Hoy terminaré la relación con Wendy. Es definitivo. Lo he pensado muy bien y creo que será lo mejor para ambos. Sobre todo, para mí.
Habría que contar la historia completa.
Luego de haberle comprado aquel primer pantalón en el Boulevard de la Cultura del jirón Quilca, regresé siete días después. Compré otro pantalón y una polera a rayas. En esta ocasión la conversación con Wendy fue más amistosa y me permitió invitarle a almorzar. Ella me había contado que su jefe no le proveía un dinero para que ella pueda adquirir sus alimentos. Esto me indignó para mis adentros. Por eso, le extendí esa amistosa invitación gastronómica.
Comimos, cada uno, un cuarto de pollo a la brasa. Conversamos amenamente. Recuerdo que esa vez, yo lucía, sin saberlo, un chupetón en el cuello que Karina me había dejado la noche anterior cuando hicimos el amor. Wendy me preguntó sobre esa manchita roja. Le conté la verdad. Le dije además que mi vida era así: podía estar con Karina un fin de semana, el otro con Pamela, el otro leyendo un libro. No quería comprometerme con nadie y mucho menos pensar en casarme o tener hijos.
Wendy le comentó a su amiga, luego, cuando yo me hube ido, que era un chico que no valía la pena. Antes de despedirnos, acordamos salir esa misma noche. Me estaba invitando ella a un concierto metalero en un edificio viejo, que era hábitat de ladrones y prostitutas, en el Centro de Lima, a escasos pasos del jirón Quilca.
Yo, como le he contado a Wendy, hasta ese momento, no sentía deseos de que ella fuera mi enamorada. Me interesaba sí. Me atraía su personalidad y el hecho de que pertenecía a un mundo que yo no conocía y que mi afán descubridor me incitaba a conocer: el mundo de la bohemia roquera del epicentro limeño.
En el concierto, la trate como a una amiga. Sospeché que, luego de haberle contado mis miserias y erráticos trajines sexuales, no surgiría ningún tipo de relación entre los dos.
Grande fue mi sorpresa cuando ella me cogió de la mano al finalizar el concierto y me llevó al parquecito de la Plaza Francia. Allí nos besamos largamente. Después la dejé en su casa. Me fui de allí con la ilusión de estar con una mujer espectacular.
Los días que siguieron fueron decisivos para que Wendy terminara por conquistarme sin que ella se lo propusiera. Me mostró la calidad de persona que era, su preocupación por los que menos tenían, la devoción con la que se entregaba a una noble causa. Wendy, a pesar de los conflictos familiares que la acosaban y de su pasado colmado de penas y pobreza, es una mujer que ha sabido procurarse unos estudios, pagados por ella misma, trabajando en una y mil cosas desde muy pequeña. Conocer su historia significó mi abatimiento ante tan bella persona.
Una semana después, cuando todo parecía que iba encaminado, recibió la llamada de su ex enamorado. Él se llama Stu Swayne. Stu es baterista de cuatro bandas de dark metal locales. Stu tiene ojos verdes, es extremadamente guapo, blanco, alto y fuerte. Sostuvo con Wendy una relación de dos años. Esa relación había terminado hacía un par de meses cuando Wendy se cansó de que Stu la hiciera sufrir constantemente con sus múltiples desplantes. Sin embargo, ella guardaba especial cariño por él.
Esa llamada que recibió de él, hizo que dudara de sus verdaderos sentimientos hacia mí. Me comentó sobre la llamada en un taxi que nos llevaba a su casa. Me dijo que yo era una buenísima persona con ella, que me había portado excelentemente, pero que estaba confundida y, por tanto, yo no la merecía. Soy muy inestable, Daniel, ahorita no sé qué me pasa, me explicaba entre tímidas lágrimas. Me dijo que sería mejor que la relación acabase. Asimilé el golpe y, sabiendo que nada se puede hacer ante la determinación de la mujer que quieres y que es de pésimo gusto andar rogando, acepté el final de la relación. Eso ocurrió un viernes.
Al llegar a mi casa, revisé mis correos con la esperanza de encontrar un email con una oferta de trabajo. Los años de experiencia que tengo en esto de las relaciones amorosas ya me habían enseñado que no vale la pena sufrir por nadie. Estaba muy tranquilo y ya me había hecho a la idea de regresar a mi también querida soledad. Le agradecía a Wendy, sin embargo, los maravillosos momentos y las gratas experiencias que había pasado a su lado. En mi correo, encontré un mensaje de Karina. Me invitaba a salir el sábado a la discoteca.
Al día siguiente, sábado, salí con Karina. Terminamos en el hotel de siempre en Los Olivos. Ya no estaba con Wendy así que ya no le debía fidelidad. Momentos antes, en la tarde de ese sábado, Wendy había estado timbrando a mi celular. No contesté pues necesitaba mi espacio para poder olvidar algunos rescoldos de esa relación que acababa de fallecer. Al día siguiente, domingo, regresé a mi casa a la una de la tarde. Había pasado parte de la mañana entre los brazos y piernas de Karina. Ese día recibí la llamada de Wendy. Me llamó al teléfono fijo de mi casa. Mi madre contestó. Me pasó la llamada. Wendy quería verme ese día. Quería hablar conmigo. Como no tenía nada qué hacer, accedí.
Conversamos. Caminamos por Plaza San Miguel. Estábamos en plan de amigos. No obstante, veía en su rostro y en sus expresiones un deseo reprimido por reiniciar la relación. Le propuse volver. Se dejó besar. No dábamos besos cortos en Plaza San Miguel. Me dijo que por qué mejor no seguíamos de amigos y nos conocíamos mejor. Lo nuestro había empezado muy rápido. Me comentó además que lo de su ex ya lo había superado. Me pidió disculpas por la forma abrupta en cómo le puso fin a nuestra relación. Yo no le conté nada sobre mi salida con Karina.
El martes siguiente salimos nuevamente, en plan de amigos. Terminamos en el parque Kennedy de Miraflores. Luego de dar unas vueltas y pasarla genial (porque siempre la vamos a pasar genial pues congeniamos muy bien) entramos a un bar. El Taska bar. En ese lugar, la traté totalmente como a una amiga, no la toqué para nada y le hablaba de lo que pensaba con respecto a tener una amiga con la cual pasarla tan bien. Ella se iba indignando. ¿Ya no sientes nada por mí?, me preguntaba, como recriminándome. Sí siento mucho por ti, pero tú misma me dijiste que seamos amigos. Y ahora te veo así. Es más, no me provoca besarte. Te veo como una buena amiga. Esto terminó de ofuscarla y comenzó a llorar. Me dijo que ella pensaba darme una respuesta afirmativa a la proposición de regresar que yo le había formulado el día anterior. Ahora se daba cuenta de que mi amor había desaparecido. Salimos del bar y nos sentamos en una banca del parque. Luego de decirle que yo sólo trataba de ir pausadamente como amigos y que todavía la seguía amando, ella dijo amarme. Me prometió que no volvería a ocurrir aquella inseguridad que se apoderaba de ella cuando la llamaba su ex.
Algo más de dos semanas ha transcurrido desde aquella renovación de nuestros compromisos. Nos veíamos todos los días. Compartimos infinidad de anécdotas y momentos divertidos. Su ex le había escrito un par de mensajes que ella me mostró sin que yo se lo pidiera. Me dijo que no le afectaba en lo más mínimo. Yo pensaba que nuestra relación iba por buen camino.
Todo se crispó ayer. Ayer no nos vimos. Ayer su ex fue a visitarla a su trabajo. Ella me contó por teléfono que estaba muy turbada por esa visita inesperada. Comenzó a tener dudas. ¿Quieres terminar conmigo?, le pregunté. No, no es eso. Pero sería mejor que vinieras mañana a verme para conversar. Stu y ella conversaron alrededor de una hora según ella me relató.
Hoy voy a hablar con ella. Parece que nuevamente está confundida. No creo que vaya a terminar nuestra relación. Me dijo eso por teléfono. Pero, de todas maneras, quería hablar conmigo, contarme lo que le sucedió ayer.
Luego de pensarlo mucho, creo que es mejor que esta relación llegue a su fin. Su ex, seguramente arrepentido por lo mal que la trató en el pasado, quiere reconquistarla y asegurarle un promisorio futuro. ¿Quién soy yo para impedirlo? Wendy no quiere darse cuenta de que nunca podrá sacarse de la cabeza a Stu. ¿Por qué luchar entonces en contra de ello?
Hoy terminaré la relación, por el bien de ella. Si ella no lo hace, yo sí lo haré.
No dejaré de agradecerle nunca, sin embargo, los maravillosos momentos que Wendy me regaló. Quedarán tatuados en mi mente con vivo fuego, más tatuados que la rosa que adorna uno de sus brazos y que tanto me gustaba acariciar.
A pesar de que el cariño por Wendy es muy grande, no me siento acongojado ni apenado ni afligido de ponerle fin a nuestro enlace. Claudia me enseñó eso: ser maduro en estas cuestiones del amor.
La cita de hoy con Wendy es a las tres de la tarde. En el siguiente post contaré cómo discurrió el último encuentro entre ambos en calidad de enamorados.
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