miércoles, 8 de enero de 2014

Contarlo todo - Jeremías Gamboa



Llegas a un punto de tu vida en el que te cuestionas si lo que haces para vivir está en consonancia con aquello que realmente te gustaría hacer. Trabajar en la profesión que estudiaste no es sinónimo de felicidad. Ganar un dinero que antes no tuviste (las propinas de diez soles te parecían exorbitantes en tu época de colegial) no significa haber logrado el éxito. Hay un par de cuentos de Somerset Maugham (París, 1874 – Niza 1965) que trata con bastante maestría este problema vocacional: «La decadencia de Eduardo Barnard» y «La voz de Israel».
   
Estás solo en tu habitación, Lou Reed y los Velvet Underground de fondo, «Sunday Morning», de preferencia; te confrontas. Como diría Vallejo, confías en ti, “en ti solo”. Te preguntas: “¿Y si hago lo que realmente me gusta hacer, ganaré el dinero que gano ahora? ¿Cómo mantendré a mi familia, cómo sustentaré los lujos a los que estoy acostumbrado si renuncio a esta vida de mentira y me decido por seguir el sendero de aquello que le da sentido a mi vida? ¿Es vivir dedicarse a asuntos que no revisten mayor importancia para mí únicamente porque me pagan o porque no puedo defraudar a las personas que cifran en mí sus esperanzas? ¿Hago esto por mí o por los demás?” De las respuestas a las que arribes dependerá que tengas paz durante lo que te resta por vivir.



Jeremías Gamboa (Lima, 1975) ventila este tema a través de las más de 500 páginas de «Contarlo todo» (Mondadori, Madrid, 2013), novela que, a mi parecer, alcanza sus picos más vertiginosos en los pasajes en los que el protagonista, Gabriel Lisboa, le hace frente a su sino para dedicarse a aquello que siempre anheló: escribir. Una historia muy bien contada, aunque por momentos (en las partes sentimentales) flojea y pierde poder narrativo. Creo que de ninguna manera puede considerársela como parte de la escuela de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003), como se dijo por ahí, pues, si bien el modo de contar la historia es atrayente, la estructura carece de innovación.  A pesar de esto, es imperdible y muy recomendable la parte del libro en la que Lisboa madura su pulso narrativo mientras descubre y se adentra en el rápido, asfixiante y fascinante mundo del periodismo. 

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