Valdelomar decía: “Yo soy aldeano, nací y me crié en la aldea, a orillas del mar, viendo mis infantiles ojos de cerca la naturaleza. No me eduqué con libros sino con crepúsculos. El profesor de religión fue mi madre y lo fue después el firmamento. Mis maestros de estética fueron el paisaje y el mar. Mi libro de moral fue la aldehuela de San Andrés, de los pescadores. Mi única filosofía, la que me enseñará el cementerio de mi pueblo”.
Yo, modestamente, y salvando la innavegable distancia, diría: “Soy de Los Olivos, nací y me crié en un barrio en las faldas de un cerro. Me eduqué en las pichangas crepusculares con los amigos luego del colegio. Elena me enseñó lo que es amar y odiar. La moral no la he aprendido aún. Sólo sigo, hago y preconizo lo que a mí me parece correcto. Mi única filosofía es aprender y escribir.
Y todo esto me trae a Elena a la mente.
Elena era fanática del grupo de rock mexicano Panda. Ella me enseñó a descubrir otros grupos como MXPX o Sugarcult. Pero ninguno de esos grupos le gustaba tanto como Panda. Recuerdo que, en las pocas ocasiones en que tuve la oportunidad de estar con ella en el interior del departamento de su tía en la peligrosa avenida La Paz, Elena ponía un disco de Panda en la radio.
Por aquel entonces (un par de años ha), las únicas canciones que me gustaban de Panda eran “Tripulación Armar Toboganes”, “3+1” y “Mi Muñeca”. Cuando Elena me hacía escuchar otras canciones, además de las que mencioné, con la intención de que yo también me enviciara con ese grupo y podamos compartir un mismo gusto, yo me atrincheraba en un cascarón de terquedad y le declaraba que prefería escuchar canciones de Allison, banda, también mexicana, que por esos años me cautivaba con sus canciones y con el soft punk que ostentaban.
El maravilloso y sobresaltado tiempo que pasé al lado de Elena, ha quedado grabado en mi interior con inigualable y honda profundidad. Muchas veces he soñado con que me la topo por la calle y nos saludamos efusivamente; muchas veces he soñado que luego de saludarla nos vamos a bailar a la discoteca en Huánuco en que la vi por primera vez; innumerables veces he soñado que luego de bailar nos vamos a tomar más de un par de tragos en el Friday’s de la avenida La Marina; tantas veces he soñado que luego de beber tanto, de reírnos tanto, de amarnos tanto, de odiarnos tanto porque nos hemos confesado, con clara intención de herirnos, que nos hemos sido infieles, hacemos el amor con parejo desafuero en un hotel muy cerca de la avenida La Marina.
Así, impelido por tantos sueños, algunos muy húmedos, con Elena, decidí escuchar Panda. Pregunté en Google cuál era el mejor disco de Panda. La respuesta fue casi unánime: “Amantes Sunt Amentes”. Me bajé todas las canciones de ese álbum y las incorporé en la biblioteca musical de mi módico iPod.
A partir de ese momento, he venido escuchando repetidas veces las canciones de ese álbum, las letras que basan esos ritmos rasgados y la voz raída que las interpreta. Todas provocan que evoque a Elena. Es como si cada una de ellas hubiese sido compuesta para los determinados momentos que viví al lado de ella.
Una vez leí ese libro titulado “El Secreto”. Recuerdo una de sus lecciones o frases que decía que si piensas en que algo que deseas, o no deseas, va a suceder entonces sucederá indefectiblemente. Yo quiero desmentir aquello pues ya son dos años que vengo soñando fervorosamente con un encuentro con Elena y hasta el momento lo único que me acerca a ella son las canciones de Panda.
Me encantaría fumarme un porrito con Elena antes de hacerle el amor. Hacer el amor con Elena era como disfrutar de un viaje mágico hacia lugares aún inexplorados por el hombre, hacia regiones vastas compuestas de la suave piel y las exquisitas secreciones lúbricas de Elena.
No estoy enamorado de Elena, sólo, quizá, esté un poquito obsesionado con la idea de sentirla nuevamente a mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario