Cuesta creer cómo personajes como Luis Castañeda perciban, en cada encuesta de intención de voto para las próximas elecciones presidenciales, tan alto nivel de preferencia.
Castañeda no sólo no explica la truculenta operación en el caso Comunicore, investigada hasta la saciedad por diferentes medios de prensa que han detectado serias irregularidades aún no asumidas ni esclarecidas por las partes involucradas, sino que además, de acuerdo a sus últimas declaraciones con respecto a la aparición de su nombre en obras públicas, muestra un cinismo tan colosal como el ego del señor Alán García. (Al respecto, no tiene nada de malo poseer un ego colosal, creo yo).
El ex burgomaestre ha dicho que su nombre aparece en las diferentes obras municipales que se vienen inaugurando para que el pueblo sepa quién las hizo. Añade, también, que puesto que todavía no es candidato, formalmente hablando, no está violando ningún tipo de ley ni está actuando de manera deshonesta frente a sus virtuales rivales.
Desde mi punto de vista, es poco ético que una persona, sea presidente o alcalde, coloque su nombre en cualquier obra pública pues no es de su bolsillo de donde sale el dinero para ejecutar tales obras. Los dineros que permiten construir carreteras, remodelar parques o edificar escaleras, provienen de los impuestos que cada uno de nosotros pagamos. No es justo pues que venga un fulano y, sólo por ocupar un cargo público (cargo que debe demandarle humildad y actitud servil para con el pueblo que lo eligió), se arrogue la hechura de las obras que el dinero ajeno ha posibilitado.
Peor aún es la actitud de Castañeda al promocionarse a costa de los bienes públicos en medio de una contienda electoral que, así diga él lo contrario, ya ha empezado. Si no, ¿acaso Castañeda no presentó hace poco en un evento transmitido en señal abierta a los ganapanes que lo acompañarán en las próximas justas electorales?
Un poco más de ética y moral se le pide al señor Castañeda.
jueves, 30 de diciembre de 2010
lunes, 20 de diciembre de 2010
Otra razón para no votar por Castañeda
Una señora llamada Rosa Nuñez fue presentada por el candidato a la presidencia del Perú, Luis Castañeda Lossio, como vicepresidenta en la plancha que llevará en estos próximos comicios electorales.
Por otra parte, el empresario César Acuña es integrante del frente liderado por Pedro Pablo Kuczynski para las elecciones presidenciales del 2011.
César Acuña es conocido por haber creado algunas instituciones de educación superior en el país, las cuales le han conferido un gran poder económico. Es además, fundador del partido político Alianza para el Progreso, el cual, en los últimos comicios municipales, destronó la supremacía que el APRA solía tener en el norte del país.
César Acuña y Rosa Nuñez son esposos, pero actualmente llevan tres años de separación. Esto lo afirma la señora Rosa en una entrevista para el diario Perú 21: “A mi esposo y a mí no se nos ha pasado por la mente el divorciarnos. Pero sí estamos separados de hecho hace tres años”.
Hasta ahí, me parece muy bien que César quiera pertenecer a la alianza de Pedro Pablo Kuczynski y Rosa participe de la propuesta del señor Castañeda. Es un acto plausible de diversidad y tolerancia ideológica en una pareja. Hubiera sido un acto de extrema tolerancia y diversidad si el señor Acuña y la señora Rosita no estuvieran separados de hecho, pues esto demostraría que a pesar de que se aman, pueden adoptar las ideas políticas de su preferencia sin que ello cause alguna fisura en su relación.
Sin embargo, lo que me hace ver de modo dudoso la solvencia moral de la señora Nuñez es que decida usar el apellido de su esposo en el eslogan de su campaña: “Rosita de Acuña”. La señora sabe que su esposo es mucho más conocido que ella y hace uso de ese conocimiento para el beneficio propio de su campaña.
¿Acaso Castañeda no la presentó como una mujer luchadora que se ha forjado por sí sola? ¿Entonces por qué esta señora hace uso del apellido ajeno y más conocido para propulsar su campaña? Si es una mujer que se ha forjado una carrera de éxito desde abajo, ¿no puede presentarse con sus propios pergaminos y dejar de lado la tramposa argucia de usar el apellido del esposo exitoso y empresario?
La señora dice: “Estoy casada desde hace 33 años y no veo por qué debo negar mi apellido de casada. Toda la vida me han conocido así”. Perfecto, señor. Nadie le puedo pedir que niegue su apellido. Pero usarlo en el eslogan de campaña es ciertamente tramposo y facilista, pues hace uso de la fama de su esposo para su propia rentabilidad electoral. Gánese usted su propia fama señora, su propia popularidad. Respete a su esposo. Sobre todo ahora que él pertenece a las filas de otro candidato.
Ese sólo hecho ya me hace dudar de la rectitud moral que la señora pueda mostrar en caso de alcanzar el poder. Pero ¿qué se podía esperar de los integrantes de la plancha que conduce Luis Castañeda si este personaje aún no aclara cuentas con el pueblo como aquella nefasta transacción de Comunicore?
Es otro motivo más que he encontrado para no votar por el partido de Solidaridad Nacional y buscar otras alternativas.
Por otra parte, el empresario César Acuña es integrante del frente liderado por Pedro Pablo Kuczynski para las elecciones presidenciales del 2011.
César Acuña es conocido por haber creado algunas instituciones de educación superior en el país, las cuales le han conferido un gran poder económico. Es además, fundador del partido político Alianza para el Progreso, el cual, en los últimos comicios municipales, destronó la supremacía que el APRA solía tener en el norte del país.
César Acuña y Rosa Nuñez son esposos, pero actualmente llevan tres años de separación. Esto lo afirma la señora Rosa en una entrevista para el diario Perú 21: “A mi esposo y a mí no se nos ha pasado por la mente el divorciarnos. Pero sí estamos separados de hecho hace tres años”.
Hasta ahí, me parece muy bien que César quiera pertenecer a la alianza de Pedro Pablo Kuczynski y Rosa participe de la propuesta del señor Castañeda. Es un acto plausible de diversidad y tolerancia ideológica en una pareja. Hubiera sido un acto de extrema tolerancia y diversidad si el señor Acuña y la señora Rosita no estuvieran separados de hecho, pues esto demostraría que a pesar de que se aman, pueden adoptar las ideas políticas de su preferencia sin que ello cause alguna fisura en su relación.
Sin embargo, lo que me hace ver de modo dudoso la solvencia moral de la señora Nuñez es que decida usar el apellido de su esposo en el eslogan de su campaña: “Rosita de Acuña”. La señora sabe que su esposo es mucho más conocido que ella y hace uso de ese conocimiento para el beneficio propio de su campaña.
¿Acaso Castañeda no la presentó como una mujer luchadora que se ha forjado por sí sola? ¿Entonces por qué esta señora hace uso del apellido ajeno y más conocido para propulsar su campaña? Si es una mujer que se ha forjado una carrera de éxito desde abajo, ¿no puede presentarse con sus propios pergaminos y dejar de lado la tramposa argucia de usar el apellido del esposo exitoso y empresario?
La señora dice: “Estoy casada desde hace 33 años y no veo por qué debo negar mi apellido de casada. Toda la vida me han conocido así”. Perfecto, señor. Nadie le puedo pedir que niegue su apellido. Pero usarlo en el eslogan de campaña es ciertamente tramposo y facilista, pues hace uso de la fama de su esposo para su propia rentabilidad electoral. Gánese usted su propia fama señora, su propia popularidad. Respete a su esposo. Sobre todo ahora que él pertenece a las filas de otro candidato.
Ese sólo hecho ya me hace dudar de la rectitud moral que la señora pueda mostrar en caso de alcanzar el poder. Pero ¿qué se podía esperar de los integrantes de la plancha que conduce Luis Castañeda si este personaje aún no aclara cuentas con el pueblo como aquella nefasta transacción de Comunicore?
Es otro motivo más que he encontrado para no votar por el partido de Solidaridad Nacional y buscar otras alternativas.
viernes, 17 de diciembre de 2010
Hoy terminaré mi relación con Wendy
Hoy terminaré la relación con Wendy. Es definitivo. Lo he pensado muy bien y creo que será lo mejor para ambos. Sobre todo, para mí.
Habría que contar la historia completa.
Luego de haberle comprado aquel primer pantalón en el Boulevard de la Cultura del jirón Quilca, regresé siete días después. Compré otro pantalón y una polera a rayas. En esta ocasión la conversación con Wendy fue más amistosa y me permitió invitarle a almorzar. Ella me había contado que su jefe no le proveía un dinero para que ella pueda adquirir sus alimentos. Esto me indignó para mis adentros. Por eso, le extendí esa amistosa invitación gastronómica.
Comimos, cada uno, un cuarto de pollo a la brasa. Conversamos amenamente. Recuerdo que esa vez, yo lucía, sin saberlo, un chupetón en el cuello que Karina me había dejado la noche anterior cuando hicimos el amor. Wendy me preguntó sobre esa manchita roja. Le conté la verdad. Le dije además que mi vida era así: podía estar con Karina un fin de semana, el otro con Pamela, el otro leyendo un libro. No quería comprometerme con nadie y mucho menos pensar en casarme o tener hijos.
Wendy le comentó a su amiga, luego, cuando yo me hube ido, que era un chico que no valía la pena. Antes de despedirnos, acordamos salir esa misma noche. Me estaba invitando ella a un concierto metalero en un edificio viejo, que era hábitat de ladrones y prostitutas, en el Centro de Lima, a escasos pasos del jirón Quilca.
Yo, como le he contado a Wendy, hasta ese momento, no sentía deseos de que ella fuera mi enamorada. Me interesaba sí. Me atraía su personalidad y el hecho de que pertenecía a un mundo que yo no conocía y que mi afán descubridor me incitaba a conocer: el mundo de la bohemia roquera del epicentro limeño.
En el concierto, la trate como a una amiga. Sospeché que, luego de haberle contado mis miserias y erráticos trajines sexuales, no surgiría ningún tipo de relación entre los dos.
Grande fue mi sorpresa cuando ella me cogió de la mano al finalizar el concierto y me llevó al parquecito de la Plaza Francia. Allí nos besamos largamente. Después la dejé en su casa. Me fui de allí con la ilusión de estar con una mujer espectacular.
Los días que siguieron fueron decisivos para que Wendy terminara por conquistarme sin que ella se lo propusiera. Me mostró la calidad de persona que era, su preocupación por los que menos tenían, la devoción con la que se entregaba a una noble causa. Wendy, a pesar de los conflictos familiares que la acosaban y de su pasado colmado de penas y pobreza, es una mujer que ha sabido procurarse unos estudios, pagados por ella misma, trabajando en una y mil cosas desde muy pequeña. Conocer su historia significó mi abatimiento ante tan bella persona.
Una semana después, cuando todo parecía que iba encaminado, recibió la llamada de su ex enamorado. Él se llama Stu Swayne. Stu es baterista de cuatro bandas de dark metal locales. Stu tiene ojos verdes, es extremadamente guapo, blanco, alto y fuerte. Sostuvo con Wendy una relación de dos años. Esa relación había terminado hacía un par de meses cuando Wendy se cansó de que Stu la hiciera sufrir constantemente con sus múltiples desplantes. Sin embargo, ella guardaba especial cariño por él.
Esa llamada que recibió de él, hizo que dudara de sus verdaderos sentimientos hacia mí. Me comentó sobre la llamada en un taxi que nos llevaba a su casa. Me dijo que yo era una buenísima persona con ella, que me había portado excelentemente, pero que estaba confundida y, por tanto, yo no la merecía. Soy muy inestable, Daniel, ahorita no sé qué me pasa, me explicaba entre tímidas lágrimas. Me dijo que sería mejor que la relación acabase. Asimilé el golpe y, sabiendo que nada se puede hacer ante la determinación de la mujer que quieres y que es de pésimo gusto andar rogando, acepté el final de la relación. Eso ocurrió un viernes.
Al llegar a mi casa, revisé mis correos con la esperanza de encontrar un email con una oferta de trabajo. Los años de experiencia que tengo en esto de las relaciones amorosas ya me habían enseñado que no vale la pena sufrir por nadie. Estaba muy tranquilo y ya me había hecho a la idea de regresar a mi también querida soledad. Le agradecía a Wendy, sin embargo, los maravillosos momentos y las gratas experiencias que había pasado a su lado. En mi correo, encontré un mensaje de Karina. Me invitaba a salir el sábado a la discoteca.
Al día siguiente, sábado, salí con Karina. Terminamos en el hotel de siempre en Los Olivos. Ya no estaba con Wendy así que ya no le debía fidelidad. Momentos antes, en la tarde de ese sábado, Wendy había estado timbrando a mi celular. No contesté pues necesitaba mi espacio para poder olvidar algunos rescoldos de esa relación que acababa de fallecer. Al día siguiente, domingo, regresé a mi casa a la una de la tarde. Había pasado parte de la mañana entre los brazos y piernas de Karina. Ese día recibí la llamada de Wendy. Me llamó al teléfono fijo de mi casa. Mi madre contestó. Me pasó la llamada. Wendy quería verme ese día. Quería hablar conmigo. Como no tenía nada qué hacer, accedí.
Conversamos. Caminamos por Plaza San Miguel. Estábamos en plan de amigos. No obstante, veía en su rostro y en sus expresiones un deseo reprimido por reiniciar la relación. Le propuse volver. Se dejó besar. No dábamos besos cortos en Plaza San Miguel. Me dijo que por qué mejor no seguíamos de amigos y nos conocíamos mejor. Lo nuestro había empezado muy rápido. Me comentó además que lo de su ex ya lo había superado. Me pidió disculpas por la forma abrupta en cómo le puso fin a nuestra relación. Yo no le conté nada sobre mi salida con Karina.
El martes siguiente salimos nuevamente, en plan de amigos. Terminamos en el parque Kennedy de Miraflores. Luego de dar unas vueltas y pasarla genial (porque siempre la vamos a pasar genial pues congeniamos muy bien) entramos a un bar. El Taska bar. En ese lugar, la traté totalmente como a una amiga, no la toqué para nada y le hablaba de lo que pensaba con respecto a tener una amiga con la cual pasarla tan bien. Ella se iba indignando. ¿Ya no sientes nada por mí?, me preguntaba, como recriminándome. Sí siento mucho por ti, pero tú misma me dijiste que seamos amigos. Y ahora te veo así. Es más, no me provoca besarte. Te veo como una buena amiga. Esto terminó de ofuscarla y comenzó a llorar. Me dijo que ella pensaba darme una respuesta afirmativa a la proposición de regresar que yo le había formulado el día anterior. Ahora se daba cuenta de que mi amor había desaparecido. Salimos del bar y nos sentamos en una banca del parque. Luego de decirle que yo sólo trataba de ir pausadamente como amigos y que todavía la seguía amando, ella dijo amarme. Me prometió que no volvería a ocurrir aquella inseguridad que se apoderaba de ella cuando la llamaba su ex.
Algo más de dos semanas ha transcurrido desde aquella renovación de nuestros compromisos. Nos veíamos todos los días. Compartimos infinidad de anécdotas y momentos divertidos. Su ex le había escrito un par de mensajes que ella me mostró sin que yo se lo pidiera. Me dijo que no le afectaba en lo más mínimo. Yo pensaba que nuestra relación iba por buen camino.
Todo se crispó ayer. Ayer no nos vimos. Ayer su ex fue a visitarla a su trabajo. Ella me contó por teléfono que estaba muy turbada por esa visita inesperada. Comenzó a tener dudas. ¿Quieres terminar conmigo?, le pregunté. No, no es eso. Pero sería mejor que vinieras mañana a verme para conversar. Stu y ella conversaron alrededor de una hora según ella me relató.
Hoy voy a hablar con ella. Parece que nuevamente está confundida. No creo que vaya a terminar nuestra relación. Me dijo eso por teléfono. Pero, de todas maneras, quería hablar conmigo, contarme lo que le sucedió ayer.
Luego de pensarlo mucho, creo que es mejor que esta relación llegue a su fin. Su ex, seguramente arrepentido por lo mal que la trató en el pasado, quiere reconquistarla y asegurarle un promisorio futuro. ¿Quién soy yo para impedirlo? Wendy no quiere darse cuenta de que nunca podrá sacarse de la cabeza a Stu. ¿Por qué luchar entonces en contra de ello?
Hoy terminaré la relación, por el bien de ella. Si ella no lo hace, yo sí lo haré.
No dejaré de agradecerle nunca, sin embargo, los maravillosos momentos que Wendy me regaló. Quedarán tatuados en mi mente con vivo fuego, más tatuados que la rosa que adorna uno de sus brazos y que tanto me gustaba acariciar.
A pesar de que el cariño por Wendy es muy grande, no me siento acongojado ni apenado ni afligido de ponerle fin a nuestro enlace. Claudia me enseñó eso: ser maduro en estas cuestiones del amor.
La cita de hoy con Wendy es a las tres de la tarde. En el siguiente post contaré cómo discurrió el último encuentro entre ambos en calidad de enamorados.
Habría que contar la historia completa.
Luego de haberle comprado aquel primer pantalón en el Boulevard de la Cultura del jirón Quilca, regresé siete días después. Compré otro pantalón y una polera a rayas. En esta ocasión la conversación con Wendy fue más amistosa y me permitió invitarle a almorzar. Ella me había contado que su jefe no le proveía un dinero para que ella pueda adquirir sus alimentos. Esto me indignó para mis adentros. Por eso, le extendí esa amistosa invitación gastronómica.
Comimos, cada uno, un cuarto de pollo a la brasa. Conversamos amenamente. Recuerdo que esa vez, yo lucía, sin saberlo, un chupetón en el cuello que Karina me había dejado la noche anterior cuando hicimos el amor. Wendy me preguntó sobre esa manchita roja. Le conté la verdad. Le dije además que mi vida era así: podía estar con Karina un fin de semana, el otro con Pamela, el otro leyendo un libro. No quería comprometerme con nadie y mucho menos pensar en casarme o tener hijos.
Wendy le comentó a su amiga, luego, cuando yo me hube ido, que era un chico que no valía la pena. Antes de despedirnos, acordamos salir esa misma noche. Me estaba invitando ella a un concierto metalero en un edificio viejo, que era hábitat de ladrones y prostitutas, en el Centro de Lima, a escasos pasos del jirón Quilca.
Yo, como le he contado a Wendy, hasta ese momento, no sentía deseos de que ella fuera mi enamorada. Me interesaba sí. Me atraía su personalidad y el hecho de que pertenecía a un mundo que yo no conocía y que mi afán descubridor me incitaba a conocer: el mundo de la bohemia roquera del epicentro limeño.
En el concierto, la trate como a una amiga. Sospeché que, luego de haberle contado mis miserias y erráticos trajines sexuales, no surgiría ningún tipo de relación entre los dos.
Grande fue mi sorpresa cuando ella me cogió de la mano al finalizar el concierto y me llevó al parquecito de la Plaza Francia. Allí nos besamos largamente. Después la dejé en su casa. Me fui de allí con la ilusión de estar con una mujer espectacular.
Los días que siguieron fueron decisivos para que Wendy terminara por conquistarme sin que ella se lo propusiera. Me mostró la calidad de persona que era, su preocupación por los que menos tenían, la devoción con la que se entregaba a una noble causa. Wendy, a pesar de los conflictos familiares que la acosaban y de su pasado colmado de penas y pobreza, es una mujer que ha sabido procurarse unos estudios, pagados por ella misma, trabajando en una y mil cosas desde muy pequeña. Conocer su historia significó mi abatimiento ante tan bella persona.
Una semana después, cuando todo parecía que iba encaminado, recibió la llamada de su ex enamorado. Él se llama Stu Swayne. Stu es baterista de cuatro bandas de dark metal locales. Stu tiene ojos verdes, es extremadamente guapo, blanco, alto y fuerte. Sostuvo con Wendy una relación de dos años. Esa relación había terminado hacía un par de meses cuando Wendy se cansó de que Stu la hiciera sufrir constantemente con sus múltiples desplantes. Sin embargo, ella guardaba especial cariño por él.
Esa llamada que recibió de él, hizo que dudara de sus verdaderos sentimientos hacia mí. Me comentó sobre la llamada en un taxi que nos llevaba a su casa. Me dijo que yo era una buenísima persona con ella, que me había portado excelentemente, pero que estaba confundida y, por tanto, yo no la merecía. Soy muy inestable, Daniel, ahorita no sé qué me pasa, me explicaba entre tímidas lágrimas. Me dijo que sería mejor que la relación acabase. Asimilé el golpe y, sabiendo que nada se puede hacer ante la determinación de la mujer que quieres y que es de pésimo gusto andar rogando, acepté el final de la relación. Eso ocurrió un viernes.
Al llegar a mi casa, revisé mis correos con la esperanza de encontrar un email con una oferta de trabajo. Los años de experiencia que tengo en esto de las relaciones amorosas ya me habían enseñado que no vale la pena sufrir por nadie. Estaba muy tranquilo y ya me había hecho a la idea de regresar a mi también querida soledad. Le agradecía a Wendy, sin embargo, los maravillosos momentos y las gratas experiencias que había pasado a su lado. En mi correo, encontré un mensaje de Karina. Me invitaba a salir el sábado a la discoteca.
Al día siguiente, sábado, salí con Karina. Terminamos en el hotel de siempre en Los Olivos. Ya no estaba con Wendy así que ya no le debía fidelidad. Momentos antes, en la tarde de ese sábado, Wendy había estado timbrando a mi celular. No contesté pues necesitaba mi espacio para poder olvidar algunos rescoldos de esa relación que acababa de fallecer. Al día siguiente, domingo, regresé a mi casa a la una de la tarde. Había pasado parte de la mañana entre los brazos y piernas de Karina. Ese día recibí la llamada de Wendy. Me llamó al teléfono fijo de mi casa. Mi madre contestó. Me pasó la llamada. Wendy quería verme ese día. Quería hablar conmigo. Como no tenía nada qué hacer, accedí.
Conversamos. Caminamos por Plaza San Miguel. Estábamos en plan de amigos. No obstante, veía en su rostro y en sus expresiones un deseo reprimido por reiniciar la relación. Le propuse volver. Se dejó besar. No dábamos besos cortos en Plaza San Miguel. Me dijo que por qué mejor no seguíamos de amigos y nos conocíamos mejor. Lo nuestro había empezado muy rápido. Me comentó además que lo de su ex ya lo había superado. Me pidió disculpas por la forma abrupta en cómo le puso fin a nuestra relación. Yo no le conté nada sobre mi salida con Karina.
El martes siguiente salimos nuevamente, en plan de amigos. Terminamos en el parque Kennedy de Miraflores. Luego de dar unas vueltas y pasarla genial (porque siempre la vamos a pasar genial pues congeniamos muy bien) entramos a un bar. El Taska bar. En ese lugar, la traté totalmente como a una amiga, no la toqué para nada y le hablaba de lo que pensaba con respecto a tener una amiga con la cual pasarla tan bien. Ella se iba indignando. ¿Ya no sientes nada por mí?, me preguntaba, como recriminándome. Sí siento mucho por ti, pero tú misma me dijiste que seamos amigos. Y ahora te veo así. Es más, no me provoca besarte. Te veo como una buena amiga. Esto terminó de ofuscarla y comenzó a llorar. Me dijo que ella pensaba darme una respuesta afirmativa a la proposición de regresar que yo le había formulado el día anterior. Ahora se daba cuenta de que mi amor había desaparecido. Salimos del bar y nos sentamos en una banca del parque. Luego de decirle que yo sólo trataba de ir pausadamente como amigos y que todavía la seguía amando, ella dijo amarme. Me prometió que no volvería a ocurrir aquella inseguridad que se apoderaba de ella cuando la llamaba su ex.
Algo más de dos semanas ha transcurrido desde aquella renovación de nuestros compromisos. Nos veíamos todos los días. Compartimos infinidad de anécdotas y momentos divertidos. Su ex le había escrito un par de mensajes que ella me mostró sin que yo se lo pidiera. Me dijo que no le afectaba en lo más mínimo. Yo pensaba que nuestra relación iba por buen camino.
Todo se crispó ayer. Ayer no nos vimos. Ayer su ex fue a visitarla a su trabajo. Ella me contó por teléfono que estaba muy turbada por esa visita inesperada. Comenzó a tener dudas. ¿Quieres terminar conmigo?, le pregunté. No, no es eso. Pero sería mejor que vinieras mañana a verme para conversar. Stu y ella conversaron alrededor de una hora según ella me relató.
Hoy voy a hablar con ella. Parece que nuevamente está confundida. No creo que vaya a terminar nuestra relación. Me dijo eso por teléfono. Pero, de todas maneras, quería hablar conmigo, contarme lo que le sucedió ayer.
Luego de pensarlo mucho, creo que es mejor que esta relación llegue a su fin. Su ex, seguramente arrepentido por lo mal que la trató en el pasado, quiere reconquistarla y asegurarle un promisorio futuro. ¿Quién soy yo para impedirlo? Wendy no quiere darse cuenta de que nunca podrá sacarse de la cabeza a Stu. ¿Por qué luchar entonces en contra de ello?
Hoy terminaré la relación, por el bien de ella. Si ella no lo hace, yo sí lo haré.
No dejaré de agradecerle nunca, sin embargo, los maravillosos momentos que Wendy me regaló. Quedarán tatuados en mi mente con vivo fuego, más tatuados que la rosa que adorna uno de sus brazos y que tanto me gustaba acariciar.
A pesar de que el cariño por Wendy es muy grande, no me siento acongojado ni apenado ni afligido de ponerle fin a nuestro enlace. Claudia me enseñó eso: ser maduro en estas cuestiones del amor.
La cita de hoy con Wendy es a las tres de la tarde. En el siguiente post contaré cómo discurrió el último encuentro entre ambos en calidad de enamorados.
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Confrontador,
Daniel Gutiérrez Híjar,
Jirón Quilca
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Pequeñas infidelidades
Wendy y yo, más que enamorados, somos amigos. Muy amigos. O al menos, yo la considero como una de mis mejores amigas. Hoy por hoy, la mejor que tengo y con la que procuro ser muy sincero.
Es muy difícil esto de la sinceridad. A pesar de que yo la preconizo y hago alarde de ser sincero y honesto hasta decir basta, como diría Bryce, es extremadamente ímprobo sostener un comportamiento íntegro.
Es cuando escribo, sin embargo, cuando me siento más libre para expresar mis verdades.
Wendy todavía recibe mensajes de texto de su ex. A veces me los enseña sin que yo le pida que lo haga. No sé si me enseña los que le convienen o me enseña todos los que su ex le escribe. Yo confío en ella. El amor y el trato divertido y cariñoso que me regala me ayudan a no desconfiar de ella.
Tiendo a desconfiar de las personas porque yo mismo soy una persona de poco fiar. Tiendo a creer que todos son de poco fiar como yo. Le he ocultado en esta última semana a Wendy que Karina todavía me escribe exhortándome amorosamente a sostener otra sesión sexual con ella este sábado.
A Karina no le he dicho de manera manifiesta que actualmente le debo fidelidad a una chica. No lo he hecho porque siento que si lo hago, dejaré de recibir sus emails que tanto bien le hacen a mi ego. En ellos siempre me dice que soy lindo (yo no pienso que soy lindo sino todo lo contrario) y un buen amante en la cama (pienso que quizá sí soy un buen amante).
Le he ocultado también a Wendy que, hace poco, le escribí a mi amiga Pamela que me hubiera gustado verla el martes pasado para “hacer algo”. No fui explícito. Lo escribí así: “hacer algo”. Pamela, obviamente, asumió correctamente lo que yo quería significar con esa frase. Me respondió que estaría encantadísima de hacerme el amor.
En otro correo le escribí a Pamela que enardeciera mi imaginación describiendo las posturas sexuales que le gustaría practicar conmigo. Recibí su respuesta en las que incluía un par de poses que hicieron que mi falo se hinchiera de la emoción. Describió en su correo la pose conocida como la de “las tres de la tarde” y otra que requería cierta elasticidad de mi parte.
Este correo a Pamela lo escribí con el objetivo de obtener las respuestas que yo sabía serían afirmativas. Quería inflar mi ego. Todos mis problema siempre se han debido a mi absurdo y gran ego.
No fui a la cita con Pamela para tener sexo. Cita que tampoco quedó muy bien planeada pues no quise que así fuera. Ya lo dije, sólo quería insuflar mi ego con las respuestas cariñosas de Pamela y Karina. Tampoco voy a salir con Karina este sábado, muy a pesar de que le escrito recientemente que sí podré verla. Le escribí que podía verla, pero no le he especificado en qué lugar ni a qué hora- Esto último por la sencilla razón de que realmente no deseo concretar nada sexual con ella.
Mi fidelidad a Wendy seguirá incólume. El propósito de este escrito es desenmascararme y exponer lo que venía haciendo a espaldas de Wendy. Espero que si ella llega a leer esto, vea en esta confesión un sincero acto de fidelidad y amor. Espero que si Pamela y Karina llegan a leer esto, sepan perdonarme por utilizarlas para medrar mi ego y comprendan que, en estos tiempos, me resultaría imposible tener sexo con ellas. En estos tiempos quiero ser fiel por segunda vez en mi vida. No quiero echar a perder la relación que existe entre Wendy y yo.
Algún amigo, experto en el arte de la infidelidad, podría decirme que me las tire a Karina y Pamela con tal de que Wendy no se entere. Ser caleta, o sea.
Es cierto que eso se puede hacer: serle infiel a Wendy y evitar testigos de por medio. Pero yo no podría hacer eso. No puedo. El testigo sería yo, y tarde o temprano lo confesaría. No podría vivir con el hecho de saber que le he sido infiel a la mujer con la que pienso “sentar cabeza”, como dicen los huachafos. No hay testigo más implacable que yo.
Hoy también estuve con Wendy. Y ella estaba sin maquillaje. Al verla, me decía para mi coleto: ni se te ocurra cagar una relación tan plena como la que tienes con esta mujer que, aun si maquillaje, es más bella que una poesía de Amado Nervo.
Es muy difícil esto de la sinceridad. A pesar de que yo la preconizo y hago alarde de ser sincero y honesto hasta decir basta, como diría Bryce, es extremadamente ímprobo sostener un comportamiento íntegro.
Es cuando escribo, sin embargo, cuando me siento más libre para expresar mis verdades.
Wendy todavía recibe mensajes de texto de su ex. A veces me los enseña sin que yo le pida que lo haga. No sé si me enseña los que le convienen o me enseña todos los que su ex le escribe. Yo confío en ella. El amor y el trato divertido y cariñoso que me regala me ayudan a no desconfiar de ella.
Tiendo a desconfiar de las personas porque yo mismo soy una persona de poco fiar. Tiendo a creer que todos son de poco fiar como yo. Le he ocultado en esta última semana a Wendy que Karina todavía me escribe exhortándome amorosamente a sostener otra sesión sexual con ella este sábado.
A Karina no le he dicho de manera manifiesta que actualmente le debo fidelidad a una chica. No lo he hecho porque siento que si lo hago, dejaré de recibir sus emails que tanto bien le hacen a mi ego. En ellos siempre me dice que soy lindo (yo no pienso que soy lindo sino todo lo contrario) y un buen amante en la cama (pienso que quizá sí soy un buen amante).
Le he ocultado también a Wendy que, hace poco, le escribí a mi amiga Pamela que me hubiera gustado verla el martes pasado para “hacer algo”. No fui explícito. Lo escribí así: “hacer algo”. Pamela, obviamente, asumió correctamente lo que yo quería significar con esa frase. Me respondió que estaría encantadísima de hacerme el amor.
En otro correo le escribí a Pamela que enardeciera mi imaginación describiendo las posturas sexuales que le gustaría practicar conmigo. Recibí su respuesta en las que incluía un par de poses que hicieron que mi falo se hinchiera de la emoción. Describió en su correo la pose conocida como la de “las tres de la tarde” y otra que requería cierta elasticidad de mi parte.
Este correo a Pamela lo escribí con el objetivo de obtener las respuestas que yo sabía serían afirmativas. Quería inflar mi ego. Todos mis problema siempre se han debido a mi absurdo y gran ego.
No fui a la cita con Pamela para tener sexo. Cita que tampoco quedó muy bien planeada pues no quise que así fuera. Ya lo dije, sólo quería insuflar mi ego con las respuestas cariñosas de Pamela y Karina. Tampoco voy a salir con Karina este sábado, muy a pesar de que le escrito recientemente que sí podré verla. Le escribí que podía verla, pero no le he especificado en qué lugar ni a qué hora- Esto último por la sencilla razón de que realmente no deseo concretar nada sexual con ella.
Mi fidelidad a Wendy seguirá incólume. El propósito de este escrito es desenmascararme y exponer lo que venía haciendo a espaldas de Wendy. Espero que si ella llega a leer esto, vea en esta confesión un sincero acto de fidelidad y amor. Espero que si Pamela y Karina llegan a leer esto, sepan perdonarme por utilizarlas para medrar mi ego y comprendan que, en estos tiempos, me resultaría imposible tener sexo con ellas. En estos tiempos quiero ser fiel por segunda vez en mi vida. No quiero echar a perder la relación que existe entre Wendy y yo.
Algún amigo, experto en el arte de la infidelidad, podría decirme que me las tire a Karina y Pamela con tal de que Wendy no se entere. Ser caleta, o sea.
Es cierto que eso se puede hacer: serle infiel a Wendy y evitar testigos de por medio. Pero yo no podría hacer eso. No puedo. El testigo sería yo, y tarde o temprano lo confesaría. No podría vivir con el hecho de saber que le he sido infiel a la mujer con la que pienso “sentar cabeza”, como dicen los huachafos. No hay testigo más implacable que yo.
Hoy también estuve con Wendy. Y ella estaba sin maquillaje. Al verla, me decía para mi coleto: ni se te ocurra cagar una relación tan plena como la que tienes con esta mujer que, aun si maquillaje, es más bella que una poesía de Amado Nervo.
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domingo, 12 de diciembre de 2010
¿Ha leído algo de Vargas Llosa?
En una edición del programa Prensa Libre, una reportera se adentró en las fauces del palacio congresal del Perú. Su misión era conocer qué tanto conocían los moradores de ese lugar y, supuestamente, padres y representantes de todos nosotros, la obra del ecuménico Mario Vargas Llosa.
El resultado de aquella incursión fue espeluznante. La mayoría de los cuestionados no sabía explicar con claridad la obra de Mario Vargas Llosa que aducían haber leído. Navegaban por generalidades haciendo uso de muletillas sin llegar a rozar siquiera el meollo de las preguntas: ¿qué libros del premio Nobel de Literatura 2010 ha leído? ¿Cuál es su apreciación del libro que leyó?
Fue indignante ver cómo estos congresistas procuraban escamotear las preguntas y huir. Hubo una señora legisladora que proclamó que Ña Catita era una obra perteneciente al autor de El Hablador. No faltó aquel que confundió La Ciudad y Los Perros con Los Perros Hambrientos del ilustre Ciro Alegría.
Quiero aclarar un par de cosas. No es un pecado no haber leído a Mario Vargas Llosa. Es un pecado moral e intelectual no leer. Si este país está como está es por su pobre nivel cultural.
En el recorrido de aquella periodista solicitando la opinión de los parlamentarios sobre la obra de Vargas Llosa se vio flagrantemente el carácter cínico y escurridizo de sus entrevistados para eludir temas que les son incómodos.
¡Cómo el pueblo pudo haber elegido a estos tipos que no tienen el menor reparo en mentir en lugar de asumir que jamás han leído!
Si no has leído nada de ningún autor, al menos ten la gallardía moral de reconocerlo y aceptarlo, y no discurrir echando mano de ambages que, además, no resultan para nada convincentes.
Estos congresistas ni siquiera saben mentir.
El reportaje de Prensa Libre, además de mostrarnos que en el Congreso la prolífica obra de Mario Vargas Llosa es completamente desconocida, nos ha revelado que allí habitan seres inescrupulosos que con el fin de quedar bien son capaces de responder barbaridades. Nadie allí, aparentemente, es capaz de aceptar una verdad: su supina ignorancia. Son traposos y se valen de artimañas para velar su pobreza intelectual.
Es comprensible que la mayoría del pueblo peruano no haya leído a Vargas Llosa o a cualquier otro autor porque ella se dedica a salir de la pobreza continuamente y su mayor preocupación es conseguir el dinero suficiente para adquirir los alimentos que les servirá de sustento en el mañana. A ese pueblo pobre peruano no se le puede exigir que compre un libro (porque en este país los libros son onerosos) porque se podría quedar sin comer una semana. El Estado no se preocupa por suavizar los precios de los libros de modo que estos puedan llegar a un público más numeroso.
Pero a esos congresistas, que medran día a día del erario nacional, sí se les puede exigir que se culturicen, porque tiene los medios con qué hacerlo. Dejaron la pobreza desde que consiguieron su más anhelado y preciado objetivo: atiborrarse los bolsillos de plata.
Sin embargo, su interés por la cultura es inexistente. Por ende, no sorprende su pasividad para hacer que la cultura sea más cercana a las masas.
El resultado de aquella incursión fue espeluznante. La mayoría de los cuestionados no sabía explicar con claridad la obra de Mario Vargas Llosa que aducían haber leído. Navegaban por generalidades haciendo uso de muletillas sin llegar a rozar siquiera el meollo de las preguntas: ¿qué libros del premio Nobel de Literatura 2010 ha leído? ¿Cuál es su apreciación del libro que leyó?
Fue indignante ver cómo estos congresistas procuraban escamotear las preguntas y huir. Hubo una señora legisladora que proclamó que Ña Catita era una obra perteneciente al autor de El Hablador. No faltó aquel que confundió La Ciudad y Los Perros con Los Perros Hambrientos del ilustre Ciro Alegría.
Quiero aclarar un par de cosas. No es un pecado no haber leído a Mario Vargas Llosa. Es un pecado moral e intelectual no leer. Si este país está como está es por su pobre nivel cultural.
En el recorrido de aquella periodista solicitando la opinión de los parlamentarios sobre la obra de Vargas Llosa se vio flagrantemente el carácter cínico y escurridizo de sus entrevistados para eludir temas que les son incómodos.
¡Cómo el pueblo pudo haber elegido a estos tipos que no tienen el menor reparo en mentir en lugar de asumir que jamás han leído!
Si no has leído nada de ningún autor, al menos ten la gallardía moral de reconocerlo y aceptarlo, y no discurrir echando mano de ambages que, además, no resultan para nada convincentes.
Estos congresistas ni siquiera saben mentir.
El reportaje de Prensa Libre, además de mostrarnos que en el Congreso la prolífica obra de Mario Vargas Llosa es completamente desconocida, nos ha revelado que allí habitan seres inescrupulosos que con el fin de quedar bien son capaces de responder barbaridades. Nadie allí, aparentemente, es capaz de aceptar una verdad: su supina ignorancia. Son traposos y se valen de artimañas para velar su pobreza intelectual.
Es comprensible que la mayoría del pueblo peruano no haya leído a Vargas Llosa o a cualquier otro autor porque ella se dedica a salir de la pobreza continuamente y su mayor preocupación es conseguir el dinero suficiente para adquirir los alimentos que les servirá de sustento en el mañana. A ese pueblo pobre peruano no se le puede exigir que compre un libro (porque en este país los libros son onerosos) porque se podría quedar sin comer una semana. El Estado no se preocupa por suavizar los precios de los libros de modo que estos puedan llegar a un público más numeroso.
Pero a esos congresistas, que medran día a día del erario nacional, sí se les puede exigir que se culturicen, porque tiene los medios con qué hacerlo. Dejaron la pobreza desde que consiguieron su más anhelado y preciado objetivo: atiborrarse los bolsillos de plata.
Sin embargo, su interés por la cultura es inexistente. Por ende, no sorprende su pasividad para hacer que la cultura sea más cercana a las masas.
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Cuando la conocí
Wendy es alta para el común de mujeres de este país. Es atractiva y me resulta inexplicable que seamos enamorados a sabiendas de que yo no soy guapo en absoluto. Ni siquiera mínimamente. Debido a ello, y a mis constantes inseguridades a este respecto, es que sospecho que nuestra relación algún día pueda terminarse. Sin embargo, procuro disfrutar cada momento.
A Wendy la conocí en el Boulevard de la Cultura en el jirón Quilca; jirón que visité innumerables veces por mi afán de comprador compulsivo de libros.
Cierto día que no recuerdo exactamente (ella tampoco: sólo sabemos que fue un día de finales de octubre) había ido yo muy temprano a comprar libros. El lugar al que yo asistía con mucha asiduidad para este fin era uno regentado por un señor que puede tener entre cuarenta y cincuenta años y que siempre está acompañado de un gato. Él vende allí, si uno sabe buscar, maravillosos libros y obras clásicas a precios exageradamente baratos. Esto se debe a que todos son libros usados y antiguos. Con cinco soles uno puede salir del lugar con tres o cinco libros bajo el brazo.
Ese día sólo compré un libro. El único que me interesó luego de haber pasado alrededor de media hora sumergido en la ruma de libros que aquel señor posee en su negocio. Tampoco recuerdo qué libro fue.
Tenía en mente comprarme un pantalón. Un jean pitillo de esos que usa Billie Joe Armstrong, vocalista de Green Day, en sus conciertos. Entré al Boulevard de la Cultura. Me dirigí a la tienda de ropa que está inmediatamente cerca de la entrada. Sabía yo, porque había pasado por allí muchas veces y porque hacía años me había comprado un par de polos ahí, que esa tienda vendía los pantalones que a mí me interesaban.
Ingresé a la tienda sin percatarme en absoluto quién despachaba. Mi atención se enfocó únicamente en buscar el pantalón cuyo llamado yo sentía desde hacía unos pasos atrás.
Al poco rato se me acerca una mujer de sonrisa amable y me pregunta “¿algún modelo en especial?”. Era Wendy. Estaba ataviada toda de negro. Sus brazos y sus piernas estaban envueltas en mallas negras por cuyos resquicios se veía una piel trigueña. Su pelo negro ondeado tenía pintados un par de mechones castaños. No me pareció atractiva en aquel primer instante. Le comenté sobre lo que buscaba. Entonces sacó un par de modelos que se ajustaban a mi pedido. Me los probé. No me quedaban. Sacó otro que parecía ser mi talla. Ella me trataba muy amablemente y con mucha paciencia.
Finalmente di con el pantalón adecuado. Su tela se pegaba al contorno de todas mis piernas. Era el pantalón punk que quería. Me atreví a hacerle una pequeña humorada a la chica que tan bien me estaba cayendo.
-Este pantalón está perfecto-le dije-. Pero no tendrás uno que me haga ver esta zona un poco más abultada-agregué, señalando con mi mirada la parte donde mi pequeño sexo dormía pasivamente.
Ella se rió. No tomó a mal mi grosero comentario pues todo lo formulé de una manera juguetona, alegre y, si cabe, guardando las distancias. Sin ser confianzudo, porque detesto eso. Con la simpatía y la gracia que luego le conocería, me respondió:
-No, no tengo. Ese problema tuyo ya viene de fábrica y no se puede arreglar.
Mirándonos en el espejo, me dijo que el pantalón me quedaba muy bien. Yo estuve de acuerdo. Una vez cerrada la transacción. Me animé a conversar breves minutos con ella. Le pregunté qué clase de música escuchaba.
-New wave, black metal, gothic metal-me respondió.
-¿Eres metalera?-le pregunté.
-Soy gótica-me contestó.
Me pareció fascinante conocer a alguien que se proclamaba de esa manera y que, por su vestimenta, parecía vivir su música y los ideales propios de esa corriente metalera. Me dije: aquí hay una veta interesante qué explorar para, quién sabe, encontrar material de algún libro futuro.
Sin embargo, Wendy era diferente. No era un simple gótico pesimista, vampiresco, tímido y arcano, sino que habitaba en Wendy un espíritu criollo y dicharachero. Moraba en Wendy un ser bellísimo que tendría la oportunidad de conocer de manera más frecuente una semana después. Posteriormente, también descubriría en ella a un ser en extremo complejo y cambiante. No obstante ello, hay un hilo acerado que une todas sus facetas: la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, su amor hacia los desposeídos.
Ese día me fui con un libro bajo el brazo y un pantalón pitillo en una bolsa, sin sospechar que días después, a la salida de un concierto de black metal en el Centro de Lima, Wendy y yo nos daríamos los primeros besos, sentados una banca del parquecito de la Plaza Francia, bajo la luz de un poste antiguo, en una tibia madrugada.
A Wendy la conocí en el Boulevard de la Cultura en el jirón Quilca; jirón que visité innumerables veces por mi afán de comprador compulsivo de libros.
Cierto día que no recuerdo exactamente (ella tampoco: sólo sabemos que fue un día de finales de octubre) había ido yo muy temprano a comprar libros. El lugar al que yo asistía con mucha asiduidad para este fin era uno regentado por un señor que puede tener entre cuarenta y cincuenta años y que siempre está acompañado de un gato. Él vende allí, si uno sabe buscar, maravillosos libros y obras clásicas a precios exageradamente baratos. Esto se debe a que todos son libros usados y antiguos. Con cinco soles uno puede salir del lugar con tres o cinco libros bajo el brazo.
Ese día sólo compré un libro. El único que me interesó luego de haber pasado alrededor de media hora sumergido en la ruma de libros que aquel señor posee en su negocio. Tampoco recuerdo qué libro fue.
Tenía en mente comprarme un pantalón. Un jean pitillo de esos que usa Billie Joe Armstrong, vocalista de Green Day, en sus conciertos. Entré al Boulevard de la Cultura. Me dirigí a la tienda de ropa que está inmediatamente cerca de la entrada. Sabía yo, porque había pasado por allí muchas veces y porque hacía años me había comprado un par de polos ahí, que esa tienda vendía los pantalones que a mí me interesaban.
Ingresé a la tienda sin percatarme en absoluto quién despachaba. Mi atención se enfocó únicamente en buscar el pantalón cuyo llamado yo sentía desde hacía unos pasos atrás.
Al poco rato se me acerca una mujer de sonrisa amable y me pregunta “¿algún modelo en especial?”. Era Wendy. Estaba ataviada toda de negro. Sus brazos y sus piernas estaban envueltas en mallas negras por cuyos resquicios se veía una piel trigueña. Su pelo negro ondeado tenía pintados un par de mechones castaños. No me pareció atractiva en aquel primer instante. Le comenté sobre lo que buscaba. Entonces sacó un par de modelos que se ajustaban a mi pedido. Me los probé. No me quedaban. Sacó otro que parecía ser mi talla. Ella me trataba muy amablemente y con mucha paciencia.
Finalmente di con el pantalón adecuado. Su tela se pegaba al contorno de todas mis piernas. Era el pantalón punk que quería. Me atreví a hacerle una pequeña humorada a la chica que tan bien me estaba cayendo.
-Este pantalón está perfecto-le dije-. Pero no tendrás uno que me haga ver esta zona un poco más abultada-agregué, señalando con mi mirada la parte donde mi pequeño sexo dormía pasivamente.
Ella se rió. No tomó a mal mi grosero comentario pues todo lo formulé de una manera juguetona, alegre y, si cabe, guardando las distancias. Sin ser confianzudo, porque detesto eso. Con la simpatía y la gracia que luego le conocería, me respondió:
-No, no tengo. Ese problema tuyo ya viene de fábrica y no se puede arreglar.
Mirándonos en el espejo, me dijo que el pantalón me quedaba muy bien. Yo estuve de acuerdo. Una vez cerrada la transacción. Me animé a conversar breves minutos con ella. Le pregunté qué clase de música escuchaba.
-New wave, black metal, gothic metal-me respondió.
-¿Eres metalera?-le pregunté.
-Soy gótica-me contestó.
Me pareció fascinante conocer a alguien que se proclamaba de esa manera y que, por su vestimenta, parecía vivir su música y los ideales propios de esa corriente metalera. Me dije: aquí hay una veta interesante qué explorar para, quién sabe, encontrar material de algún libro futuro.
Sin embargo, Wendy era diferente. No era un simple gótico pesimista, vampiresco, tímido y arcano, sino que habitaba en Wendy un espíritu criollo y dicharachero. Moraba en Wendy un ser bellísimo que tendría la oportunidad de conocer de manera más frecuente una semana después. Posteriormente, también descubriría en ella a un ser en extremo complejo y cambiante. No obstante ello, hay un hilo acerado que une todas sus facetas: la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, su amor hacia los desposeídos.
Ese día me fui con un libro bajo el brazo y un pantalón pitillo en una bolsa, sin sospechar que días después, a la salida de un concierto de black metal en el Centro de Lima, Wendy y yo nos daríamos los primeros besos, sentados una banca del parquecito de la Plaza Francia, bajo la luz de un poste antiguo, en una tibia madrugada.
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Jirón Quilca
lunes, 6 de diciembre de 2010
La renuncia
Antes de conocer a Wendy, yo trabajaba para una compañía minera a la que renuncié cordialmente pues consideraba que el trabajo que tenía que realizar no era compatible con el nivel de educación que había recibido en la universidad y que desmerecía enormemente todo el esfuerzo y el dinero invertido por mis padres en mi formación profesional.
Había aceptado aquel trabajo gustosamente y coloqué todo mi empeño en él. Realicé una labor que mis jefes supieron apreciar a pesar de ser poco el tiempo que permanecí allí. Una semana de preparación nos brindó la empresa a la nueva gente que había sido aceptada al igual que yo. Durante esa semana no conocimos exactamente el trabajo que realizaríamos.
Menuda fue mi sorpresa cuando descubrí cuál era verdaderamente la función principal en aquel trabajo. Como el dinero que me procuraba esa empresa me era en extremo necesario, pues debía pagar un dinero mensual a un banco, tuve que tragarme el orgullo y continuar con el oficio que se me había encargado.
Tres meses trabajé con ahínco y la firme convicción de que cualquier esfuerzo era válido por mantener bien a la familia.
En setiembre de este año, la idea de dejar el trabajo en esa empresa ya rondaba mi cabeza. Sólo estaba esperando que mi CV fuera recibido por alguna otra empresa. Sin embargo, la suerte me era muy esquiva. Lamentaba haber renunciado a mi anterior trabajo en donde, si bien no ejercía directamente la minería, ejercía el cargo de supervisor, la paga era muy buena y la oportunidad de trabajar para su sección de planeamiento podía ser cosa de tiempo y paciencia. Impetuoso y arrogante como era, decidí alejarme de allí a fines del 2009.
Cierto día mi hermano me escribía contándome que una empresa minera lo había contratado como ingeniero junior. Me alegré mucho por él. Al siguiente segundo pensé: con mi hermano trabajando, puedo dejar este trabajo y pedirle amablemente que se hiciera cargo de pagar la deuda al banco, mientras yo buscaba algo mejor. Mi gentil y buen hermano aceptó de buena gana, luego de que yo le contara mis decepciones con el oficio que la empresa a la que pertenecía me pagaba por hacer.
Durante los primeros días de octubre, era otra vez un ciudadano desempleado. Empecé a enviar nuevamente mi CV a diferentes llamamientos de trabajo. También, para distraerme, iba al jirón Quilca a comprarme algunos libros que pudieran llenar con sus páginas las inmensas horas de ocio que componían mi nueva y ya conocida rutina de completa nulidad laboral. Fue en una de esas visitas a Quilca que conocí a Wendy.
Todavía sigo enviando CVs. Me he logrado comunicar con un amigo que me ha ofrecido indagar entre sus amigos si existe una oportunidad laboral para mí. También, mi ex jefe (y amigo aún) en el trabajo en el que fui supervisor está tendiéndome una mano para tentar regresar a esa empresa de la que considero, ahora, gracias a la madurez y los golpes que la vida me ha dado, nunca debí haber defeccionado.
Sin embargo, no me arrepiento en modo alguno de haber renunciado voluntariamente al trabajo que venía desempeñando hasta hace pocos meses. No lo realizaba con el mismo entusiasmo que al inicio, y, sinceramente, estaba convencido de que no aportaba mayores luces a mi formación profesional. Al realizarlo me sentía un mercenario. Y si hay algo de lo que puedo ufanarme es que siempre he procurado decir la verdad y conducirme dentro de los parámetros de mis ideales.
Mi madre, para suavizar las críticas que mi renuncia pudiera haber suscitado en mi padre (que vive en Chimbote) o mi tío (que reside en Chile), me aconsejó que les contara que no había renunciado a la empresa sino que, más bien, el contrato había terminado debido que el supuesto proyecto para que el que fui contratado había concluido antes de lo previsto. Le agradezco a mi madre el consejo, que puse en práctica y que evitó que el vendaval de críticas por parte de mis familiares me inundara al encontrar parecida la situación a la del 2009. Este caso era distinto. Y, como lo repito, de esta renuncia no me arrepiento. Si la vida es generosa conmigo, relataré, a modo de ficción, las gratas y no gratas experiencias que viví en el Cusco, en ese trabajo.
El tiempo que empleo en la búsqueda de trabajo que todavía sigo realizando se ha dulcificado gracias a la presencia de Wendy en mi vida, con quien, sin duda, experimento día a día nuevas y divertidas (a veces penosas) situaciones, y con quien aprendo que el amor puede ser algo que difícil de entender pero que al fin y al cabo sí existe.
Como me dijo mi tío antes de regresar a Chile hace poco: “Daniel, tu principal labor es enviar CVs a las empresas para que consigas un buen trabajo”. Y en eso estoy. Enviando mi resumé y esperando respuestas. Respuestas que no llegan y que espero acompañado de la ternura, donaire, gracia y sensibilidad de Wendy.
Había aceptado aquel trabajo gustosamente y coloqué todo mi empeño en él. Realicé una labor que mis jefes supieron apreciar a pesar de ser poco el tiempo que permanecí allí. Una semana de preparación nos brindó la empresa a la nueva gente que había sido aceptada al igual que yo. Durante esa semana no conocimos exactamente el trabajo que realizaríamos.
Menuda fue mi sorpresa cuando descubrí cuál era verdaderamente la función principal en aquel trabajo. Como el dinero que me procuraba esa empresa me era en extremo necesario, pues debía pagar un dinero mensual a un banco, tuve que tragarme el orgullo y continuar con el oficio que se me había encargado.
Tres meses trabajé con ahínco y la firme convicción de que cualquier esfuerzo era válido por mantener bien a la familia.
En setiembre de este año, la idea de dejar el trabajo en esa empresa ya rondaba mi cabeza. Sólo estaba esperando que mi CV fuera recibido por alguna otra empresa. Sin embargo, la suerte me era muy esquiva. Lamentaba haber renunciado a mi anterior trabajo en donde, si bien no ejercía directamente la minería, ejercía el cargo de supervisor, la paga era muy buena y la oportunidad de trabajar para su sección de planeamiento podía ser cosa de tiempo y paciencia. Impetuoso y arrogante como era, decidí alejarme de allí a fines del 2009.
Cierto día mi hermano me escribía contándome que una empresa minera lo había contratado como ingeniero junior. Me alegré mucho por él. Al siguiente segundo pensé: con mi hermano trabajando, puedo dejar este trabajo y pedirle amablemente que se hiciera cargo de pagar la deuda al banco, mientras yo buscaba algo mejor. Mi gentil y buen hermano aceptó de buena gana, luego de que yo le contara mis decepciones con el oficio que la empresa a la que pertenecía me pagaba por hacer.
Durante los primeros días de octubre, era otra vez un ciudadano desempleado. Empecé a enviar nuevamente mi CV a diferentes llamamientos de trabajo. También, para distraerme, iba al jirón Quilca a comprarme algunos libros que pudieran llenar con sus páginas las inmensas horas de ocio que componían mi nueva y ya conocida rutina de completa nulidad laboral. Fue en una de esas visitas a Quilca que conocí a Wendy.
Todavía sigo enviando CVs. Me he logrado comunicar con un amigo que me ha ofrecido indagar entre sus amigos si existe una oportunidad laboral para mí. También, mi ex jefe (y amigo aún) en el trabajo en el que fui supervisor está tendiéndome una mano para tentar regresar a esa empresa de la que considero, ahora, gracias a la madurez y los golpes que la vida me ha dado, nunca debí haber defeccionado.
Sin embargo, no me arrepiento en modo alguno de haber renunciado voluntariamente al trabajo que venía desempeñando hasta hace pocos meses. No lo realizaba con el mismo entusiasmo que al inicio, y, sinceramente, estaba convencido de que no aportaba mayores luces a mi formación profesional. Al realizarlo me sentía un mercenario. Y si hay algo de lo que puedo ufanarme es que siempre he procurado decir la verdad y conducirme dentro de los parámetros de mis ideales.
Mi madre, para suavizar las críticas que mi renuncia pudiera haber suscitado en mi padre (que vive en Chimbote) o mi tío (que reside en Chile), me aconsejó que les contara que no había renunciado a la empresa sino que, más bien, el contrato había terminado debido que el supuesto proyecto para que el que fui contratado había concluido antes de lo previsto. Le agradezco a mi madre el consejo, que puse en práctica y que evitó que el vendaval de críticas por parte de mis familiares me inundara al encontrar parecida la situación a la del 2009. Este caso era distinto. Y, como lo repito, de esta renuncia no me arrepiento. Si la vida es generosa conmigo, relataré, a modo de ficción, las gratas y no gratas experiencias que viví en el Cusco, en ese trabajo.
El tiempo que empleo en la búsqueda de trabajo que todavía sigo realizando se ha dulcificado gracias a la presencia de Wendy en mi vida, con quien, sin duda, experimento día a día nuevas y divertidas (a veces penosas) situaciones, y con quien aprendo que el amor puede ser algo que difícil de entender pero que al fin y al cabo sí existe.
Como me dijo mi tío antes de regresar a Chile hace poco: “Daniel, tu principal labor es enviar CVs a las empresas para que consigas un buen trabajo”. Y en eso estoy. Enviando mi resumé y esperando respuestas. Respuestas que no llegan y que espero acompañado de la ternura, donaire, gracia y sensibilidad de Wendy.
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