viernes, 17 de octubre de 2025

Novela Peruana "MENTIDERO" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 01: ¿Me violaste, presidente?

 


Su día arrancó siendo uno de los tantos y tontos anodinos congresistas del parlamento peruano que se masturbaba muy temprano por la mañana, estimulado por los más recientes estrenos de las actrices porno que seguía cual acólito en Instagram. Poco más de dieciséis horas después, estaba a un minuto de convertirse en el nuevo presidente del Perú.

Los ojos tumefactos por el horror y la incredulidad, Mónica, arrebujada dentro de su cama, se asqueaba con la escena que su televisor de ochenta y cinco pulgadas le transmitía sin rubor alguno. El hombre que la había violado hacía unos meses nada más -estaba segura de ello. ¿O no? ¿O había sido el otro imbécil?- y contra el que luchó en los tétricos y demorosos ambientes del Poder Judicial controlaría su destino y el de los peruanos y venezolanos que sumados hacían ya casi treinta y cinco millones.

Ahora cualquier mierda puede ser presidente del Perú, bufó.

¿O siempre había sido así la cosa? Quizá la diferencia con antaño radicaba en que los políticos ya no se tomaban la molestia de ocultar el estercolero, de brindarles una mínima pátina de decencia.

Recordó cuando el tipo que veía en el televisor -muy erguido, muy camisa blanco-pureza, asumiendo una postura a lo veintiocho-de-julio, mientras el bigotón de Hernando Rospigliolo le ponía, el muy huevón, la banda rojiblanca al revés- bailó reggaetón con ella, hasta abajo y todo, en vísperas de ese mismo 2025 en que lo van a hacer presidente a este mañoso.

***

Ahora me toca a mí, celebró Mario, amiguísimo, yunta de Jorge Jara, congresista peruano fogoso y ardoroso no por lo inflamado de sus discursos -que eran inexistentes- sino por su afición desmedida al porno de revista y brazalete. Ahora voy yo.

Antes de reemplazarlo en la improvisada pista de baile, le lanzó una advertencia visual: tu short, compare.

Removido por los piscos, Jorge, la cara un lienzo dedicado al jolgorio y la parranda, tomó borrosa nota de la indicación de Mario: el short era incapaz de embozar la hinchazón provocada por el sinuoso baile.

Reconoció la hidalguía de su amigo. De no habérselo advertido, Mónica podría haberse asustado -nunca se sabía cuándo una mujer se hacía la estrecha- y la cancha hubiera quedado despejada para que Mario metiese la pelotita en ese arco seguramente recién afeitadito y liso para recibir una buena tunda. Entonces, se lanzó a la piscina. Las aguas tibias le aplacarían al monstruo ese que se perfilaba para convertirse en el goleador de la noche.

Mónica y Mario, ajenos al quejido de las aguas que recibieron el cuerpo alicorado de Jorge, encontraron la perfecta sincronía entre la pelvis de él y la nalgamenta de ella. Mario la tocaba con el grosor del animal que -él sí- no se molestaba en disimular, y ella le sonreía con lo mejor de su vasto imperio posterior.

Esta situación no le gustó nadita a Jorge quien, si bien había sido sosegado un algo por las aguas de la piscina, mantenía todavía el fulgor por hacerse de Mónica, la coqueta empresaria y amiga a quien hacía un par de meses nada más, fíjate tú, condecoró en el congreso.

Recordó cuando, con la ayuda de su pandilla de asesores, en un chifita de la avenida Abancay, inventó las categorías de las premiaciones, ya que no solo condecoraría los voluminosos talentos empresariales de Mónica, también los del huevón que estaba ya bailando muy rico y húmedamente ahí con ella, a unos metros de sus celosos ojos, el también empresario Mario Cardona.

“Empresaria joven de la cuarta semana de octubre 2024” y “Empresario de entre treinta y cuarenta años que ha perdido dos kilos en el mes de octubre del 2024”, estallaron en risas, chocando en alto sus vasos de Inka Kola contagiada de salsa de tamarindo y pedacitos de wantán. 

Era facultad de cualquier congresista peruano premiar a nombre del Estado a quienes ellos quisieran, bajo el amparo de que así se felicitaba y estimulaba los mejores comportamientos cívico-empresariales de los ciudadanos más destacados de la nación.

Cualquier clase de comportamiento cívico-empresarial podía caber en ese bolsón.

Mónica tenía un emprendimiento de venta de empanadas y se había abrochado con el despacho de Jorge Jara para la provisión de desayunos post reuniones de coordinación -las cuales raras veces ocurrían, aunque el desayuno se pagaba sí o sí-. Desde que la vio, Jorge supo que Mónica pasaría por sus armas más temprano que tarde.

Mario Cardona había heredado el negocio de reciclaje de su escurridizo padre y ahora facturaba miles de soles gracias a los contactos que Jorge le facilitó en el gobierno.

Ah, no se olviden de chequear si Marito ya depositó su agradecimiento del mes, apuntó Jorge, devorando el muslo de un generoso langostino desenterrado de una montaña de arroz graneadito. Los asesores, que conocían las leyes para sacarles el mejor provecho, asintieron pícaramente.

***

Con los brazos cruzados sobre el borde de la piscina, Jorge decidió que Mario y Mónica no podían continuar así, punteándose y dejándose puntear delante de él y bajo la mirada inocentona de ese cielo nocturno tachonado de estrellas que parecían luces de navidad.

Auxiliado por la fuerza de empuje arquimediana y la potencia de sus brazos entrenados, eso sí, con sana regularidad en el gimnasio que el Congreso de la República le pagaba -obra y gracia de una leguleyada de sus asesores- salió de la piscina, tomó una manguera cercana a los bailarines y los bañó. Hace mucho calor, chicos. Refrésquense.

No te juegues así, Jorgito, dijo Mario, la entrepierna pronunciada, entre carcajadas exageradas por el pisco.

Ay, Jorge, qué pesado eres, rio coquetamente la mujer.

El congresista, ajeno a los reproches amicales, ensañó el chorro de la manguera contra los pechos de su amiga. Volvió a erectarse ante la visión esplendorosa de esos pezones marrones que destacaban sin lugar a duda por debajo de esa blusita blanca ya transparentada por la astuta intervención del agua.

***

¿Jura, ciudadano Jorge Jara, por Dios y por la patria, ser un honesto presidente del Perú?, pronunció solemnemente el camaleónico congresista Rospigliolo.

Por frenar la mentira, la corrupción y, sobre todo, la delincuencia que está matando a mis compatriotas, sí juro.

La voz del recién juramentado resonó en medio del apandillado silencio que los tribunos habían hecho para dejar que las palabras del imberbe presidente pudieran engatusar debidamente a un Perú que ya se estaba volcando en las redes sociales con todo su descontento e impotencia.

Sus palabras fueron breves, y cuando culminaron, venales aplausos embargaron el recinto congresal. Al mismo tiempo, en esas mismas redes sociales, hinchadas de beligerancia y hastío ciudadano, empezó a conocerse que el presidente veía en una mujer el mejor destino para su falo treintañero. Varios mensajes hechos desde sus cuentas oficiales fueron exhumados en tiempo real. Uno de ellos decía: Las chicas doradas italianas qué tetotas tienen. Mejor me voy a Italia. Mamma mia. Otro, no menos agudo, rezaba: Lo que me gusta de toda fiesta infantil son las animadoras. ¿No les gustaría conocer a mi payaso?

***

Despertó desnuda hacia la una de la tarde del día siguiente. Se llevó una mano, casi mecánicamente, hacia la vagina. Iba tomando conciencia de que yacía sobre una cama en ropa interior, abrumada por un desalmado cataclismo de preguntas. El aterrizaje de la sola yema de sus dedos sobre sus labios menores fue como el dolor de un incauto meñique estrellado contra la arista de una perversa puerta.

¿Qué me han hecho? ¿Qué paso? ¿Por qué?

No había respuestas inmediatas; pero sí la culpa de saber que no debió tomar tanto, la culpa de que cualquier cosa que le haya pasado pudo haberse evitado. No era la primera vez que se extralimitaba con las copas, con el consiguiente y aparentemente reparador juramento de que jamás vuelvo a chupar.

Sin embargo, esta era la primera vez que le regresaba la conciencia acompañada de un fuego que le hostigaba la vagina. La cosa ardía. Era el fuego impío de la mala noche y las malas juntas.

¿Qué no había estado con Mario y Jorge anoche?

Los piscos puros, sin la intromisión apaciguadora del azúcar o del limón o del hielo, la habían nublado rápidamente. ¿Recordaba algo? Trató de exprimirse la memoria en tanto que luchaba tenazmente contra la desesperación de sentirse violada ¿Me violaron? ¿Me han violado? ¿Me está pasando esto a mí?

La suciedad la envolvió en sus visiones de náuseas, auto desprecio y lágrimas sin apaciguamiento maternal post parto. Desesperadamente, se aferró a las dos centésimas de ecuanimidad que aún se escondía, tímida, en medio de ese caos que era su alma.

Unos brazos. Sí. Me cargaron. ¿Fue Mario? ¿Fue Jorge?

Volvió a tocarse la vagina, esta vez por debajo del calzón que cubría con silente vergüenza ajena un crimen sin nombre. Alguien había estado ahí dentro sin su consentimiento.

Entonces vio el mismo bividí que llevaba Jorge cuando bailaron reggaetón muy cachondamente a orillas de la piscina. Tomó la prenda entre sus manos. Los poros de su piel eran esporas que buscaban una verdad que se deshacía como las gotas de agua que, ahora tibias, corrieron por sus brazos cuando estrujó furiosamente el bividí.

Me violó ese hijo de puta.

***

Ahora era el presidente del país, con tan solo treinta y ocho años. Treinta y cuatro votos congresales habían sido suficientes para consolidarlo en el sitio del cual acababa de ser defenestrada la mujer que le había recomendado al Perú no contestar las llamadas de los extorsionadores, desconociendo que estos recurrirían a los balazos a domicilio como definitivo y mortal recordatorio de que a nadie se le dejaba con el puñal en la boca.

Las preguntas que demolieron su cabeza hacía algunos meses volvieron a acosarla en sus puntos cardinales, jugueteando en lo ancho de la aorta de su vida.

¿Es presidente este miserable que me ha violado? ¿O la ultrajó el otro idiota que se mandó a largar burlándose del proceso que aún se aireaba en los mohosos pasillos judiciales?

Aturdida, sacó de las honduras del cajón de su mesita de noche una de las pastillitas que hacía algunos meses la ayudó a dormir como si nadie la hubiese violentado jamás.

Aunque, mejor, para asegurar la cosa, sacó tres píldoras más. Quería despertar cuando el imbécil que ahora se pavoneaba con la banda presidencial cruzándole el pecho con la concha distintiva de un buen político peruano dejase de ser el ciudadano más importante, privilegiado e inmune de este país. Quizá ese día llegase mañana, en una semana…

Ya no quiero volver a despertar.


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