sábado, 18 de enero de 2025

NOVELA PERUANA BRUTALIDAD de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 01: El bicho y los potos

 


El escozor en los huevos se le había hecho insoportable. Hasta hacía unos días, era tolerable. Ahora, era una maldición que lo perseguía día y noche y que le recordaba que, quizá, esa rascadera inagotable, era uno de los síntomas del contundente arribo de su incurable enfermedad.

No se atrevía a preguntarle al Chat GPT si esas manchas debajo de los testículos y ese olor como a pezuña de díscolo colegial eran los inapelables atisbos de una muerte anunciada y decretada por el bicho que silenciosamente moraba en él desde hacía una veintena de años. Prefería vivir en la ignorancia.

Un tío suyo le había dicho: El ignorante vive feliz y vive más. Algo de razón debía de tener ese tío que fue un gran cojudo, pero vivió muy feliz y despreocupadamente hasta que lo arrolló un camión por haber ignorado, a causa de que cruzó la pista muy jovial y campante, una luz roja.

Se terminó de secar el cuerpo y se colocó su uniforme de trabajo: el polo verde petróleo con un siete dorado en el pecho y ese basto pantalón negro. Putamadre, se dijo; ¿no será la tela de esta huevada de pantalón la que me causa este picor de mierda?

A la picadera de huevos había que añadirle el hecho de que Homero Lorna había recibido una tentadora oferta de trabajo de su antiguo patrón, patrón a quien le hubo robado tres mil dólares hacía menos de un año. Ratero de mierda, se dijo Groover mientras se rascó una vez más los huevos, esta vez, por encima del pantalón; ¿o sea que tú vas a hacer plata y yo no? Estás tú bien huevón, conchatumadre. Algo se me ocurrirá para sacarte de la jugada. Pero ninguna idea acudía a su mente. Piensa, Groover, piensa.

Groovercito, ya está tu desayuno listo, papacito, le gritó su mamá, una adorable anciana de ochenta y cuatro años. Yo me voy a descansar a mi cuarto, hijito. Los dichos maternos provenían de la cocina según los cálculos de Groover. Hoy amanecí algo cansada.

Ya, mamá, contestó él, no con la benevolencia y el agradecimiento esperados de un hijo sino con la fiereza de alguien que no soportaba compartir más la casa con la persona que le recordaba, con su sola presencia, lo miserable que era su vida. Pero ¿por qué? No fue ella quien lo obligó a dejar los estudios; no fue ella quien le mandó meterles pinga a todas los transexuales del jirón Zepita mientras taxeaba. Pero sí que fue ella, con esa insoportable voz aguda, quien le recordaba que su vida era un constante fracaso. ¿Cuándo vas a cambiar Groover? ¿Cuándo vas a ser como tu bisabuelo el mártir aprista? Ese hombre, sin terminar el colegio, llegó a ser un gran orador y político del APRA, considerado por Víctor Raúl como su único sucesor. ¿Y tú? Dos piernas, dos brazos, dos ojos, boca y mira: puro rojo en la libreta. El colmo de la situación llegó cuando, a los quince años, Groover fue pillado por su madre en plena paja y fumando marihuana, todo al mismo tiempo; una botella de cerveza al pie de la cama por si le daba sed. Eres un perdido, Groover. Vas a terminar mal, lloró amargamente la señora al descubrirlo. Ahí estaba la culpa de la vieja, en esa maldición: Vas a terminar mal. Por eso, ella era la culpable de sus desgracias, y de esa rascadera de huevos que lo tenía desesperado. 

¡Vieja de mierda!, se exaltó para sus adentros don Groover tras darle una mordida al sánguche que su madre le había dejado en la mesita de la cocina: en lugar de las dos láminas de queso amarillo que él mismo había comprado el día anterior con la pensión de la señora, la chocha de la vieja había puesto dos trapos amarillos de los usados para limpiar losetas.

  Pensó en amonestarla severamente, decirle cosas duras, pero, la picadera de huevos lo disuadió. Era mejor olvidarse del asunto y llegar cuanto antes a la chamba. De momento, era lo único seguro que tenía. Y sí que necesitaba los dineros que recibía quincenalmente.

Mientras se lavó los dientes reflexionó sobre cómo una huevada tan jodida como la picazón que lo acosaba podía convertirlo en una mejor persona. Gracias a la picadera, no adjetivó a su madre. No le endilgó cosas de las que luego se arrepentiría. Claro, después de todo, la vieja, a pesar de haberse enterado de que era portador del bicho, lo trajo a los Estados Unidos para que renaciera, para que se hiciera de nuevo. Nunca es tarde para volver a comenzar, Groovercito, le había dicho al recibirlo en el agujerito que ella llamaba departamento allí, en Newark. Putamadre, pensó, mientras rascaba con el cepillo sus molares más esquinados, al menos aquí me he librado de morir cagado en el Perú. De haber seguido taxeando, y con esta enfermedad de mierda a cuestas, sin mis retrovirales, hace rato que hubiera terminado como pasto de ratas. Luego de escupir la espuma, le agradeció a su viejita: Gracias, vieja de mierda.

Al secarse la cara con la toallita rosa que su madre había colocado en el baño, reflexionó: Pero si estoy tomando mis retrovirales con la misma puntillosidad con la que Churchill se echaba sus wiskachos cada noche, ¿por qué me pican los huevos? ¿Y qué mierda son esas manchas, carajo? Tengo los huevos como los de un dálmata, por la conchasumadre.

Ya lo averiguaría después. Ahora había que apurarse para llegar temprano al trabajo y seguir percibiendo el sueldo mínimo.

Bajó por las escalares cargando con no poco esfuerzo su bicicleta eléctrica. La batería hacía que la huevada esa pesase más de lo normal. Desde hacía unos días, notó que el trajín de bajar y subir la bicicleta lo ponía a sudar copiosamente, como caballo. Se preguntó: ¿será esta sudoración anómala otro síntoma de que el bicho se está mostrando con todas sus armas?

Antes de ponerse el casco y montarse en la bicla, se hundió los auriculares en los conductos auditivos. Probó el sonido y resultó bueno. Ecco, dijo, como cuando algo le salía bien.  Voy a ver qué está diciendo el Serrrrrano, dijo, alargando la ere, dejando traslucir así el desprecio que sentía por los cholos, mestizos e indios de su retrasado país. Sintonizó el canal de Montes en YouTube. El programa ya había empezado. Montes, criminal peruano exiliado en Italia, contaba cómo Garrincha, otro criminal peruano, pero mucho más antiguo y de larga trayectoria penal, le había chupado la pinga en un descuido en medio de la última de sus borracheras en el parque Il Popolo en Milán. Putamare, narraba Montes, en un primer momento sentí rico, ‘on. Luego, a medida que me iba despertando y tomando conciencia de la realidad, me doy cuenta de que era Garrincha el que estaba mamándome la pinga, ‘on. El conchasumare se había quitado las muelas postizas y estaba que me daba un mamey de campeonato, cholo. O sea, no me malentiendas; me parece asqueroso que un viejo te chupe la pinga, pero esa mamada se sentía rico, ‘on. Ya cuando vi su cara de perro viejo me zafé y le saqué la conchasumadre.

Cambrito, un tipo leído, esmirriado y resentido, era el interlocutor de turno en el programa de Montes. Pasu, qué experiencia tan desopilante, dijo, riendo. Habla bien, conchatumadre, dijo Groover para sus adentros, mientras conducía por la ciclovía. Groover odiaba a Cambrito porque no podía tolerar que alguien más en las miasmas de la Brutalidad hablara en difícil. Groover quería ser el único dueño y señor del verbo culto. Cambrito conchatumare, masculló mientras sorteaba una curva peligrosa. A esa hora de la mañana, las ciclovías estaban tanto o más congestionadas que las carreteras mismas: el número de ciclistas maricones y poseros había aumentado considerablemente en los últimos años. Cuando llegará el día en que te caigas de mitra y te mueras, cojudo, volvió a pensar Groover al escucharle otra palabra culta a Cambrito. Creo que acaba de entrar el pelao, anunció este al ver que el Tío Marly, cocinero y vago peruano, radicado en Sydney, Australia, ingresaba a la transmisión.

Cuál pelao, Cambrito conchatumadre. Ya me voy a encargar de ti más tarde, pero antes tengo algo que anunciar, serrano, exclamó Marly, la voz de pito, seseante, cuasi infantil. Tengo una primicia, serrano. Ponme en primer plano. Ahora si va a caer el huevón de Groover. Tengo su certificado de sida. Ya se cagó. Hoy todos se van a enterar de que ese huevonazo tiene sida y está suelto en plaza, caminando por las calles de Newark contagiando a la gente.

Pala, exclamó Montes, no te juegues así, ‘on. No te creo, ¿en serio?

Sí, serrano conchatumadre; Groover tiene el bicho. Y no recuerdo qué día dijo en su programa que se había ido al peluquero. Puta qué miedo. Esas cuchillas y tijeras que usaron para cortarle los clavos que tiene por pelos seguramente ya han contagiado a todo el vecindario. Eso es delito. Voy a hacer que lo metan preso por irresponsable.

Groover casi fue arrollado por un camión cuando intentó cruzar una interestatal. La desconcentración que le produjo enterarse así, al seco, de que su enfermedad iba a ser de conocimiento de toda la comunidad de la Brutalidad casi lo mata antes de lo previsto. Se detuvo a un lado de la ciclovía y respiró hondamente.

***

Gonzalo sonrió para la cámara de su celular luego de haber enfocado los potos de unas colegialas que le habían hecho hola con mucha coquetería.

Aunque no muy agraciado de carabina, a Gonzalo le resaltaba un bulto considerable en la entrepierna. Este parecía ser su atractivo.

¿Les gustó lo que vieron, putyanos?, preguntó ladinamente a los seguidores de su canal de YouTube, conectados en vivo a su transmisión. Gonzalo se hacía llamar el Profe Puty y, en consecuencia, llamaba muy cojudamente a sus seguidores: putyanos.

Gonzalo había estudiado pedagogía en una institución de medio pelo en Chincha, su pueblo natal. Ello, sin embargo, lo hacía sentirse por encima de muchos maestros que sí cursaron la carrera de docencia en alguna universidad. En cierta ocasión, dijo en su programa de YouTube al responder uno de los comentarios lanzado en vivo por un anónimo televidente: A los profesores egresados de la Universidad Católica me los paso por los huevos. Yo les juro que los revuelco en cualquier tema de Literatura que me pongan. Así que, Gollumnova, no me vengas a comentar que no sé nada, conchatumadre. Yo soy el mejor profesor de Literatura del Perú que jamás ha existido. Entiende bien eso, cojudo.

Ya te cagaste, negro, comentó el Tío Marly. Ahorita mismo mando el clip de esta huevada al Ministerio de Educación. Vamos a ver qué piensan de que un docente, como tú dices serlo, ande grabando potos de niñas en las calles.

Al leer esto, el pene, que se le había puesto duro a Gonzalo, se chorreó por completo. Acababa de darse cuenta de que la había cagado una vez más.

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