Las Leyes
Peruanas llegaron a casa con mucha prisa. Justo cuando, por fin, se encontraban
a punto de hacer justicia en un caso de maltrato a la mujer, les cayó una
notificación al celular: el Profe Puti abriría transmisión dentro de unos cinco
minutos en su canal de YouTube. En el título del programa, Puti amenazaba con
demandar judicialmente al dibujito ElqueMeloMete por los múltiples daños
psicológicos que le infligía sin compasión y a diario en cuanta transmisión
hubiera.
El título rezaba:
“De esta demanda no te salvas, ElqueMeloMete de mierda. Atente a las
consecuencias”.
Las Leyes
Peruanas decidieron disfrutar de los rebuznos del Profe desde la comodidad de
su sala de estar, un ambiente espacioso y finamente decorado gracias al dinero
de la minería ilegal. El enorme televisor, que cubría casi toda una pared, fue
una de las tantas compras que se permitieron por obra de los jugosos dividendos
provenientes de la micro comercialización de drogas.
Se pusieron
muy cómodas sobre la poltrona y sincronizaron el celular con el televisor. La
mezquina y deplorable figura del Profe Puti apareció en la pantalla. Las Leyes
Peruanas se declaraban “putistas”, seguidoras del Profe Puti. Comulgaban
fervientemente con su doblez moral, con su pasión por la mentira y con su
lenguaje en todo momento mimetizado con la procacidad.
Ya me
colmaste la paciencia, ElqueMeloMete. ¿Crees que con sacarme un vídeo falso donde
me chapo con lengua a una de mis alumnas, y le como rico la boquita, me vas a
hundir, conchatumadre? A eso se le llama calumnia agraviada. Ya te cagaste,
miserable. Tengo grabado ese vídeo y lo he mandado a la policía. Hoy mismo me
voy a la comisaría a denunciarte. No voy a parar hasta verte tras las rejas,
conchatumaaaa.
Las Leyes
Peruanas se cagaron de la risa. Por eso nos gusta este negro bruto. Nosotras
jamás habíamos escuchado algo parecido a la calumnia agraviada por un vídeo
falso. Nosotras no podemos meter preso a nadie por elaborar un videíto pedorro
con la inteligencia artificial. Definitivamente, a este moreno le gusta hablar
huevadas. No entendemos cómo es maestro. ¿Se imaginan qué imbecilidades les
enseñará a sus alumnos o, mejor dicho, a sus víctimas?
ElqueMeloMete,
hoy quiero ver que hagas programa difamándome, dijo Puti.
ElqueMeloMete
había anunciado una pronta transmisión en la que aportaría pruebas contundentes
de la conducta inmoral del Profe Puti en las aulas. El título del programa rezaba:
“Conozcan al PDF del Profe Puti, que le mete mano a sus alumnas para pasarlas
de año”.
***
El doctor Pancho
Verga llegó a casa preparado para pelear con su mujer. Sabía que no la
encontraría en los mejores ánimos ya que desde hacía tres días no llegaba a
casa. La excusa de los entrenamientos legales con sus clientes ya había quedado
totalmente desgastada. Así que solo quedaba permanecer fuerte y evitar que su
mujer lo doblegara.
Dejó el
saco en el respaldar de una de las sillas del comedor y se desembarazó de los
zapatos, pues estaba a punto de hollar la alfombra persa que su esposa lo forzó
a comprar a cambio del perdón por una de sus tantas perradas. Caminó en puntas
hacia el cuarto. Entonces, un olor agradabilísimo lo subyugó. Era el
inconfundible aroma del arroz con pato que tanto añoraba de su querido Chiclayo,
plato favorito del Papa León XIV para más inri.
Amor, oyó decir
desde la cocina. ¿Ya llegaste? Sentí el inconfundible sonido de tus pisadas
sobre nuestra linda alfombra persa que me compraste por nuestro aniversario de
enamorados.
Era su
mujer. El doctor no podía creer lo que oyó. ¿O sea que ella no se había dado
cuenta de que no había dormido tres noches en la casa? ¿Podía ser posible eso?
Sí, soy yo, se
aventuró a decir, casi en un susurro.
Amor, apenas
te escucho. Ven a la cocina. Mira la sorpresa que te tengo.
Ya voy,
amorcito, dijo el doctor Pancho Verga, mucho más animado y confiado. Pensó: Seguro
esta cojuda salió con su familia o con sus amigas y ni notó mi ausencia. Dios
está de mi lado, carajo. Dios es peruano. Por algo el Papa es peruano.
Mira lo que
te tengo preparado, mi amor, dijo la mujer, revolviendo una masa espesa y
humeante en una olla. Tu plato favorito.
¿Y esa
sorpresa, mi amor?, se hizo el cojudo el abogado litigante experto en
demandas y contrademandas Pancho Verga.
Un día como
hoy, hace treinta años, me pediste ser tu enamorada, mi amor. No creo que lo
hayas olvidado, dijo exultante la mujer mientras apagaba la
hornilla. Aún recuerdo que te me acercaste con esa carita tan pícara tuya y
me llevaste al parque a la vuelta de mi casa. Ay, fue todo tan romántico.
El hombre
no podía recordar ni siquiera el nombre de la practicante de su estudio con
quien acababa de estar tirando todo el fin de semana y mucho menos se iba a
acordar de la fecha en que le pidió a la horripilante de su mujer que fuesen
enamorados. ¡Enamorados, encima! Ni siquiera el día que le pidió la mano, que
se supone es más importante. Pancho Verga apenas si recordaba el conjunto de artículos
que componían el código civil. Pero esto último lo tenía sin cuidado, el doctor
Verga sabía muy bien que la única ley que todo abogado debía dominar era la siguiente:
“Si tienes plata, ganas el juicio. Punto final”.
El letrado
reflexionó sobre esta característica alarmante en las mujeres: la capacidad con
la que recordaban las cosas más nimias y triviales.
Siéntate a
la mesa, papito. Ahorita te llevo tu individual y tu arrocito con pato. ¿Vas a
querer una Inka Kolita helada o una Pilsen al polo? Dime, papito, que tus
deseos son órdenes.
Había
estado chupando todo el fin de semana con su practicante. Esos tres días
estuvieron repletos de coca y cerveza. Aunque la muy modosita de la practicante
se la pasó tomando solo agua, pero había que verla cómo arrasó con los mil
dólares en coca que él se agenció para la ocasión. Era brava. Los jóvenes de
ahora ya están de regreso, se decía mientras la veía aspirar líneas y
líneas de coca como si las huevas. Entonces, estaba harto de la cerveza. La
Inka Kolita le quedaría a pelo.
Una
Inka, mi amor.
La carne del
pato estaba suavecita. Se desprendía del hueso fácilmente, como una puta de
su amante de turno. ¡Ahhhhh! La gaseosa de bandera nacional complementaba
muy bien al exquisito potaje norteño.
El celular
de Pancho Verga sonó estrepitosamente cuando iba por la mitad del plato. Su
esposa, en lugar de comer, se solazaba con el espectáculo de su marido
devorándose con delectación el pato. La mujer apenas si tomaba una cocacolita
al tiempo. ¿Quién será, papito?, dijo.
Pancho se
limpió la boca con la orilla de su corbata y procedió a contestar con total
confianza, con mucha concha, dándoselas de abogado requerido y ocupado, y es
que las llamadas de sus queridas y amantes estaban programadas para que jamás
sonaran o vibraran, a diferencia del resto de sus contactos, que sí, y con toda
la alharaca posible. Los números desconocidos, por si las dudas, estaban
bloqueados.
¿Sí? ¿Quién
habla?, dijo, sin revisar el nombre de quien marcaba, confiado en que era uno
de sus miles de contactos, a quienes conocía de facto, -pocos-, y a quienes
conocía de alguna sola vez -la mayoría-.
***
Acá estoy
con mi abogado, dibujito de mierda. Mi abogado se llama Pancho Verga. Es un
bravo de bravos. Jamás ha perdido un caso. Así que prepárate, bufaba
Puti, te voy a meter preso, ElqueMeloMete; te voy a meter preso y adentro te
lo van a meter a ti más y más, conchatumadre. Hizo una pausa para buscar un
contacto en su celular.
¿Quieres
que llame a mi abogado, dibujito de porquería? ¿Quieres escuchar a mi abogado?
¿Quieres que te diga cómo te van a abrir el culo en la prisión? ¿Quieres
escuchar a mi abogado? ¿Ah? ¡Habla, carajo!
ElqueMeloMete
veía atentamente el programa de Puti. ¿Cómo te voy a responder si quiero escuchar
a tu abogado, negro cojudo? ¿Acaso estoy ahí a tu lado? ¿Acaso puedo escribirte
en los comentarios cuando hace tiempo que me has bloqueado? ¿Eres bruto? ¿Te
haces el bruto?
Luego de
haber encontrado lo que buscaba, Puti presionó un espacio en su celular y se
llevó el aparato al oído. Ahí tá. Tá sonando. Ahorita me contesta el mejor
abogado del Perú, conchatumadre. Lo voy a poner en altavoz para que te dé un
mensaje fuerte y claro. El teléfono iba a sonar por cuarta vez cuando
alguien contestó.
***
¿Quién?
Yo, dotó,
el Profe Puti. Lo llamaba para que usted…
Oye,
cojudo, no estoy para bromas, dijo el doctor Pancho Verga, mirando tiernamente a
los ojos a su mujer, quien le acababa de servir un arroz con pato cojonudo.
Dotó,
disculpe, seguro no me recuerda. Soy el Profe Puti, usted siempre me deja mi
limosna en mis programas. Usted es mi hincha.
El doctor Pancho
Verga era seguidor del programa de Puti. Le llamaba la atención que un negro
fuese tan bruto y deslenguado y, sin embargo, mantuviera un trabajo de profesor,
cuando le bastaba a cualquiera de sus empleadores sintonizar alguno de los
varios programas en los que aparecía para darse cuenta de que la educación de
los jóvenes no podía estar en las manos de semejante bestia.
Sí, le
donaba ocasionalmente al Profe unos veinte soles porque, se sinceraba él, le arrancaba
francas sonrisas con su nigérrima brutalidad.
En cierta
ocasión, cuando Puti se enteró de que Pancho era abogado, y de los buenos, tuvo
el atrevimiento de llamarlo en vivo y comprometerlo a ser su defensor legal
contra los ataques de sus odiadores, como el Tío Marly o el dibujito
ElqueTeloMete, quienes podían ser bichos de un pelaje mucho más inferior que el
de las ladillas de las putas con las que se acostaba en desmedro de su mujer.
Ese día el
humor de Pancho andaba de buen talante y se permitió ser expuesto y conminado
así, públicamente, a ser el abogado de Puti.
Ahora, al
parecer, el negro ya creía que por aquel juguetón acercamiento se había
convertido en su empleado, que lo podía llamar sin previo aviso a la hora que
le diera la gana y que tenía que bailar a su ritmo. Estaba bien huevón este
negro confianzudo.
Oe,
imbécil, ve a molestar a otra parte, ¿ok? Pancho miró a su mujer como
diciéndole que ella era la única dueña de su tiempo en casa y no cualquier
pezuñento, mucho menos el bruto de Puti.
Dotó, ya
voy a presentar mi denuncia contra ElqueMeloMete. Usted me va a apoyar, ¿no?
Los
seguidores de Puti esperaban la respuesta del letrado.
Oye, negro
atrevido, que te apoye la puta de tu…
El doctor
empezó a hacer arcadas, los ojos se le desorbitaron. Se llevó las manos al
cuello. El esófago era como una brasa, y harta sangre empezó a brotar de sus
oídos, sus fosas nasales, de su boca.
¡Arrrrrgghhhhh!, fue lo
que oyeron los putianos. Luego, como a cierta distancia, las palabras de una
mujer: ¿Creías que me iba a quedar tranquila mientras me ponías los cuernos,
miserable de mierda?
Dotó, dotó,
aló, dotó.
La voz de
la mujer continuó liberando otros insultos, pero de Pancho Verga ya no se oyó ni
pío.
***
Pero las Leyes
Peruanas están conmigo, disimuló Puti, luego de haber enrojecido como un
tomate por el desaire del doctor Verga. Sin embargo, altanero y bestia como
era, se negó a interpretar el exabrupto del doctor como una negativa de ser su defensor.
Las Leyes Peruanas
tomaron el teléfono y llamaron a Puti.
A ver,
putianos, alguien me está llamando. ¿Quién será? ¿Aló? ¿Sí? ¿Las Leyes Peruanas?
A ver, a ver, seguro que eres un dibujito de mierda. A ver, putianos, este
huevón me ha pedido que lo ponga en altavoz. Dice que son las Leyes Peruanas.
Profe, qué
tal.
Qué tal,
qué tal. Qué quieres, dibujito. Habla.
Nada,
Profe, solo decirle que está hablando huevadas. Nosotras, las Leyes Peruanas,
jamás te daremos la razón, por el simple hecho de que eres un negro bruto y mal
hablado. Así que ni bien hagas tu denuncia, nosotras mismas la vamos a tomar,
la vamos a doblar delicadamente y nos vamos a limpiar el culo con ella. ¿Está
bien?
Ña, ña, ña, decía
Puti, mientras veía memes que le habían hecho en su honor. Le encantaba verse
retratado en esas imágenes burlescas. Cuando no lo memeaban, él mismo se
aventaba a hablar cojudeces nunca antes dichas para que sus seguidores le apuntasen
sus mejores burlas. Puti era incapaz de sostener una conversación, ya que rápidamente
se distraía con el celular.
Como las Leyes
Peruanas no eran cojudas y entendían cómo funcionaba el cerebro empequeñecido
de Puti, desistieron de polemizar con él y aprovecharon para alterarle el
récord policial. Automáticamente, apareció como portador de una serie de
denuncias; entre ellas, una por grabar potos femeninos en la calle.
El ulular
de una sirena policial rompió la tranquilidad de la noche.
Una
patrulla se detuvo en la puerta del cuartucho que Puti compartía con cinco venezolanos,
quienes, en esos momentos, no estaban en la habitación. Del auto descendieron
dos gordos policías. Rompieron la puerta de la habitación y encontraron a Puti mirándolos
con cara de imbécil.
¡Alto,
carajo! Estás detenido por crear vídeos difamatorios con la IA y por grabar el
poto de mi hija en tu celular. Ya te jodiste, negro.
Un calabozo
maloliente recibió a Puti con la misma alegría con la que un jornalero recibe
su mísero pago. Una mujer de diabólica sonrisa reclinaba su espalda contra una
de las paredes de la celda.
Puti,
curioso como siempre, se acercó a ella. Creyó verla sufriendo. No se
preocupe, señora, ¿ña? Mi abogado Pancho Verga nos va a sacar a los dos, ña
verá.
Ah, reaccionó
la mujer, o sea que tú eras el negro que llamaba al sacavueltero de mi
marido para tirarse loquitas en los baños, ¿no? Tomó la bacinica que usaban
los reclusos del calabozo para desembarazar el vientre y lo aventó en repetidas
ocasiones contra la cabeza de cubo de Puti. Ven aquí, negro tramposo, ven
para que termines frío como el desgraciado de mi marido.
Puti esquivaba
los golpazos sin mucha suerte.
Señora, ya
basta de pegarme. Mejor le recito un poema para que se tranquilice. Soy poeta, dijo
Puti.
¿A ver?
Puti, aprovechando
esta inopinada oportunidad, declamó: Y la cargaría, y la pondría en mi pata
al hombro. Las demás, al poto.
¡Hijo de
puta!, se desaforó la mujer. ¿Así que tú también eres el enfermo que se
expresó así de mi sobrina Samir? La mujer volvió a deformar la cabeza de
Puti con la bacinica salpicada de caca. En su cómoda residencia en San Isidro,
las Leyes Peruanas se cagaban de la risa.