Ese negro
es bien bruto, dijo El Tío Marley en el canal de YouTube de Héctor
Montes, Habla, Montecito. No entiendo cómo es profesor ese negro huevón.
¿Por qué?, dijo
Héctor, quien era más conocido en el mundo de la Brutalidad por el diminutivo
de su apellido, Montecito. Aunque, desde hacía varios meses, el sobrenombre le había
quedado reducido a Monte.
Puta, pes,
huevón, porque dice que es profesor y dice honores en lugar de ad honorem, se rio
Marley, quien colaboraba en el programa mientras freía hamburguesas en un Macca’s
del Centro de Sydney, en Australia.
¿Así dice
ese conchasumadre?, se sorprendió Monte. No creo, ah. Seguro has
escuchado mal, oe, enfermo.
Nada,
serrano conchatumadre, discrepó Marley. Lora, Lora, pon el vídeo del
negro. Raúl Lora era el productor del programa de Montecito y del programa
del Profe Bruti, a quien sí le cobraba un estipendio semanal a cambio de sus
servicios. Por el contrario, le producía gratis a Monte porque, según confesó
en uno de los programas, aquí me divierto, bajo pepa, me pongo creativo. En
cambio, el Profe me grita, me mandonea. Cree que, porque me paga, tiene derecho
a maltratarme.
Pero es que
luego el Profe se molesta y me quiere botar de su canal, opuso Lora.
Qué te va a
botar ese negro huevón, lo tranquilizó Marley. ¿Acaso no sabe ese conchasumadre
que sin ti no funciona? Si tú no lo engorilas, ese negro es más aburrido que
lamer vidrio. Así que pon el vídeo no más. Ahí te lo pasé al WhatsApp.
Lora puso
el vídeo. El rostro moreno de Bruti apareció en el canal de Monte. Estaba
furioso y despotricando de uno de los tecleros que acababa de tildarlo de negro
limosnero: Mira, Brayan Castañuela, para tu información, yo participo en
algunos canales de manera a honores, escúchalo bien: a honores, o sea, sin
pedir un sol a cambio, ignorante. Yo solo saco plata (y bastante, ah) de mi
propio canal, de las miles de vistas que genero, reconchatumadre. Lora cortó
el vídeo.
Puta, qué
bruto es ese negro. Y así dice que enseña. Puta, por eso la educación en el
Perú es una cagada, aseveró Monte, riéndose de la imbecilidad de Bruti.
Monte, redimido atracador de pulperías y camiones transportadores de gaseosas
en Huancayo, su ciudad materna, transmitía su programa desde Italia, país en el
que vivía ya cerca de seis años. Y encima dice ‘escucha bien, ignorante’. Se
pasó de conchudo el negro.
Así es el
Profe, dijo Lora. Cuando le hacen ver un error, se defiende
diciendo que él habla como le da la gana, pero cuando otro se equivoca lo
insulta de burro hasta más no poder. Es soberbio el Profe.
¿Qué?, dijo
Marley al no haber oído la contribución de Lora debido al chisporroteo de la
freidora de papas. Marley había sido en el Perú, en el limeño distrito de Miraflores,
uno de esos pituquitos que se divertía llamando cholos a todos los que no
pertenecían a su círculo social. Amigo de los hijos de los dueños del Perú, el
Tío Marley había llegado a los veinte años sin un destino claro, sin huella y
sin sueños. A diferencia de Monte, serrano y sin recursos, que fugó a Italia
para resetear el chueco discurso de su itinerario vital, el Tío Marley, blanco
y pituco, había recibido una jugosa subvención paterna para intentarle dar una
mordidita al sueño australiano y, Dios mediante, restituir en algo el bien
ponderado prestigio del apellido Vértiz-Sánchez.
Que el
Profe es muy soberbio, repitió Lora. Además, es peor que un niño. Se
para contradiciendo. Por ejemplo, hace dos días dijo que ya no iba a poner los
vídeos de la Golosa y que ya no iba a hablar de fútbol porque solo iba a dar
cultura y literatura en su canal.
La Golosa
era una sensual joven que se dedicaba a protagonizar vídeos porno. También,
vendía desnudo-saludos a todo aquel que estuviese dispuesto a pagarle treinta
dólares. Su esposo, un veterano médico ginecólogo, apoyaba sus lascivos, aunque
muy lucrativos emprendimientos.
Pero ayer
lo escuché un rato hablando del partido de la U y Alianza. Y estaba mentándoles
la madre a todos los huevones que lo jodían, dijo Monte.
Lora, acosado
por las risas que le despertaba la infantilidad del Profe, siguió comentando: Sí,
yo le dije ‘usted dice que quiere llevar solamente cultura, que quiere dedicar
el programa a sus alumnos de academia, que ellos siempre lo ven, pero luego
está mentando la madre a todo el mundo, ¿cómo explica eso?’
¿Y qué te
dijo ese negro hipócrita?, intervino el Tío Marley. En el fondo de su audio se
escuchaba la voz de una muchacha que llamaba: One Forty Four!, One Thirty
Eight!
Me mandó a
la reconchademimadre, se rio Lora.
Ese negro
qué cultura va a dar. Solo le gustan las monedas que le yapean. No tiene
bandera, dijo Monte. Había prendido cámara y los noventa y nueve conectados
podían verle la cicatriz que parecía extender una de las esquinas de su boca.
Aquella marca se remontaba al momento exacto en que forcejeó con un pulpero.
Tenía ya en sus manos los billetes obtenidos en un día de regulares ventas,
cuando el tendero se animó a defender sus ingresos cruzándole el filo de un
cutter cuya presencia Monte había desapercibido.
No sé qué
día me cagué de risa escuchando al negro que decía que él le dedicaba tiempo a
su familia, que para él no todo era YouTube, dijo Marley mientras armaba
una BBQ Bacon Angus.
Monte se
animó a rebatir lo que había dicho el Profe: Qué mentiroso ese negro. Lo
primero que hace al llegar de la calle es sentarse en frente de su computadora
toda la noche. Y cuando termina de transmitir, se pone a ver otros programas.
Mira, mira, justo aquí está el Profe, para confirmar lo que acabamos de decir.
Mira, Lora, pon el comentario que acaba de escribir el Profe.
Marley,
luego de lanzar al fondo de una bolsa de papel, la hamburguesa y una caja de
papitas fritas, dijo: ¿Es la cuenta oficial del negro?
Sí, sí es
su cuenta oficial, afirmó Lora. Puso el comentario del Profe en la
pantalla. El mensaje era contundente: Dejen de hablar de mi pedasos de
mierdas, yo soy docente y no estoy al nivel de ustedes un chibolo vago que no
sabe limpiarse el poto un atracador de tiendas y un friepapas australiano, si
vuelven a hablar de mi aténganse a las consecuencias.
Oe, te voy
a decir una huevada, dijo Marley. Ahora, mientras hablaba, sus manos de
pituco exiliado estaban dedicadas a armar, en menos de un minuto, una Big Mac. Yo
no soy experto ni nada, pero mira cómo escribe ese negro, conchasumadre. Y así
se hace llamar profesor. Puta, no pone puntos, ni tildes. ‘Mí’ lleva tilde, ah;
ahí lo dejo. Bruti conchatumadre: Mí, con tilde, es un pronombre personal. Mi,
sin tilde, es adjetivo posesivo. Ahí lo vuelvo a dejar.
Y ‘pedazo’
se escribe con ‘zeta’, acotó Monte. Deja mucho que desear ese Bruti.
Monte no trabajaba ese día. Se había tomado la jornada libre aduciendo estar
enfermo. En Italia, si no te sentías bien para trabajar, se lo comunicabas a tu
jefe y, sin más, se te era concedido el asueto. Un trabajador común y corriente
tenía derecho a ausentarse por temas de salud hasta cinco veces al año. Monte,
tomando una cervecita, no iba a extrañar para nada limpiar las oficinas de
cierto edificio del centro de Milano.
Putamadre, dijo
Lora.
¿Qué fue?, dijo
Marley. Era un experto acomodando las lechugas entre los panes y las carnes.
El Profe
dice que ya me cagué, que me va a botar de su canal, informó
Lora.
Ni cagando, lo calmó
Monte. Sin ti, el programa del negro se va pa’bajo.
Lora puso
el comentario del Bruti en la pantalla: Lora conchatuvida, ya te cagaste,
voy a ir a tu casa a sacarte la mierda, ni tu vieja te va a reconocer luego de
que te destrose la cara a golpes, y luego de eso te voy a despedir como la rata
doblecara que eres maricon.
Marley,
luego de entregar la Big Mac, comentó: Compadezco a los alumnos de ese negro. 'Maricón' lleva tilde, profesor bamba.
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