldes de Kloaka. Decir esto no
constituye anatema; más bien, revela una influencia tangible para el lector
habitual de poesía.
Afortunadamente, no es el caso de
Daniel Gutiérrez. Porque "Chicos, chicas y chiques" se arriesga a
indagar, por encima de cualquier cosa, en su yo íntimo, desde la vivencia de la
calle y del contexto histórico que le ha tocado, desde el fracaso familiar y la
experiencia en soledad. Ahí están los versos libres del sentido poema Lamento
de un padre en plena calle: “¿Por
qué me gritas? / ¿Por qué no me dejas ver a mi hija? / ¿Por qué el sol nunca
sale para mí?” Es la experiencia universal del padre forzado a la
distancia, impotente ante la realidad adversa de una hija o hijo al que no
puede amar con la cercanía y el contacto debido; es el padre peruano, acaso
fallido y con culpa, que solitario cavila camino a casa, o mientras espera en
la estación del Metropolitano, al que le asalta el amor de padre en la
madrugada vacía tras una juerga; es la certeza de saberse incompleto como
hombre. El espacio físico de la calle sirve para preguntarse y buscar
respuestas seguramente inútiles.
Página a página, poema tras poema, el
libro es un diálogo consigo mismo para ajusticiarse, para verse en un espejo
roto, sin intención de recoger los pedazos. La lógica de la palabra escrita,
del lenguaje poético, cede al diagnóstico irracional de pieles y fluidos, del
hambre y la desesperanza, que son parte de su transitar existencial y moral. Por
eso, en el poema Miedo a lo inmenso, Daniel expone en sus versos finales: “Miedo a ser tronado por los proyectiles que
desgarran el aire/ donde se unen mar y firmamento / Miedo a pensar / siquiera dos segundos / qué vamos a comer mañana”. He
ahí la realidad de muchos seres golpeados en su dignidad, que son utilizados
para intereses subalternos de orden político, en una ciudad que no los
legitima, no los incorpora, que no sabe ni quiere incorporarlos.
En esa misma línea crítica, en el
poema Torbellino de mierda, leemos “¿Es necesario que más hermanos mueran a pedradas para que descubramos
que su sangre colorea con los mismos sueños y esperanzas con que se mueven
nuestras manos tirapiedras?” Ésta es, acaso, la interpelación moral más
contundente de un libro que no te deja en paz, junto con el final del poema El
ratón que maúlla: “hombres que
solo quieren matarme a escobazos para sentir que han triunfado en sus vidas”.
La denuncia de la violencia cotidiana ejercida contra los más vulnerables no
escapa aquí de las preocupaciones vitales del poeta.
El libro ofrece, pues, una diversidad
de temas en un lenguaje inclusivo, no por la agresión a la lengua española,
sino por su cercanía a la experiencia cotidiana y la fluidez verbal, que lo
hace muy atractivo para el lector sensible y profundo, y también para el lector
profano que busca un buen rato de lectura.
Quiero terminar con una reflexión. No
comparto esa idea adolescente de que la poesía no sirve para nada. Fuera de
todo cariz utilitario, la poesía justifica sus horas en la tentativa de generar
una conexión, las más de las veces inconsciente y emocional, con el lector
anónimo que se identifica en algún verso, que dobla sin culpa la esquina de una
página que le tocó, que intenta memorizar un poema completo, con aquel lector
que mata las horas azules buscando simbolismos que la vida cotidiana no le
pueda dar. En este sentido, la poesía, su hechura y su lectura, nos lleva a un
plano desconocido para cualquier otra forma de ser viviente en la Tierra. Es
tal el mayor mérito de "Chicos, chicas y chiques"
cuya fuerza verbal nos cuestiona a fondo y nos emociona, y nos vuelve a
interpelar mientras dibuja con palabras injusticias y memorias, calles vacías y
cielos esquivos, esperanzas y proyectos truncos, voces sin alma y seres que
naufragan sin amor, teniendo al azar a veces como enemigo, otra veces como cómplice,
como es la vida de cualquier bípedo en la gran metrópoli limeña.
Renzo Miranda
Martes, 5 de septiembre del 2023
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