sábado, 8 de noviembre de 2014

Libros

Estoy a 4,200 m.s.n.m. Es sábado. Aunque aquí un miércoles puede ser exactamente igual a un viernes o a un sábado.


Mañana será domingo.


Los domingos son días tranquilos. Los domingos, aquí, no se parecen a ningún otro día. Los domingos carecen del frenesí y agitación que experimentas dentro del hueco. Los domingos son los únicos días en los que no te expones a recibir un planchón (roca de grandes y pesadas dimensiones) en la cabeza, a no ser arrollado por una locomotora apresurada, a no caer en la cuneta (canal construido a un lado del túnel que transporta las aguas de la mina) de 2 metros de profundidad, a no resbalar por una de las cientos de escaleras de madera que unen niveles de 50 o 60 metros.


Los domingos son tranquilos.


Mañana es domingo y no tengo nada para leer.


Hace una semana traje conmigo dos libros: Un cuentario de Guy de Maupassant y una biografía del presidente José Balta. Terminé el cuentario durante el segundo día de mi estadía aquí; la biografía, hace cuarenta y ocho horas.




Los cuentos de de Maupassant son simplemente deliciosos. Se nota claramente el parecido entre sus cuentos y los de su discípulo peruano Ribeyro. De todas maneras, tengo que tatuarme al cabrón de de Maupassant; magnífico escritor.


La biografía estuvo interesante: la vida de José Balta coincidió con aquella etapa de nuestra vida republicana en la que cualquier militar podía convertirse en dueño del Palacio de Gobierno con un simple y matonesco golpe, soportado por una corte de ayayeros y convenidos.


Me pareció sumamente curioso encontrar, el día que recogí mis EPP1, en el almacén de esta mina, una serie de libros elegantes y antiguos reposando sobre un estante de metal: Las Tradiciones Peruanas, Crimen y castigo, Cuentos completos de Gogol, los tomos de la Historia del Perú de Basadre.


Me acuerdo de esos libros y bajo hacia el almacén.


Pongo mi cara en la ventanilla de atención. Al fondo, sentado frente a una laptop, está el almacenero. Lleva un casco verde sobre la cabeza. Se acomoda los lentes al verme.


-Señor, disculpe. Quiero hacerle una consulta breve-le digo. Le hago una seña con la mano derecha para enfatizar que mi interrogante será escueta.


El tipo se para y se acerca a la ventanilla.


-Señor, me he dado cuenta de que tiene usted unos libros sobre ese estante…-le digo cuando lo tengo enfrente, mas no me deja concluir.


-Ah, caramba-se sorprende y cambia su gesto adusto-. A ver, pase.


-Gracias, señor-le digo.


Me abre la puerta, al lado de la ventanilla.


Ingreso y voy hacia los libros. El señor me sigue.


Mi cara de asombro y veneración por esos librazos no pasa desapercibida para el tío.


-¿Puedo llevarme éste?-le pregunto mientras atenazo con evidente delectación el segundo tomo de las Tradiciones Peruanas.


-Claro, claro-me dice. El asombro no se le borra del rostro. Al parecer, nadie en la puta vida de esa mina, había siquiera echado de menos esos tesoros. Sí habían echado de menos, y con creces, los tesoros metálicos escondidos en las entrañas de las montañas aledañas.


-Maestro, ¿le tengo que firmar un recibo o algo?


-No se preocupe, joven-me dice. Ahora su rostro está resplandeciente-. Lléveselo, nomás. Lo trae cuando pueda.


Salgo del almacén leyendo la primera tradición del libro: Cháchara.


Estoy satisfecho con mi gestión libresca.

1EPP: Según los legisladores idiotas en minería, Equipo de Protección Personal. Consta de: casco, mameluco, botas de jebe, guantes de cuero y de jebe, respirador, correa, etc.

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