sábado, 18 de enero de 2025

NOVELA PERUANA BRUTALIDAD de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 02: El tío maricón y el Tío Marly

 


Si lo vuelves a ver, te saco la mierda, ¿entendiste?

Era la primera vez en su vida que le oía decir una lisura a su papá.

Pero es mi tío, porfió Cambrito.

Pero es un maricón, un cabrazo; la desgracia de mi familia, la deshonra de tu abuelo que fue puntero mentiroso en el Ciclista Lima, carajo.

El rostro de Cambrito revelaba una confusión que solo podía provenir de una tierna ignorancia.

No sabes lo que es un maricón, ¿no?

La mirada de Cambrito dejaba traslucir su pureza.

Eso le pasa por leer tanta poesía, pensó don Rómulo, padre de Cambrito. De repente, este huevón también me ha salido cabro como mi hermano.

***

Marly era Coco Barrionuevo. Antes de convertirse en el transgresor Tío Marly de la Brutalidad, a Coco le afeitaban las cejas en el colegio.

La primera vez ocurrió a media mañana de un miércoles. Era la hora del recreo. Coco se había encerrado en uno de los baños huyendo de Arturo Rizo Patrón.

Abre, abre, abre, abreeeee, conchatumadre, le ordenó Rizo Patrón, finalizando la arenga con una patada que abolló la puerta del refugio de Coco.

Temeroso, las lágrimas agolpándose y amontonándose detrás de su aterrada mirada, Coco intentó descorrer el seguro de la puerta. Pero tenía que aplicar fuerza ya que la patada de su compañero había deformado el pestillo.

Abre, abre, abreeeee, mierdaaaaa, se desesperó Rizo Patrón.

No se puede, no se puede, se atolondraba Coco, tartamudeando, la lengua trabándosele como cuando su viejo lo masacraba a correazos.

Rizo Patrón, al mismo estilo en que se exaltaba y gramputeaba a sus empleados en casa, lanzó un patadón todavía más feroz que terminó por abrir la puerta y tumbar a Coco al suelo, sentándolo al lado del wáter.

Eran tres muchachos más los que acompañaban a Rizo Patrón. Uno de ellos, Aldo Rodríguez Pastor, ingresó en el cubículo, hizo la puerta a un lado y, tomando a Coco de las solapas, lo arrastró hasta sacarlo de ese ambiente. Lo dejó como cualquier huevada cerca del área de los lavabos. 

Desde el suelo, en la más absoluta indefensión, Coco intentó proclamar su inocencia.

Calla, conchatumadre. O sea que a ti te gusta recordarle al profesor que revise la tarea, ¿no? Chupapinga del profe te crees, ¿no?

Alejo Navarro Grau, rubio como sus compañeros de acechanzas, se sacó la pinga. Todos vieron como Alejo se meneó el miembro. Coco notó que el glande de Alejo era monstruoso.

Nos cagaste a todos, pero más a Alejo. Y lo que él quiere, para que te perdonemos y no te saquemos la mierda hoy, es que también le chupes la pinga así como se la chupaste al profe.

Pero yo no le he chupado nada a nadie, dijo Coco en medio de su prístina inocencia, tartamudeando como la locomotora del Tren Macho que unía a Huancavelica con Huancayo. 

La pinga de Alejo se fue acercando a la trémula boca de Coco, quien, en medio de su terror, le encontró cierta similitud a los torpedos T93 que los japoneses hicieron estallar en las narices de los aliados en la segunda guerra mundial. Se había hecho un experto en ese tema, pues había sido el único huevón que había cumplido con el encargo del profesor de Historia. Es cabezón como los torpedos, pensó. Coco tenía una pinga más bien pequeña y de una cabeza insignificante. Había crecido pensando que todos los penes eran así, como el suyo. Ahora descubría una realidad asombrosa.    

  ***

Tío, tío, susurró Cambrito. Había vuelto a la peluquería de su tío Román Clavijo para contarle las cosas misteriosas que su padre había dicho sobre él. ¿Cabro? ¿Maricón? ¿Qué significaban esos términos? Quizá su tío los conocía, ya que ninguna de esas palabras se hallaba, por ejemplo, en la novela que tenía entre sus manos y que llevaba a todas partes para satisfacer su continua hambre de letras, de saber.

No halló a su tío en el ambiente de trabajo de la peluquería. Sin embargo, pudo distinguir los bajos y contraltos de un merengue. La música provenía del cuartito de la trastienda donde su tío Román se permitía unas pestañeadas cuando la clientela era baja. El mismo Cambrito había usado esa cama para echarse unas siestas cuando se le ocurría pegarle una visita inopinada a su querido tío. Este siempre lo esperaba con un chupetín BomBomBum de gran cabeza roja que Cambrito tanto disfrutaba chupar.

Cierta vez, Cambrito lamió un chupetín que le supo a caca. Román, que terminaba de cortarle el pelo a un niño, vio la mueca de asco de su sobrino y el chupetín que aún pendía de su mano. Rápidamente, sacó sus conclusiones.

Papito, ¿ese no es el chupetín abierto que puse en mi velador?

Sí, tío, dijo Cambrito, todavía con las papilas gustativas envueltas en caca.

No, pues, papito, tus chupetines son los que están aquí en el cajón; mira, ve. Este no es para ti, dijo el tío, confiscándole el chupetín con olor a mierda.

La puerta del cuartito no estaba cerrada del todo. Cambrito empezó a abrirla lentamente, con mucho sigilo, ya que era posible que su tío se hubiese quedado dormido con la radio encendida. Pero lo que escuchó, antes de verlo debajo de un moreno corpulento, fue el gemido frenético que salía expelido de su boca.

Este se dio cuenta de la presencia de su sobrino, pero, en lugar de sobresaltarse y deshacerse del moreno, prefirió que la clavada continuase: una pinga así no podía desperdiciarse así nomás; mucho menos cuando se estaba a punto de llegar al clímax.

Cierra la puerta, sobrino, apuró Román, el tío peluquero. Cierra la puerta, repitió, y sube el volumen, por favor, añadió, tras lo cual volvió a gemir, esta vez amordazando las ganas de clamar un alarido; consideró que cierto respeto le debía a su sobrino.

Cambrito, alelado ante el espectáculo que protagonizaba su tío con…, claro, ahora pudo reconocerlo a pesar de la tenue luz que emanaba del visor de la radio, Vicente de la Hoz, el moreno que recogía la basura del barrio en su carretilla, intercambiando, de vez en cuando, algunos pollitos por televisores viejos, refrigeradoras inútiles o lavadoras desahuciadas. Vicente siempre salía ganador del barrio de Cambrito debido a su bonhomía para con los vecinos y a su destreza para los negocios. Cada visita de Vicente al barrio significaba que su carretilla terminaría repleta de cosas que luego el vendería en los mercados peseteros de la ciudad. 

Putamadre, le decía don Rómulo a Vicente cuando se lo encontraba atravesando el barrio con su carretilla llena de chatarra y pollitos, sudado, venoso, negro, fuerte, tosco, la voz grave y admonitoria, como quisiera que mi hijo sea tan macho como tú, Chente. ¿Por qué no me lo escueleas al muchacho un día de estos? De repente te puedo chorrear un billete para que, como cosa tuya, lo lleves al chongo y le enseñes lo que es ser un hombre de verdad. ¿Qué dices?

Vicente decía sí, sí, sí, pero no creía que todo lo que decía Rómulo fuese cierto. Y, si era verdad, definitivamente les daría un mejor uso a sus dineros. Ni cagando llevaría al chongo al marica de su hijo ese. Claramente se veía que el chibolo era rosquete. Por algo le gustaba leer huevadas. Y ahora lo tenía ahí, enfrente, viendo cómo se clavaba al mariconazo de su tío. Todo porque le había comprado unas Adidas nuevecitas, flamantes.

La puerta seguía sin ser cerrada y Cambrito no quitaba la vista de la rijosa escena que estaba presenciando.

Chibolo reconchatumadre, cierra la boca y cierra la puerta de una vez, pendejo, ordenó con ronca voz Vicente. Cambrito salió de su obnubilación y cerró la puerta. Luego, continuó viendo cómo se clavaban a su tío Román, el peluquero del barrio.

No me veas, sobrino, que me ruborizo, dijo Román, con una voz que se desmembraba entre el dolor que le producía la pinga de Vicente y el rubor que le producía que el hijo de su hermano lo estuviera viendo en esa postura.

Ya la voy a dar, rugió Vicente.

Vamos, papi, vente en mi culito, quiero sentir tu lechita, imploró dolorosamente el peluquero.

Tío, dijo Cambrito, ¿qué es un maricón?

Román abrió de pronto los ojazos, que los tenía cerrados por la fruición del momento, y se cagó de la risa ante la pregunta.

El negro Vicente, tras haber dejado la descarga lechosa en el interior de Román, desenroscó su poderoso miembro del culo de este y, mirando a Cambrito, dijo: Ahora te toca a ti, chibolo.

 


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