“Loreto”,
la última novela de Fernando Ampuero. Le había oído en entrevistas que esta era
una novela cruda y sangrienta, que se adentraba en las fauces de las pandillas
de los barrios más peligrosos del Callao, aquellos a los cuales la policía
tiene que entrar acompañada de soldados, y bien armados.
Leí
un par de buenos comentarios en internet sobre “Loreto”.
Las
novelas callejeras ochenteras que le leí a Ampuero le habían construido una sólida
reputación.
Tres
motivos para desear con ansias leer “Loreto”.
No
lo compré. Me lo regalaron. Y lo agradezco mucho. Ya lo agradeceré debidamente
(cumpliendo algunas promesas).
Lo
leí en un día, en los breves intersticios que me dejaba el trabajo de oficina. Empecé
emocionado: una historia callejera de Ampuero, y ambientada muy cerca de este presente.
Sin embargo, la emoción se fue a pique. Si terminé de leer el libro (muy
delgado, por cierto) fue más por cumplir este estúpido deber de no dejar los
libros a medias.
No
pasa nada con “Loreto”. Simplemente, no le creo los diálogos a Ampuero. Yo
provengo del barrio. He tenido cierta esquina. Sí, no he vivido en barrios tan
peligrosos como Loreto o Castilla (barrios del Callao), pero me atrevo a
asegurar que ninguno de sus habitantes, sobre todo los tipos sanguinarios que
Ampuero muestra en “Loreto”, habla como hablan los personajes de esa novela.
Hasta mis compañeros de la universidad hablaban más lisuras y más jerga que los
supuestos “tipos feroces de Loreto y Castilla”.
A
Ampuero le creía su jerga ochentera. Creció con ella. Pero cuando se mete en
terrenos más actuales, desbarra. Y eso hace que no me “compre” su historia, que
no me crea el cuento.
En
cuanto al argumento, puedo decir que no contiene emoción ni ese momentum que te puede dar una genuina historia
de sexo y balas.
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