lunes, 15 de septiembre de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 30: Las tetas de una señora por YouTube y Kick

 


Prende tu cámara un ratito, pues, le pidió Santos.

Seducida por el carisma de su bonhomía, de su pícaro sentido del humor, Ana Lucía activó la cámara de su celular y le mostró los pechos.

¿Todo eso va a ser mío?, dijo Santos Camarón al ver el bamboleo de semejantes melones.

Solo si vienes hasta Chihuahua a visitarme, dijo Ana Lucía, sobrevolando el lente de la cámara de un pezón al otro.

A Santos Camarón se le mojó el calzoncillo. Se imaginó el serpenteo de su lengua mentirosa y atrevida por esa piel que parecía fabricada de leche.

Óyeme, dijo Analú, como también se la conocía en otros círculos, pero a mí me han chismeado que te dicen El Diablo, Satanás, El Cuernudo. ¿Por qué? Cuéntame.

Santos Camarón era un tipo de piel marrón, cara afilada, una frente grande y despejada que le iba ganando terreno al cuero cabelludo, unas orejas puntiagudas, como de duende, y una barbita ladina, en candado, conjunto todo que lo hacía idéntico a Mefistófeles, el demonio que no amaba la luz.

Ah, se relamió Santos, quien parecía haber estado esperando esa pregunta. Me dicen así porque tengo una colaza, pero por delante.

No te creo, jugueteó Analú.

¿No me crees? ¿Quieres creerme? ¿Quieres verla?

Santos Camarón comenzó el descenso lúdico de su cámara hacia el sur de su humanidad.

***

Torbe estaba agotado. Acababa de copular con la gatita blanca de la casa de enfrente y había corrido cientos de metros para evitar que ella lo fileteara tras el postrer orgasmo. Ambos desgarraron el cielo con sus maullidos; los de él de placer, los de ella de dolor e inmediata venganza.

Por la angosta ventana, volvió a filtrarse en el cuarto de su dueño, el periodista deportivo Enrico Arrechini, quien, sentado sobre su cama, bebía los rezagos de su tercera botella de ron, al tiempo que propalaba por su canal de YouTube los sentimientos que Cataleya, la mujer que porfiadamente se negaba a ser su enamorada, le inspiraba.

¿Sigues chupando, tío?, le dijo Torbe tras aterrizar de un salto sobre la cama. Arrechini leía los comentarios de sus seguidores y detractores.

Chupo por Cataleya, Torbe. Cataleya no quiere estar conmigo. Yo reconozco que soy poco hombre para ella, que no puedo ofrecerle lo que sí le ofrecen esos jovencitos que se le acercan: plata, carros, estabilidad económica. ¿Pero sabes qué sí le puedo ofrecer, qué sí le puedo dar?

Pulgas, huevón, se quejó el gato. Siempre que llego al cuarto me empiezan a picar tus pulgas. El animal olfateó el ambiente. ¡Pala! ¿Hace cuánto que no te metes a la ducha, tío?

Llevo tres días bebiendo por Cataleya. Chupo por ella, lloró Arrechini.

No seas huevón, pe, tío, dijo Torbe. Tú chupando por ella y ella chupando la gampi de Johncito, el jovencito que la saca a pasear los fines de semana. Y a mano cambiada, encima. Torbe dejó escapar una risita. Los seguidores, atentos a la conversación, descargaron toneladas de jajajas.

Vamos, tío, volvió Torbe, no te pongas en plan de víctima. Haz algo con tu vida. Mírate, estás hasta las huevas. El único animal que te soporta soy yo. Puta, si no fuera por que hay una gata afuera que me está buscando para sacarme la gramputa, me largaria y te dejaría. Aquí huele a muerto.

Quiero morir, Torbe. La vida no tiene sentido sin Cataleya. Arrechini miró a la cámara de su celular para hablarles a sus seguidores. Eran doscientas personas conectadas en vivo. Chicos, díganle a Cataleya que la amo muchísimo, que haría cualquier cosa por ella, cualquier cosa por tenerla a mi lado. Luego, como si esa cámara súbitamente se hubiese convertido en la mujer de sus borracheras, mirándola, más bien contemplándola, dijo: Cataleya, te amo, te adoro, enana diabólica, enana rica y apretadita.

Tío, usted ha sido el mejor periodista deportivo de su generación; ha paseado su registro vocal, sus opiniones y sus comentarios perspicaces por cuatro Mundiales, seis Copas América, diez torneos de sapito y dos mundiales de globos, ¿cómo va a estar diciendo que quiere morir?  ¿Qué chucha le pasa, tío?

Quiero morir, pues, Torbe. Tú mismo lo has dicho. Yo ya he conseguido todo lo que cualquier periodista deportivo pichirruchi solo puede soñar. Ya le di lo mejor de mí a esta ingrata profesión que ahora me niega o malpaga sus mejores sets de televisión porque soy un borrachito. Ya no tengo más metas que cumplir. Lo logré todo. La única meta que me falta es estar con mi enana diabólica. Y si no estoy con ella, que estas botellas de ron me lleven consigo al tacho de basura.

Mirando a la cámara, desenroscó otra botella de ron y se llenó su legendario vaso azul de plástico, cuyos bordes ya blanquecinos se deshacían en finos hilillos de asbesto.

¡Salud por ella, Torbe!

Torbe, en lugar de brindar con su dueño, se mordisqueó ferozmente la cola; las pulgas que se multiplicaban en la gruesa colcha de la cama de Arrechini no perdonaban a nadie que hollara sus vastas comarcas. Ellas adoraban el fuerte olor a queso que la manta desprendía y el calorcito que los pedos de Arrechini generaban. Así, sus huevecillos medraban y producían populosas camadas.

   Muchachos, ya saben que tenemos un número de Yape; a ver, ¿quién me puede mandar para un pancito con pollo allí en el chat?, pidió Arrechini luego de secarse el contenido de su vaso. Llevaba cuatro días bebiendo. No se había llevado nada sólido a la boca. En su cuartito de dos por dos, no existía ningún insumo que pudiese cocinar en su estufita Surge, que había encontrado en un botadero de chatarra. Y si hubiera existido, tampoco habría tenido el vigor ni los ánimos de cocinarlo. Había extendido sus exiguas fuerzas todo lo que pudo, pero ahora el hambre apretaba. Sentía mareos. Un pan con pollo fue lo primero que se le vino a la mente; lo primero y lo más rico.

Puentini Borrachini, usuario que se dedicaba a generar clips en TikTok resaltando los segundos o minutos más jugosos de las largas transmisiones en las que Arrechini exhibía su tortuosa vida, le yapeó cinco soles. El mensaje que acompañó al dinero, y que Arrechini leyó para sus doscientos conectados, rezaba: Para que te compres dos panes con pollo, tío.

Gracias, Puentini conchatumadre. Eres una mierda conmigo. Siempre me cagas en TikTok mostrando lo peor de mí, pero, después de todo, veo que eres humano. Al menos, me mandas cinco soles. Te lo agradezco, malparido.

Arrechini se encasquetó su conocido chullo en la cabeza, no se miró al espejo -porque no tenía- y se envolvió en su única casaca.

No te olvides que hoy se me acaba la comida, tío, le recordó Torbe mientras se hacía un agujerito acogedor en la frazada, en medio de tanto olor a pata y pulgas asesinas. A mí también me sabe dar hambre, eh.

Aunque no lo crean, muchachos, dijo Arrechini a sus seguidores, que comentaban y comentaban sin cesar calificándolo de feo, vago, borracho y pedigüeño, este gatito también es un gasto para mí. A pesar de mi enfermedad del alcoholismo, tengo que salir a conseguir comida para mí y para él. ¿Verdad, amor mío?

Putamadre, tío, se incomodó Torbe, siempre que te emborrachas se te sale lo cabro. Yo creo que el día menos pensado me vas a dar vuelta. Tendré que estar vigilante si quiero conservar el invicto.

No seas así, Torbe. Yo soy un tipo cariñoso. Y mi Cataleya no valora eso. Yo podría darle mucho amor. Algo que ya no se da en estos tiempos. Ahora solo te dan plata. Los chicos solo quieren darles dinero, carros y joyas a sus chicas. Y yo digo, ¿dónde quedó el amor?

Ya aburres con tu floro, tío, dijo Torbe lamiéndose el ano. Ahora que te compres tu sánguche, no te olvides de comprarme mis croquetas, eh.

Arrechini se aseguró de que sus llaves estuvieran en los bolsillos de esa casaca con la que había transmitido para todo el Perú el último de sus mundiales, el de Rusia, en el 2018, y se detuvo ante la puerta. La cara se le agrió.

Torbe lo miró atentamente. Esa cara en el enano no era habitual en sus borracheras.

Y, efectivamente, Arrechini se partió en dos hacia adelante y vomitó los cuatro días que llevaba sin comer. En el suelo, quedaron desperdigados un poco de sus pulmones, un tanto de sus intestinos y unos pedacitos de su maltrecho, pero todavía rendidor, hígado.  

Puta, tío, te maleaste, se asqueó Torbe.

Ay, Satanás, dame paciencia, dijo Arrechini, limpiándose la boca con la manga de su casaca. Aunque pensándolo bien, creo que me vino bien este buitre. Así hay espacio para los pancitos con pollo.

Luego de pasarse los dedos de olluco por los pelos sebosos que escapaban a la compresión de su chullo, se despidió del gato: Ya regreso, Torbe. Cuídame el cuchitril.

Oe, tío, no me vas a dejar encerrado con tu buitre que huele a mierda. Suficiente tengo con soportar la pezuña de tu colcha y ahora tengo que aguantar la ponzoña de tu huaico. No seas pendejo, pues, tío. Me vas a encontrar muerto cuando regreses.

Pero Arrechini ya se había ido.

***

 Ana Lucía quedó ilusionadísima. Luego de lo que había visto, estaba determinada a hacer cualquier cosa por ese hombre.   

¿Podrías prestarme doscientos dolaritos, Analulita?

Apenas llevaban conversando dos días y Santos Camarón considero que ya era tiempo de picarle plata a su nueva amiga.

¿Doscientos dólares?

A pesar de haber comprobado visualmente por qué a Santos le decían El Diablo, Ana Lucía quedó sorprendida ante la pronunciación de tal monto. Sí, estaba determinada a hacer lo que fuere por semejante hombre, pero darle así, de buenas a primeras, doscientos dólares, era otra cosa, eran palabras y cifras mayores. Sin embargo, Santos, un nigromante del verbo y la locución callejera, era capaz de convencer a un inocente de que era culpable.

Analú, mi prestigio de periodista me precede; soy conocido en todos lados y mis reportajes y programas, que dan la hora en el acontecer deportivo, los puedes disfrutar cuando gustes en YouTube. En ese portal, puedes comprobar la calidad de mi trabajo. Yo siempre dejo que mi trabajo hable por mí. Esa es la garantía indubitable de que te pagaré los doscientos dólares al término de dos semanas. Sin falta.

La solidez y el garbo con los que fueron expresadas esas palabras terminaron por convencer a Ana Lucía de soltarle el dinero solicitado.

No te voy a fallar, Analú. Yo soy un hombre de palabra.

Las dos semanas concluyeron y Santos no se manifestó. Ana Lucía temía escribirle para hacerle recordar el préstamo. Sentía que se vería como una interesada en el tema monetario. ¿Recordarle a una persona que le devuelva una plata prestada? No, eso era una indelicadeza. Esperaría a que Santos Camarón cumpliese su palabra, así fuese a destiempo. Y si no le devolvía los doscientos dólares, bueno, al menos habría aprendido una valiosa lección: no le prestes dinero a nadie, porque cuando les cobras se convierten en tus enemigos, pero para pedir hasta lágrimas derraman.

Saber que Santos Camarón era un tipo en quien no se podía confiar le había costado la friolera de doscientos dólares. Pudo haber sido peor.

***

Puta, cojudo, no me has hecho la publicidad que quedamos. Yo te pago como gran huevón para que publicites mi lavandería y no te apareces en la radio. Eres una caca, Arrechini. Eso no se les hace a los amigos.

¿O sea que no puedes ayudarme, Santos?

Ta qué tal concha tienes, oe. Yo ya te ayudé para que me hagas la publicidad y, encima, no vas a la radio toda la semana en que se supone que debías decir la publicidad de mi lavandería. Eres la cagada, Arrechini. Que te ayude tu abuela, cojudo. No me vuelvas a llamar. O me devuelves los cien soles de publicidad que te pagué o te olvidas de que fuimos patas.

Santos Camarón había sido duro y cortante. Era lo menos que merecía el sinvergüenza de Enrico Arrechini.

Asimilando que no todo en su vida era lo mejor que alguien pudiera desear, Enrico continuó su camino hacia la sanguchería de la esquina. Había perdido órganos internos vitales cuando vomitó en su cuarto y necesitaba de un buen pedazo de carne metido entre dos tapas de pan para cubrir el vacío dejado.

Dos panes con pollo, lanzó Arrechini, como si hubiera amanecido, almorzado, cenado y cachado con la señora que vendía hamburguesas.

Oiga, salude primero.

Dos panes con pollo con mayonesa. Y voy a pagar con yape, por si acaso, devolvió Arrechini, pasándose por las bolas la reconvención de la señora. Tiene yape, ¿no?

Tengo plin, dijo la señora, tajante como saludo de cabro resentido.

No, pues, putamare, se quejó Enrico, tiene que tener yape. Todo el mundo usa yape. Carajo. Abandonó malhumorado el lugar en busca de otro puesto al paso en donde satisfacer su hambre perruna. En eso, recibió un mensaje al celular. Era un mensaje de Santos Camarón. Por un momento, se le atravesó la idea de no revisarlo. Probablemente se trataba de algún insulto de último minuto que le dedicaba Santos a modo de cruel y despechada despedida.

Ay, carajo, vamos a ver qué envió este conchasumadre de Santos Camarón, le dijo Arrechini a sus seguidores del YouTube que lo acompañaban a todos lados, incluso al baño a cocinar, porque, sí, Arrechini lavaba las verduras donde se afeitaba, hacía el arroz en el wáter y cocía los fideos en las mismas ollas que usaba para lavar sus medias pezuñentas y sus calzoncillos ahuecados. A esos momentos, en YouTube, Arrechini los intitulaba “Del Ano a la Boca con el Chef Arrechini”. Esas ediciones eran las que acogían a un gran número de televidentes, logrando que Arrechini pudiera cobrar de YouTube unos doscientos dólares al mes que tenían un destino fijo: la pensión de su vástago. En el último episodio de “Del Ano a la Boca con el Chef Arrechini”, Enrico había enseñado a cocinar “Calzoncillos al Pesto”.

¡Chucha!, exclamó Arrechini al ver lo que Santos le había enviado al WhatsApp. La sorpresa fue tal que le evaporó en un santiamén la amargura que le había producido la negligencia de la vieja de mierda de la hamburguesera por no manejar una cuenta de yape.

Uy, muchachos, si les contara lo que me acaba de mandar el Diablo Camarón, se les parte el culo. Si quieren que les muestre estas fotitos, ya saben, tenemos un número de yape. El que puede apoyarnos nos apoya y el que no, que me chupe el huevo izquierdo que lo tengo más grande que el derecho. Al que me dé el mejor yape, le paso este rico pack.

***

Con lo que nos ha yapeado el señor Olivo, que fue quien nos donó la mayor cantidad de plata y, por tanto, a quien le reenvié el material que nos envió Santos Camarón, tal cual lo prometí, compramos todo esto para mejorar nuestro cuartito, les dijo Arrechini a sus doscientos conectados. Mostró con la cámara una serie de víveres, frazadas nuevas, y aparejos para mejorar sus transmisiones.

Cuenta qué te envió Camarón, suplicaron los comentarios.

Ya, pe, no te cierres, Arrechini relojero, vago de mierda, reclamaron.

Muchachos, contrólense o bloqueo a esos que se están yendo de boca. Yo prometí pasarles las fotos que me envió Camarón solo a aquel que nos yapeara generosamente. Y el señor Olivo fue quien nos cumplió como era debido. Así que no jodan. Ahora, vamos a cocinarnos un caldito de pollo aquí en el wáter.

Uno de sus celulares, aquel con el cual no transmitía, empezó a vibrar descontroladamente. Era Santos Camarón.

***

Olivo era el sobrenombre con el que Groover solía ver las transmisiones de Arrechini. Ni bien oyó la oferta que propuso Arrechini para compartir las misteriosas fotos enviadas por Camarón, efectuó un irresistible yape. Lo que Kick le generaba por sus transmisiones le permitían ahora ser un manirroto donante. Inmediatamente, las fotos le fueron entregadas. Al comprobar el fuerte y sustancioso contenido de esas imágenes, le envió a Arrechini, a través de uno de sus emisarios en el Perú, seis latas de atún, cuatro paquetes de fideos, y dos rones, a modo de agradecimiento. Arrechini mostró los dos rones. Al poco rato, volvería a ahogarse en la turbulencia de sus anhelos truncos, vómitos y olvidos.

Tengo en mis manos un material exclusivo. Picaña, chuleta. Eso que, a ustedes, miserables, les encanta, celebró Groover en su programa de Kick “Cuchillos Largos”. Cierta señora, que yo creía que me era fiel, lo mostró todo. Y aquí tengo las pruebas de su arrechura. ¿Cómo una señora de su casa, de su edad, puede prestarse a estas huevadas, miren, ve?

Groover puso en pantalla un par de tetas.

Y no solo eso, sino que esta señora, que solía ser mi musa inspiradora, con la que yo solía masturbarme mientras oía su voz, intercambió las fotos de sus tetas por la de una pichula negra y sucia, una chala sucia. Miren, ve.

¿Y de quién es la chala?, comentó el Mano Santa, ferviente seguidor de Groover.

No tengo identificado al poseedor de ese gran maso castigador, pero sí a la persona a la que le pertenecen las ricas tetas que están viendo, porque el pack que me han pasado tiene, en una de las imágenes, la cara de la susodicha. Y una gran pena ha sido para mí saber que esa mujer, esa mujer a la que yo adoraba, a la que yo virtualmente le lamía los pies, el poto y me comía su caca, era mi musa inspiradora. Y fue una gran pena comprobar que le muestra sus tesoros más íntimos a cualquier tipejo con una buena pinga. Eso me merece el menor o ninguno de mis respetos.

Sin que alguno de sus seguidores pudiera verlo, porque siempre transmitía con la cámara apagada, Groover le pegó un sorbo a su vaso de whisky y aspiró una sinuosa línea de fentanilo.

Groover continuó mostrando las fotos contenidas en el pack de Arrechini: tetas, pezones y un falo amenazador, negro como la traición de Judas.

Eso, Groover, así, danos chow. Eso es lo que queremos: potos, tetas, fichas Reniec, insultos al por mayor. Danos chow, Viejito lindo, apostilló Alex Broca Oficial, otro seguidor fanático de Groover.

Voy a dejar el link al vivo en los comentarios para conversar con alguno de los más de cincuenta conectados en todas mis multiplataformas. Quiero saber qué opinan sobre las fotos bastante chocantes que acabamos de mostrar. Quiero sus opiniones.

Santos Camarón cliqueó en el link y esperó a que Groover lo transmitiera.

A ver, aquí tengo a alguien que se hace llamar El Diablo. ¿Quién será? A ver, pan con relleno, estás al aire. Habla. ¿Qué opinas de las mujeres que intercambian fotos de sus ubres a cambio de la foto de un pene venoso y asqueroso?

Oye, huevonazo, quién te ha autorizado a pasar esas fotos íntimas, detonó Camarón.

Y quién chucha eres tú para decirme lo que debo pasar o no en mi programa.

Camarón, que participaba sin prender la cámara, estaba encolerizado. No entendía cómo diablos las fotos que intercambió con Analú habían dado a parar en ese oscuro canalito de YouTube.

Dime cómo has conseguido esas fotos, huevón, o ahorita mismo te meto una denuncia.

Groover rio a mandíbula batiente.

Denúnciame, pe, chuchetumare. Acá voy a esperar tu denuncia. No te demores. Es más, qué te digo, te recomiendo una comisaría en donde el suboficial panzón te toma la denuncia usando un pad de Hello Kitty.

Era en vano. Camarón sabía que Groover jamás le diría cómo diantres se había hecho de sus fotos porno. Decidió terminar su participación lanzando una última amenaza: Algún día la vida nos va a poner en la misma vereda, huevón, y ese día te vas a acordar de mí.

Groover jamás había mostrado el rostro en sus transmisiones, ¿cómo mierda lo reconocería en la calle entonces? Santos se acababa de dar cuenta de que había dicho una estupidez. La furia solía ponerlo más estúpido que de costumbre.

Luego de masturbarse para despejar la mente y pensar mejor las cosas, analizó la situación al mismo estilo de Hércules Poirot, el héroe de Agatha Christie: Las fotos solo pudieron salir de su celular. Y él solo manejaba dos aplicaciones, Facebook y WhatsApp. Revisó los mensajes del Facebook. Nada. No estaban las fotos por ahí. Revisó WhatsApp. Repasó las últimas conversaciones. Bajo el nombre de Arrechini, se desplegaba el icono de que se habían enviado unos archivos. Horrorizado, ingresó a la conversación. Efectivamente, él era el único culpable de que su negra pinga y las abultadas tetas de Analú se hubiesen visto públicamente. Accidentalmente, le había enviado todo el pack porno al chato Arrechini, y ese muerto de hambre, seguramente a cambio de una buena cantidad de plata, se las dio al imbécil que conducía ese programete de YouTube.

Ahora sí me va a conocer ese enano y la reconchasumadre, prometió Santos.

***

Dios ha muerto, había escrito Nietzsche, y Arrechini, en su directo, decía que Dios estaba vivo, pero que era un cabrón porque no asesinaba a la persona que se había hecho pasar por él para bloquear por robo la línea del celular con el que organizaba sus entrevistas y recibía los yapes para sobrevivir.

Si de verdad existes, Dios de mierda, mata a esa persona ahorita mismo. ¿Por qué no la castigas y sí me cagas a mí que no le hago daño a nadie? ¿Ven?, les dijo a sus seguidores. Su Dios no hace nada para reparar esta injusticia. Seguro el idiota que me bloqueó la línea se está persignando al salir de su casa y Dios lo premia. Claro, porque no existe. Si existiera, ahorita le estaría partiendo el poto con un rayo. ¿Ahora cómo voy a hacer para recuperar mi línea? Con ese número yo trabajaba, me movía. ¿Y ahora?

Arrechini empezó a llorar.

El Dios del que ustedes hablan no existe. Miren lo que me ha hecho.

A pesar del crudo momento que vivía, Arrechini no dejaba de transmitir. Doscientas personas lo veían llorar y renegar de Dios.

Putamadre, Dios, si de verdad existes, si de verdad estás de mi lado como dicen los creyentes, mata a todo aquel que me haga daño, mata a ese conchasumadre que me ha bloqueado la línea, retó Arrechini.

No, señores, yo así no puedo hacer programa. Volveré a tomar un poco de ron con gaseosa para calmarme y dormirme profundamente. Y ojalá que Dios o Satanás, quien corresponda, me deje dormido para siempre. No quiero despertar. Ya no quiero vivir. Estoy harto de la vida que me tocó.

Aunque Arrechini lo ignorara, Santos Camarón iba en su búsqueda para desahuevarlo. Justo en el momento en que este último cruzaba la pista para alcanzar la otra orilla y tomar un taxi que lo llevara a La Victoria, distrito donde malvivía Arrechini, sin darse cuenta, pisó un buzón que llevaba la tapa medio floja. Cayó libremente treinta metros. Dios, incomprendido por Arrechini, muy a su pesar, seguía ayudándolo, aunque él jamás se lo reconociera y lo tildase de cabrón.

Si supieras de todas las que te he salvado, Enrico, creerías en mí, pensó Dios. Pero no es mi estilo manifestarme abiertamente. Prefiero protegerte anónimamente a pesar de que me tires toda tu mierda y me endilgues todo tu vulgar vocabulario.

Cuando regresó a su cuarto, se topó con la sorpresa de que su gato Torbe había roto, seguramente harto de estar encerrado en ese cuarto, las dos botellas de ron que le había regalado Groover, o su alter ego, el señor Olivo.

¿Ves, enano?, dijo Dios. Fui yo quien rompió tus botellas para que no te vuelvas a intoxicar porque tu hígado está a una nada de irse a la mierda. No me lo vas a agradecer, pero quiero que sepas que te quiero, cabrón malagradecido.

Mientras Dios decía estas cosas, Enrico lloraba su desgracia, tirado en su cama de, al menos, frazadas nuevas.

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