El mundo es un escenario,
pero la obra está mal repartida.
Oscar Wilde
Mientras
calculaba en qué parte del cuello de aquel conchasumadre debía hundir el
cuchillo, recibió en el hombro una palmada vallejiana. Sobresaltado, volvió los
ojos locos para descubrir al autor del gesto.
Profe
Bruti, ¡cuánto gusto me da conocerlo!
Gonzalo
tenía ante él a un tipo blanco, alto, de elegante vestimenta y con el pelo
engominado y brilloso, cual galán de película mexicana de los cincuenta. Una
mano de gruesos pelos marrones se extendía hacia él.
Soy el
dueño de este restaurante, pero, más importante que eso, soy fiel seguidor suyo, dijo el
hombre. Luego, con la voz baja y en un tono de confidencia, continuó: Yo
también soy hincha de la Brutalidad.
Los ojos de
Gonzalo bizquearon; no podía creer lo extensa, variopinta e inesperada que era
la comunidad que lo había erigido a él como su máximo representante. Estrechó
la mano del hombre.
Permítame
presentarme. Soy Otto Yerovi, pero seguramente usted me conoce mejor como
RompeCulos.
Ah, o sea
que tú… usted…, Gonzalo vaciló. No sabía si mantener la formalidad y
el respeto hacia la figura del hombre blanco o tratarlo como a un peruanito de
a pie más.
Otto captó
al instante el dilema semántico de Gonzalo. Tutéame, no más, Profe.
Gonzalo,
algo más cómodo con la anuencia de Otto, siguió: O sea que tú eres
RompeCulos. No puedo creerlo. Y yo que pensaba que eras un pezuñento más que
vivía en una choza de esteras.
Ya ve que
no, querido Profe. Pero, tome asiento… Oh, ya veo, estaba usted camino a
conocer a otro gran personaje de la Brutalidad. Venga que se lo presento ya
mismo.
Otto
condujo a Gonzalo hacia donde estaba el conchasumadre que le había bajado sus
canales.
Camilo,
Camilo, mira a quién tengo aquí.
Los ojos de
Gonzalo se incendiaron al encuadrarse dentro del campo visual de Camilo, el nefasto
Gato-K-Ch-Ro.
***
Profe Brazo
de Bebé, ya somos treinta mil pezuñentos, decía un comentario al
tiempo que el contador de espectadores del YouTube enloquecía; había subido de
los habituales doscientos conectados hasta los mil y, luego, escalado, al
parecer sin límite alguno, hacia los treinta mil.
El Profe Bruti
sabía que el Gato-K-Ch-Ro estaba detrás de la maniobra. YouTube castigaba con
la desaparición del canal el uso de vistas generadas automáticamente: bots; falsos
espectadores creados -previo pago a una mano inescrupulosa- con unas pocas líneas
de código para darle una aparente popularidad, y así atraer nuevos espectadores,
a canalitos pequeños. A menudo, el algoritmo de YouTube toleraba una cantidad
moderada de bots: doscientos, trescientos. ¿¡Pero treinta mil!? El artesano
informático detrás de esos ya cuarenta mil bots tenía un único objetivo: la desaparición
del exitoso canal de Bruti.
Con ganas
de llorar, pero esforzándose por contenerse, Gonzalo, totalmente poseído por su
personaje de Bruti, lanzó unas palabras finales. YouTube le acababa de enviar
un mensajito contundente y doloroso: Su canal será dado de baja dentro de un
minuto por violar las políticas de uso de la comunidad.
Gato cachado,
sé que estás detrás de esta pendejada. Me las vas a pagar, conchatumadre.
Porque, el día que te vea, te voy a moler a golpes. No va a quedar nada de tu
cara. Ni la puta de tu vieja te va a reconocer, malparido, Gato malcachado. Y se
cortó la transmisión. El Gato-K-Ch-Ro había triunfado.
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