Como
todas las novelas de Bukowski, “Cartero” es entretenida y directa; por tanto,
resulta imposible dejarla de lado. Lo corto de cada capítulo hace más fácil su
lectura. Estás leyendo uno y ya quieres leer el próximo. Es que cada uno de
ellos va al grano y no se regodea en circunloquios. Las descripciones son
escasas y, cuando las hay, precisas. Bukowski nos plantea su atmósfera con
diálogos, abundantes diálogos, conversaciones muy reales, cotidianas y, por
esto mismo, fuertes.
Henry
Chinaski trabaja como cartero. Odia su chamba. Se ha dado cuenta de que cada
uno de sus compañeros carteros, incluidos sus jefes, son unos idiotas que ven
en ese trabajo, rutinario y agobiante, su principal motivación en la vida.
Chinaski
bebe cervezas y apuesta en los caballos. Así se procura un breve escape de su
realidad y unos dolarillos que le permiten vivir experiencias tan
desternillantes como las que consigue trabajando como cartero.
Con
una de las tantas mujeres que pasan por su relato (no tantas como en la novela “Mujeres”,
donde Chinaski es ya un escritor reconocido y asediado por jovenzuelas que
desean ser parte de los relatos vivenciales del escritor. En “Cartero”,
Chinaski es un perfecto desconocido), Chinaski tiene una hija (al igual que el
mismo Bukowski), a quien llama Marina Louise (el mismo nombre de la hija de
Bukowski). Chinaski nos cuenta el embarazo, el parto y cómo, casi natural y
pacíficamente, decide con la madre que ella vivirá con la bebe y él solo,
dándole al trabajo que cada día le troncha los sueños (y el sueño). No
pretendan, en ese punto del relato, hallar a un Bukowski sentimentalón.
Chinaski jamás se sale de su papel de tipo duro, sabio. Sin embargo, creo
percibir que, a su modo, Bukowski enternece.
El
gancho de las novelas de este genio del relato sucio es su crudo y cotidiano
realismo. Bukowski no se devana los sesos practicando técnicas narrativas
alambicadas o vanguardistas; lo suyo es darle al lector un recto de derecha con
toda la fuerza de la verdad de la vida.
Me
quedo con estos extractos de la novela porque hoy, en estos momentos de mi
vida, los siento muy cercanos, como si el viejo Hank me estuviera aconsejando
personalmente (Hay que estar bien loco para tomar los consejos de un viejo
borracho y sexópata como Bukowski).
Página
107
-¿Cómo puedo trabajar
12 horas por noche, dormir, comer, bañarme, hacer los viajes de ida y vuelta,
ocuparme de la lavandería y la gasolina, el alquiler, cambiar neumáticos, hacer
todas las pequeñas cosas que han de hacerse y todavía estudiar el esquema? -le
pregunté a uno de los instructores
-No duerma -me dijo.
Le miré. No estaba
tocando el trombón. El condenado imbécil hablaba en serio.
Página
174
Fay se quedó con la niña. Yo me quedé
con el gato.
Encontramos un sitio a 8 o 10 manzanas
de distancia. La ayudé a mudarse, me despedí de la niña y conduje de vuelta.
Iba a ver a Marina 2 o 3 veces por
semana. Sabía que mientras pudiese ver a la niña me sentiría bien.
Página 187
Once
años pasaron por mi cabeza. Había visto al trabajo devorar a hombres hechos y
derechos. Parecían derretirse. Estaba Jimmy Potts, de la estafeta Dorsey.
Cuando llegué, Jimmy era un tío fuerte y bien parecido con una camiseta blanca.
Ahora había desaparecido. Había puesto su asiento lo más cerca del suelo
posible para sostenerse mejor con las piernas y no caer redondo. Estaba
demasiado cansado para cortarse el pelo y había llevado el mismo par de
pantalones durante 3 años. Se cambiaba de camisa un par de veces por semana y
caminaba muy lentamente. Lo habían matado. Tenía 55 años. Le faltaban 7 para el
retiro.
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