domingo, 12 de diciembre de 2010

Cuando la conocí

Wendy es alta para el común de mujeres de este país. Es atractiva y me resulta inexplicable que seamos enamorados a sabiendas de que yo no soy guapo en absoluto. Ni siquiera mínimamente. Debido a ello, y a mis constantes inseguridades a este respecto, es que sospecho que nuestra relación algún día pueda terminarse. Sin embargo, procuro disfrutar cada momento.

A Wendy la conocí en el Boulevard de la Cultura en el jirón Quilca; jirón que visité innumerables veces por mi afán de comprador compulsivo de libros.

Cierto día que no recuerdo exactamente (ella tampoco: sólo sabemos que fue un día de finales de octubre) había ido yo muy temprano a comprar libros. El lugar al que yo asistía con mucha asiduidad para este fin era uno regentado por un señor que puede tener entre cuarenta y cincuenta años y que siempre está acompañado de un gato. Él vende allí, si uno sabe buscar, maravillosos libros y obras clásicas a precios exageradamente baratos. Esto se debe a que todos son libros usados y antiguos. Con cinco soles uno puede salir del lugar con tres o cinco libros bajo el brazo.

Ese día sólo compré un libro. El único que me interesó luego de haber pasado alrededor de media hora sumergido en la ruma de libros que aquel señor posee en su negocio. Tampoco recuerdo qué libro fue.

Tenía en mente comprarme un pantalón. Un jean pitillo de esos que usa Billie Joe Armstrong, vocalista de Green Day, en sus conciertos. Entré al Boulevard de la Cultura. Me dirigí a la tienda de ropa que está inmediatamente cerca de la entrada. Sabía yo, porque había pasado por allí muchas veces y porque hacía años me había comprado un par de polos ahí, que esa tienda vendía los pantalones que a mí me interesaban.

Ingresé a la tienda sin percatarme en absoluto quién despachaba. Mi atención se enfocó únicamente en buscar el pantalón cuyo llamado yo sentía desde hacía unos pasos atrás.

Al poco rato se me acerca una mujer de sonrisa amable y me pregunta “¿algún modelo en especial?”. Era Wendy. Estaba ataviada toda de negro. Sus brazos y sus piernas estaban envueltas en mallas negras por cuyos resquicios se veía una piel trigueña. Su pelo negro ondeado tenía pintados un par de mechones castaños. No me pareció atractiva en aquel primer instante. Le comenté sobre lo que buscaba. Entonces sacó un par de modelos que se ajustaban a mi pedido. Me los probé. No me quedaban. Sacó otro que parecía ser mi talla. Ella me trataba muy amablemente y con mucha paciencia.

Finalmente di con el pantalón adecuado. Su tela se pegaba al contorno de todas mis piernas. Era el pantalón punk que quería. Me atreví a hacerle una pequeña humorada a la chica que tan bien me estaba cayendo.

-Este pantalón está perfecto-le dije-. Pero no tendrás uno que me haga ver esta zona un poco más abultada-agregué, señalando con mi mirada la parte donde mi pequeño sexo dormía pasivamente.

Ella se rió. No tomó a mal mi grosero comentario pues todo lo formulé de una manera juguetona, alegre y, si cabe, guardando las distancias. Sin ser confianzudo, porque detesto eso. Con la simpatía y la gracia que luego le conocería, me respondió:

-No, no tengo. Ese problema tuyo ya viene de fábrica y no se puede arreglar.

Mirándonos en el espejo, me dijo que el pantalón me quedaba muy bien. Yo estuve de acuerdo. Una vez cerrada la transacción. Me animé a conversar breves minutos con ella. Le pregunté qué clase de música escuchaba.

-New wave, black metal, gothic metal-me respondió.

-¿Eres metalera?-le pregunté.

-Soy gótica-me contestó.

Me pareció fascinante conocer a alguien que se proclamaba de esa manera y que, por su vestimenta, parecía vivir su música y los ideales propios de esa corriente metalera. Me dije: aquí hay una veta interesante qué explorar para, quién sabe, encontrar material de algún libro futuro.

Sin embargo, Wendy era diferente. No era un simple gótico pesimista, vampiresco, tímido y arcano, sino que habitaba en Wendy un espíritu criollo y dicharachero. Moraba en Wendy un ser bellísimo que tendría la oportunidad de conocer de manera más frecuente una semana después. Posteriormente, también descubriría en ella a un ser en extremo complejo y cambiante. No obstante ello, hay un hilo acerado que une todas sus facetas: la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, su amor hacia los desposeídos.

Ese día me fui con un libro bajo el brazo y un pantalón pitillo en una bolsa, sin sospechar que días después, a la salida de un concierto de black metal en el Centro de Lima, Wendy y yo nos daríamos los primeros besos, sentados una banca del parquecito de la Plaza Francia, bajo la luz de un poste antiguo, en una tibia madrugada.

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