lunes, 29 de julio de 2024

NOVELA PERUANA EL PROFE BRUTI de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 05

 


Las personas débiles se vengan.

Las fuertes perdonan.

Las personas inteligentes ignoran.

Albert Einstein

 

Dios está de su parte: le acaba de poner en el camino al cabro de mierda ese.

No puede ser otro que tú, conchatumadre, se dice Gonzalo mientras avanza en dirección al tipo que planea liquidar con un par de puñetazos y un certero puntapié en el estómago. Para dejarlo sin aire, maquina.

Se detiene en medio de su apurado andar porque el tipo a quien va a contrasuelear, de pronto, está conversando con un policía. Parece solicitarle alguna orientación. El oficial hace unos movimientos con el brazo. El tipo parece satisfecho. Se despide del oficial dándole la mano; luego, se aleja algo apurado. Cuando Gonzalo retoma su andar para interceptar al tipo y molerlo a puñete limpio, este entra en un restaurante de comida china.

Putamadre, se lamenta Gonzalo. ¿Y ahora?

Cavila: ¿Entra al restaurante o lo espera afuera?

El plato favorito de Gonzalo es el tallarín saltado con arroz chaufa. Se le abre el apetito. Mejor entro y me camuflo en una mesa cercana, piensa. No vaya a ser que se me escape este cabro sin que yo me dé cuenta. Entra.

Gonzalo es un negro sin plata, pero de buen vestir: camisa clara, pantalón oscuro, zapatos limpios. Como ha nacido en el Perú, la gente, al mirarlo, lo toma por guardaespaldas de algún hombre blanco adinerado.

Toma asiento en una esquina del recinto, procurando distanciarse todo lo posible del conchasumadre a quien va a ajustarle serias cuentas.

Un mozo se le acerca con mala cara. Aquí uno tiene que preguntar si hay asiento antes de ingresar, dice secamente cuando se planta ante sus zapatos viejos, aunque prolijamente lustrados. Gonzalo calza cuarenta y cinco.

Pero yo ahorita acabo de ver que un pata ha entrado y no se ha registrado ni nada. Gonzalo busca con la mirada al conchasumadre que se bajó sus dos primeros canales de YouTube. Ese huevón, dice Gonzalo, señalándolo; ese huevón acaba de entrar y usted no le dijo nada.

Señor, acá nos reservamos el derecho de admisión, retruca el mozo sin molestarse en seguir la dirección apuntada por el tiznado índice derecho de Gonzalo.  

No me diga. ¿Y por qué usted dejó entrar a ese huevón y a mí me quiere botar?

Porque acá no vas a encontrar un arroz chaufa de diez soles, compare. Ya, vete, vete, nomás, que me estás haciendo perder el tiempo, liquida la cuestión el mozo.

Yo tengo plata, carajo, dice Gonzalo. Saca su billetera y muestra un billete de cien soles.

El mozo no se inmuta. Eso solo te va a alcanzar para la sopa, dice.

Gonzalo saca otro billete de cien. Ya son doscientos soles. El mozo los toma. Gonzalo piensa: Más tarde tendré que pedirle plata a Penesiano. Penesiano es el seudónimo de un peruano que lleva más de veinte años viviendo en los Estados Unidos. Asevera haber acumulado tal fortuna que puede permitirse vivir sin trabajar.   

El mozo le desliza una mueca de desprecio antes de girar sobre sus talones y enrumbar a la cocina. Ya vuelvo, murmura.

Gonzalo quiere conchasumadrearlo en respuesta a aquella muestra de menosprecio que le acaba de dejar, pero se contiene: un escándalo alertaría al huevón al que piensa darle una lección repleta de puntapiés. Gonzalo había dicho en una de las transmisiones que emitió en el tercer canal de YouTube que tuvo que abrir tras el cierre de los otros dos que su enemigo, a quien ahora tiene a pocos pasos, había propulsado: El día que te vea, te voy a sacar la mierda, reconchatumadre. No me va a importar que me pidas perdón y me ruegues para que deje de hundirte la punta de mi zapato en las costillas y tus hijos se queden huérfanos, pedazo de escoria. Me has bajado dos canales por tu pura envidia, porque sabes que yo solito hago programas de más de quinientas vistas, fracasado. Sabes que, sin mí, no eres nadie. Ruega porque no te vea por la calle. El día que pase eso, te mato, reconchatumadre.

Lo tiene de espaldas; a unos diez metros. Así como me atacaste por la espalda, así te voy a joder, piensa Gonzalo. Mira sobre su mesa. La cubertería usual yace envuelta prolijamente en una servilleta de tela blanca. Se apresura en tomar la cuchara. Tras reflexionar rápidamente sobre aquella elección, deja ese cubierto y toma el cuchillo. Respira profundamente, rememora una vez más la frustración que el saboteo de sus dos canales de YouTube le produjo y, ya cargado de aquella prístina furia, camina con determinación hacia su objetivo. 



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