viernes, 10 de octubre de 2025

Novela Peruana "BRUTALIDAD" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 33: Lina Balearte soluciona la extorsión al Profe Puty

 


Los perros están cerca. Te van a morder mañana. Fuga al toque. Me mandas mi centro la próxima semana, escribió el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola. Con su grueso dedo de gorila blanco, presionó “enviar” y se guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón para continuar disfrutando tranquilamente de la dominguera cuchipanda familiar.

***

Primo, te invito un caldo de gallina, propuso Gonzalo tras haberle visto el culo desnudo a su primo Mas Reynoso Chivas mientras este tomó una ducha en su cuarto de soltero; más bien, de separado.

Hacía meses que Gonzalo no se deslechaba y las ganas eran una cuerda asfixiante que se iba cerrando con calculada maldad sobre su negro cuello.

Gracias a los alevosos oficios de su exproductor, el veinteañero Homero Lorna, quien le desmonetizó el canal de YouTube, dejó de percibir importantes ingresos económicos, dineros con los cuales se permitía el costeo de alguna que otra puta, de preferencia tiernas gemelitas.

Por otro lado, llevaba separado de su mansa mujer un poco más de la cantidad de meses que vivía en ese cuartito irrespirable de Lince, buhardilla que era parte de una especie de colmena de miseria y abandono, una casa de cuatro pisos cuyo dueño había subdividido, con peruana y muy capitalista tacañería, en minúsculas ratoneras.    

Entonces, ignorante de cómo diablos se había enterado de su astroso nuevo domicilio, recibió la visita de ese su pretérito primo de lejanos jugueteos en las calientes sabanas chinchanas al sur de Lima, Mas, Mas Reynoso Chivas.

No pudo invitarle un vasito de agua porque en ese cuarto apenas si cabía su cama y una pequeña mesita plástica sobre la que plantaba su laptop -que sería destruida por su esposa unos meses después, luego de haber reanudado la relación tras varias súplicas suyas- y transmitía sus comentarios deportivos a través de su canal de YouTube, a sabiendas de que no monetizaría y de que el público, su público, ya no lo seguía como antaño. Su popularidad había sufrido un doloroso declive.

No te preocupes, primo, yo también he roto palitos con mi familia por no aceptarme como soy, dijo Mas.

Gonzalo se preguntó para su coleto cómo estaba eso de que no lo aceptaban como era. Él lo veía perfectamente normal.

Tras poner su mochila sobre la cama de Gonzalo, Mas se quitó el polo, descubriendo unos pechos incipientes. Mas se los tocó, como masajeándolos, procurándoles un respiro liberador.

No sabes lo que sufrieron mis pechos aplastados tantas horas de viaje por los cosos esos de la mochila, primo. Además, había tanta gente, parecíamos pescados, todos aplastados. Estoy pegajoso de sudor.

A pesar de no ser un experto en fisicoculturismo, Gonzalo podía asegurar de que la hinchazón de esos pechos no era varonil ni se condecía con la hechura de cien planchas diarias. Esos pechos parecían senos de mujer, de mujer tierna, de mujer que empieza a perfilarse como tal.

Como si estuviera en la familiaridad de su casa, Mas se bajó y quitó el pantalón para alejarlo, de una coqueta patadita, unos centímetros de su corporalidad.

El trasero lo tenía redondito, paradito e hinchadito; detalles que Gonzalo percibió no necesariamente en ese mismo orden, pero sí con un peligroso despertar de la criatura entrepernera a la que estaba castigando con un ya largo e inasible ayuno sexual.     

¿Me llevas al baño, primito?, pidió Mas. Gonzalo creyó haber sentido el tono y sofisticación de una ardorosa mujer en la suave voz de su pariente.

***

Chimuelo, líder del temible Cartel de la Muela, era minuciosamente buscado, en teoría, por todas las autoridades peruanas. Sus fechorías, que iban desde la extracción con alicate de los dientes frontales de aquel que se negara a pagar los altos cupos que él exigía hasta la rotura a pingazos de toda la dentadura de aquellos que se atrasaran con los pagos de los prestamos gota a gota que ofrecía con intereses leoninos, le habían hecho merecedor del lógico temor ciudadano y de la denuncia de todos los medios de comunicación.

El Reinado del Terror del Chimuelo, a diferencia del encabezado por Robespierre a finales del siglo XVIII, no parecía tener fin. Las críticas, acerbas y urentes, en contra de la presidente del país, Lina Balearte, habían obligado al General Urbiola a declarar, en podcasts y canales de televisión, que cazarían indesmayablemente al Chimuelo. No voy a parar hasta dar con él y encerrarlo para que responda ante la justicia de mi amado país, que se desangra, por la culpa de todos sus crímenes, declaraba el General, siempre llevándose una mano al pecho, como si estuviese entonando el himno nacional.

***

¿Te vas a quedar ahí parado, primo?, dijo Mas, calatito, recibiendo agradecidamente las gélidas aguas que se desprendían de un basto tubo que protruía de la pared de la ducha. El interior del baño era miserable y que hubiera una cortina plástica que brindase cierta privacidad a quien tomaba un duchazo habría sido un completo e inimaginable lujo.

Apoyando la espalda contra la puerta, Gonzalo le miraba el culo a su primo, así como alguna vez le miró desvergonzada e inocultablemente los senos a la conductora deportiva Maju Caldas mientras esta lo entrevistaba en su podcast “Pelotas y Tetas Plásticas”. Días después, en su propio programa, Gonzalo, convertido en el inefable Profe Puty, se jactaría la boca de que solo él y nadie más que él tuvo la oportunidad de estar tan cerca de las codiciadas tetas de Maju y que sus seguidores debían conformarse con jalarse la tripa viéndolas desde sus pedorros celulares.  

Primo, te estoy hablando, repitió Mas, pasándose una mano por los pechos tiernos y gráciles, de tetillas y pezones gruesos y amarronados, y la otra por el falo empequeñecido, semejante a una oruga tímida y cobarde. 

¿Ah? ¿Qué? ¿Qué?, despertó Puty.

¿Te vas a quedar ahí parado?

Sí, es que tengo que cuidar la puerta para que no entre nadie. ¿No ves que esta puerta no tiene seguro? En esta casa, todos los inquilinos son unos enfermos. Te podrían hacer algo si te ven bañándote.

¿Pero no puedes cuidarla desde afuera? Como que me da un poquito de roche bañarme delante de ti. Las palabras de Mas no estaban exentas de cierta provocación.

No, no; tengo que cuidarla desde acá para apoyar mi peso contra la puerta, como si fuera una tranca. Tú sigue bañándote nomás. Yo me voy a quedar aquí sin hacerte nada.

Enseguida, adoptó un aire indignado, como cuando se ofuscó, haciéndose el inocente, luego de que una señora, que compartía fila con él en un bus de transporte interprovincial, le reclamara por contarles a sus seguidores de su canal de YouTube, en una transmisión en vivo, y con una voz que podía ser oída hasta por el conductor del vehículo, ubicado diez metros adelante, que había tenido sexo con una loquita, una charapita, en el baño de un colegio, pero que eso había sido hacía años.

El muy caradura de Puty, ante el reclamo de la señora, que viajaba al lado de su menor hija, se defendió argumentando que no estaba diciendo nada malo. El rostro falsamente indignado de Gonzalo, sobre todo la región maxilar, era semejante al de los australopitecos que también habían cachado con loquitas, pero en las copas de los árboles, hacía más de dos millones de años.

Carajo, primo, somos familia, ¿cómo se te ocurre que tendría pensamientos eróticos por ti? Además, a mí me gustan las mujeres, aclaró Puty, sin quitar la mirada del poto macizo, tierno, esféricamente curvo y provocador de Mas.

Consumido por el juego de las intenciones soterradas, no confesadas, Mas le dio la espalda a Puty para que pudiera apreciar mejor otro ángulo de sus protuberantes músculos posteriores.

La lengua de Puty humectó alocadamente sus gruesos labios afroamericanos, imaginándose que podría hundirla en medio de esas dos nalgas semejantes a los albos cráneos que Ed Gein, el Monstruo de Plainflied, había desenterrado a finales de 1940 en los cementerios de su natal Wisconsin, en los Estados Unidos, para hacerse vasijas en las cuales beber malteadas de fresa.

***

¡Qué rico, primo! No recuerdo haber probado un caldo de gallina tan delicioso como este, dijo Mas y volvió a hundir la cuchara en el tazón humeante y oloroso.

Gonzalo se echaba grandes paladas de caldo en el esófago, y, sí, como siempre, el caldo del Cholo Shagui no le fallaba. Estaba de la putamadre. Además, como ya era costumbre entre ellos, Shagui, por indicaciones de Puty, le había echado unas cuantas gotitas de yohimbina al caldo del primo.

Generalmente, los efectos erupcionaban al cabo de una hora. Apenas llevaban dos minutos degustando del caldo, así que todavía restaba muchísimo tiempo para terminar el potaje, regresar al paraje y darle con todo al culeaje.  

Pienso en tu sexo ante el hijar maduro del día, había escrito Vallejo. Gonzalo pudo haber escrito ahí, en una de las miserables servilletas del Cholo Shagui, pienso en el poto de mi primo con la pija dura esta tarde.

***

¿Qué? ¿Capturaron al Chimuelo?

El General Urbiola no podía creer lo que leía en el celular.

Como todas las madrugadas, a eso de las dos de la mañana, se había levantado de la cama para ir al baño y cagar. Desde que le hubieron extirpado la vesícula, hacía un par de años, cada madrugada, a las dos en punto, el ano lo despertaba por arrojar una cuantiosa dosis de mierda aguachenta, grumosa y naranja.

Pasaba media hora sentado, repasando las noticias más frescas soltadas en X. Después, se limpiaba y volvía a cama, al lado de su mujer, a continuar durmiendo cuatro horas más.

Ahora, debido a la noticia de que el criminal más buscado del Perú acababa de ser capturado en el Paraguay era muy posible que no volviera a conciliar el sueño.

Buscó otras noticias sobre la captura del Chimuelo, que provinieran de otras fuentes, para estar totalmente seguro de que lo que había leído era tan cierto como la puteada que estaba seguro recibiría de la presidente del país ni bien se impusiera de la mala nueva.

Tras unos minutos de gélida tembladera, comprobó angustiosamente que, sí, el huevón del Chimuelo ya estaba en manos de la policía; peor aún, de una policía que no estaba bajo su control.

En esos momentos de desesperada inquietud, lo importante era, antes de recibir la inevitable puteada presidencial, saber cómo chucha había caído el Chimuelo, si él mismo jamás había descuidado el avisarle oportunamente sobre cada redada que se le aproximaba.

Claro, no era que él le avisaba directamente al Chimuelo. No era tan cojudo para que, ante cualquier intromisión de la prensa no aceitada, se descubriese que había un vínculo directo e inequívoco entre él y el criminal sobre quien él declaraba, en podcasts y noticieros, que capturaría lo más pronto posible.

Para confundir cualquier tipo de conexión, empleó la ayuda de un muchachito, un cabrito, al que había conocido hacía un tiempo en Chincha, un flaquito con quien sostuvo una relación homosexual y hasta le hubo pagado un tratamiento hormonal para que se convirtiese por fin en la mujer que tanto deseaba ser.      

Se limpió el culo y, así, en ropa interior -ya que no solía vestir pijama alguna- salió al jardín de la casa. No quería que su mujer oyese la conversación que estaba a punto de sostener con Mas Reynoso Chivas.

***

Cuando despertó, encontró a Gonzalo gritando como loco delante de una laptop. Tomó su celular y se fijó en la hora. Eran las cuatro de la mañana.

Se preguntó desde qué hora estaría Gonzalo dando de alaridos ante la pantalla.

Tras observarlo unos momentos, se dio cuenta de que estaba transmitiendo sus gritos a un público en vivo. No le había conocido esa faceta de youtuber al primo. Gracias a las abundantes zanahorias que comió de niño, pudo leer las letras y números en la pantalla de Gonzalo que desde la cama se veían pequeñas: lo veían trescientas personas.

Se sorprendió de la popularidad del primo.

Minimizó el sonido de sus pulsos vitales para escuchar con atención el contenido del programa de Gonzalo.

Ahora entiendo por qué Lina Balearte es nuestra presidenta. ¿Saben por qué lo digo? ¿Quieren que les muestre la repetición de la entrevista que me dio la presidenta, putyanos? Yapeen, pues, yapeen. El vídeo lo tengo solo para miembros, pero si empiezan a yapear, haré la reacción en vivo.

Yape, yape, cantó su celular.

¡Eso! ¡Así!, celebró Puty, tomando su celular y revisando la cifra que le habían enviado. ¡Cincuenta soles! Yapeen más, yapeen más, para que tomen nota de la solución que la presidenta me dio en exclusiva para acabar con las extorsiones.

Mas, desde la cama, también se interesó en lo que Gonzalo tenía que contar. El primo no solo tenía un don entre las piernas, sino que también sabía cómo engancharte con una historia. Se colocó en una posición algo más cómoda y esperó a que Puty empezara a hablar.

***

Había medio escuchado lo que dijo el maestro, ya que el juguetear con el aro de su Rolex o los dijes dorados de su collar le resultaba mucho más entretenido y redituable. Además, la historia del profesor era la misma cantaleta que venía oyendo de la boca de miles de ciudadanos que la odiaban con calculada minuciosidad.

No es posible que por el solo hecho de trabajar honradamente, reciba este tipo de amenazas, dijo Puty, quien harto de los mensajes extorsivos que recibía del Cartel de la Muela, empleó sus influencias como youtuber afroperuano para conseguir una cita con la presidenta. Y no hablo solo por mí. Las extorsiones las sufrimos todos los peruanos, señora presidenta. Usted tiene que hacer algo. Yo tengo miedo de perder mis muelas, de que un buen día salga a trabajar y los esbirros del Chimuelo me secuestren y no la cuente.

Un asistente, que se movió con la misma velocidad y sigilo de un chorro de diarrea, le alcanzó un pedazo de papel a la mandataria.

Oiga, profesor, aquí dice que usted dijo que me pondría en cuatro uñas y me bancaría. ¿Así se expresa un maestro que tiene miedo de que le arranquen las muelas por no pagar una deuda que contrajo al ingresar voluntariamente en una página pornográfica?

Presidenta, por favor, esa es una falacia ad hominem. Usted no puede quitarle gravedad a mi denuncia enrostrándome esas declaraciones que hice en el calor de la brutalidad que me caracteriza en mi popularísimo canal de YouTube. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Gonzalo, que no era un buen polemista, se sorprendió de lo que acababa de decir. Aparentemente, el seguir atentamente los programas políticos del Viejo Groover lo habían educado en el arte del debate y de hallar la respuesta justa a la pregunta desorientadora. Como diría Groover, se estaba convirtiendo en un astuto revesero.

Profesor…

Puty, presidenta, Puty, así se me conoce en el mundo del YouTube, así me hice famoso.

Bueno, profesor Puty, déjeme decirle primero que las extorsiones y las amenazas no nacieron con mi gobierno. Esas cosas malas vienen desde muy, muy atrás. Nadie podría decirle exactamente cuándo empezó toda esa tontería.

Pero yo no le estoy preguntando con quién empezó todo esto, presidenta; yo le estoy pidiendo, en nombre de todos los peruanos, que haga algo para detener esa ola de criminalidad. Yo ya no puedo ir a enseñarles a mis alumnos porque los enviados del Chimuelo me pueden estar esperando a la vuelta de cualquier esquina para desmuelarme. Gonzalo empezó a transpirar. La vena que cruzaba su frente comenzó a saltar y desfigurarse, pronunciando su primigenia fealdad.   

¿Su celular está transmitiendo esta conversación?, dijo Lina, señalando el teléfono de Puty con una mano sofocada por el cargamontón de pitucas joyas.

Claro, presidenta, estoy transmitiendo para mi canal de YouTube. Fue parte del trato que hice con su asistente. Él me dijo que usted aceptó, explicó Puty, limpiándose el sudor de la frente con la corbata.

Disimulando el gesto, Lina miró al aludido, empequeñecido, casi soterrado, a unos pasos de la conversación. Le dedicó una severa mirada. Voy a hacer que te agarren a correazos, le dijeron sus ojos de cuervo.

Mire, profesor. El rostro de Lina era ahora suave y hasta optimista; el mismo con el cual había entonado El Gato Que Toma Ron frente a un grupo de preescolares en una presentación donde, enfrentada a un grupo de alumnos del quinto de secundaria, intentó hablar en inglés sin conseguir decir al menos un “hello”.

Voy a aprovechar su cámara para hablarle a todo el Perú. Voy a darles un consejo a mis compatriotas para frenar las muertes por sicariato. Con esto, la extorsión se frena mañana mismo.

Gonzalo reacomodó el culo sobre su asiento. Esto me va a traer una tonelada de suscriptores a mi canal, pensó.

Lina Balearte continuó: Cuando las fuerzas policiales no pueden darse abasto para frenar las extorsiones y los sicariatos, somos nosotros, los peruanos de a pie, los que…

Pero usted no es un peruano de a pie, por favor, presidenta, usted es…

¡Cállese la boca, mierda, que no he terminado!, protestó la presidente, cuyo rostro, gracias al marcial estiramiento que un inescrupuloso doctor le acometió, no se ajó en lo más mínimo.

Recuperado el silencio, la presidente volvió a adoptar el aire idealista con el que solía decirle huevadas al pueblo con acojudante frecuencia.

Decía que somos los peruanos y peruanas de a pie los que debemos detener a los extorsionadores. Escúchenme bien la fórmula que les voy a dar y que ni al comandante general de la policía se le ha ocurrido.

El asistente, con un ojo que sobresalía del cuello de un traje demasiado grande para su ineptitud, aguardaba con vergüenza ajena la venida de una nueva bestialidad capaz de alborotar los cascos al más frío.  

Cuando los extorsionadores les envíen mensajes extorsionadores, no los abran. Así de simple, no los abran. Porque una vez que los abres, ya te fregaste. Ya te almuerzan con todo y zapatos, profe.

La alegría que sobrecogió la humanidad del Profe Puty no pudo ser captada en todo su esplendor por el lente de su cámara.

Presidenta, cómo no se nos ocurrió antes. Claro, usted tiene toda la razón. Si no contesto, entonces el delincuente no podrá extorsionarme. Pero ¿cómo sé que el que me envía el mensaje es un extorsionador?

Usted no parece profesor, ah, apuntó Lina, haciendo una mueca que pretendía ser una risita cachacienta. Le falta esto, esto le falta, dijo, hinconeándose el cerebro con el índice. ¿Cómo sabe usted que, en estos momentos, pongamos un ejemplo, lo está llamando su tía?

El docente, también enloquecido YouTuber, se rascó la coronilla con un par de dedos. Estaba ante una pregunta que retumbaba las murallas de su cultura y comprensión.

La presidente le concedió un acto de caridad: Porque lo tiene grabado como contacto, pues, profe.

Claro, claro, reaccionó Puty. Claro, presidenta, tiene razón. Usted es súper inteligente. Por eso yo me hice lapicito, seguidor del Profe Castilla, por eso, para que se me pegue un poco de su sapiencia.

Los halagos de muertos de hambre eran pan cuotidiano para Lina Balearte, así que no se dejó apapachar por las zalamerías de cincuenta centavos del Profe. Más bien, prosiguió con sus recomendaciones.

Entonces, usted va a ver un número en la pantalla. Eso quiere decir que no lo tiene grabado, sino diría “tía”, “papá”, “esposa”. Una vez que reciba la llamada del extorsionador, anote el número y vaya a la comisaría más cercana a poner su denuncia. La policía se encargará de dar con el criminal en tiempo récord.

A mí todavía no me ha llamado el Chimuelo, solo me ha dejado mensajes. Pero haré lo que usted brillantemente nos ha aconsejado, presidenta. No le voy a contestar a ese criminal cuando llame.

Luego de unos intercambios exaltados de naderías, Gonzalo y Lina se despidieron con un abrazo.  

***

Mas, alarmado, volvió a tomar su celular. Revisó sus mensajes. Había un mensaje de su amante, el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola. Se fijó en la hora del mensaje. El policía se lo había enviado hacia unas horas. Mientras lo hacía con el primo, recordó. Mientras el primo me atravesaba con su mazo.

Lo que Mas tenía que hacer era muy simple: servir de nexo entre su amante, el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el caballero Urbiola, y el más despiadado y buscado delincuente de los últimos tiempos, el fiero Chimuelo. La transmisión instantánea de las alertas de Urbiola era crucial para evitar que la policía paraguaya capturase al Chimuelo, fugitivo en ese país.

Ni bien te envíe el mensaje, ¡plaj!, al toque, tú se lo tienes que reenviar al Chimuelo, le había indicado muy seriamente Urbiola en el cuarto de un hotel iqueño. Así, la policía paraguaya fracasaba cada que se aprestaba a tenderle las garras al fugitivo criminal.

Rápidamente, reenvió el mensaje al Chimuelo.

Casi al instante, recibió una respuesta: Identifíquese por las buenas o ya estaremos detectando quién es usted por las malas.

El terror que sobrecogió a Mas le instigó la exclamación de un ahogado grito.

¿A quién se están cachando en su cuarto, Profe?, trolearon los comentarios.

Puty, mirando hacia la cama, la cara descompuesta, le lanzó un gesto severo a su primo: No hagas bulla.

A nadie, a nadie, idiotas. Yo les paso una excelente entrevista con la presidenta y ustedes empiezan a hablar huevadas. Es increíble, se hizo el estrecho Puty.

Cuando Mas revisó las noticias, se dio cuenta de que la había cagado en grande.

***

Calma, pidió la presidente.

El Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola, despellejaba con dentelladas alumbradas de incertidumbre y miedo los dedos de su mano derecha.

A mí siempre se me ocurren grandes ideas, dijo la presidente.

¿Qué se le ha ocurrido, presidenta? Yo solo sé que mi carrera ha terminado. Las penas convertidas en agua salobre pretendían consumir las pretéritas esperanzas de Urbiola.

Justo ahí te equivocas, querido. Es tu carrera la que nos va a salvar.

¿Cómo así?, dijo débilmente Urbiola. No esperaba ninguna gran idea de la presidente. Aunque no podía negar que, para alguien con tan escasos reflejos intelectuales, el haberse sostenido en el poder tanto tiempo, a pesar de que el país tremolaba como edificio clavado en la cuesta polvorienta de un cerro cadavérico, era de admirar.

Mañana mismo voy a hacer que mi ministro te nombre Comandante General de la Policía Nacional del Perú por haber logrado la captura del Chimuelo, dijo muy resuelta la presidente.

¿Qué? Pero pronto se va a revelar que nosotros no ayudamos para nada en la captura, dijo Urbiola, los pies muy clavados en la tierra.

Es que eso solo lo sabes tú. Y lo sé yo. Los paraguayos tienen su verdad. Y nosotros también. ¿Por qué va a tener que ganar la de ellos? Nosotros vamos a decir que siempre hemos estado colaborando y que por eso ahora eres el nuevo jefe máximo de la Policía, porque gracias a tu cargosidad, a tu persistencia, el Chimuelo ahora esta tras las rejas.

Pero cuando a ese pata lo extraditen, va a cantar toda la verdad.

Pero, pero, pero, solo sabes decir eso, ¿no? Él puede decir lo que quiera. Además, aquí tiene muchos enemigos. Y estoy muy segura de que una vez que ponga un pie aquí, en el Perú, esos enemigos se encargarán de desmuelarlo y dormirlo para siempre, ¿no crees?

Urbiola había dejado de llorar. Sus ojos amanecieron ante un remozado panorama.

Presidenta, déjeme que bese sus manos. Es usted un genio.

Ya, ya, papito, vete nomás. Déjame sola, que tengo que darles solución a temas más urgentes. Cierra la puerta cuando salgas.

Lina se tiró en su cama y se dejó arrullar por aleatorios vídeos de TikTok cuando el algoritmo le interpuso uno en el que aparecía el moreno maestro con quien había conversado hacia un par de días. Protagonizaba una infausta noticia. No se mostraban las imágenes fuertes, pero se afirmaba que el maestro había volado por los aires cuando le lanzaron una granada en la puerta del colegio donde dictaba clases de Literatura. El video narraba que los extorsionadores, que lo tenían cogido de los huevos, hartos de que no le contestasen las llamadas, le lanzaron el artefacto de guerra a modo de mensaje final.

La presidente deslizó el pulgar sobre la pantalla de su celular para dejarse adormecer por vídeos menos lamentables. Se aseguró de que el algoritmo de TikTok no le volviera a recomendar nada ligado a ese maestrucho.

Él se lo buscó, pensó después la presidente. Para qué sale de su casa, pues. Hubiera dado sus clases por Zoom, zanjó muy seriamente.  


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