La expectativa es la raíz de toda angustia.
William Shakespeare
Luego de
que lo besé, me tomó del cuello y, con una fuerza que no sabía que podía salir
de él, me lanzó contra la pared. En la caída, quebré la mesita que me había
regalado Sandra. Me dormí sobre los restos de esa mesa, los ojos hinchados y
rojos de tanto llorar, no por los raspones y moretones, sino por el dolor de un
amor homosexual que jamás decantaría en una dichosa y duradera felicidad.
Después de
haberme arrojado contra la pared, Gonzalo se encerró en mi cuarto. El portazo
que lanzó tronó dentro de mi alma ya maltrecha por su desprecio. No oí más de
él, apenas mis sollozos de niña rechazada.
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