Siempre que vengo a Chimbote a visitar a mi papá, lo primero que hago es recolectar, de los diferentes ambientes que componen su naciente clínica, todos los números de Caretas que no leía desde mi última visita.
Reúno un buen número de revistas y, con cierta fruición, me dispongo a recorrer sus páginas en busca de los artículos dedicados a la literatura. A veces, y dependiendo de lo impactante de las fotografías, me avengo a leer una que otra nota sobre actualidad política.
Me gusta recorrer la revista Caretas, hoja por hoja, de principio a fin. La recompensa de mi recorrido se encuentra siempre al final de la edición: la mujer desnuda que posa en las más diversas posturas.
Lo que todas tienen en común es que solamente se dejan avistar las tetas; rara vez el perfil de sus tafanarios, pero nunca la vagina.
A través de Caretas he podido aumentar mis conocimientos acerca de las mujeres. Claro, no de las mujeres peruanas –porque las chicas de las páginas ulteriores no son peruanas ni poseen nuestros autóctonos rasgos- sino de féminas de extranjeras procedencias.
A mis años, ver las mujeres de la página final de Caretas sólo me produce una sana alegría y una promisoria esperanza de algún día follar con una chica de semejantes atributos.
Cuando tenía trece o catorce años, y venía a Chimbote, cumplía el mismo rito que de lectura que he descrito líneas arriba; con el agregado de que, al caer la noche, y acompañado por la soledad de la habitación que mi padre me procuraba para pasar mis noches, distribuía a la calatas de las revistas en una especie de abanico.
Al centro de ese abanico estaba yo, con mi pequeño miembro en ristre y la lujuria a borbotones, mirando a la más tetona, a la más culona o la que tuviera la cara más libidinosa y provocadora. Así, con un papelito al costado, que usaba para envolver mis adolescentes efluvios, daba por terminado mi ritual de lectura de Caretas.
Cuando el momento de retornar a Lima se acercaba, devolvía las revistas a sus lugares de origen. Mi papá las colocaba en las mesitas de su, en aquella época, sala de espera. Ahora él cuenta con dos salas de espera en vista del aumento de sus siempre fervorosos pacientes.
Los pacientes se daban con la sorpresa de encontrar pegadas las últimas hojas, como si les hubiera caído encima algún pegamento potente. Tengo que aclarar que yo jamás he pegado esas hojas con mis líquidos seminales. Yo siempre procuraba envolver a mis potenciales hijos en un papel de cuaderno. Seguro mi hermano tenía que ver con aquel entuerto.
Espero que la revista Caretas nunca proscriba a la calata de la página final.
Hasta pronto.
UNA MUJER BELLA Y DESNUDA ES LA MAXIMA CREACION DE LA NATURALEZA.
ResponderEliminarDEJEMONOS DR HIPROCECIAS Y DISFRUTEMOS SIEMPRE DE LA ULTIMA PAGINA DE CARETAS.
OSCAR QUIÑONES C.